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La moda como sistema de comunicación

Capítulo 1: El valor simbólico de la indumentaria

1.4. La moda como sistema de comunicación

Decía Goffman (1981) que cuando los individuos se encuentran reunidos en circunstancias que no exigen intercambio de palabras, participan, sean conscientes o no, de una cierta forma de comunicación. Esto se debe a que en toda situación se asigna una significación a diversos elementos que no están necesariamente asociados a intercambios verbales. Dichos elementos están relacionados con el aspecto físico y los actos personales tales como el vestido, el porte, los movimientos y las actitudes, la intensidad de la voz, los gestos, el maquillaje del rostro y la expresión emocional en general (Goffman, 1981:287).

16 El suntuoso vestido de novia que Diana de Gales lucía el 29 de julio de 1981 en su boda con el príncipe Carlos de Inglaterra, era de color marfil, de inmensas mangas farol, escote con volantes, falda abullonada y cola de 25 metros. Esta prenda cautivó y fue imitado desde entonces por infinidad de novias dentro y fuera de las fronteras de Reino Unido. Lady Diana confió en la aguja de los diseñadores ingleses Elizabeth y David Emmanuel.

17 Dato proporcionado por la Directora de tienda online de Mango, Elena Carasso, en entrevista realizada el día 13 de octubre de 2011 en la sede de la Empresa en Palau de Plegamans i Solitá, Barcelona.

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Así pues, desde hace miles de años, el primer lenguaje que han utilizado los seres humanos para comunicarse ha sido la indumentaria. Ugo Volli (2001) asegura que la moda es un mecanismo de metacomunicación: es ostensiva y seductora, actúa sobre los que la siguen (pide ser seguida e imitada) y comunica esa intención (Volli, 2001:67). Esta misma idea es expresada por la diseñadora británica Vivienne Westwood, quien en una entrevista concedida al País Semanal (6 de octubre de 1996) aseguraba que “la ropa puede enfatizar cualidades de la personalidad y los sentimientos. Intento dar a la gente alguna posibilidad de elección, elevar su espíritu buscando la unidad y la armonía del atuendo” (En: Lacalle, 2001:254).

En este sentido, Greimas (1973) afirmaba que la ropa refleja los sentimientos que tenemos de nosotros mismos y de los demás. En definitiva, la elección que hacemos de nuestra ropa les dice a los demás quiénes somos o, al menos, cómo nos vemos a nosotros mismos. El color es a menudo el cauce, y así, los introvertidos elegirán los colores más suaves y apagados, mientras que los extravertidos preferirán los colores vivos y contrastantes (Greimas, 1973: 19).

Así, Nicola Squicciarino (1990) indica que la capacidad comunicativa del vestido es tal que, antes de que nos acerquemos suficientemente a una persona y de que entablemos una conversación con ella, su indumentaria nos está proporcionando una información sobre su personalidad que será determinante. De esta manera, el sexo, la edad, la clase social, la profesión, la procedencia, los gustos o el estado de ánimo se transmiten a través del vestido. La ropa también determina nuestras expectativas de la conducta sobre el usuario, especialmente si se trata de un uniforme de algún tipo (Squicciarino, 1990: 19). Este autor, nos habla de la moda como un lenguaje de signos y como un sistema de comunicación no verbal.

La afirmación de que la manera de vestir es un lenguaje, no es nueva. Balzac (1989), en “Hija de Eva”, señalaba que “para una mujer el vestido es una manifestación continua de los pensamientos más íntimos, un lenguaje, un símbolo”

(Balzac, 1989:8). Por eso, Alison Lurie (1994) nos asegura que podemos hablar de la moda como “un lenguaje que tiene un vocabulario propio que incluye no sólo prendas de vestir, sino peinados, complementos, joyas, maquillaje, adornos corporales” (Lurie, 1994: 26). Podemos afirmar que, lo mismo que sucede con muchos sistemas de signos, la moda se caracteriza por ser una “lengua viva”. Es

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decir, como casi todas las lenguas, el lenguaje de la moda está siempre en continuo cambio. Casi todas las corrientes políticas, sociales y culturales se han visto reflejadas en lo que vestimos. Por ejemplo, los movimientos juveniles de los años 60 que dieron lugar a la filosofía hippie, reflejan sin duda una forma diferente de entender la vida que se plasma directamente en la indumentaria.

Otro ejemplo podría ser el movimiento de Hiyad-Fashion18, relacionado con la alta burguesía de oriente Medio que tiene su propio medio de difusión a través de una revista que lleva el mismo nombre. Se trata de moda islámica en la que las mujeres usan el Hiyad tradicional, con un toque de modernidad, como una prenda actual sin que ésta pierda el significado social y religioso que tienen.

Alison Lurie (1994) afirma que la moda no es más que el reflejo de las costumbres de la época. Así, se ajusta continuamente a la vida social y se convierte en la reguladora de aquellos aspectos que influyen en otros individuos. Por eso, el concepto de moda, como comunicación, no está ligado sólo a la personalidad del individuo, sino que es representativa de la cultura a la que pertenece. La identificación con un grupo social y la participación activa en él siempre implican al cuerpo humano y a su adorno y vestido. Cuanto más significativo es un rol social para un individuo, más probable es que se vista de una manera especial para desempeñarlo (Lurie, 1994: 31-40).

Por otra parte, como un sistema de signos que es, la moda evoluciona siempre al mismo tiempo que lo ha hecho la sociedad. Y son los individuos los encargados de decodificar el sentido de la moda. Charo Lacalle (2001) afirma que en este aspecto, la moda puede ser entendida como obra que parte “de un proceso de escritura, que es la propuesta del diseñador. Este proceso atraviesa tres fases en su configuración, que le permiten estructurarse en relación con los diferentes ámbitos del juicio axiológico:

18 Este movimiento fue originado por la modelo egipcia Yassmin Mohsen que incluso ha creado la asociación

“Sólo modelos veladas”, con la que pretende poner de manifiesta la compatibilidad entre la moda y el gusto por la ropa y el respeto a la tradición islámica. Este movimiento ha encontrado una férrea oposición en los países árabes por parte de los grupos islamistas radicales, pero ha despertado la curiosidad en occidente que incluso comienza a ver mercado en esta práctica. Existen ya incluso una Hijabi fashion week, que se celebra en su edición de 2012 se celebró en la capital de Indonesia, Jacarta. También la bloguera británica Hana Tajima (hanatajima.com) reivindica, con las redes sociales como aliada, la posibilidad de seguir las tendencias internacionales sin traicionar el recato en el vestir que impone su religión. Esta bloguera muestra sus propuestas indumentarias, siempre cubierta por el hiyab. (Carmen Mañana, 12 abril de 2013, en elpais.es “Devotas de Alá… y de Armani”). Otra bloguera islámica de éxito es Iman Ali con su blog Thehijablog.com.

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- Nivel epistémico: que recoge la funcionalidad del vestido.

- Nivel ético, que define al vestido en función de las convenciones sociales que imperan en cada sociedad y en cada momento histórico.

- Nivel estética del vestido que configura en virtud de esa plusvalía que instituye el estilo de cada diseñador” (Lacalle, 2001: 255-256).

El primero de estos niveles permite al usuario decodificar los valores relacionados con los rasgos figurativos de la prenda, tales como la forma, el color, la adaptabilidad al cuerpo… El segundo se centra en dotar al vestido de valores sociales que lo vincularán también al concepto de usabilidad, de estatus, etc. Mientras que la tercera de estas dimensiones supone para Lacalle (2001) el reconocimiento social del autor del texto, o sea del diseñador de la prenda. En este nivel se ubica también la identificación de la marca y de los valores sociales, políticos, económicos y culturales que hay detrás de ella.

Pese a la presencia de estos tres niveles de la moda como escritura, no podemos perder de vista que cada sociedad, cada cultura, codifica de una forma distintas sus maneras de expresión. Por eso, Alison Lurie (1994) afirma que la interpretación de ese universo simbólico que supone la indumentaria está relacionada con las características socio culturales que tiene cada comunidad. Durante la posmodernidad, el poder económico y las alianzas entre países, ha dado lugar al gusto por vestir la indumentaria de los países más en boga de cada momento (Lurie, 1994:105). Y el fenómeno de la mundialización ha contribuido a imponer las marcas, incluidas las de vestuarios, que “venden no sólo un producto sino una forma de vida única y global. Y esta forma de vida es la propia de unas culturas determinadas que poco a poco van haciendo desaparecer a las demás” (Klein, 2001:23).

Por su parte, Squicciarino (1990) nos recuerda que para comprender la relación entre vestimenta y comunicación deberíamos familiarizarnos con las diversas funciones que la vestimenta puede cumplir: decoración, protección (tanto física como psicológica), atracción sexual, autoafirmación, auto negación, ocultamiento, identificación grupal y exhibición de estatus o rol. Hay ropas que pueden servir para más de una función (Squicciarino, 1990: 92-94). Por ejemplo, la ropa interior, especialmente femenina, ha ido añadiendo a sus funciones habituales otras como las de exhibición o atracción sexual.

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Un interesante estudio realizado por Lefkowitz (2001) muestra no sólo el modo en el que la ropa desempeña una función particular, sino también la manera en la que afecta a la conducta de otros. Estos autores observaron que los peatones infringían las instrucciones de los semáforos más a menudo cuando otra persona las violaba antes que ellos. Pero lo más importante era que el número de infracciones fue significativamente más alto cuando el infractor original estaba vestido para representar a una persona de estatus elevado. Estudios adicionales de este tipo mostraron que una variedad de solicitudes (cambio, que se cojan octavillas, indicaciones detalladas de calles, etc.) resultan más fácilmente atendidas si se está vestido de modo adaptado a la situación o si se lleva una ropa que se considere que corresponde a una persona de estatus elevado. Los abogados saben muy bien que la manera de vestir de sus clientes puede tener gran efecto en los juicios de un juez y/o jurado (Lefkowitz, 2001: 415-417).

La globalización ha sido uno de los factores claves que han permitido a la indumentaria, como lenguaje social, aproximar a las culturas más diversas. Así, Parminder Bhachu (2001) considera que “el diseño, el marketing y la distribución de los vestidos se ha vuelto parte rápidamente de las diferentes economías de la diáspora. Los mercados globales y los sistemas de comunicación vinculados a ellos permiten mayores facilidades de acceso a estas ropas en los espacios internacionales”

(Bhachu, 2001: 72). De esta forma, los mercados globales están determinando los estilos de moda de las grandes capitales del mundo que se extrapolan al conjunto del mundo: lo que es diseño en París lo es en todo el Planeta (Bhachu, 2001: 74-75). Así, las sociedades occidentales se caracterizan ahora por ser internacionales e informacionales, y la moda es uno de los sectores que más rápido ha interpretado esta realidad. En el siguiente capítulo hablaremos de la moda como mercado y trataremos esta cuestión de forma más extensa.

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Capítulo 2: La moda, motor comunicativo, económico y