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LA TESIS DOCTORAL DE MARIE DURAND LEFEBVRE

Dans le document EL SIMBOLISMO DE LA VIRGEN NEGRA (Page 27-31)

APRECIACIONES SOBRE LA CUESTIÓN DE LAS VÍRGENES NEGRAS A TRAVÉS DE SU HISTORIOGRAFÍA

1.1. LAS TRES PRIMERAS MONOGRAFÍAS

1.1.1. LA TESIS DOCTORAL DE MARIE DURAND LEFEBVRE

Los primeros artículos y comentarios que buscaban explicar o interpretar el color negro de las efigies medievales de María, datan de finales del siglo XIX. De entre todas las propuestas de entonces, la que hizo mejor fortuna entre el gran público – no así en el ámbito universitario – fue la que afirmaba que una talla de la Virgen con carnaciones negras sería una adaptación obrada por el arte sagrado cristiano sobre las antiguas imágenes de divinidades femeninas del paganismo greco-romano y egipcio. Así, las diosas que eventualmente fueron representadas en color negro a causa de su carácter ctónico, como Deméter, Diana, Cibeles o Isis, habrían perdurado en la forma de María bajo el dominio cristiano. Esto implicaría que esa cadena de diosas – que no serían más que diferentes modos de expresión del misterio de la sacralidad femenina – tendría en la Virgen María su último y más evolucionado eslabón, el cual sería el único vivo en nuestros tiempos, si bien éste se encontraría velado bajo la acción de la teología cristiana. Con todo, según esta teoría, cuando María se muestra a los fieles bajo carnaduras negras, estaría ejerciendo y perpetuando los roles de una diosa virgen y madre, fértil como la tierra y de cuyas oscuras entrañas nace su Hijo-Sol.

La propuesta que acabamos de presentar, en su versión más simplista, es la que aún hoy prevalece entre determinados sectores cercanos al New Age o al neopaganismo. Nos preguntamos si esta circunstancia es una de las razones que explican la escasa atención o la mala acogida que en el mundo académico ha recibido esta hipótesis. Si la respuesta es afirmativa, debemos advertir entonces sobre el riesgo de las lecturas prejuiciosas cometidas por la Universidad, pues no ayudan a entender la totalidad del fenómeno. De hecho, seríamos muy injustos si apartáramos de un plumazo esta vía interpretativa sencillamente porque es popular entre sectores que nos pueden resultar poco serios. No en vano, este modo de interpretar el asunto fue el que pareció más razonable a Marie Durand Lefebvre tras sus estudios de doctorado, los cuales le llevaron a publicar en el año 1938, en París, la primera

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1. ¿VÍRGENES NEGRAS O VÍRGENES ENNEGRECIDAS?

1.1. LAS TRES PRIMERAS MONOGRAFÍAS.

1.1.1. LA TESIS DOCTORAL DE MARIE DURAND LEFEBVRE

Los primeros artículos y comentarios que buscaban explicar o interpretar el color negro de las efigies medievales de María, datan de finales del siglo XIX. De entre todas las propuestas de entonces, la que hizo mejor fortuna entre el gran público – no así en el ámbito universitario – fue la que afirmaba que una talla de la Virgen con carnaciones negras sería una adaptación obrada por el arte sagrado cristiano sobre las antiguas imágenes de divinidades femeninas del paganismo greco-romano y egipcio. Así, las diosas que eventualmente fueron representadas en color negro a causa de su carácter ctónico, como Deméter, Diana, Cibeles o Isis, habrían perdurado en la forma de María bajo el dominio cristiano. Esto implicaría que esa cadena de diosas – que no serían más que diferentes modos de expresión del misterio de la sacralidad femenina – tendría en la Virgen María su último y más evolucionado eslabón, el cual sería el único vivo en nuestros tiempos, si bien éste se encontraría velado bajo la acción de la teología cristiana. Con todo, según esta teoría, cuando María se muestra a los fieles bajo carnaduras negras, estaría ejerciendo y perpetuando los roles de una diosa virgen y madre, fértil como la tierra y de cuyas oscuras entrañas nace su Hijo-Sol.

La propuesta que acabamos de presentar, en su versión más simplista, es la que aún hoy prevalece entre determinados sectores cercanos al New Age o al neopaganismo. Nos preguntamos si esta circunstancia es una de las razones que explican la escasa atención o la mala acogida que en el mundo académico ha recibido esta hipótesis. Si la respuesta es afirmativa, debemos advertir entonces sobre el riesgo de las lecturas prejuiciosas cometidas por la Universidad, pues no ayudan a entender la totalidad del fenómeno. De hecho, seríamos muy injustos si apartáramos de un plumazo esta vía interpretativa sencillamente porque es popular entre sectores que nos pueden resultar poco serios. No en vano, este modo de interpretar el asunto fue el que pareció más razonable a Marie Durand Lefebvre tras sus estudios de doctorado, los cuales le llevaron a publicar en el año 1938, en París, la primera

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monografía sobre el tema que nos ocupa, bajo el título Étude sur l’origine des vierges noires.

El trabajo pionero de Lefebvre es interesante por varias razones. Ante todo, porque fue la primera figura académica que publicó un trabajo sobre esta cuestión, defendiendo, además, la explicación simbólica del color negro en las efigies de María.

La misma Lefebvre acepta que, en el ámbito académico, los que niegan la existencia de las vírgenes negras son los más numerosos, pues para ellos éstas de hecho no existen, pues no son más que un resultado de causas accidentales. Sin embargo, a la pregunta ¿fue la Virgen representada voluntariamente negra? la autora responde que, si la respuesta fuera negativa, “nuestro trabajo no tendría tema”.

Más allá de este claro posicionamiento, otro valor importante de esta primera monografía radica en que es en ella donde encontramos el primer listado de vírgenes negras localizadas en Europa, ordenadas geográficamente. Bajo el criterio de la autora, contaríamos un total de 272 casos y Francia sería el país en donde se encuentra el mayor número de tallas de este tipo, llegando a contar hasta 180 piezas, siendo la Auvernia la región que mayor número de ellas alberga.

En lo que atañe al ámbito historiográfico, su contribución es también muy valiosa, pues Lefebvre reúne en su tesis un gran número de artículos del siglo XIX y principios del XX que tratan la cuestión de las vírgenes negras o que aluden al fenómeno y que hasta la publicación de su trabajo permanecían desordenados y dispersos. De estos artículos tomó la autora las principales hipótesis sobre el origen de las vírgenes negras: ennegrecimiento ocasional o fortuito, representación étnica, imitación de los modelos orientales que llegarían desde Bizancio a través de los iconos, etc. Todas estas hipótesis fueron tratadas y desarrolladas por autores posteriores, como veremos más abajo. Es importante señalar que la mayoría de los artículos recogidos en la tesis de Lefebvre, y los que ésta tiene en mayor valor, son trabajos que relacionan el color negro de la Virgen con algún tipo de simbolismo religioso y/o mistérico, ya sea de origen pagano o cristiano.

Valiéndose de ellos, la autora expone en el capítulo “Le sens symbolique attribué aux Vierges Noires” toda una serie de interpretaciones que justificarían el color negro de las tallas de Nuestra Señora desde la óptica simbólica. Vale decir que, después de lo que recoge Lefebvre en el citado capítulo, las publicaciones posteriores no aportaron demasiadas cosas nuevas en lo esencial, sino que, más bien, procuraron demostrar mejor una u otra posibilidad explicativa del fenómeno. Sobre las escasas contribuciones recientes relacionadas con el simbolismo de las vírgenes negras

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monografía sobre el tema que nos ocupa, bajo el título Étude sur l’origine des vierges noires.

El trabajo pionero de Lefebvre es interesante por varias razones. Ante todo, porque fue la primera figura académica que publicó un trabajo sobre esta cuestión, defendiendo, además, la explicación simbólica del color negro en las efigies de María.

La misma Lefebvre acepta que, en el ámbito académico, los que niegan la existencia de las vírgenes negras son los más numerosos, pues para ellos éstas de hecho no existen, pues no son más que un resultado de causas accidentales. Sin embargo, a la pregunta ¿fue la Virgen representada voluntariamente negra? la autora responde que, si la respuesta fuera negativa, “nuestro trabajo no tendría tema”.

Más allá de este claro posicionamiento, otro valor importante de esta primera monografía radica en que es en ella donde encontramos el primer listado de vírgenes negras localizadas en Europa, ordenadas geográficamente. Bajo el criterio de la autora, contaríamos un total de 272 casos y Francia sería el país en donde se encuentra el mayor número de tallas de este tipo, llegando a contar hasta 180 piezas, siendo la Auvernia la región que mayor número de ellas alberga.

En lo que atañe al ámbito historiográfico, su contribución es también muy valiosa, pues Lefebvre reúne en su tesis un gran número de artículos del siglo XIX y principios del XX que tratan la cuestión de las vírgenes negras o que aluden al fenómeno y que hasta la publicación de su trabajo permanecían desordenados y dispersos. De estos artículos tomó la autora las principales hipótesis sobre el origen de las vírgenes negras: ennegrecimiento ocasional o fortuito, representación étnica, imitación de los modelos orientales que llegarían desde Bizancio a través de los iconos, etc. Todas estas hipótesis fueron tratadas y desarrolladas por autores posteriores, como veremos más abajo. Es importante señalar que la mayoría de los artículos recogidos en la tesis de Lefebvre, y los que ésta tiene en mayor valor, son trabajos que relacionan el color negro de la Virgen con algún tipo de simbolismo religioso y/o mistérico, ya sea de origen pagano o cristiano.

Valiéndose de ellos, la autora expone en el capítulo “Le sens symbolique attribué aux Vierges Noires” toda una serie de interpretaciones que justificarían el color negro de las tallas de Nuestra Señora desde la óptica simbólica. Vale decir que, después de lo que recoge Lefebvre en el citado capítulo, las publicaciones posteriores no aportaron demasiadas cosas nuevas en lo esencial, sino que, más bien, procuraron demostrar mejor una u otra posibilidad explicativa del fenómeno. Sobre las escasas contribuciones recientes relacionadas con el simbolismo de las vírgenes negras

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hablaremos más adelante. Por ahora, detengámonos en esbozar las dos teorías clásicas y fundamentales para quienes sostienen que la virgen negra es negra queridamente.

La primera interpretación es la de corte eclesiástico y parte de la asociación de la Madre de Dios con la amada del Cantar de los cantares, la cual es “negra y hermosa”

(Cnt 1,5). La Iglesia, que tiene en María su prefiguración, es la Esposa de Cristo y, en virtud de esta correspondencia, la Ecclesia es también negra y hermosa; “fusca per culpam; decora per gratiam”, como escribió san Ambrosio (Commentarius in Psalmo CXVIII). Las Vírgenes negras serian entonces una imagen de esta realidad teológica.

Para Lefebvre, como es natural, el principal glosador de la Escritura que mejor ayudó a afianzar esta interpretación fue san Bernardo de Claraval, quien, en su sermón XXV, ofrece una brillante exégesis sobre la negrura de la amada del Cantar.

Es interesante que nos detengamos un momento en este punto, puesto que es una de las interpretaciones clásicas.

La amada del Cantar, como forzada a contestar a los reproches de las envidiosas, les dice “Hijas de Jerusalén, sabed que, aunque morena, soy hermosa” (1,5-8).

Bernardo observa que, por estas palabras que murmuraban de ella, le reprochaban su negrura, más ella no les devuelve la injuria, sino que las bendice y las llama hijas de Jerusalén. Algo más adelante, Bernardo expone su interpretación de esta condición de la amada: “morena pero hermosa”.

¿No habrá contradicción en estos términos? Ninguna (…). Las piedras preciosas que son negras sirven de ornato. Los cabellos negros, junto a la blancura grande del rostro, aumentan su esplendor y belleza (…); y vosotros hallaréis muchas [cosas] que no dejan de ser muy bellas en su forma, bien que su color no sea tan agradable. Quizá por eso la Esposa, bien que muy hermosa de líneas y proporciones de cara, adolezca del defecto de tener su tez un tanto morena. Más tal imperfección solo afecta al tiempo de su peregrinación; porque cuando el Esposo inmortal la corone de gloria en la patria celeste, ya no tendrá ni mancha ni arruga. Mientras la presente vida, si dijera no tener negrura, a sí misma se seduciría, y no diría verdad. (…) ¿Cómo no podría ser hermosa aquella a quien se le dice: “ven, hermosa mía”? Al decirle que vaya, se entiende no haber llegado todavía, para que alguno no se imagine que estas palabras se dirigen a la que es ya bienaventurada y reina sin negrura en la patria y no a la que trabaja todavía por llegar allí, andando con pena por el camino4.

4 BERNARDO 1955, p. 166.

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hablaremos más adelante. Por ahora, detengámonos en esbozar las dos teorías clásicas y fundamentales para quienes sostienen que la virgen negra es negra queridamente.

La primera interpretación es la de corte eclesiástico y parte de la asociación de la Madre de Dios con la amada del Cantar de los cantares, la cual es “negra y hermosa”

(Cnt 1,5). La Iglesia, que tiene en María su prefiguración, es la Esposa de Cristo y, en virtud de esta correspondencia, la Ecclesia es también negra y hermosa; “fusca per culpam; decora per gratiam”, como escribió san Ambrosio (Commentarius in Psalmo CXVIII). Las Vírgenes negras serian entonces una imagen de esta realidad teológica.

Para Lefebvre, como es natural, el principal glosador de la Escritura que mejor ayudó a afianzar esta interpretación fue san Bernardo de Claraval, quien, en su sermón XXV, ofrece una brillante exégesis sobre la negrura de la amada del Cantar.

Es interesante que nos detengamos un momento en este punto, puesto que es una de las interpretaciones clásicas.

La amada del Cantar, como forzada a contestar a los reproches de las envidiosas, les dice “Hijas de Jerusalén, sabed que, aunque morena, soy hermosa” (1,5-8).

Bernardo observa que, por estas palabras que murmuraban de ella, le reprochaban su negrura, más ella no les devuelve la injuria, sino que las bendice y las llama hijas de Jerusalén. Algo más adelante, Bernardo expone su interpretación de esta condición de la amada: “morena pero hermosa”.

¿No habrá contradicción en estos términos? Ninguna (…). Las piedras preciosas que son negras sirven de ornato. Los cabellos negros, junto a la blancura grande del rostro, aumentan su esplendor y belleza (…); y vosotros hallaréis muchas [cosas] que no dejan de ser muy bellas en su forma, bien que su color no sea tan agradable. Quizá por eso la Esposa, bien que muy hermosa de líneas y proporciones de cara, adolezca del defecto de tener su tez un tanto morena. Más tal imperfección solo afecta al tiempo de su peregrinación; porque cuando el Esposo inmortal la corone de gloria en la patria celeste, ya no tendrá ni mancha ni arruga. Mientras la presente vida, si dijera no tener negrura, a sí misma se seduciría, y no diría verdad. (…) ¿Cómo no podría ser hermosa aquella a quien se le dice: “ven, hermosa mía”? Al decirle que vaya, se entiende no haber llegado todavía, para que alguno no se imagine que estas palabras se dirigen a la que es ya bienaventurada y reina sin negrura en la patria y no a la que trabaja todavía por llegar allí, andando con pena por el camino4.

4 BERNARDO 1955, p. 166.

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Más adelante, san Bernardo compara esa negrura, propia de este mundo dominado por el Príncipe de las tinieblas, con la negrura exterior de los santos, la que conviene no menospreciar, pues no sería más que la consecuencia de una vida dura y esforzada en medio de este mundo de dolor. Pero en el interior del alma de los santos, nace una blancura oculta que prepara el trono de la Divina Sabiduría.

Aludiendo particularmente al apóstol Pablo, Bernardo escribe:

Y si el alma del justo es el Trono de la Sabiduría, no tengo reparo en decir que el alma del justo es blanca. (…) aquella aparente negrura, causada por la flaca complexión de su cuerpo, por sus grades trabajos, por sus ayunos y vigilias sin cuento, era lo que merecía o producía en él esa blancura de sabiduría y de justicia5.

Bernardo compara también a la amada del Cantar con el alma humana que está destinada a encontrarse con el amado, que es Cristo. La Virgen negra sería también por esta razón la imagen del alma de fiel tocada por la luz de la divinidad: “soy negra porque el Sol me ha tocado” (1,6).

Para Lefebvre, las hipótesis “arqueologístas” que explican que las vírgenes negras son de ese color por estar realizadas con maderas oscuras (o pintadas en negro imitando a aquellas que, como modelos de prestigio, estaban efectuadas en maderas de ese tono) encontrarían su justificación simbólica precisamente en esta interpretación bíblica que acabamos de exponer6.

La segunda interpretación simbólica clásica es la que ve en las vírgenes negras, como ya apuntamos, la pervivencia a determinados cultos a divinidades femeninas de carácter ctónico. Ésta es la hipótesis que parece convencer más a la autora. Así, Lefebvre concluye con la idea de que la imagen esculpida de la Virgen en color negro es un resultado del sincretismo de las divinidades orientales, griegas, romanas y galas. Suceden a las divinidades de la fecundidad, imagen venerada bajo el aspecto de una estatua mayestática y maternal, particularmente en aquellas regiones donde impera el rito cristiano latino, en el cual la amada del Cantar de los cantares es una prefiguración de la Virgen, que es negra pero hermosa7. De este modo, el poso pagano del cual está impregnado el enclave en el que la Virgen recibe su culto, se perpetúa y diluye dentro de la nueva religión gracias a que ésta posee un precedente en el Antiguo Testamento que justificaría el color negro de Nuestra Señora.

5 BERNARDO 1955, p. 167.

6 LEFEVBRE 1938, p. 166.

7 LEFEVBRE 1938, p. 182.

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Más adelante, san Bernardo compara esa negrura, propia de este mundo dominado por el Príncipe de las tinieblas, con la negrura exterior de los santos, la que conviene no menospreciar, pues no sería más que la consecuencia de una vida dura y esforzada en medio de este mundo de dolor. Pero en el interior del alma de los santos, nace una blancura oculta que prepara el trono de la Divina Sabiduría.

Aludiendo particularmente al apóstol Pablo, Bernardo escribe:

Y si el alma del justo es el Trono de la Sabiduría, no tengo reparo en decir que el alma del justo es blanca. (…) aquella aparente negrura, causada por la flaca complexión de su cuerpo, por sus grades trabajos, por sus ayunos y vigilias sin cuento, era lo que merecía o producía en él esa blancura de sabiduría y de justicia5.

Bernardo compara también a la amada del Cantar con el alma humana que está destinada a encontrarse con el amado, que es Cristo. La Virgen negra sería también por esta razón la imagen del alma de fiel tocada por la luz de la divinidad: “soy negra porque el Sol me ha tocado” (1,6).

Para Lefebvre, las hipótesis “arqueologístas” que explican que las vírgenes negras son de ese color por estar realizadas con maderas oscuras (o pintadas en negro

Para Lefebvre, las hipótesis “arqueologístas” que explican que las vírgenes negras son de ese color por estar realizadas con maderas oscuras (o pintadas en negro

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