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La desregulación y la circulación de los contenidos

MARCO TEÓRICO

2. Los formatos televisivos en la televisión transnacional

2.2. La globalización de la televisión

2.2.2. La desregulación y la circulación de los contenidos

La televisión surge como un proyecto nacional. Por esta razón, cada país tiene una historia propia del desarrollo de su televisión como industria e institución social (Sinclair, 2000). Como ilustra Straubhaar (2007), la televisión nace en un contexto marcado por el desarrollo tecnológico en proyectos nacionales, así los modelos televisivos iniciales se dividen en cuatro y cada uno se identifica con un país concreto: el modelo comercial de los EEUU, el modelo público independiente británico de la BBC, el modelo mixto Francés y el modelo político – propagandístico de la Unión Soviética. Mientras que estos países lograban desarrollar la televisión en la década de los años cuarenta, la gran mayoría del resto de países se recuperaban de la posguerra para poder poner en marcha las suyas. Los Estados jugaron un rol esencial en los inicios de la televisión de la gran mayoría de los territorios, entre otras razones, porque en la mayoría de los países, especialmente entre los más pobres, el Estado era el único organismo capaz de poner en funcionamiento una industria como la televisiva. Así, la televisión ha sido considerada uno de los medios más utilizado para la construcción de la identidad nacional por parte de los Estados y

una de las instituciones mediáticas más relevantes en el intento modernista de crear una identidad nacional (Chalaby, 2005).

Los vínculos entre la televisión y el reforzamiento de la nación y consolidación de la identidad nacional retrotraen a las ideas de Anderson (1983) y los autores que han seguido la estela de la comunidad/nación imaginada, quienes incluían el poder de los medios de comunicación en la construcción de la definición de Estado nación. El propio Anderson (1983) manifiesta que, en la segunda mitad del siglo XX, la televisión tomó el papel que tuvieron los periódicos y las novelas en el siglo XIX. Sobre la misma idea, Martín-Barbero (1998) ha afirmado que la puesta en marcha de sistemas de radio y televisión nacional proporcionaron a muchas personas de regiones diferentes su primera experiencia cotidiana con la idea de nación. Sinclair (2000) y Waisbord (1998) se han adherido a estas ideas al manifestar que la televisión ha sido pieza fundamental en los proyectos nacionales y ha llegado incluso a participar en Estados dictatoriales. En este sentido, existen una gran cantidad de trabajos que han observado y estudiado la televisión desde un punto de vista nacional (Castelló et al., 2009; Dyer, 1981; Morley, 1999; O’Donnell, 1999)

No obstante, al mismo tiempo, la televisión se ha desarrollado en un contexto de rápido crecimiento y extensión global de la economía, los servicios y las tecnologías que han permitido el aumento de sus posibilidades en todo el mundo (Straubhaar, 2007). En este sentido, Barker (2003) sugiere una doble relación entre la televisión y el proceso de globalización: por un lado, la televisión es global porque es una institución de la modernidad capitalista y, al mismo tiempo, la televisión contribuye a la globalización a través de la circulación de imágenes y discursos. Los principales factores que han determinado la expansión global de la industria televisiva son la emergencia de nuevas tecnologías de las comunicación y la expansión de las políticas liberales (Mirrlees, 2013; Sinclair, 2000; Straubhaar, 2007). Ahora bien, como señala Barker (2003), ambos factores están relacionados y dicha confluencia se puede observar en cuatro aspectos: 1) el crecimiento de las posibilidades tecnológicas; 2) los deseos de explotarlas económicamente por las empresas y el deseo de los Estados nación de adherirse a la sociedad de la información; 3) las nuevas políticas sobre los medios de comunicación, especialmente, en torno a su regulación o desregulación, y 4) el aumento de una mayor demanda en la oferta televisiva.

En relación a las tecnologías, el crecimiento tecnológico vinculado a la comunicación ha afectado profundamente a la televisión. Desde la llegada del satélite, Internet y la digitalización, se han abierto nuevas posibilidades para la industria televisiva, que van desde la posibilidad de ofrecer nuevos servicios (Sinclair, 2000) a la creación de nuevos mecanismos de distribución y difusión (Barker, 2003; Mirrlees, 2013). Por el contrario, la globalización de la televisión ha estado profundamente influenciada por la expansión de las políticas neoliberales. El neoliberalismo hace

referencia al conjunto de políticas nacionales e internacionales que apuestan por la dominación de los negocios en todos los asuntos sociales y que dieron lugar a la privatización de los servicios públicos, la apertura de todos los sectores económicos, la desregulación, la valorización de los mercados y la evaluación de las compañías por sus beneficios económicos más que por su eficiencia como instituciones públicas (Barker, 2003; Mirrlees, 2013; Sinclair, 2000; Straubhaar, 2007). Todos estos elementos han cuajado en la industria de la televisión, puesto que está insertada dentro de este sistema socioeconómico que da lugar a una sensibilidad cultural particular. Sin embargo, dentro de todos ellos, la desregulación ha sido señalada como uno de los fenómenos que más han afectado a la industria televisiva.

De esta manera, Bustamante (1999) define la desregulación como la tendencia más decisiva y significativa en la industria de la televisión, especialmente, porque ha propiciado la convergencia y la integración tanto vertical como horizontal. Tal y como la define el autor, la desregulación supone la paulatina retirada del poder del Estado conforme avanza la dinámica económica y de mercado sobre la industria. En consecuencia, el modelo de televisión nacional y pública se debilita, aumentan las vinculaciones con el mercado mundial y se produce una mercantilización de los productos y servicios televisivos. No obstante, el autor ofrece una perspectiva crítica y afirma que en cada país la desregulación ha atendido a circunstancias particulares y que, en muchos casos, ha supuesto una re-regulación, ya que las legislaciones en torno a la televisión han proliferado en todos los niveles. Para Bustamante (1999), independientemente de la cantidad de leyes que la regulan, las medidas neoliberales han supuesto la adecuación de la industria televisiva al modelo comercial y el cuestionamiento del tradicional papel del Estado en su funcionamiento.

Ambos efectos son explicados por Straubhaar (2007) cuando admite que la tendencia hacia el capitalismo y la replicación de patrones globales presiona a los Estados nación hacia la liberalización del mercado de la televisión nacional, lo que conlleva desregular el mercado, privatizar los medios, la entrada de televisiones comerciales y corporaciones internacionales, e, incluso, la adopción de tecnologías, como el satélite o el cable bajo las condiciones neoliberales y lejos de las leyes gubernamentales. A ello añade que las consecuencias de estas transformaciones se pueden observar en la oferta televisiva y en la conversión de los contenidos de los programas en un negocio mundial. También, Barker (2003) sentencia que la industria de la televisión global está controlada por corporaciones multinacionales que han situado los intereses comerciales y publicitarios en primer plano. En sintonía con la mercantilización de la televisión, Bustamante (1999) afirma que, en las últimas décadas, la televisión comienza a ser vista como una máquina esencial en el desarrollo de la economía de mercado, consecuencia de la adopción del modelo estadounidense capitalista. La televisión se convierte en una aceleradora de rotación de capital y generadora de beneficios al crear necesidades, masificar el consumo, jugar con la

obsolescencia de las mercancías e instrumentalizar la diferencia competitiva, entre otras consecuencias.

Una de las consecuencias más destacadas del proceso de desregulación y de la globalización de la industria televisiva ha sido los cambios en la propiedad de los medios y la circulación de los productos televisivos. Respecto a la propiedad de los medios, el panorama que emerge fruto de la expansión neoliberal y de las nuevas tecnologías, ha dado lugar a una nueva convergencia mediática y corporativa (Mirrlees, 2013). En este nuevo entramado, Herman y McChesney (1997) identifican tres niveles en las empresas globales de comunicación: 1) las de primer nivel, que son conglomerados multinacionales que abarcan todos los campos y actividades de los medios de comunicación; 2) las de segundo nivel, que son empresas que tienen una fuerte posición en sus mercados nacionales o regionales, poseen cadenas de prensa, radio y televisión a través de las que gozan de economías de escala y realizan sinergias, y 3) las de tercer nivel, que suponen el resto de medios de comunicación. Los autores señalan que las principales alianzas se dan entre las empresas del primer y el segundo nivel. En dichas alianzas, son las empresas del primer nivel que son las más beneficiadas y las que tienen el objetivo de controlar tanto los medios locales como los medios globales.

Por su parte Mirrlees (2013) identifica las corporaciones del primer nivel de Herman y McChesney (1997) como corporaciones mediática transnacionales (TNMC por sus siglas en inglés). Las TNMC tienen su origen después de la Segunda Guerra Mundial y son fruto de la transformación de las corporaciones mediática nacionales de EEUU en conglomerados enormes e integrados trasnacionalmente que controlan todo el proceso. Por otra parte, Mirrlees (2013) identifica las de segundo y tercer nivel con las firmas mediática nacionales (NMC por sus siglas en inglés), que tienen su sede central en un país, pero sus negocios pueden darse, bien sólo en ese país, o en una región más amplia. Al mismo tiempo, las corporaciones transnacionales toman acciones para llevar a cabo integraciones horizontales (cuando controlan un tipo de medio en todo el mercado) o verticales (cuando controlan todo el circuito de muchos tipos de medios). Las corporaciones transnacionales son las que lideran el proceso de internacionalización y obtienen los mayores beneficios, porque a través de sus operaciones de fusión e integración pueden:

minimizar los riesgos, maximizar el control sobre todo el proceso (financiación, producción, distribución y exhibición), entrar al mayor número de mercados y endurecer la competencia para pequeñas empresas y relegarlas a posiciones subordinadas, afiliadas o contratas.

En relación a la circulación de los contenidos, Bustamante (1999) afirma que el intercambio de los productos televisivos es, sin duda, el fenómeno que más caracteriza a la televisión global, y considera que el volumen de la circulación de los programas y su coste se han elevado por los

procesos de desregulación, que, a su vez, ha aumentado la competencia comercial. Además, el autor añade que dicho aumento del intercambio de programas ha afectado tanto cultural como económicamente a las estructuras televisivas de distintos países. La relevancia del comercio de los productos televisivos a nivel mundial, y la consecuente creación de flujos regionales y globales, junto con la formación de alianzas entre distintas empresas mediáticas a diversos niveles – nacional, regional, internacional- que daban lugar al control por empresas globales, comenzó a ser estudiada desde la década de los años setenta. La escuela finlandesa fue quien inició la investigación sobre la circulación internacional de los programas de televisión desde el punto de vista de la economía política de la comunicación.

Estas primeras investigaciones se realizaron en el contexto de las reivindicaciones de los países del Tercer Mundo y los países que apoyaron el NOMIC (Nuevo Orden de la Información y la Comunicación), insertado dentro del NOEI (Nuevo Orden Económico Internacional). En 1972 la UNESCO manifestó su preocupación por la dirección en la que circulaban los productos de la televisión entre los países y encargó un estudio sobre el asunto que salió a la luz en 1974 por Tapio Varis y Kaarle Nordenstreng, con el título Television traffic: an one – way Street? Las conclusiones confirmaron las principales inquietudes que lo motivaron. Efectivamente, los autores concluían que los programas de televisión circulaban en un único sentido liderado por EEUU al resto del mundo y, minoritariamente, por países europeos hacia antiguas regiones coloniales. Una década después uno de los autores, Tapio Varis, realizó una investigación similar en la que verificó que apenas había habido ningún cambio. Varis (1986) certificó que los programas de televisión realizaban el mismo recorrido, también reveló que en los países importadores los programas extranjeros ocupaban un tercio del promedio total de los programas emitidos en las diferentes cadenas de televisión. Dicha proporción había aumentado en los países de América Latina y Europa del Este. Además, concluía con que la emisión de los programas importados correspondía con los espacios de máxima audiencia. No obstante, Varis (1986) también detectó que comenzaban a surgir nuevos actores en la red de flujos televisivos que daban protagonismo a mercado regionales y locales.

Posteriormente, diversas investigaciones y teorías comenzaron a matizar estas primeras conclusiones. Por ejemplo, Sepstrup (1990) consideró que las tendencias detectadas por Varis y Nordenstreng (1974) sólo afectaban a determinados formatos y géneros, como la ficción. Por su parte, estudios como el de Sinclair, Jacka, y Cunningham (1996) destacaron que ciertos mercados regionales no hegemónicos estaban construyendo sus redes y haciendo fuerte su presencia exportadora en regiones próximas cultural y lingüísticamente, como México y Brasil en el caso de América Latina o Egipto en la región árabe. A partir de estas investigaciones surgieron nuevas explicaciones para comprender la circulación de los flujos más allá del liderazgo de EEUU. En

su trabajo, Sinclair (2000) propone que los flujos son fruto de la búsqueda de nuevos mercados y, por tanto, están vinculados a fenómenos como las migraciones.

Respecto a las razones que explican la circulación de los contenidos, para Straubhaar (2007), la principal motivación para la venta y compra de programas de televisión es que importar programas es más barato que producirlos, lo que hace que los países con más recursos se aprovechen para vender los suyos. Ahora bien, los factores estructurales que favorecen a un país a ser exportador son: el tamaño del mercado, la intervención estatal, el comportamiento empresarial y la propiedad de los medios. No obstante, Straubhaar (2007) recuerda que no sólo intervienen factores estructurales en la exportación/importación de programas televisivos, sino que existen profundos factores culturales que afectan a las posibilidades de los países (v. g. el comportamiento del productor, el desarrollo del género y las preferencias de la audiencia).

En conclusión, como señala Straubhaar (2007), los flujos del intercambio de los productos televisivos han evolucionado desde las tendencias iniciales dominadas por EEUU hacia el fortalecimiento de países, que, tras proveerse de recursos tecnológicos y económicos, aumentaron su producción de contenidos nacionales, aunque, en muchas ocasiones, inspirados por las ideas de países que habían sido dominantes. En los siguientes apartados se tratan ambas cuestiones: la hegemonía de EEUU en los procesos de internacionalización de la industria televisiva y la creación de mercados geoculturales y estrategias de localización como contrapartida.