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La cultura global y la crisis de sentido

MARCO TEÓRICO

1. Cultura y globalización

1.4. La cultura global y la crisis de sentido

La idea de una cultura global ha suscitado un amplio debate y una gran variedad de perspectivas en torno a su definición. Held y McGrew (2007) identifican dos posiciones respecto a la existencia de la cultura global: los globalistas y los escépticos.

• Los globalistas sostienen que la globalización es un reflejo real de un nuevo orden social que afecta a todos las esferas de la sociedad. Defienden la existencia de una cultura global por dos motivos, esencialmente: 1) las corporaciones e instituciones internacionales privadas están sustituyendo a los Estados nación como productores y distribuidores de la cultura, y 2) el lazo de unión entre entorno físico y creación de significados está roto, luego la elaboración de significados se produce más allá de las fronteras y del contacto entren los individuos. Bajo ambas premisas, los globalistas consideran que, aunque el territorio físico y el Estado nación siguen siendo relevantes, las personas dan sentido del mundo de manera cada vez más global.

• Los escépticos consideran que la globalización es un constructo ideológico con el fin de legitimar y justificar el proyecto neoliberal en todo el mundo. También, defienden que existen pocos hechos empíricos para afirmar que existe una cultura global, más allá de los que persiguen conseguir beneficios y objetivos económicos. Asimismo, advierten que las culturas nacionales siguen siendo relevantes tanto en la vida de los individuos como en el orden internacional, principalmente, por tres razones: 1) el apego a las culturas nacionales no es comparable al que ofrecen los productos de las corporaciones trasnacionales; 2) aunque los sistemas de la comunicación global pueden dar acceso al conocimientos de diferentes culturas, su discurso está impregnado de las diferencias culturales, y 3) la tendencia hacia una cultura global genera una mayor reivindicación de lo distintivo y particular de cada lugar. Finalmente, los escépticos enfatizan que la cultura

entendida como nacional sigue teniendo un poder central en la vida pública, que la televisión y la radio siguen dirigiéndose a audiencias nacionales, que la cobertura periodística sigue rigiéndose por limites nacionales y que los productos extranjeros son leídos e interpretados de manera diferente en cada país.

Dentro de esta disputa sobre su existencia o no, otro de los debates ha sido cómo debería ser o entenderse una cultura global. Morley y Robins (1995) consideran que para que pudiera existir una hipotética cultural global, deberían darse los siguientes hechos: a) la disolución de fronteras entre las diferentes culturas para promover el encuentro y la interacción entre las culturas, lo que para los autores sólo puede derivar en procesos de hibridación, y b) una supuesta cultura global tendría que lidiar con el surgimiento de apegos nacionales, regionales, étnicos y territoriales frente a los cambios que provocaría la integración global. Por su parte, Smith (1997) considera que la configuración de la supuesta cultura global es artificial, poco profunda, vaga y carente de cualquier lazo emocional. Para el autor, la supuesta cultura global no tiene presente los ingredientes necesarios para la creación de una cultura compartida: historia, tiempo y memoria.

El investigador defiende que la configuración de una cultura se ampara en un conjunto de valores y sentimientos procedentes de experiencias compartidas (sentido de continuidad generacional, memorias de eventos particulares o un sentimiento compartido de destino) que en el caso de una cultura mundial harían referencias al colonialismo y las guerras mundiales, hechos históticos que no generan sentimientos de unidad global.

En torno a esta idea, Tomlinson (1999) en gran medida apoya las tesis de Smith (1997) sobre la necesidad de participación popular y la labor del tiempo y la memoria para crear un arraigo sobre el que construir un proyecto de cultura global. No obstante, al mismo tiempo, señala que cuando se habla de cultura global no tiene que ser similar a lo que se entiende por cultura nacional o, con otras palabras, no se deben buscar referencias en la cultura nacional para entender la cultura global. Para Tomlinson (1999), las culturas nacionales seguirán siendo pilares fundamentales en la socialización de los individuos, lo que no debe llevar a ignorar que la globalización genera nuevas experiencias culturales más complejas. En definitiva, de acuerdo con la tesis de Tomlinson (1999), la globalización no provoca una cultura global equivalente a la nacional, pero es innegable que se alteran el sistema de significados y prácticas que identifican a las diferentes culturas. En este sentido, Maalouf (1999) sostiene que los seres humanos nunca han estado tan conectados y han compartido tantas cosas como en la actualidad; un hecho que ha provocado el aumento de la defensa de la diferencia. En palabras del autor: “si afirmamos con tanta pasión nuestras diferencias es precisamente porque somos cada vez menos diferentes” (Maalouf, 1999, p. 125).

La experiencia cultural en esta supuesta cultura global ha sido interpretada como una crisis de sentido provocada por la pluralidad de significados culturales que provee la globalización. Sobre esta idea, Berger y Luckmann (1996) sostienen que, en la contemporaneidad, los individuos desarrollan sus vidas en comunidades caracterizadas por el pluralismo y aceptación de diferentes formas de vida y sistemas de valores. Para los autores, este hecho lleva a una nueva configuración del sentido y a una crisis histórica en todas las sociedades occidentales. Bauman (1999) utiliza el concepto de modernidad líquida para describir la crisis de sentido. El filósofo pone el foco en la crisis de valores que sufre un individuo que crece dentro de un grupo en el que no existen referentes comunes con lo que pueda nutrir sus acciones en las diversas situaciones de la vida.

Por su parte, Friedman (1994) considera que la crisis debilita particularmente a las identidades nacionales y supone la aparición de nuevas identidades, lo que supone el paso de la pertenencia social definida por un territorio gobernado por un Estado a una identidad basada en otras lealtades y otras formas culturales.

En un sentido similar, Castelló (2009) señala que la crisis de sentido está relacionada con que el antiguo sistema de referentes culturales ya no sirve para explicar el mundo. Por tanto, asistimos a una desestabilización social general que requiere una reconceptualización de los referentes identitarios. Respecto al debilitamiento de la identidad de nación como generadora de referentes culturales, Tomlinson (2003) considera que se trata de un proceso en obras que aún no ha escapado del arraigo de la cultura popular vinculada a un lugar geográfico. Por el contario, Barker (2003) advierte que las identidades nacionales están en declive y están siendo sustituidas por nuevas identidades que denomina híbridas y que son fruto del incremento de patrones y recursos disponibles para la construcción de la identidad cultural que proporciona la globalización. No obstante, la idea de las identidades culturales híbridas ya fue manifestada por los estudios culturales y los poscoloniales. Así lo muestra Williams (1983a) cuando narra una escena de la vida cotidiana de una pareja de ingleses que vive en EEUU1. En su narración da cuenta de la globalización de las propias experiencias cotidianas y de cómo cada vez es más difícil conservar la identidad cultural local en la medida en que nuestra vida se entreteje más y más con influencias y experiencias que se originan en regiones lejanas.

El conjunto de ideas y teorías que se han explicado ponen de relevancia el doble signo de armonización y disonancia que caracteriza la relación entre la globalización y la cultura en la era contemporánea. Ante el reto que supone crear un paradigma que permita explicar las nuevas

1 There was this Englishman who worked in the London office of a multinational corporation based in the United States. He drove home one evening in his Japanese car. His wife, who worked in a firm which imported German kitchen equipment, was already at home. Her small Italian car was often quicker through the traffic. After a meal which included New Zealand lamb, Californian carrots, Mexican honey, French cheese and Spanish wine, they settled down to watch a programme on their television set, which had been made in Finland. The programme was a retrospective celebration of the war to recapture the Falkland Islands. As they watched it they felt warmly patriotic, and very proud to be British (Williams, 1983a, p. 177).

formas de configuración cultural desde un punto de vista crítico, Robertson (1995) y García Canclini (1999) proponen situar la atención en el hecho de que lo global y lo local más que elementos enfrentados coexisten y se han combinado hasta ser hechos de la vida cotidiana. Para García Canclini (1999), el debate en torno a la cultura y la globalización debe ser capaz de rechazar el relativismo cultural y la defensa de la autosuficiencia de las culturas. El objetivo está en construir relatos que permitan contemplar las recomposiciones a las que da lugar la relación entre lo local y lo global, y dar cuenta de la intensidad y la frecuente convivencia de las culturas en el mundo actual. Conceptos como interculturalidad, cosmopolita o trasculturalidad, junto con otros, han tratado de dar cuenta del debate desde esa perspectiva.

La interculturalidad ha sido definida por Rodrigo Alsina (1999) como las relaciones y dinámicas que se establecen fruto de la coexistencia de las diversas culturas. Así, la distingue de la multiculturalidad, que define como la convivencia de diversas culturas dentro de un mismo espacio (real, mediático o virtual). Para el autor, la importancia de la interculturalidad viene dada, principalmente, por: la atención por parte de la academia de entender los fenómenos culturales de la actualidad, la realidad internacional y los cambios demográficos, especialmente, las migraciones. No obstante, Rodrigo Alsina (1999) advierte que la interculturalidad no es un hecho de la contemporaneidad, sino que está presente en el propio origen de las culturas. Por tanto, la primera premisa que hay que asumir para abordar la comunicación e interacción entre las culturas es que lo intercultural es constitutivo de lo cultural. Otro concepto utilizado para describir la situación de la globalización y la cultura es el de cosmopolita propuesto por Beck (2006). El sociólogo recuerda como la noción cosmopolita ha estado asociada al bienestar del mundo y a la elección voluntaria de una élite. Por el contrario, considera que los riesgos globales (v.g. crisis financiera, la destrucción medioambiental o la amenaza del terrorista), el comercio global, las migraciones globales y el avance de las tecnologías transforman la realidad y afectan a las experiencias diarias de todos los individuos por igual. Para Beck (2006) el conjunto de efectos secundarios de los procesos globales, que pueden ser o no deseados, se materializan en la condición cosmopolita.

La segunda idea que propone Beck (2006) es la de “cosmopolitismo banal”, en referencia al nacionalismo banal de Billig (1995). Con cosmopolitismo banal sugiere que el proceso de

“cosmopolitización” se está produciendo de manera sutil y casi inadvertida. Se trata de una revolución tranquila en el seno de la vida cotidiana a partir de la progresiva mezcla de las culturas nacionales, las múltiples lealtades, la alteración de los vínculos emocionales con el entorno o la transnacionalización de campos como el de la política o la economía. Según el autor, esto ocurre de una manera soterrada y gradual a partir tanto de opciones conscientes, como la migración, o

de decisiones inconscientes, como el consumo de productos extranjeros y el desarrollo del gusto por ellos.

A partir de esta propuesta, Beck (2006) defiende que son necesarias nuevas bases teóricas y metodológicas que se alejen de la tradicional perspectiva nacional. Para el autor, la metodología nacionalista no permite profundizar en los efectos internos y sociales de la globalización, puesto que sólo se centra en los Estados nación y en las sociedades como naciones. Frente a ellos, Beck (2006) propone que el reto está en divisar una nueva metodología que sea capaz de comprender e interpretar la yuxtaposición e interconexión de las culturas en las sociedades junto con la interdependencia con el Estado nación y la borrosidad de las fronteras. Por su parte, Chalaby (2015) considera que la visión cosmopolita de Beck (2006) tiene gran utilidad para estudiar la articulación entre lo global y lo local. No obstante, advierte que su aplicación al análisis de determinados fenómenos puede llevar a ignorar la influencia de la correlación de fuerzas que pone en juego el capitalismo. De hecho, pone como ejemplo el estudio de los flujos comerciales a nivel global, cuyas estructuras y patrones dependen enormemente del sistema económico bajo el que se producen, en nuestra era el capitalismo. Una idea que se explorada con mayor profundidad en el apartado sobre la televisión transnacional.

Otro concepto utilizado para definir la interacción de las culturas es el de “localización”, que Adriaens y Biltereyst (2012) utilizan para discutir cuatro procesos: 1) el primero hace referencia a la interacción entre los factores globales y locales que tienen lugar en diferentes áreas geográficas. En este proceso, se contemplan otros dos: la flexibilidad de los mercados globales para integrar factores locales y la habilidad de articular contenidos locales con ideas globales; 2) el segundo proceso es cuando se usa localización como sinónimo de domesticación de un contenido internacional; 3) en el tercero, la localización hace referencia al proceso de hibridación cultural, un concepto, que como se ha desarrollado, se deriva de la teoría poscolonial y presupone la síntesis de diversos elementos culturales en una nueva cultura híbrida, y 4) el cuarto y último proceso al que se puede vincular la localización, según Adriaens y Biltereyst (2012), es al poder de las industrias domésticas de mantenerse relevantes en medio de la creciente complejidad de las economías y los flujos globales.

Por otra parte, “transcultural” o “transnacional” también han sido términos ampliamente utilizados para describir los fenómenos culturales que suceden cuando los elementos culturales se mueven a través de las fronteras en un periodo de tiempo o como consecuencia de una interacción a través de las culturas. En ocasiones, transcultural y cross–cultural (a través de las culturas) se utilizan de manera indiferenciada. Brink (1999) señala que cross–cultural viene de la comparación y contraste entre grupos de diferentes culturas y busca conocer qué los diferencia,

mientras que transcultural, hace referencia a aquello que trasciende las fronteras. El concepto transcultural o transnacional ha estado presente a lo largo del debate de la globalización y la cultura en las publicaciones académicas. Por ejemplo, García Canclini (1989) vincula la cultura transnacional y la cultura popular en una de sus primeras obras, Hannerz (1998) habla explícitamente de conexiones transnacionales para explicar las nuevas formas de configuración cultural y Kraidy (2005) sitúa la hibridación en contexto transculturales. Asimismo, Esser (2002) y Esser, Bernal - Merino, y Smith (2016) proponen el concepto de transnacional para repensar la relación entre identidad, soberanía y ciudadanía de una manera amplia. Los autores utilizan el concepto de transnacionalización para explicar un contexto en el que las experiencias sociales son complejas y producto de múltiples dinámicas en las que intervienen innumerables factores y actores (v.g. etnicidad, instituciones, políticos, intereses económicos) de distintos niveles (v.g.

local, regional, nacional, global). En otras palabras, argumentan que un mundo globalizado como el actual, lejos de estar todo limitado a las fronteras nacionales, las fuerzas políticas, sociales y económicas operan a escalas y alcances supranacional, transregionales y translocales.

Para Esser et al., (2016), la perspectiva transnacional permite observar lo local y lo global como términos relacionados que se influyen y transforman el uno al otro constantemente, y no como conceptos en conflicto. En este sentido, Esser (2014) sostiene que la transnacionalización se enmarca dentro de las ideas de Robertson (1995), concretamente de su teoría de la glocalización.

A parti de esta idea, Esser (2014) sugiere que no se deben entender los elementos económicos y culturales como fuerzas enfrentadas en los procesos de globalización. Por el contrario, ambos están interrelacionados, las fuerzas económicas contribuyen a la localización y las culturas locales no pueden entenderse completamente por sí mismas, sino a partir de su relación con lo global.

Así, Esser (2014) afirma que lo transnacional es aquello que está entre las dinámicas de la diferenciación y la aproximación. Estas ideas están estrechamente vinculadas con la propuesta de García Canclini (1999), para quien lo local es producto de lo global, y el conjunto de autores que han observado que la globalización produce diferencia, no sólo homogeneidad.

Como se ha desarrollado, la relación entre las tradicionales formas de identificación cultural y los efectos que en ellas provocan los procesos de globalización es compleja. La tensión entre la construcción de la identidad nacional y los procesos de producción y consumo cultural a nivel transnacional es representativa de los debates en torno a la globalización cultural. No obstante, de manera conclusiva, puede decirse que es cierto que vivimos cada vez más influenciados por los flujos e intercambios transnacionales, sin embargo, el rol de la identidad nacional parece estar lejos de ser engullido por las fuerzas de la homogenización global o la más pura heterogeneidad cultural.

Mirrlees (2013) recuerda como en 2005, 180 países, liderados por Francia y Canadá, firmaron el acuerdo final amparado por la UNESCO, Convención para la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales (CPPDEC), en el que se defendía que los aspectos culturales deben tener el mismo valor que los económicos y los Estados nación deben poder mantener, adoptar e implementar políticas y medidas que consideren apropiadas para la protección y promoción de la diversidad cultural en sus territorios (Mirrlees, 2013). Al igual que sucedió con la polémica en torno a la excepción cultural décadas antes, EEUU se opuso, argumentando que la declaración realmente se trataba de una defensa de las industrias de estos países, no de sus culturas. También argumentó que la diversidad cultural surge de la interacción y mezcla, no a través del proteccionismo del Estado, y, finalmente, añadió un matiz ideológico al expresar que realmente se trataba de una declaración hecha por las élites del Estado para mantener su propio control sobre la sociedad.

Este hecho muestra que la cuestión de la defensa de la cultura y la responsabilidad de los Estados nación en esta tarea sigue siendo una cuestión relevante en la actualidad, y que, además, EEUU continúa ocupando una posición de determinante en el debate. Al mismo tiempo, Mirrlees (2013) sostiene que la CPPDCE significa que muchos países consideran las políticas neoliberales una amenaza para su cultura e industria nacional, lo que se traduce en una limitación para la expansión de las grandes corporaciones. En gran medida, las percepciones de diferencia nacional y cultural todavía desempeñan un papel fundamental en la circulación de los productos culturales y mediáticos, hecho que se agudiza cuando los propios productos culturales son vistos como representantes de una cultura determinada. Un ejemplo paradigmático de ello es la industria de la televisión.