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Relación entre los procesos literarios de resignificación

DISCURSOS DE LO SINIESTRO

1. Resignificación de figuras históricas: Un ejercicio para la memoria nacional

1.5 Relación entre los procesos literarios de resignificación

Para poder explicar la relación que existe entre unos procesos de resignificación y otros, comenzaremos observando las semejanzas posibles entre los textos. Como explicábamos al inicio de esta investigación, lo primero que se advierte en las obras de la G2000 es la presencia de un ser dolente. Advertimos en la lectura de las obras que esos

153 El texto entrega al público doscientas cincuenta cartas escritas entre 1948 y 1956. Al respecto, un número de la Revista Ercilla señala: “Zegers, mistraliano y en la década de los 80 conservador del Museo Gabriela Mistral de Vicuña, asegura que “estamos en condiciones de reconstruir una Gabriela Mistral definitiva, que supere la fragmentada que conocimos hasta ahora. Creo que este epistolario no sólo dignifica a la Mistral, sino que la humaniza y la hace ser un personaje de carne y hueso” (Ercilla, 2009)

154 En Septiembre de ese año, mes en que se celebran fiestas patrias, se pudo ver en el billete que se mantiene la figura de Gabriela Mistral, pero se cambia la ilustración que la mostraba seria y masculina.

Puesta ahora de frente y no de costado, va acompañada de símbolos patrios como el copihue y un símbolo mapuche.

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seres dolentes no son siempre los protagonistas, pues dependiendo del punto de vista desde el cual se instale el autor para mirar un fenómeno o una situación determinada, sus protagonistas serán víctimas o victimarios, relación sobre la que se justifica el dolor. En el caso de las obras recién analizadas, cuatro de cinco autores presentan como víctima de un sino trágico a sus protagonistas, es decir, les permiten a los emblemas de nuestra nación expresar el dolor causado por el peso del nombre o de un rol que los instala en la sociedad como ejemplos de moral, talento y compromiso social, formando unas expectativas que no se cumplen en la intimidad. A Prat le duele ser héroe sin la ayuda de su madre, a Balmaceda y Allende les pesa ser mártires, al Neruda de Moreno le duele el nombre que deseó tener porque mató al niño que era, a Mistral le duele el nombre de palabrera que condicionó la muerte de su niño. Sólo el Neruda de Radrigán se instala como victimario a secas en Un ser perfectamente ridículo, donde las víctimas son los demás personajes, entonces su dolor no causa complicidad, sino más bien repudio.

En esta relación, en esta disposición de los personajes en escena el lugar del monstruo también es un lugar variable, depende desde dónde se mire. En un sentido muy básico, cada personaje que no cumple con los criterios de “normalidad” esperados, puede ocupar el lugar del monstruo: Prat por ser un héroe “niñita” que no da la talla en valor, Balmaceda o Allende porque son mártires suicidas, o sea, que visto fríamente no se merecen el título, porque hay que ser asesinado para ganarse el estatus de mártir: el Neruda de Moreno por obeso, por autocompasivo, el Neruda de Radrigán por arrogante, por ególatra, por idolatrarse a sí mismo, por engendrar una hija hidrocefálica y luego abandonarla, Mistral por ser una madre “no madre”, por su “contracuerpo”, por contenida, por maquinadora.

El cronotopo que habitan los personajes siempre es un lugar detenido en el tiempo del recuerdo, donde se espera el juicio final, el juicio de los vivos; una suerte de infierno o purgatorio donde se suceden los pasajes a repetición, el recuerdo del error, de la culpa.

Hay que hacerse cargo de ese error que manda la memoria colectiva, codificado como elemento grotesco, porque como dice Infante, aquí “el rol se come y se caga”, toma forma de fluido, de excreción que va y vuelve, de abyección, de imagen horrorosa.

El elemento siniestro es la repetición macabra de los episodios en cada obra y su compás de espera, la separación esquizoide de las personalidades de nuestros emblemas atrapados entre el ser y el deber ser, entre el ser público perfecto y el ser íntimo imperfecto, que debe permanecer cuidando su disfraz para no estropearlo, para ser aceptado, querido y valorado. Por tanto, el original es ese “lado humano” del que habla la

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prensa y la crítica, mientras el doble es la construcción simbólica que las instituciones han hecho de los emblemas, o los emblemas han hecho de sí mismos, en función de lo que cada uno cree que la sociedad espera de ellos o destaca como valorable.

Ahora, la gran diferencia entre las propuestas escriturales de estos autores, a juicio nuestro, radica en la mirada de género, en cómo se representa a la figura histórica como construcción social. Si repasamos nuevamente cada obra, podemos notar que aquello del

“lado humano” en los varones está directamente relacionado con la debilidad, la pérdida de la virilidad o las características asociadas a la “hombría”: por ejemplo, el miedo y la posible homosexualidad de Prat adolescente, el conformismo cobarde de Balmaceda/Allende, la incapacidad del joven Neruda para satisfacer sexualmente a la joven birmana, proteger al niño que es él mismo o asumir un rol de padre frente a la hija hidrocefálica; son rasgos que les restan crédito a su rol de “macho” ejemplar o dominante.

Sin embargo, en la figura femenina de Mistral “el lado humano” se relaciona con la capacidad de controlarlo todo, el cuerpo sexuado, el hijo, la escritura, el impulso amoroso, acaso lésbico. La representación de Burgos destaca sólo un miedo en particular, que a mi juicio engrandece la figura de Mistral y le devuelve el “poder”, el cuerpo robado: el miedo a que se descubra su construcción exquisita de vieja célibe e infértil; le devuelve la genialidad, la decisión y el derecho a defender esa construcción como intocable.

A modo de conclusión podemos decir que al relacionar los textos dramáticos presentados en el contexto de la reflexión nacional sobre el bicentenario, las cinco obras proponen recordar las desdichas -merecidas o inmerecidas- de los protagonistas, al mismo tiempo que plantean otra versión, más híbrida, de la “verdad”. Una versión que desarma la construcción del emblema, lo transforma o lo echa por tierra.

En este sentido, la resignificación de roles es una estrategia que permite al teatro chileno actual articular un discurso desafiante frente a la propuesta historiográfica, siniestro porque trabaja con la reelaboración del trauma histórico-político, porque remueve recuerdos que responden a un patrón de repetidos errores, negligencias y egos resguardados. Así, consciente o inconscientemente los autores instalan en la ciudadanía la percepción del engaño, de que existen asuntos ocultos, informaciones que la educación formal ha censurado, tergiversado o prohibido durante años.

Las cuatro obras que aluden a figuras masculinas operan en el sentido de despojar al estereotipo de su ROL y alejarlo de su estatus de privilegio, de su zona de “confort”, en

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tanto sus representaciones no poseen las virtudes que en vida se les reconocen como heroicas y viriles. Pero, la obra de Burgos opera de manera inversa, pues su representación de Mistral adquiere los rasgos reconocidos como “femeninos” que en vida le fueron negados. Es decir, mientras las representaciones masculinas se aligeran de semas y se vuelven más etéreas, la representación femenina se sobrecarga, tornándose más pesada, más compleja de lo que ya era.