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LA DRAMATURGIA CHILENA ANTERIOR A 1995

2. Período de transición dramatúrgica

2.1 Egon Wolff (1926):

Pese a que este autor fue muy criticado en un comienzo por su dedicación no exclusiva al mundo del espectáculo, hoy es reconocido como uno de los dramaturgos más importantes que dio a luz el teatro universitario y la corriente llamada neorrealista. Es el mayor de todos los dramaturgos nombrados, sus obras han alcanzado prestigio internacional, su influencia sobre la dramaturgia posterior es evidente y su permanencia

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en el circuito de dramaturgos hasta el año 2003, tras el montaje de La recomendación, nos corrobora su trascendencia.

Aunque después de ese año ha escrito seis obras, no las ha publicado ni compartido con el público de las tablas, pues señala a la prensa que prefiere mantenerse en silencio.

Wolff siente que ya no se profundiza en la intimidad de los personajes, que está lejos de la dramaturgia y del teatro de moda: “Tengo una personalidad artística especial, que no coincide para nada con lo que se está haciendo actualmente. No lo repruebo, porque el tiempo sigue su curso, pero yo no encajo” (El Mercurio, 05/02/2009).

Desde sus inicios como dramaturgo en el año 1957, su prolífera obra se ha montado en diversos países e idiomas. Entre los textos de mayor impacto podemos citar Parejas de trapo (1959), Los invasores (1963), Flores de papel (1970) La balsa de la medusa (1984), Háblame de Laura (1985), Cicatrices (1994) y Tras una puerta cerrada (2000).

La crítica especializada observa que en sus obras prima una tendencia a criticar los modos de vivir de la clase media acomodada y sus constantes abusos; al mismo tiempo que tiende a la construcción de personajes inocentes y/o culposos, que mediante el juego se escapan de los designios del destino:

El juego, con sus variadas manifestaciones, especialmente en su dimensión ritual, ocupa un lugar importante en la obra de Egon Wolff. […] no sólo aparece como un elemento de las situaciones y de la actuación de los personajes; también fundamenta su construcción dramática, dándole a la acción un carácter ritual. El sentido simbólico del rito da a estas obras profundidad y universalidad, al representar la realidad humana como un juego constante entre el enmascaramiento y la revelación;

la alienación y la aventura; la reiteración y la creatividad; la culpa y la redención. De esta manera, el tema del juego, tal como lo elabora Wolff en estas obras, da a la representación de la realidad burguesa de nuestro tiempo una significación que trasciende la crítica a una clase social determinada, para referirse a la condición humana intemporal, escindida trágicamente entre la naturaleza y la cultura, el mundo como misterio y el mundo como problema, la autenticidad y la inautenticidad (Thomas, 2005:26)31.

Nos detenemos en esta cita, pues creemos que los elementos señalados por Thomas refieren exactamente la herencia de Wolff sobre los dramaturgos de la G2000. En ellos

31 En su estudio Thomas se refiere a tres obras en específico: Flores de papel, Los invasores y Cicatrices.

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existe un marcado gusto por los elementos lúdicos y rituales. A través del juego lo grave se vuelve simple, lo que se muestra como “divertido” no es necesariamente sinónimo de felicidad, sino más bien de tristeza y soledad disfrazadas. El rito en estas obras otorga un toque tan solemne como divino a lo atroz, a la muerte, al sacrificio.

La trascendencia de la escritura de este autor se hace aún más notable en su producción posterior a Los invasores ya que a partir de allí se puede percibir una tendencia clara, según Dauster, hacia la representación de “ritos del terror”, no sólo para metaforizar los conflictos de clases antagónicas, de opresores y oprimidos como ha sido leído hasta hoy, sino también para ahondar en la naturaleza humana acercándose a unos personajes que deambulan en “lo oscuro”, que se encuentran abrumados frente al estado de las cosas, que destruyen ese estado y son “irreductibles a esquemas rigurosos”, pues dan cuenta del rechazo a un realismo tradicional y representan una forma alternativa de ver el mundo:

La diferencia principal entre las obras escritas antes de Los invasores y las escritas después es que en éstas los personajes están más conscientes de estar sometidos a otro tipo de realidad que roe su cuidadosamente construido lugar y les amenaza con algo que no comprenden. Aunque esta otra realidad esté relacionada de algún modo con una estructura social nueva y diferente, su impacto tal y como se ve en las obras aquí tratadas es personal e individual. Los conflictos en el meollo del teatro de Egon Wolff no son sociales ni intelectuales, sino humanos (Dauster, 1992:146).

Wolff, a nuestro modo ver, es el principal antecedente de un discurso siniestro en la dramaturgia chilena, ya que en sus obras se vuelve la mirada hacia el individuo y su conflicto: estar atrapado en la oscuridad, en el secreto, en la tensión y la angustia que antecede a la destrucción y sigue latiendo después de ella en una eterna repetición.

2.2 Jorge Díaz (1930-2007):

Este autor tan querido en el medio teatral, ha sido ubicado por la crítica en la generación del 50. Al igual que Wolff, se hace conocido a luz del Teatro Universitario, sin embargo, su prestigio proviene de su mirada poco convencional sobre el teatro.

Según Eduardo Thomas, este dramaturgo que escribió cerca de cien piezas, incluyendo teatro infantil y de crítica social; “es el primer dramaturgo chileno que asume

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seria y sistemáticamente la estética teatral vanguardista” (Thomas, 1999:8). Entre sus obras más destacadas por su acercamiento al teatro del absurdo junto a Teatro Ictus -compañía de la que forma parte a partir de 1959-, encontramos El velero en la botella (1962), Un hombre llamado Isla (1961), y El cepillo de dientes (1962), todas ellas obras en un acto. Después de 1965, fecha en que viaja para fijar su residencia en Madrid, vendrán obras como Topografía de un desnudo (1966), Desde la sangre y el silencio (1981) y Piel contra piel (1982). Ya de vuelta en Chile conoceremos otras como La cicatriz (1997), El desvarío (1999) o Fugitivos de la ausencia (2003).

Jorge Díaz es uno de los dramaturgos reconocidos por instalar en su discurso la preocupación por el conflicto del hombre contemporáneo, con toda la carga de desesperanza y soledad que ello implica. Sus personajes develan cierta angustia existencial al vivir en medio de una sociedad que todo lo descarta. Para Celedón, su estética ofrece al teatro chileno una brillante atmósfera poética, un humor peculiar, una incógnita que el espectador tiende a solucionar. Sobre todo:

un sentido agónico, en la acepción de „lucha‟ que Unamuno daba a esta palabra; por la cual el hombre trata de reconciliarse con su condición, e incluso con los caminos torturados, estériles y torcidos de su vida; trata de insertarse también en la sociedad […], de alcanzar un estado de armonía en la relatividad de todo lo creado […], de acercarse al alto concepto de la divinidad-imagen lejana de su ser (Celedón, 1964:2).

Nos interesa rescatar, de Jorge Díaz, aquellos rasgos que han permanecido hasta hoy en la dramaturgia, aunque no de manera idéntica. Por un lado, la escritura de obras en un acto, y por otro, dos rasgos de su poética: esa angustia existencial sumada a la idea de lo descartable. La manera en que los nuevos dramaturgos se relacionan con esos elementos ha ido sufriendo cambios, pues esa angustia que antes los personajes cargaban rendidos, hoy se lleva con desenfado; y la idea irónica de lo “descartable” hoy se asocia con mayor sarcasmo a lo “desechable”. No obstante, ambos rasgos permanecen.