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El advenimiento del neo funcionalismo. La arqueología procesual

Dans le document Sogamoso, Santander, Colombia (Page 105-121)

1. La arqueología como ciencia: el marco historiográfico

1.5. La ciencia arqueológica en el período 1950-1990

1.5.2. El advenimiento del neo funcionalismo. La arqueología procesual

La idea antropológica de cultura normativa referida a rasgos-patrones de conducta que comparten todos los miembros de una sociedad en concreto (Binford 1962,1965 en Trigger 1982) se introdujo para el análisis arqueológico. Los presupuestos procesuales fortalecieron el análisis arqueológico, al considerar las categorías líticas-cronológicas, acompañada de estudios de caracterización mineralógica de materias primas para definir un territorio de explotación y de intercambio de ciertos recursos asociados a las comunidades del pasado, volviendo insuficiente

los parámetros metodológicos y de análisis existentes, para abordar una cuestión crucial, esto es, la comprensión de las formas de vida de estas comunidades, basada en la respuesta tecnológica y la gestión de los recursos tanto minerales, como de animales y vegetales, que propició el fortalecimiento de la arqueología ecológica y arqueología del paisaje.

Los nuevos retos que la arqueología tomó a partir de la influencia de Binford y los grandes aportes en el análisis tecnológico a partir de los conceptos de cadena operativa” y sistema tecnológico (Leroi-Gourhan 1964) y de vida del útil de Schiffer (1972), propiciaron un salto cualitativo y cuantitativo en arqueología, lo que se consolidó con la llegada de nuevos enfoques y métodos analíticos de carácter geológico inspirados en la nueva arqueología.

Este nuevo rumbo, propició en una década más tarde, la aparición de nuevos enfoques y métodos analíticos: georqueología (Davidson y Shackey 1976; Hassan 1979); geología arqueológica (Rapp y Gifford 1985; Misckovsky 1987); arqueo petrografía (Wilson 1986); o petro arqueología (Masson 1981). Así se rechazó la interpretación conjetural apoyado en los tipos y el carácter tecno-formal de los objetos materiales y, a cambio se partía de los datos objetivos de orden cuantitativo y analítico proveniente de las Ciencias Exactas (inspiradas en el positivismo lógico) que pudieran ser aplicados en arqueología (Clarke 1972, 1984).

Esta influencia produjo también una polémica, sobre la apreciación mecánica de la observación tecno-formal de los instrumentos líticos, ya que sistemas técnicos pueden conducir a la aparición de formas similares o convergencias morfológicas, pero a la vez, pueden estar asociadas a distintas formas de explotación de los recursos líticos y sólo a través de los estadios

de elaboración podrá dilucidarse “si artefactos similares son el resultado de procesos homólogos”

(Mora 1998:43). Esta polémica se acrecentó al tratar las variaciones tecno-formales (arqueología tradicional) de una manera independiente de la estructura morfo-técnica y funcional (arqueología de corte materialista), lo que influyó en la interpretación y del significado de las herramientas como expresión de las actividades de explotación en el marco de la producción, distribución y consumo, lo que cubre un amplio espectro de las respuestas económicas.

La influencia del enfoque procesual de Binford, generó paradojas en el desarrollo de la arqueología. Por un lado, propició una renovación teórica y metodológica y por el otro, fue muy criticado por sus ideas de cambio social, cuyas causas se adjudican a factores externos ambientales (ecológicos). También llevó a una sólida colaboración disciplinar de las ciencias básicas y naturales, la arqueología convencional de corte positivista, está abocada a una reflexión profunda sobre el alcance de sus explicaciones de las sociedades del pasado y el contexto de análisis histórico, ya que se cuestiona la explicación de la vida social humana en torno a uniformismo tecnológico que sustenta la relación armónica de la sociedad con su entorno natural.

Esto permitió incorporar la arqueología una serie de métodos y técnicas de campo para valorar los suelos y la composición mineralógica de las rocas, fortaleciendo el trabajo de campo arqueológico y explicar la tecnología lítica en el contexto de la producción, lo que exigía nuevas herramientas cuantitativas para el análisis de los objetos arqueológicos líticos y su contexto geológico asociado al abastecimiento de materias primas en épocas prehistóricas (Bunch y Fell 1949; Bigot 1950; Valens 1955, 1957, 1960).

La influencia de la arqueología procesual abrió un debate en Europa y en los Estados Unidos, en torno a dos aspectos centrales: el primero, considerando el concepto de cultura arqueológica o fase cultural, definida a partir de la variabilidad tecnológica que determina unos estilos en un sentido de identidad que lleva al significado étnico, en tanto entidades culturales discretas e inconfundibles. Aquí, se le dio un significado a la variación de los conjuntos líticos, al valorar un artefacto como un instrumento específico asociado a una actividad, lo que avalaba la dualidad producción-consumo. El segundo, esta discusión se planteaba en términos de la variabilidad étnica (Bordes 1973; Bordes y Sonneville-Bordes 1970) o como variaciones adaptativas que expresaban un complejo panorama de actividades de subsistencia (Binford 1972,1973, 1978, 1979).

Esta polémica produjo como efecto inmediato, la adopción de una metodología de base geológica y fisicoquímica, para caracterizar las materias primas líticas y sus fuentes de procedencia, para estudiar los paquetes tecnológicos y englobar el conocimiento y la transmisión social del “saber técnico y tecnológico”, cuya expresión y resultado empírico fue pensado para ser aplicado en el estudio de la tecnología lítica prehistórica, asimilándola a una etnología del pasado prehistórico. En este marco, los artefactos, pasaron a ser unos simples objetos finales, cuyos atributos le otorgan un sentido cultural, lo que lleva a ser clasificados mediante tipologías tecno-formales, a considerarlos como el resultado de procesos tanto del orden social como técnico.

Esto implicó, considerar los procesos técnicos y tecnológicos en diferentes direcciones analíticas, con lo cual el análisis de la tecnología lítica y sus nexos con formas de producción, no

se deducen de una manera directa y formal, sino que hacen parte de procesos, cuya evidencia arqueológica más importante es el artefacto lítico. Esto permitió definir rasgos tecno-morfológicos y a partir de estos rasgos, adjudicar el uso a las herramientas, pues su proceso fabril arranca desde su estado natural (aprovisionamiento de materias primas) hasta su transformación para ser utilizado como herramienta, en tanto constituyen una expresión directa de las formas de explotación de los recursos adscritos a los diferentes modos de vida, argumento fundamental en el análisis arqueológico tradicional para develar el comportamiento social de las comunidades prehistóricas.

Esta postura procesual-funcionalista de la nueva arqueología, pese a oponerse al concepto de artefacto-tipo y la perspectiva analítica de la tipología con un sentido crono-cultural, terminó reduciendo las comunidades del pasado a un “sistema o ente estático” cultural y orgánico a lo largo del tiempo y sin cambios en su funcionamiento32, más allá de su propia naturaleza interior como grupo humano. Esto fue paradójico por la ponderación que hizo de la tecnología lítica para caracterizar el ámbito social de la producción, así como el rescate del contexto espacial de los asentamientos prehistóricos y de la distribución espacial de instrumentos en áreas de actividad, con lo cual se anunciaba un rompimiento con los planteamientos conceptuales y metodológicos anteriores, pues la esfera tecno-económica de las comunidades del pasado, ya no se deducía de los atributos tecno-formales (arqueología tradicional) presentes en los artefactos líticos, sino que las respuestas y estrategias de subsistencia, como expresión de las “formas de adaptación”, inscritas exitosamente a una oferta ambiental, ponderando una relación directa entre

32 El concepto de contradicción desde el materialismo dialéctico está relacionado con la idea de lucha de clase en contexto donde es común el excedente y la explotación del trabajo humano. Utilizamos este concepto en nuestra reflexión para llamar la atención sobre la dinámica de las sociedades prehistóricas, ya que dichas sociedades no deben ser miradas como un mundo armónico, romántico y de gente ingenua, feliz alejada de los factores de conflicto social.

formas de adaptación, variabilidad y tecnología lítica y cerámica, encajando la idea de interpretar el registro arqueológico como resultado de un comportamiento e intencionalidad humana de orden socio-productivo que necesariamente conlleva al cambio.

1.5.2.1. Cadena operativa y adaptación

El enfoque neo-evolucionista planteó una relación directa entre sistema técnico y adaptación, cuyo punto conector es la tecnología lítica. Bajo esta idea se parte de una uniformidad en el sistema técnico que se materializa en una tecnología lítica específica, inscrita en tipos que corresponde a tradiciones culturales cuyas respuestas de adaptación tienen una relación directa con el medio natural específico (Perlès 1987), convirtiendo la secuencia de gestos técnicos y por supuesto la cadena operativa en la manifestación material de un fenómeno técnico adscrito al ámbito socio-productivo; idea esbozada por ejemplo para explicar el paradigma paleo indio en América, que es más un mito que una realidad.

La arqueología ecológica partió de la idea de explotación directa de los recursos por parte de una comunidad prehistórica, en donde el sistema técnico-expresado en las cadenas operativas-es la expresión material de un sinnúmero de interacciones que compromete a comunidad y su entorno ambiental. Idea que incluso es retomada para considerar que el sistema técnico como fenómeno social, permite reconstruir las relaciones sociales (Carbonell, et al 1992), para encarar desde las cadenas operativas técnicas el estudio de la tecnología lítica prehistórica buscando reconstruir formas de producción y reproducción social en el marco de los modos de vida en el pasado. “Los distintos autores que trabajan bajo esta perspectiva definen el sistema técnico como

un sistema abierto, en constante interacción con los ámbitos económicos, sociales y simbólicos, que responde a las necesidades surgidas a propósito de la explotación humana del medio ambiente y del mantenimiento de un entramado de relaciones sociales” (Terradas 2001:39).

Hacia 1960, los cambios teóricos-metodológicos que experimentaron las Ciencias Sociales, llevaron a posicionar una idea central, esto es, “la unidad psíquica común a los seres humanos” a través de la cual se rescató el pensamiento, la racionalidad y la lógica humana como principios rectores de la vida social humana. Esta unidad, permitió comparar los patrones de conducta social ante retos de supervivencia en función de la matriz de recursos y ante situaciones catastróficas, formas de organización socio-económica, política, prácticas culturales ante hechos naturales como la muerte etc. Esta nueva ola teórica y metodológica se representó de manera importante en los trabajos antropológicos y etnológicos realizados en sociedades no Occidentales, en donde se valoraron diversos bienes materiales de pueblos vivos y extintos, cuyos datos fueron extrapolados a la interpretación de los restos materiales dejados por sociedades del pasado.

Paralelamente, aparecieron otras miradas teóricas, nuevos enfoques, métodos y se consolidó la colaboración disciplinar de las ciencias básicas y naturales, que fortalecieron el análisis de la arqueología positivista tradicional, lo que en conjunto, permitió valorar el corpus empírico en el contexto geográfico-espacial. Este cuestionamiento abrió el camino para discutir el estatus científico de la arqueología, considerar propuestas teóricas con nuevos objetivos y plantear nuevas preguntas lo que implicaba nuevas respuestas y el uso de otros métodos y técnicas de análisis para abordar el estudio de las comunidades del pasado, lo que se conoce como la New

Archaeology33 (nueva arqueología)34, desarrollado por Binford en EUA (Binford 1968) y extendida al campo anglosajón, como contrarréplica a los postulados empiristas, evolucionistas, positivistas y difusionistas y cuyos objetivos arqueológicos eran equiparables a la antropología cultural, lo que llevó a Binford, a considerar a la arqueología, como una antropología del pasado, que fue enriqueciendo la teoría y la praxis arqueológica e incorporó el análisis estadístico de corte cuantitativo, para soportar su carácter científico.

Desde luego, la arqueología procesual, inspiró a connotados arqueólogos en el mundo por la renovación teórica, metodológica y una gran variedad de técnicas analíticas para valora la relación de las comunidades con su entorno ambiental, considerando la cultura como un gran sistema adaptativo, lo que propició un gran cambio en las interpretaciones arqueológicas. David Clarke (1968) desarrolló la teoría y la metodología propuesta por Binford, a partir del uso de la teoría de sistemas, definió para la investigación arqueológica, entidades siguiendo una importancia jerárquica: artefactos, atributos (mensaje del fabricante con un contenido social y no voluntarista e implica fabricación y uso), tipo-artefactos (presencia en tiempo y espacio), el conjunto (sistema alfarero o lítico) que incluye el contexto, la cultura (conductas) y el grupo étnico-cultural (Clarke 1964).

El andamiaje ontológico y epistemológico de la Nueva Arqueología, se desarrolló a través del método procesual-funcionalista, centrado en el enfoque hipotético-deductivo y cuyo cuerpo teórico-científico se apoyó en los métodos y técnicas de las Ciencias Naturales (cuantitativos y estadística) y la validación y contrastación de las hipótesis sobre problemas asumidos en la

33 La nueva arqueología, reclamó un estatus científico positivista para la arqueología, apoyado en el positivismo lógico de Carl Hempel (Círculo de Viena y Filosofía Analítica Anglosajona)..

34 1958. WILLEY y PHILLIPS, Method and Ttheory in American Archaeology

investigación, lo que garantizaba una aproximación científica de la cultura y su carácter general opuesta al particularismo cultural. Con ello, se buscaba determinar las leyes del comportamiento humano desde la probabilidad científica determinada estadísticamente, logrando así, plantear principios generales para todas las sociedades y como reacción a la idea normativa de la cultura, apareció la nueva arqueología cuyo análisis procesual, propició una valoración distinta de los artefactos líticos, abriendo un nuevo camino para estudiar el comportamiento social y sus nexos históricos.

Este método (procesual-funcionalista) llevó el pensamiento arqueológico a formular nuevos postulados científicos como reacción a la arqueología tradicional de carácter histórico cultural, al relativismo cultural y, en contra, de los planteamientos inductivos y al poco interés cuantitativo utilizado por la ciencia arqueológica. Así, la influencia de la nueva arqueología, llevó a rechazar el punto de vista según el cual, el conocimiento se constituye a través de la recopilación, observación y correlación de datos irrefutables como son los restos materiales, lo que inspiró las tipologías líticas y cerámicas, y, por extensión tipologías culturales (grupos humanos); con lo cual, surgieron nuevos conceptos, enfoques, preguntas y objetivos arqueológicos provenientes de los cambios en la arqueología convencional-tradicional.

La nueva arqueología pretendió inscribir la arqueología en la escena científica al exigirle objetividad y especialidad disciplinar según los cánones de la ciencia pura positiva, buscando con ello, eliminar la contaminación ideológica al estudiar y definir los procesos socio-culturales que estaban ajustados a las “leyes evolutivas” y procurando una imparcialidad tras el discurso de la objetividad científica, que a la postre era otra forma de subjetividad ya no desde lo

empírico-inductivo, sino desde el ámbito biológico de la cultura y su negación social adscrita al ámbito apolítico de la ciencia arqueológica de la evolución (LeBlanc, Redman y Watson 1971). La nueva arqueología, a través de principios neo-evolucionistas y funcionalistas de la cultura formuló un nuevo método (análisis procesual) buscando posicionar a la arqueología en el estatus científico de la ciencia positiva.

El uso del método procesual-funcionalista que hizo Binford, del carácter normativo de la cultura desató una gran polémica en el mundo arqueológico, ya que los rasgos-patrones de conducta se inscribieron en la idea de desarrollo cultural medido por los avances tecnológicos en tanto respuestas exitosas y duraderas a las necesidades materiales de subsistencia, lo que garantiza la adaptación a las sociedades portadoras de la versatilidad tecnológica o con sistemas tecnológicos mejor dotados que otros, lo que se representa lo largo de la historia humana.

Esta polémica entonces, arrastró el concepto de variabilidad lítica como consecuencia de las actividades de subsistencia, fortalecida con taxonomía morfo-funcional, a partir de categorías que engloban la “lista tipo” representando atributos morfológicos y técnicos provenientes de instrumentos retocados, vistos éstos, como indicadores de actividades de subsistencia más elevadas por la capacidad de acción de los grupos que las adoptaron y, cuya frecuencia dentro de un conjunto arqueológico determina su posibilidad de conocer las actividades socio-productivas.

A esta polémica se sumó la difusión y aplicación del método de “análisis funcional” desarrollado por Semenov, en los años 50 y, conocido en la Arqueología Norteamericana hacia los años 70, cuyo aporte al análisis de las huellas de uso de los instrumentos líticos fue retomada por diferentes enfoques teóricos, para desarrollar trabajos que se relacionaban con el

aprovisionamiento de materias primas líticas de naturaleza mineral, asociadas al período paleolítico o períodos subsiguientes, bajo el influjo de la óptica teórica del positivismo (Cahen et al., 1979; Cahen y Keeley 1980; Tixer 1980; Tixer et al., 1980; Van Noten 1978; Ramos Millan 1982, 1984, 1986,1987; Carrion y Gómez 1983; Barrera et al 1978). Otro influjo operó hacia los enfoques de orden marxista (Estévez et al. 1981; Vila 1981, 1985ª, 1985b, 1987; Bernabeu et al 1998; Jordá 1994; Bosch et al 1998; Mora et al 1992; Delibes 1998; Terradas 1998, 2001).

1.5.2.2. La adaptación como sistema cultural.

Binford, se apoyó en la idea de la cultura como un todo extra somático y tomó la idea de las necesidades derivadas (neo-funcionalismo) y posicionó el concepto de adaptación, al considerar que las diferentes estrategias de subsistencia y conductas socio-productivas responden a la oferte de la matriz de recursos y al grado de acción tecnológica desarrollado por las comunidades del pasado sobre su entorno, lo cual en conjunto determinan los procesos exitosos de adaptación que conforma el contexto de la cultura en las sociedades humanas. En este contexto, la cultura es un sistema adaptativo, al cual pertenecen los subsistemas interrelacionados; la organización socio-económica, la ideología y la tecnología y, por lo tanto, cualquier cambio del sistema cultural, simplemente representa una adaptación cuya causalidad está en una fuente externa o sus competidores directos cercanos (Binford 1962) y los cambios materiales son sinónimo de cambios culturales optados por los grupos humanos.

Así, las estrategias de adaptación se asumen como sistemas culturales, que explica la relación grupo humano y su entorno ambienta en función de tres ámbitos principales: a) la oferta

de recursos, b) las necesidades y estrategias de subsistencia material y social y c) del grado de acción tecnológica de las comunidades prehistóricas sobre su entorno, lo cual en conjunto, determina los procesos de adaptación exitosos o no exitosos. Así, las conductas socio-productivas responden a las diferentes estrategias de subsistencia en función de los ambientes naturales y de los diversos paquetes tecnológicos. En este marco teórico, la tecnología y sus contextos arqueológicos, son sólo una fuente para observar la adaptación de estas sociedades que les permite integrarlos al medio, como expresión de sociedades expropiadoras o como comunidades no productoras que responden a éxitos totales de adaptación.

La variabilidad tecnológica (lítica y cerámica) refleja distintas respuestas de subsistencia, en el marco de los diversos sistemas y estrategias de adaptación cultural (Binford 1978ª), con lo cual, las transformaciones tecnológicas aparecen como sinónimo de cambios en las estrategias de adaptación. En el análisis procesual, la variabilidad lítica y cerámica son consideradas a partir de la relación cultura arqueológica y adaptación, las cuales aparecen como un reflejo fotográfico de la tecnología y de las entidades culturales definidas por los tipos líticos o cerámicos. Esta variabilidad involucra a las estrategias de captación de recursos naturales como materias primas para ser transformados en bienes de consumo, la organización de la tácticas de subsistencia (funcionalidad del instrumental lítico), patrones de asentamiento o de organización espacial, por lo tanto, estas estrategias son un fenómeno histórico social; con lo cual la adaptación es la consecuencia de procesos complejos de larga duración y acumulativos que se deben ver en el flujo dinámico de la historia social de estas comunidades del pasado.

Bajo estas consideraciones, las sociedades humanas del pasado fueron sistemas sociales (no

Bajo estas consideraciones, las sociedades humanas del pasado fueron sistemas sociales (no

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