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Los antecedentes colombianos del siglo XIX Del otro lado del Atlántico, en Colombia (por entonces Nuevo Reino de Granada y

5.1 Antecedentes museísticos en España y Colombia

5.1.2 Los antecedentes colombianos del siglo XIX Del otro lado del Atlántico, en Colombia (por entonces Nuevo Reino de Granada y

luego República de la Gran Colombia), también es en las últimas décadas del siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX cuando es posible vislumbrar intentos coleccionistas, aunque buena parte de los ejemplares recolectados en Latinoamérica eran enviados a Europa334. En comparación con ese continente, el

330 Barreiro (1992: 299)

331 Montero y Diéguez (1998: 140-141); Sánchez et al. (consultado on-line: 5).

332 Según García Camarero (1978: 198), «El Museo de Ciencias Naturales, que Ignacio Bolívar elevó a la categoría de centro de investigación de primera magnitud, en el que colaboraron Ángel Cabrera, Enrique Rioja, Nonidez, Zulueta, Galán, Royo Gómez, Cuatrecasas, Font Quer, Miranda».

333 A propósito de la vinculación de Royo y Gómez con la ILE, Ontañón (2004: 164) concluye que, «perteneció al último grupo de geólogos vinculados a [ésta] aunque no formara parte del profesorado que impartía regularmente las clases de Ciencias Naturales».

334 Un tema apasionante por estudiar el de la fauna, flora y minerales hispanoamericanos que reposan en colecciones, fondos y archivos de Europa.

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coleccionismo neogranadino no es atribuible en la misma medida a las excedencias de capitales, pero no se puede sustraer de los ideales ilustrados que mostraban sus realizadores, quienes de todos modos pertenecían en general a la oligarquía o a la corona. Los precedentes de la museología científica y geológica colombiana datan de 1809 con el anuncio de la creación de una colección mineralógica con objetivo de realizar el primer inventario de las minas del Nuevo Reino335. Seguramente, como en España, la guerra de independencia con sus vicisitudes económicas y políticas ayudó a truncar esta iniciativa casi antes de nacer. Los raudos acontecimientos que se suscitaron con la independencia también afectaron a las colecciones de minerales y rocas que habían sido atesoradas, por ejemplo por la Expedición Botánica, que fueron remitidas a España336.

Posteriormente, ya establecida la nueva República, sus dirigentes dirigieron la mirada escrutadora hacia lo vernáculo, producto —entre otras cosas— de las necesidades de ejercer el poder sobre aquel territorio aún desconocido y, conminados por la deplorable situación económica del Estado a adelantar investigaciones mineras en aquellos territorios que suponían de una riqueza geosférica inconmensurable. Como se comentó en el Capítulo 1, el Gobierno intentó institucionalizar, sin éxito, las actividades científicas al respecto, y una de las instituciones proyectadas para ello fueron los museos. En 1823, aún bajo la confusión, los entremezclados aires de ligera renovación y los vientos de guerra que todavía soplaban en el sur, se presentó el primer esfuerzo republicano por el establecimiento de estructuras institucionales que permitieran desarrollar, y quizás mejorar, las labores científicas que antes se efectuaban en la metrópoli, con un notable influjo del modelo francés, conocido por la oligarquía criolla que se educaba en Francia. Para ello, con similar objetivo al propuesto en 1809 por el virreinato, se apunta a crear la Escuela de Minas en Bogotá que también fue prematuramente frustrada, aunque el proyecto adjunto de un Museo de Ciencias Naturales (denominado por algunos Museo de Historia Natural o Museo Nacional) consiguió sobrevivir escasamente hasta finales del siglo, y en medio de cierres

335 Espinosa (1993: 282-283).

336 Becerra y Restrepo (1993: 35).

temporales y cambios administrativos poco fructíferos. Por ejemplo, la creación de la Universidad Nacional (1867) integró el Museo a la Escuela de Ciencias Naturales, pero tal unión no contó con sustento real, tal como la adjudicación de un local propio y acondicionado, por lo que sufrió continuos traslados (que ocasionaron el extravío de parte de sus colecciones, entre ellas una mineralógica y otra pequeña de fósiles), y una extrema escasez de recursos económicos, a pesar del aporte de material mineralógico y botánico de la subsiguiente Misión Corográfica, material que, ante la carencia de personal especializado, quedó amontonado sin ordenar, ni clasificar337.

Ya durante el primer tercio del siglo XX, en Colombia se crearon otras colecciones, algunas modestas y otras más importantes, algunas antiguas como las del Museo de Bogotá, las de la Colombiana de Mineros y la de la Escuela de Minas en Medellín que Royo y Gómez describe en su diario de la Excursión a Antioquia (1939) como una colección «…de minerales que tiene en unas vitrinas [el Dr. Botero] está formando colecciones regionales pero aún hay poco, lo más importante es una serie de rocas del Batolito Antioqueño y sus contactos […]

Además de la colección general de Minerales han comenzado ahora una de rocas del batolito y alrededores, y otra de fósiles de todas partes. Biblioteca de todo, poco numerosa»338. Cabe mencionar otras colecciones más modernas, como la del Museo de Bogotá y la del Museo de Ciencias Naturales del Instituto de La Salle en Bogotá y la del Instituto Geofísico de los Andes339. La colección de Museo de Bogotá contaba, en 1918, con una buena cantidad de muestras de minerales (cerca de 1700 muestras principales) y Paleontología (613 muestras del Museo Nacional, clasificadas por Santiago Cortés)340. La colección del Museo de Ciencias Naturales del Instituto de La Salle en Bogotá contó con muestras de vertebrados fósiles y vivos, así como plantas del valle del Magdalena que fueron reunidos durante la expedición de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle Ariste Joseph y Nicéforo María, y que comprendieron una muy pequeña parte de las extensas colecciones de historia natural del Museo. Hacia el final de la década

337 Pinto y Díaz (1979: 88-90); Restrepo (1986: 221-234); Becerra y Restrepo (1993: 36-37); Carrillo (2003a: 78 – 82).

338 Doc. F-JRyG 107/Mans/Carp1 (“Excursión a Antioquia 25-VIII-1939 y 26-VIII-1939”).

339 Ramírez (1977: 5-7).

340 Restrepo (1918).

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de 1940 este Museo guardaba una de las mayores colecciones de historia natural en Suramérica, con un total de 73.00 especimenes colectados por los clérigos de La Salle con anterioridad a 1929, más de 8.000 fueron fósiles (invertebrados y vertebrados), 350 de madera fósil o xilópalo, y 9.480 de minerales y rocas341. Lamentablemente esta colección, los archivos del Museo, su mobiliario y la biblioteca fueron totalmente destruidos por el fuego el 10 de abril de 1948, durante el llamado ‘Bogotazo’.

Un aspecto importante al evaluar los fracasos oficiales en el intento museológico, es que —en la mayoría de los casos— las iniciativas se sustentaban en modelos europeos que se aspiraba a emular, con base en un

‘proyectismo’ pleno de objetivos desmedidos muy difíciles de alcanzar. Además, tales descalabros también tuvieron piso en la falta de infraestructura, de recursos, y de la persistencia política e institucional necesaria para que el intento tuviera solución de continuidad y rindiera efectos a corto, mediano y largo plazo. Tanto por colombianos como por extranjeros se impusieron (y en algún caso exigieron) modelos europeos. Por ejemplo, es posible que los sueldos con que se tentó a (o que exigieron) los especialistas extranjeros —desbordados para el medio—

obligaran a iniciar algunos proyectos (p. ej. La Misión Boussingault-Rivero) con presupuestos enormes, que se convirtieron en una carga muy pesada para el endeble fisco de la República, y motivo de confrontación entre extranjeros y nacionales342.

A lo largo del siglo XIX y principios del XX, es posible que se hayan podido conformar y mantener otras colecciones de carácter público y privado pero, la más importante para la historia de que se ocupa este libro fue la de la Comisión Científica Nacional (1917-1937)343 que, a pesar de sus carencias, habría de tener continuidad con la formación del SGN en 1938, y con la labor de Royo y Gómez desde 1939, y que derivó en la conformación del MGC.

341 López (1989), referenciado en Madden et al (1997: 4).

342 Safford (1976: 100).

343 Grosse (1935a: 11-14; 1935b: 269-448).

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