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3 Contexto social en el primer tercio del siglo XX

3.1 La mujer y la maternidad

La sociedad a lo largo de la historia ha ido asignando unos determinados roles tanto al hombre como a la mujer que se inician desde la cuna segregando al niño de la niña con ropa de colores diferentes397. Los roles establecidos por la sociedad patriarcal condicionaron la vida de las mujeres y programaron para ella una existencia que tuviera su culminación en el matrimonio y sobre todo, con la maternidad. El positivismo médico, consideró que el sistema reproductor femenino, podría ser la fuente de muchos de los problemas de la mujer, incluso en temas tan complejos como la histeria o la locura398, enfermedades que no sólo las padecían las propias mujeres sino el resto de la sociedad:

“Los médicos vieron a la mujer como producto y prisionera de su sistema reproductivo. Era la base ineludible de su función social y de sus características comportamentales, la causa de sus trastornos más corrientes: el útero y los ovarios de la mujer controlaban su cuerpo y su conducta desde la pubertad hasta la menopausia”399.

Por consiguiente, la sociedad patriarcal desde la perspectiva moral y de carácter religioso, remarcó el supuesto instinto maternal innato en la mujer400 ya desde la infancia, condicionando los juegos de las niñas401 y la obligatoriedad del cuidado de los hermanos más pequeños. Así, Juana Salas de Jiménez (1875-1976)402, presidenta de la Acción Católica de Zaragoza, habló en 1928 de los instintos de maternidad de las niñas en una conferencia impartida en Barcelona. Ella intentó justificar no sólo el instinto maternal innato de la mujer sino el deseo de protección y cuidados que posteriormente serán focalizados en la mujer para difundir la higiene y la puericultura:

397 Barberá Heredia (1982), pp. 113-125.

398 Ruíz Somavilla, Jiménez Lucena (2003), p. 16.

399 Smith-Rosenberg, Rosenberg (1984), pp. 341-371.

400 Badinter (1980), p. 14.

401 Salas de Jiménez (1928), pp. 9-11.

402 Sobre Juana Salas y su papel en el feminismo católico, véase: Blasco Herran (2014).

“El único tema que podía tratar era el muy nuestro de Maternidad. Ante esa palabra, toda mujer siente vibraciones íntimas de ternura y de amor…

Cuando una niña estrecha con ternura a la primera muñeca, ya surge en su alma el instinto maternal, causando embeleso los cuidados que le prodiga, y cómo la arropa, cómo la mece y como se extasía en su contemplación… Dejará de ser niña y de jugar con muñecos de trapo;

entonces la veréis colmando de caricias a los niños, a los que dirá palabras muy tiernas, les dará golosinas; los besará cien veces; y risas y gorgojeos llenarán el ambiente de optimismo y de felicidad. Vamos a imaginarnos que la niña ya es madre; su hijo será para ella el más hermoso, el más listo, el más bueno, el más querido… Por encima de todos los amores más grandes que haya sentido en su vida estará el amor a su hijo… El amor de madre supera todos los amores. Es instintiva la defensa de nuestra prole, el ansia de su conservación, el afán de su felicidad, de su vida sana y robusta, triunfadora en todos los momentos…

Para el hijo de nuestras entrañas, la salud, la riqueza, la gloria, la suma felicidad… No me he propuesto enumerar los cuidados físicos que exige la primera infancia. Con ser muchísimos, el instinto maternal, más aún que la ciencia, nos los hacen aprender; ni he de pararme a discutir si son buenos o malos, esos excesos de precaución que muchas veces se tienen por librarles del sufrimiento en todas sus formas… Sigamos la educación de la joven. Decía San Gregorio: La educación de la mujer es más importante que la del hombre, puesto que los defectos de la humanidad proceden de la mala dirección maternal”.403

El instinto maternal, supuestamente innato en la mujer, contribuyó al desempeño de una labor de ayuda familiar y potenció un rol maternal incipiente y precoz en las niñas. Así pues, las niñas, sin apenas infancia, se deberían preparar para sus tareas en el futuro aprendiendo de las mujeres mayores cómo ejercer de amas de casa. Para facilitar la asunción de este rol específico de la mujer, se limitó la interrelación en los juegos con los niños a fin de obtener de las niñas mayor colaboración en el hogar. En primer lugar, se les comentó que fácilmente, los varones, utilizaban mayor fuerza física al jugar;

segundo, que los juegos de gran actividad física podían ser peligrosos y fuente de lesiones en las niñas, más débiles y delicadas que los niños; el tercer motivo fue controlar o limitar la amistad entre ambos sexos durante la adolescencia. Por consiguiente, también los objetos de diversión contribuyeron a condicionar desde la infancia la conducta de ambos, quizás socialmente de forma inconsciente. La realidad es que se creó desde la infancia la diferenciación de género entre ambos sexos, potenciando en las niñas juegos más pausados, manuales y del ámbito del hogar y a ellos de carácter más bélico ya que deberían defender la patria. Además, a ellas se las aleccionó desde pequeñas en como potenciar su belleza femenina para obtener un

403 Salas de Jiménez (1928), pp. 9-11.

marido que fuera considerado como “un buen partido” o en temas relacionados con la formación del “ama de casa” creando mayor responsabilidad en la mujer que a corta edad ya sería madre. Así pues, la finalidad sería que ellas desde pequeñas pudieran ayudar con su trabajo en las tareas familiares404.

Durante largo tiempo se abolió la educación mixta en las escuelas y no volvería a ser permitida en España hasta la Segunda República. Por lo tanto, a “ellas”, se les proporcionaba objetos que reproducían las labores de ama de casa como un bastidor para hacer labores, una cocinita con sus utensilios para aprender a cocinar o muñecos de trapo al cual había que alimentar, vestir o acunar. A “ellos” se les proporcionaba para su distracción objetos que según el heteropatriarcado incumben a los varones como coches, pelotas, trenes, espadas, armas, y escudos que utilizarían para jugar o defenderse de los posibles adversarios405. Generacionalmente se ha favorecido que las niñas permanezcan en casa al cuidado de padres, hermanos o abuelos y por consiguiente, la sociedad patriarcal consideraba que no necesitaban saber leer y escribir, siempre existiría en el hogar algún varón que pudiera hacerlo. A los varones por el contrario, se les enseñaría a leer y contar para que pudieran, por ejemplo, continuar con el negocio o las labores familiares406.

En el trabajo, en lo que era (y es) una sociedad mayormente machista, se reprodujo el mismo esquema heteronormativo que en el hogar. Así pues, el salario era más elevado en los varones y, en algunos casos, implicaba mayor fuerza física. Las mujeres con sueldos inferiores ostentaban cargos en los que se exigía menor nivel académico y no siempre menor fuerza física. Algunos de estos trabajos implicaban a

“las delicadas” manos femeninas como en la producción textil o las “pequeñas” manos de los niños como en el pulido de armas. Sin embargo, las mujeres generalmente eran capaces de realizar grandes esfuerzos físicos, faenando en el campo de sol a sol, pariendo, lactando y cuidando a los hijos. En ocasiones su única fuente económica estaría al servicio de otras mujeres, como empleadas en el hogar, cuidando o alimentando a otras criaturas, trabajando como nodrizas vendiendo su leche como alimento de otros lactantes o como cuidadoras de los enfermos.

404 Sarasua (2002), pp. 281-297.

405 García Perales (2012), pp. 1-18.

406Ibidem.

El hombre dentro de la estructura patriarcal tendría como misión defender la patria y la familia. La mujer socialmente como función obligatoria tendría que estar preparada para procrear y generar el bienestar familiar en el hogar. El rol de la maternidad, a la par que expresaba cual era la “esencia femenina”, fue la seña de identidad de la mujer durante siglos al ser relacionada con la culminación de un nuevo estado social, el matrimonio. Así pues, la mujer tenía en la vida de casada y en la perpetuación de la saga familiar, el objetivo y misión final de toda su existencia407.

Sin embargo, la educación sexual fue siempre considerada un tabú para la sociedad en general408. En especial, la sexualidad fue una asignatura desconocida para la mujer hasta llegar al matrimonio. Las corrientes anarco-feministas realizaron una importante labor divulgadora de la sexualidad femenina409, que tuvo un reflejo en diversas publicaciones de la época como Estudios o Generación Consciente. Muchas mujeres feministas entre las que hay que destacar a Amparo Poch y María Lacerda de Moura divulgaron, en éstas y otras revistas, sus derechos no sólo como madres sino como parte fundamental de la sociedad. Sin embargo, aquellas mujeres que no tuvieron a su alcance la educación social y sexual adecuada estuvieron expuestas a ser acosadas, violadas y engañadas por los hombres. A veces, ellas, ignorantes e ingenuas tras unas relaciones prematrimoniales o extramatrimoniales quedaban gestantes hecho que representaría para la mujer y la sociedad una deshonra familiar y social. Por consiguiente, muchas futuras madres se sentían desamparadas y abocadas a emigrar de las zonas rurales a las grandes urbes, en donde el problema de la gestación, parto y alimentación del lactante lo podían incluso resolver abandonando a la criatura en las casas cuna. En muchos casos, la situación laboral de aquellas mujeres abandonadas por una gestación deshonrosa desembocó tras el parto, en trabajos como nodrizas, empleadas de hogar o en caso de extrema necesidad, como prostitutas. En las casas cuna los niños quedaban abandonados, pero con la creación de las Maternidades, muchas madres permanecieron al lado del hijo, trabajando como empleadas en la propia institución a fin de mantenerse y otras ejercieron de nodrizas dentro o fuera de la institución.410

407 Sobre la conformación de roles de género bajo el patriarcado, véase: Burin, Meler (2000).

408 Gaufenoin (1924), pp. 161-164.

409 Cleminson (2008), p. 54-56.

410 Farré i Sostres (2003) pp.42-49.

Los niños abandonados en las instituciones no necesariamente fueron expósitos, hijos de madres solteras, también acudieron a estos centros aquellas madres de familia que tras el fallecimiento del marido quedarían sin recursos. En ocasiones algunos progenitores de familia numerosa procedentes de zonas rurales tras la precariedad económica al llegar a la ciudad, y encontrarse ante una nueva boca que alimentar emprendieron la dura decisión de abandonar a la criatura en el torno de un convento o en una casa cuna, pues allí eran alimentados y cuidados hasta los cinco años. Durante muchísimos años los niños y niñas de la inclusa estaban a la espera de que aquellos que los habían abandonado acudieran en su búsqueda a fin de reiniciar una nueva vida. Así pues, estas criaturas podían dejarse temporalmente411 para su alimentación mediante nodrizas o con lactancia artificial.

En la década de 1890, en la Maternidad de Barcelona, ingresaban una media de 600 niños expósitos al año y además, entre 70 y 80 hijos legítimos abandonados mientras que el número de nodrizas que vivía en la institución era de 50 a 60. Al no poder la institución asumir la alimentación de la totalidad de las criaturas, muchos niños fueron alimentados según el antiguo sistema de nodrizas externas previamente revisadas bajo el punto de vista sanitario412. En 1920 la mortalidad de los niños en esta institución fue de un 13%413.

A finales del siglo XIX e inicios del XX, el número de niños abandonados superaba la capacidad de alimentación mediante nodrizas. La utilización alternativa de leche de vaca mediante biberones permitió solventar el problema de la lactancia de aquellos niños que no podía ser cubierta ni por su madre ni por las nodrizas414.

La maternidad tuvo como respaldo histórico la idea médica sobre la fisiología femenina. Sin embargo, esta función universal no fue desarrollada de igual manera a través de los siglos y representó para la mujer un verdadero hándicap durante el siglo XX. Por consiguiente, la mujer y el rol de la maternidad han ido transformándose en el tiempo y el espacio como parte de la integración femenina en el mundo laboral. El mundo occidental, patriarcal, consideró que la maternidad era un elemento clave de la definición de mujer. En definitiva, fue una acotación al desarrollo de otros posibles

411Ibid., p. 122.

412Ibid., p. 50.

413Ibid., p. 89.

414 Segalá y Estalella (1900), pp. 1-46.

roles y, en consecuencia, limitó las expectativas intelectuales y laborales femeninas. La evolución de la maternidad ha marchado estrechamente unida a la sociedad, utilizando la función protectora de la mujer para la educación, no sólo de los hijos sino de la sociedad en su conjunto. Para llevar a cabo esta labor divulgadora del positivismo científico, se le asignó subliminalmente a la figura femenina una función de redentora social e higienista de las generaciones venideras. Esta dura tarea educativa de la mujer tendría como objeto la mejora de las malas condiciones de vida del resto de la sociedad.

Posiblemente en este periodo, se produjo un feed-back entre la mujer y el poder hegemónico, ya que el uno, sin la otra, no habría podido divulgar con tanta facilidad, las normas elementales de higiene, y poder así introducir un nuevo sistema de alimentación infantil, la lactancia artificial.

Así, en 1921, podemos leer, en el Boletín del Instituto de la Mujer que Trabaja un escrito que se refiere a las mujeres como “enfermeras sociales” de la Cruz Roja y que se sienten capaces de “apaciguar la fiebre de las discordias”, y enseñar a “los ciegos sociales” el camino a seguir y hacer de “muleta supletoria” a tantos mutilados por falta de voluntad o de sentimientos415.

Durante la primera treintena del siglo pasado, con la fuerte influencia de la religión católica, la mujer presentó una gran sumisión al hombre y se vio condicionada a desarrollar la labor de madre protectora de la sociedad416. La labor educativa hacia la mujer se incrementó con la industrialización y se llevó a término por el convencimiento de que desconocía las “elementales” normas higiénico-sanitarias. Socialmente existían múltiples causas para inculcar en la mujer unos hábitos saludables e higiénicos como el aumento del alcoholismo, el juego o la prostitución. Sin embargo, ciertos grupos de mujeres feministas ejercieron la función reivindicativa y estabilizadora social, desde la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, luchando por sus mejoras laborales como mujeres trabajadoras. Según Juana Salas de Jiménez, hablando desde el feminismo católico, consideraba que esta era la única manera de frenar el incremento de vicios sociales y el abuso de poder masculino417.

415 “Oh, dones cada una de vosaltres es sentí infermera de la Creu Roja Social que apaibagui la febre de les discordies i ensenyi de caminar els cecs socials, i faci de crossa supletòria a tants mutilats per manca de voluntat o de cor”. Rucabado (1921), p. 1.

416 Ramos (2014), pp. 21-46.

417 Salas de Jiménez (1928), pp. 25-27.

En esta época los nuevos roles del sexo femenino carecieron de igualdad entre la sociedad y fueron muy evidentes con respecto al sexo masculino. Pese a todas las diferencias sociales, las mujeres ejercieron el rol de madres trabajadoras. El trabajo de ama de casa y su incorporación a la producción en la fábrica o taller se compaginó tras la modificación de los hábitos alimenticios de la infancia. Sin embargo, estas nuevas funciones femeninas estuvieron dotadas de un carácter manipulador y no exento de problemática social. Desde el propio poder hegemónico y patriarcal la labor maternal se vio medicalizada en la función más natural y fisiológica como era la lactancia materna.

La medicalización de la lactancia materna se inició de forma solapada con la necesaria educación de la mujer en los principios básicos de higiene y puericultura infantil a fin de que fuese capaz de realizar una alimentación infantil adecuada tanto natural como artificial418.

Por consiguiente, la dificultad para el acceso a la educación del sexo femenino conllevó la aparición de diversos problemas y desigualdades culturales entre ambos sexos. Algunos de carácter general como la dificultad de la mujer en la lectura o el manejo de las cuentas y otros más específicos como la falta de preparación cultural, en general más evidente en las parejas y que representó, en muchos casos, un problema de relación personal durante el matrimonio. Así pues, las diferencias significativas para el poder patriarcal dependían de la predominancia cultural entre los sexos, ya que esta situación podía representar un problema social con abandono o separación matrimonial.

Desde el ámbito del catolicismo social se intentó “educar” a las mujeres en consonancia a su papel subordinado con respectos a los hombres. De esta forma, según la revista católica Vida Femenina, en un artículo publicado en 1922, si la inferioridad cultural incumbía al hombre, la mujer debería ser más inteligente que el hombre y demostrar humildad suficiente para poder salvar la carencia cultural del marido. Si la inferioridad intelectual incumbía a la mujer, ella debería ser capaz de aprender y ponerse al nivel de los conocimientos del hombre o se podría producir el desamor y ser la causa de ruptura de algunos matrimonios. Según se desprende de los textos que veremos a continuación algunos hombres con mejor preparación cultural deseosos de poder mantener una conversación inteligente con su pareja estarían abocados a buscar otra mujer fuera del

418 Alexandre Frías comentaba que Fray Luis de León, en su libro La perfecta casada, defendía con elocuentísimas razones la lactancia materna, principio fundamental de la moderna Puericultura y amonestaba duramente a las madres que ponían la crianza de sus hijos en manos mercenarias. Frías, a su vez, se preguntaba: ¿Qué diría hoy de tantas madres, egoístas o ignorantes que exponen a sus hijos a los peligros del biberón infanticida? Véase: Frías (1928a), p. 101.

hogar para poder mantener una conversación del mismo nivel. La sociedad seguía marcada por el machismo, ya que como podremos apreciar más abajo en el texto de Ivon l’Escop, la mujer debería ser sumisa y no manifestar los conocimientos superiores al hombre. Sin embargo, no se le exigía al marido equiparar sus conocimientos a los de la mujer, por contra, a ella si. En realidad, el nombre de Ivón l’Escop correspondía a un pseudónimo femenino del eclesiástico catalán Ricard Aragó y Tusón que, en 1908, luchó contra la mala educación de la sociedad y la blasfemia creando la “Lliga del Bon Mot”419:

“La intel·ligència és la glòria de la llar, i la seva absència la ignomínia.

Ella compenetra els esperits i ajunta les voluntats. I la desproporció entre la intel·ligència del marit i la muller es presenta com un motiu de malestar o de discòrdia. Si és l’esposa la més intel·ligent, el desequilibri, en aquest cas, és ben palès, i sols una humilitat i una suavitat molt gran per part de l’esposa, podria salvar-lo. Si és el marit el que triomfa en intel·ligència, cuidi l’esposa d’adquirir “una cultura general” que li permeti un constant diàleg amb el seu espòs. Perquè del contrari, el marit, si no troba en la seva muller el goig més suprem de l’home, el goig intel·lectual, el cercarà la intel·ligència no coneix fronteres, ni races, ni sexe- en qui pugui proporcionar-li el plaer de la conversa, eixint de casa, i dialogant i intimant tal volta amb un enemic de l’esposa i de la llar… El marit trobarà el refugi de l’esperit, el seu consol i benestar, lluny de la llar. L’esposa en aquest cas, no serà mai l’amiga total del seu marit, serà una veïna, una companya, però no l’esposa integral… Si l’esposa, per manca de cultura, no pot despertar l’atenció i interès del seu marit,

Ella compenetra els esperits i ajunta les voluntats. I la desproporció entre la intel·ligència del marit i la muller es presenta com un motiu de malestar o de discòrdia. Si és l’esposa la més intel·ligent, el desequilibri, en aquest cas, és ben palès, i sols una humilitat i una suavitat molt gran per part de l’esposa, podria salvar-lo. Si és el marit el que triomfa en intel·ligència, cuidi l’esposa d’adquirir “una cultura general” que li permeti un constant diàleg amb el seu espòs. Perquè del contrari, el marit, si no troba en la seva muller el goig més suprem de l’home, el goig intel·lectual, el cercarà la intel·ligència no coneix fronteres, ni races, ni sexe- en qui pugui proporcionar-li el plaer de la conversa, eixint de casa, i dialogant i intimant tal volta amb un enemic de l’esposa i de la llar… El marit trobarà el refugi de l’esperit, el seu consol i benestar, lluny de la llar. L’esposa en aquest cas, no serà mai l’amiga total del seu marit, serà una veïna, una companya, però no l’esposa integral… Si l’esposa, per manca de cultura, no pot despertar l’atenció i interès del seu marit,