• Aucun résultat trouvé

1. Lactancia, historia y sociedad

1.2 La alimentación del lactante

Durante siglos, la lactancia materna fue la alimentación habitual de los niños tras el parto observándose, pese a ello, elevados índices de mortalidad infantil en el primer tercio del siglo XX37. Durante el proceso de industrialización, la mujer, asumió diversos cambios en los hábitos naturales de vida, en especial en la alimentación de las criaturas.

A menudo, las féminas en el proceso previo a la revolución industrial realizaban los duros trabajos del campo38 y tenían que compatibilizar sus obligaciones diarias con el embarazo, la lactancia y la educación de los hijos. En el contexto de la teoría de la degeneración, los higienistas señalaban las enfermedades hereditarias que podrían sufrir los hijos pero también los efectos provocados por la ingesta de alcohol de los progenitores, enfermedades de transmisión sexual, la tuberculosis o la locura39. Además, como consecuencia del desarrollo industrial, hubo un aumento del deterioro de las condiciones de vida de la población trabajadora europea. En España, durante aquellos años, familias enteras emigraron de los núcleos rurales a las zonas industrializadas en busca de trabajo en fábricas y talleres. Estos inmigrantes, al llegar a las grandes ciudades, se vieron abocados a vivir en barrios que no contaban con las más mínimas condiciones higiénicas, hacinados en viviendas insanas y con una alimentación escasa y adulterada fruto todo ello de la falta de inversión pública en infraestructuras

37 Perdiguero (1993), pp. 65-88.

38 Arbaiza (2014), pp. 133-134.

39 Campos Marín (1998), p. 337.

urbanas y de un salario insuficiente para cubrir sus necesidades vitales básicas40. Estas familias se encontraron con serias dificultades para consumir una dieta suficiente y equilibrada41. Las consecuencias de estas carencias nutricionales eran más evidentes y graves para los niños, tal como muestran las elevadas tasas de mortalidad en este periodo42. El consumo de alcohol entre la clase trabajadora representó en ocasiones la única forma de ingerir “calorías baratas” y poder rendir las numerosas horas laborales sin descanso semanal43. Estos “hábitos populares” fueron denunciados por los médicos higienistas como un elemento más que favorecía toda clase de enfermedades entre la población obrera haciendo extensiva su denuncia al consumo de alcohol que, según ellos, era habitual también por parte de sus hijos pequeños44. En Cataluña, la costumbre de dar de beber vino a los niños fue descrita en numerosas ocasiones por autores que detectaron este problema en sus estudios medico-topográficos de diversos pueblos y ciudades de la región45. Como ejemplo, se puede citar el caso del médico de Tremp que en el año 1904 afirmaba que en este pueblo, ya desde final del siglo XIX, “al niño de teta, para que medre, le dan vino”46. Un médico de Tortosa denunció, en 1913, que la costumbre de dar vino o aguardiente a los niños de pocos meses radicaba en la creencia de los padres de que estas bebidas “les fortalece”. Finalmente, otras “costumbres populares” consistían en darles a los niños de pecho muñequillas o melindres empapados en vino para así mantenerlos entretenidos durante horas y horas sin que dieran molestias a sus madres47.

Otra de las características que definían a la clase obrera, según los higienistas de la época, era su analfabetismo, imperante especialmente entre las mujeres48 que, según estos testimonios médicos, incidía en una creciente morbimortalidad de la infancia49 entre otras causas por los deficientes conocimientos de aquellas acerca de la higiene infantil50.

40 Nielfa (2003), pp. 39-56.

41 Contreras (2005), pp. 55-67.

42 Juliá, García Delgado, Jiménez, Fusi (2003), p. 44.

43 Puig (1930), p. 17.

44 Campos Marín (1997), pp. 55-80.

45 Prats (1996), p. 183.

46 Ibid., p. 185.

47 Ibid., pp. 229-230.

48 Blanc i Benet (1919), p. 8.

49 Stockwell (1993), pp. 224-230.

50 Bernabeu Mestre, Esplugues Pellicer, Galiana Sánchez (2004).

A pesar de la acelerada industrialización de algunos núcleos urbanos, como Barcelona y algunas poblaciones colindantes, la sociedad catalana de finales del siglo XIX y principio del XX, era una sociedad mercantil que presentaba profundas diferencias sociales y que se tradujo en una creciente tensión entre el proletariado urbano y la burguesía fabril, hecho que se apreció en algunos sectores durante el desarrollo industrial51. Los distintos roles en esta sociedad dependían estrictamente de factores tales como el género, la edad, la clase social o el lugar de procedencia; así, el papel principal hegemónico y patriarcal dentro y fuera del hogar estaba reservado al hombre como pilar de la sociedad rural o urbana, defensor del Estado y prolongador de la saga familiar. A partir del reinado de los Borbones, se impuso la prestación obligatoria del servicio militar a todos los varones españoles como defensores de la patria con específicas instrucciones en el manejo de las armas. En 1812, con la Constitución de las Cortes de Cádiz, se instauró la libranza del servicio militar, de aquellos jóvenes de clases nobles, acomodadas o eclesiásticos, mediante “la redención en metálico”, una cantidad que abonarían al Estado los familiares del quinto52. Sin embargo, los hombres jóvenes con escasos recursos económicos eran reclutados obligatoriamente para defender los intereses coloniales que España mantenía en el norte de África. Las tropas de leva estaban integradas por soldados más bien enclenques, de constitución enfermiza, que reproducían en sus destinos militares las enfermedades infecto-contagiosas endémicas de sus lugares de origen: la viruela, el sarampión, la tuberculosis, la sífilis, el tifus, etc.53. Junto a la elevada mortalidad infantil y de hombres jóvenes, se produjo un descenso de la natalidad entre las clases populares54 asociada a la urbanización, ya sea por miseria, por las campañas militares, por las malas condiciones laborales, o por la divulgación de las corrientes neomalthusianas55. En zonas industrializadas como Cataluña, se observó una profunda transformación social, ya que las mujeres, que permanecían en el hogar con hijos pequeños, con poca instrucción y escasos recursos económicos, tuvieron que integrarse en el mundo laboral fuera del hogar, alterando el cuidado y, sobre todo, la alimentación de los hijos56. En términos

51 Solà (1993), p. 44.

52 Molina Luque (1999), pp. 21-22.

53 Algunas de estas enfermedades, como la viruela o la tuberculosis, fueron incluidas en 1903 entre las enfermedades de declaración obligatoria. Véase: Loste (1921a), p. 182 y Perdiguero, Robles (2004), pp. 100-104.; Véase, además: Molero Mesa (2003), pp. 323-380.

54 Robles González, García Benavides, Bernabeu Mestre (1996), pp. 221-233.

55 Masjuan (2000), p. 205; Santow (1995), pp. 38-39; Molero Mesa, Jiménez Lucena, Tabernero Holgado (2018).

56 Sala (2005), p. 170.

generales, como refería Prunier en 1927, la mujer era considerada por los sectores más conservadores de la sociedad como un ser de segunda categoría, sin autonomía ni preparación57 y el niño como un recurso que podía aliviar las dificultades económicas familiares mediante su trabajo58. A la mujer, tras las nupcias, se le auguraba salud y muchos hijos, tanto si pertenecían a la nobleza como si formaban parte del pueblo llano, de forma que pudiesen crear una extensa familia. En ciertos casos, era para mantener el linaje familiar, pero en otros era fundamental tener gran descendencia para poder aliviar las penurias económicas, ya que el índice de supervivencia infantil era muy bajo59. En determinadas ocasiones, algunas mujeres solteras, tras ser abandonadas o repudiadas por los hombres tras un embarazo fortuito -hecho no aceptado socialmente-, ejercieron como prostitutas60, otras intentaron mantener a los hijos consigo trabajando en los domicilios de la burguesía como asistentas, cocineras, o nodrizas. Algunas de estas mujeres desamparadas y marginadas socialmente se solían alejar del núcleo familiar de origen para esconder su circunstancia y tratar de solucionar el problema exponiéndose tras el aborto a perder su vida ya que se realizaba sin garantía higiénica o en otras ocasiones, se decidían por abandonar a los hijos en casas cuna e inclusas61. Estas mujeres, tras abortar o dejar al hijo al cuidado de otros, experimentaban en su organismo la fisiológica “subida de la leche” lo que favorecía el oficio de nodriza.

En general, la mayoría de los médicos pensaban que la integración de la mujer en el mundo laboral fabril, con la consecuente alteración de la forma de vida familiar, tenía un impacto negativo, sobre todo, en la alimentación e higiene de los hijos62. En este sentido, el testimonio de Andrés Martínez Vargas63 al evocar su primera lección, pronunciada hacia 1888, como profesor de pediatría de la de la Facultad de Medicina de Granada, es un ejemplo elocuente de tal convicción. Con tal motivo –cuenta muchos años después Martínez Vargas con tintes autobiográficos en su Historia de la Pediatría

57 Prunier (1927a). Todo ello a pesar de que en ciertos ámbitos existieron intelectuales que estaban a favor de la educación reglada de la mujer como fue el caso del maestro Salvio Feliu i Darnaculleta de la Sociedad Barcelonesa de Amigos de la Instrucción que, en 1915, propuso la instrucción de la mujer

“incluso” en ciencias. Felíu i Darnaculleta (1915), p. 28. Véase al respecto: Bernabeu-Mestre, Davó, Esplugues, Galiana (2006), pp. 223-230.

58 Granjel (1980), p. 72.

59 Cunnigham (1994).

60 Blanc i Benet (1919), pp. 24-25.

61 En 1903 había 715 niños menores de dos años abandonados en la Maternidad de Barcelona. Véase:

Farré i Sostres (2003), p. 74.

62Sala (2005).

63 Una pequeña biografía de este médico puede encontrarse en: Calbet i Camarasa, Corbella i Corbella (1981-1983), vol. 2, pp. 120-121.

en España– un grupo de mujeres presentes en la sala se le acercaron y le solicitaron sus consejos para criar a sus hijos:

“Señor, sabemos que viene usted como médico de niños, y venimos a presentarle los nuestros, para que nos enseñe a criarlos y los preserve de la muerte… Bien pronto [añade a continuación Martínez Vargas a modo de reflexión] supe, por las manifestaciones de aquellas madres, las prácticas perniciosas y mortíferas que, efecto de una rutina secular, imponían a sus hijos; entre otras, tenían la costumbre de dar a los niños lactáneos, jamón crudo, pan con vino, etc., para hacerlos fuertes; y, con harto dolor, vi que muchas madres, no obstante su inmenso dolor, se convertían en verdugos de sus hijos”64.

Según testimonios de la época, la mortalidad era muy elevada entre los niños menores de cuatro años. Juan Viura y Carreras65, en el discurso pronunciado en 1902 en la sesión inaugural de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona, se hizo eco de un célebre aforismo de Bergeron66, que decía así:

“el coeficiente de la mortalidad de la infancia, dice el ilustre higienista, especialmente en los recién-nacidos, es tan elevado, que bien puede asegurarse, ante la evidencia de los guarismos, que todo niño al nacer tiene menos probabilidades de vida que un hombre de noventa años, y aún muchas menos que un octogenario, de vivir durante un año”67.