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CAPÍTULO 1. FUNDAMENTACIÓN TEÓRICA

1.1.2. Los componentes de la evaluación

1.1.2.5. Cuándo evaluamos

¿Cuándo evaluamos? ¿Antes, durante o después del proceso de enseñanza y aprendizaje? ¿Con qué frecuencia lo hacemos? ¿Evaluamos al instante? Para responder a estas preguntas debemos tener claro que hacemos referencia a la evaluación inserta dentro del proceso de enseñanza y aprendizaje. Obviamente, después de que los alumnos realicen una actividad, podemos corregirla y comunicar los errores, y también podemos evaluar al finalizar un curso escolar.

Pero en este punto vamos a situarnos en cómo las actividades de evaluación se distribuyen a lo largo de una programación didáctica o proyecto de investigación, con el fin de dar cuenta sobre cómo se han logrado los objetivos programados y de qué manera pueden mejorar los aprendizajes.

Encontramos pues, tres momentos claves que se corresponden con el antes, durante y después de la programación de enseñanza: la evaluación inicial, la evaluación continua y la evaluación final. Esta diferenciación, emergió de forma paralela al conjunto de reflexiones sobre cómo la evaluación debe tener una función más pedagógica y, por tanto, si se consideran los tres, está asociada a una evaluación formativa. También se relaciona con la evaluación del conocimiento estratégico, en tanto que, por un lado, se centra en evaluar el proceso en diferentes momentos y, por otro, en desarrollar la capacidad metacognitiva del alumnado (Monereo, 2003). A continuación, pasamos a describir los tres momentos de la evaluación señalados.

La evaluación inicial, también denominada evaluación diagnóstica, se realiza al comenzar la programación didáctica o alguna de las actividades de ésta que trabajan contenidos claves, con el objetivo de valorar los conocimientos previos y las habilidades de los alumnos. Esta actividad permite a los alumnos descubrir cuál es el tema y qué saben sobre él, de manera que recuperan sus saberes al respecto para poder utilizarlos. A los profesores les permite ajustar la enseñanza a las necesidades detectadas. Esta evaluación inicial, aportará mayor valor pedagógico si el resto de los componentes, como el objeto o los criterios de evaluación, se enfocan también a una evaluación formativa. Por ejemplo, en una unidad para trabajar los algoritmos matemáticos, si únicamente pasamos una prueba con una

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batería de ejercicios de cálculos, descubriremos sí saben o no realizar los cálculos o cuántos, pero no cuáles son las dificultades que tienen al respecto ni si son capaces de utilizarlos en la vida real. Por lo tanto, la evaluación inicial puede ayudar a planificar y ajustar la enseñanza y/o a los alumnos su aprendizaje según se conciban el resto de los componentes.

La evaluación continua o continuada, se realiza durante el desarrollo de la unidad didáctica o proyecto investigación. Consiste en realizar diferentes actividades que permitan a los alumnos poner a prueba sus conocimientos y en recoger diferentes evidencias de las actividades que den cuenta de su progreso. Este componente, en la literatura sobre evaluación, ha sido clave para diferenciar entre una evaluación sumativa y una evaluación formativa, a la que claramente propone dar respuesta.

Sin embargo, en algunos casos la evaluación continua también se identifica con evaluación sumativa. Por ejemplo, cuando se realizan pruebas parciales sobre lo que saben los alumnos en diferentes momentos, antes del examen final, o cuando se calcula la nota final estableciendo porcentajes obtenidos en diferentes productos de aprendizaje como el dossier, la actitud y los trabajos que se realizan a lo largo del proceso. Pero, aunque se recogen evidencias de forma continuada, al no posibilitar el aprendizaje de los alumnos, no se relaciona con una evaluación formativa.

En otros casos, la evaluación continua sí que responde claramente a una evaluación formativa, en tanto que las prácticas de evaluación que se proponen permiten recoger evidencias que el alumno analizará, se consensuan y utilizan criterios de evaluación para coevaluarse o autoevaluarse y cuando se valora el proceso de resolución, se establecen metas para acompañar el progreso, entre otras acciones. Es decir, cualquier actividad de evaluación que permita a los alumnos tener el control del aprendizaje (Monforte y Farías, 2013) y no únicamente dar cuenta de lo que sabe, y que posibilite al docente experimentar diferentes estrategias y cambiar su planificación inicial para ajustarse a las necesidades de los alumnos. Este enfoque en la evaluación durante el proceso de enseñanza y aprendizaje responde, claramente, a una evaluación orientada al aprendizaje.

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En este mismo grupo, también podemos clasificar aquella evaluación que utiliza técnicas para evaluar in situ, denominada también evaluación de aula. Es decir, un conjunto de estrategias para valorar la comprensión de los alumnos mientras se enseña o realiza alguna actividad de aprendizaje. El objetivo es ajustar al instante la propuesta de enseñanza utilizando mecanismos para que todos los alumnos participen activamente en la construcción del conocimiento y lo hagan en la dirección adecuada. Algunas de las estrategias son compartir las expectativas de aprendizaje, realizar preguntas específicas que permitan desarrollar la metacognición en la dirección adecuada, aplicar tareas que proporcionen evidencias, dar retroalimentación con comentarios positivos que impulsen a avanzar, ajustar las condiciones como el tiempo o los recursos según los perfiles de los alumnos y permitir y facilitar la relación entre iguales para que compartan sus avances y se ayuden (Sondergeld, Bell y Leusner, 2010). Para que estas técnicas sean efectivas y las utilicen los docentes, deben ser claras de forma que sea posible implementarlas en diferentes cursos y materias, sin un coste muy grande de recursos y tiempo (Leahy, Lyon, Thompon y Wiliam, 2005).

Por último, encontramos la evaluación final, que consiste en aplicar tareas de evaluación una vez finalizada la unidad didáctica o proyecto de investigación. Como en los anteriores momentos, esta evaluación será más o menos sumativa dependiendo del resto de componentes. Sin embargo, en este caso, también se pretende realizar una evaluación que valore todas las evidencias para, además de realizar una comunicación constructiva de los resultados, acreditar los aprendizajes. Atendiendo a las diferentes funciones de la evaluación, se debe emitir una calificación final representativa de la consecución o no de los estándares de aprendizaje esperados y nivelada según los criterios e ítems propuestos, y realizar una retroalimentación que permita a los alumnos y los docentes tomar decisiones sobre qué aspectos se van a mejorar en futuros aprendizajes y futuras programaciones didácticas o proyectos.

En síntesis, los momentos de la evaluación responden a una evaluación estratégica que permite regular los aprendizajes según se pongan al servicio de la toma de decisiones de carácter pedagógico o simplemente se dirijan a certificar los aprendizajes. En este último caso, incluso puede realizarse únicamente una

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evaluación final, sin tener en cuenta los conocimientos previos ni el progreso de los alumnos, aunque esta opción no se corresponde para nada con una enseñanza que responda a las perspectivas actuales sobre cómo aprenden los alumnos. Por tanto, podemos asegurar que los tres momentos de la evaluación son claves en el diseño del sistema de evaluación responden a una dinámica de enseñanza estratégica y, sobre todo, determinan que la integración de la evaluación en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Partiendo de este objetivo de integración, debemos considerar entonces quiénes son los agentes que participan en la evaluación, tal y como desarrollamos en el siguiente punto.