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Las características de la explotación forestal y la necesidad de su regulación

1. EL CONTEXTO INSTITUCIONAL

1.2 Las características de la explotación forestal y la necesidad de su regulación

Entre 1850 y 1950, el consumo de madera se multiplicó por 10 y la producción forestal y la industria de transformación de la madera se adaptaron a esta nueva situación, aumentando la producción y diversificando sus productos, aunque las importaciones también jugaron un papel importante como fuente de abastecimiento. La producción forestal era entonces una actividad física dura y peligrosa que estaba muy vinculada a las características locales de los montes explotados (altitud, pendiente, proximidad a caminos y carreteras), y limitada por factores climáticos (nieve, riesgo de incendios, lluvias). Estas circunstancias creaban problemas en la disponibilidad local de mano de obra, porque los obreros forestales compaginan muchas veces la actividad en el monte con otra agrícola o artesanal. Además, el desarrollo de la actividad forestal dependía de la extensión de la red viaria (caminos forestales y rurales y carreteras), especialmente relevante para los territorios del interior de la península. El transporte fue uno de los principales factores limitantes de la producción; la madera es una materia voluminosa y pesada que requiere de una gran fuerza para moverla entre su lugar de producción y el de su transformación. Por esta misma razón, las serradoras acostumbraban a situarse cerca de los montes, hasta que en el primer cuarto del siglo XX, carreteras y transporte motorizado mejoraron el acceso a los montes del interior, y favorecieron la ubicación de serradoras en las urbes y en los principales nexos de comunicación viaria.

En este contexto, la manera de aprovechar económicamente los montes dependía mucho del tipo de propietarios. Los montes podían tener tres titularidades diferentes:

privada, municipal, o del estado. Generalmente, en cada provincia de España, estaban presentes las tres, aunque en proporciones variables. La climatología y la accesibilidad eran como hemos indicado los principales factores que condicionaban el capital potencial que representa un monte. La climatología, porque las condiciones de suelo, temperatura y pluviometría determinaban las especies que podían crecer y su velocidad

de crecimiento (a crecimiento más rápido más valor del bosque). La accesibilidad, porque la mejor madera del mejor monte no tiene valor alguno si no existen las infraestructuras adecuadas para acceder a ella, y desplazarla después hasta las grandes vías de transporte (río, carretera, ferrocarril) y finalmente hasta los mercados (a mayor accesibilidad, más valor del bosque).

Por estas razones, los bosques de las llanuras han tenido tradicionalmente un valor superior a los de montaña, y la propiedad en general se ha ido distribuyendo según esta línea: bosques privados en llanuras y monte bajo, y bosques públicos en monte alto.

Los mercados se estructuraron de forma diferente, frente a propietarios privados o públicos. Los primeros solían poseer extensiones de tierras más pequeñas, pactar ventas de manera informal y sin control real sobre el destino de la madera, y a reservárse parte del producto para poder aprovechar de forma oportunista una posible mejora de los precios en el futuro. En cambio, los propietarios públicos solían tener bosques más extensos y de mayor calidad, y subastaban públicamente sus producciones en cantidades superiores y/o por periodos de explotación más prolongados. Para el propietario privado había dos formas posibles de aprovechamiento: el consumo propio de la madera o la venta de la misma. Entraremos en más detalle sobre las técnicas de venta de madera más adelante y simplemente queremos apuntar ahora que estas técnicas han variado poco desde el siglo XIX. Más allá del consumo propio para calefacción de la casa o algunos arreglos de edificios, un propietario forestal solo aprovechaba el monte cuando tenía una actividad económica complementaria que necesitaba madera (forjas, minas, aserradero, fábricas, elaboración de carbón vegetal, …) En cuanto a vender el aprovechamiento de sus montes, tenía dos opciones: gestionar él mismo la explotación y la preparación y venta de la madera al consumidor final, o bien licitar al mejor postor los árboles en pie, para que una empresa forestal o un comerciante (rematante) se hicieran cargo de la explotación, preparación, transporte y venta.

En el caso de los montes municipales, el uso propio era importante para proveer a los habitantes del pueblo de leña para calefacción, de madera para reparaciones y construcción, y para uso público. También era vital en los pueblos de montaña en general, y del Pirineo en particular, poco poblados y con una base fiscal muy limitada, porque sus principales recursos eran las subastas de madera y pastos. De hecho, la gran mayoría de inversiones en infraestructuras municipales en el Pirineo (red viaria,

abastecimiento en agua, teléfono, escuelas, saneamiento, reparaciones diversas, etc…) fueron financiadas con las ventas de madera de los municipios, cuyo valor podía superar fácilmente según los años el presupuesto ordinario1.

En este contexto, la administración forestal controlaba estrechamente la producción de los montes propios y de utilidad pública, pero el propietario privado era libre de disponer de sus montes, sin control ni supervisión2. En general en las zonas montañosas, por las dificultades de acceso y la importancia de los bosques para el control hidrológico, la mayor parte de los montes eran de titularidad pública. Su gestión, no obstante, se la disputaban los municipios y la administración central. El uso del monte fue pues en aquel periodo fuente de roces y conflictos entre los municipios y la administración forestal, mientras que la distribución de la madera lo fue entre los habitantes y la administración municipal. La comunicación entre alcaldes y administración forestal fue siempre abundante y fluida; existía un diálogo permanente para gestionar permisos, extensiones, ampliaciones, revisiones, excepciones, etc…, pero esto no impidió que enfrentamientos entre el ingeniero forestal local y los ayuntamientos fueran habituales. Los conflictos eran mas frecuentes en el caso de los montes del estado porque muchos de ellos estaban sujetos a derechos particulares de uso, heredados del pasado a favor de comunidades y pueblos cercanos: derecho a madera y leña, pastoreo, recogida de hojas, caza menor, recoger la madera muerta, etc…

En cuanto a su aprovechamiento, ya fueran montes municipales o del estado, éste se hacía mediante subastas públicas donde empresas de explotación forestal y comerciantes competían para la madera ofrecida. Este modo de venta era el más ventajoso para el propietario público, ya que maximizaba el valor total de las diferentes clases de madera presentes en los montes subastados, que podía ser muy diferente en función de su preparación, de las condiciones particulares del mercado local, de la época del año o de las necesidades puntuales de la industria de transformación. Los compradores de las subastas públicas solían ser de dos clases: una parte de ellos eran rematantes locales que conocían bien los montes y los contextos locales (político, estado de los caminos, disponibilidad de mano de obra, etc…) y se encargaban de la

1 Ver Anexo 5. Presupuestos de los ayuntamientos de Vielha, Escuñau y Gausach, Valle de Aran, de los años 1946, 1947, 1948, 1949 y 1950.

2 No existía hasta la segunda mitad del siglo XX, una contabilidad oficial de la producción de los montes privados.

producción para luego vender la madera a serradores y ebanistas de las ciudades. Otros eran industriales de las ciudades que precisaban madera en grandes cantidades, y de forma constante durante todo el año. Para que su suministro no dependiera únicamente de los rematantes locales, los industriales se encargaban en parte o su totalidad de la explotación forestal, o bien directamente o encargándosela a otras empresas, pero siempre con un control directo sobre el precio final de la madera. Estos aprovechamientos de los montes públicos estaban planificados en los instrumentos de ordenación. Estaban controlados y programados por los ingenieros de la administración forestal. Existía otro tipo de aprovechamientos, extraordinarios, en caso de incendios, ventadas, necesidades especiales de los pueblos,…

Por último, también es preciso destacar que la proporción de montes públicos en España disminuyó de forma significativa durante la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, que fue cuando se inició la repoblación forestal a gran escala. La desamortización fue la causa principal, con la privatización de 4,6 millones de hectáreas entre 1859 y 1926 (Carreras y Tafunell, 2005, pp. 295-297). No fue hasta 1949 que, gracias a las repoblaciones, se pudo revertir la disminución de la superficie forestal española, y que ésta volvió a crecer de forma modesta: 54.000 Ha (Carreras y Tafunell, 2005, pp. 299) 3.

Fig. 1. Peso en superficie de los montes públicos en el conjunto de montes de España y Cataluña.

0,00%

Fuente: Elaboración propia a partir de Carreras y Tafunell (2005, p. 297-299) y INE.

3 Las diferencias de distribución por provincia podían ser no obstante más acusadas: los montes públicos en Lérida en la década 1940 representaban entre el 60% y el 70% del total forestal, mientras que en las demás provincias catalanas representaban entre un 2 y un 7%; en Badajoz, Córdoba o Lugo asimismo la propiedad era 100% privada y en Soria, Segovia o Burgos, la propiedad pública superaba el 80%.

Las causas de la deforestación entre 1850 y 1950 fueron diversas, pero destacan en particular las vinculadas al clima, la expansión agrícola y la demanda de madera.

Muchas regiones españolas son de clima mediterráneo árido y poseen zonas esteparias en las que las precipitaciones anuales son inferiores a 200 mm anuales. En estas zonas la regeneración natural de la vegetación es difícil y lenta, y tras el deterioro del bosque por el ganado o a causa de incendios, los suelos suelen quedar al descubierto si no de manera definitiva, si durante décadas. La incidencia del pastoreo fue en este sentido relevante, por la elevada importancia que tenía la ganadería desde la Edad Media.

Propietarios y cuidadores de grandes rebaños siempre reclamaron grandes extensiones de tierras para sus animales y sus privilegios fueron causa muchas veces de deforestación por dos motivos: la constante presión que ejercían sobre los montes, llegando a comprometer su regeneración, y porque muchas veces el aprovechamiento de los pastos pasaba por incendiar el monte existente. La presión demográfica y las roturaciones a gran escala (en beneficio de las superficies de cereales, olivos, frutales y viña) también tuvieron un impacto significativo en la deforestación. La minería y la industria metalúrgica consumieron también cantidades ingentes de madera, lo que afectaba a menudo a los montes de los alrededores. La construcción naval, que hasta finales del siglo XIX se hacía exclusivamente con las mejores piezas de madera, generaba también una presión elevada en los montes del litoral, próximos a los astilleros. Asimismo, otra causa de deforestación local fue la expansión de las zonas urbanas, por la elevada demanda de leña para calefacción, hornos artesanales e industriales, madera para muebles y construcción.

En este contexto, la obsesión de los forestales y la administración desde la creación de la Escuela de Montes en 1846, fue intentar frenar y revertir la deforestación a gran escala, en especial en los montes públicos:

“El fin del bosque es el desierto. Es trágico para la naturaleza y para el hombre mismo”4.

Esta es la paradoja que tuvieron que resolver también la gran mayoría de administraciones forestales europeas en el siglo XIX: para poder realizar y explotar el

4 Bauer, 1991, p. 38.

potencial productivo de los montes también tenían que protegerlos, prohibiendo muchas veces el aprovechamiento forestal. La deforestación, no en un sentido de desertificación sino de desaparición de la cubierta vegetal arbórea, fue una de las causas fundamentales de la aparición y el desarrollo de nuevas administraciones forestales. Las grandes inundaciones, catastróficas y mortíferas, el auge del comercio y la urbanización masiva, dieron un valor social y comercial nuevo a la madera de los montes.

“aquellos Pirineos […] que ahora vemos completamente desnudos de árboles, porque se los ha talado sin piedad, porque se los ha explotado, porque toda falta de ciencia, toda incultura, ha tenido allí su desarrollo; porque se ha tolerado que el labrador, el pastor inculto, semisalvaje, a quien molestaban los bosques, a quien molestaban los grandes árboles, que él creía contrarios a los prados para el pastoreo, prendiese fuego a esos bosques, y en lugar de acudir la Guardia rural o la Guardia civil para imponer el imperio de la ley a esa gente inculta, ni las Autoridades ni los encargados de hacer cumplir las leyes se han preocupado para nada de eso […]

aquellos hermosísimos bosques, que habrían podido constituir el orgullo nuestro, y, sobre todo, habrían podido evitar esas calamidades que con tanta frecuencia sufrimos, como son las inundaciones producidas por las grandes avenidas de los ríos. […] En el Llobregat, por ejemplo, no puede hacerse ya absolutamente ni una concesión más, ni hay un metro de terreno que sea susceptible de permitir una presa: está concedido todo cuanto puede ser objeto de aprovechamiento hidráulico. Innumerables fábricas, con la fuerza del río Llobregat, dan vida a millares de familias; esta fábricas producen por muchos millones de pesetas; de esos millones de pesetas, una gran parte va en forma de tributación a engrosar las arcas del Tesoro público; pero en cambio tenemos la desgracia de ver con frecuencia que ese río se desborda, después de un periodo de siete u ocho días nada más de lluvia; llevan sus aguas rojas inmensa cantidad de tierra, de rocas, de restos de casas, que han derribado a su paso; penetran furiosas en las fábricas, destruyen la maquinaria, impiden que en las fábricas se pueda trabajar hasta pasados quince o veinte días, paralizando, por consiguiente, el trabajo, dejando sin pan a esas familias. […] Y he hecho este inciso al pronunciar el nombre de Francia, porque la mayor parte de vosotros habréis visto como en medio de una llanura y de un cultivo de hortalizas se levanta un cuadrado perfecto de arbolado, y 500 metros más allá, entre otros cultivos de frutales o de cereales, etc… veis levantarse un cuadrado perfecto de gran arbolado, y así constantemente, como un tablero de ajedrez, los cuadrados van sucediéndose, y gracias a eso existe un regulador del clima y no tienen que sufrir las inclemencias atmosféricas que tenemos que padecer nosotros aquí, para tener que acudir luego con créditos extraordinarios para el pedrisco, para la inundación, y con convocación de contribuciones para la perdida de la cosecha.”

Diputado Miró en el Congreso de los Diputados, sesión del 26 de noviembre de 1914 sobre el presupuesto del servicio de Montes para el 1915.