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La forma cuantitativa de la valoración económica: deseos y creencias

Capítulo 2. Economización de los objetos. Sobre el proceso de valoración mercantil de los

3. La forma cuantitativa de la valoración económica: deseos y creencias

El valor […] es una calidad que asignamos a las cosas, como el color, pero que, al igual que el color, realmente no existe más que en nosotros como una verdad muy subjetiva. [El valor] consiste en el acuerdo de los juicios colectivos que portamos sobre la aptitud de los objetos a ser más o menos deseados o probados, en su crudeza, por un mayor o menor número de personas. Esta calidad es pues, de la singular especie de las que, pareciendo susceptibles de presentar numerosos grados y de subir y descender esta escala sin cambiar esencialmente de naturaleza, merecen el nombre de cantidad. (Gabriel Tarde, 1902, pp 51-52, énfasis añadido).

La concepción del valor económico que aporta Gabriel Tarde es la de una fuente que es psicológica y económica a la vez, sin fisura, sin separación

alguna. Puesto que, para Tarde, el valor económico se funda en las creencias y

los deseos (o las opiniones y los intereses) es por tanto una fuente

enteramente subjetiva, totalmente psico-afectiva pero, y allí Tarde nos ofrece un aporte de gran originalidad, son precisamente los deseos y las creencias lo que mejor encaja en el reino de lo cuantitativo.

Se trata de unas cualidades cuantificables, puesto que los deseos y creencias se expresan y participan de un juego de intereses en donde despliegan grados de más o de menos, creencias y deseos adquieren niveles discretos de

intensidad que se pueden medir, y que caben en el ámbito de lo escalar. Por tanto, las cualidades de los objetos que son valorizadas de un modo concreto en su economización, es decir en la fijación de un precio, no se realizan más que en un proceso de interjuego de los deseos, de unos deseos que se miden, que se intensifican e interaccionan con otros deseos, que también se miden. Y dichos deseos se combinan, se mezclan, operan de manera conjunta con las opiniones o con la fe de las personas.

Pero, antes de entrar en el vértigo explicativo de Tarde (sus ensayos tienen un estilo que combina frases complejas y semioscuras con metáforas y ejemplos de gran precisión o poder evocativo), hemos de advertir que la fe y el deseo son dimensiones subjetivas que se cuantifican solamente en el ejercicio de la misma valoración económica y no antes. Esto significa que no hablamos de deseos ni de creencias “en sí”, como entidades o entelequias psíquicas que hiciesen posible la emergencia del valor económico. Las creencias y los deseos tampoco son los “Quanta” que originan unas magnitudes básicas para

establecer medidas de valoración económica de los objetos. No. Para Tarde las creencias y los deseos son simplemente aquello que se pone en juego en el proceso de fijación de precios dentro del mundo económico del trabajo, el capital, el crédito, el valor, el intercambio de bienes por dinero. Es decir, que con Tarde hablamos de deseos como una especie de constructo psicológico que se cuantifica en el proceso mismo de la fijación de precios. Del mismo modo, la fe o la creencia es un constructo psicológico que adquiere la dimensión escalar o discreta en la dinámica de estabilización de un valor económico, generalmente traducido en el precio. Se trata de una subjetividad

sin contenido previo, que en la acción misma de la reciprocidad del intercambio económico se despliega como cualidad cuantificable:

El deseo más vivo que suscita en el corazón del empresario el afán de un beneficio superior al de los obreros lo consuela de estar menos seguro del éxito que lo que ellos lo están de cobrar sus salarios. A la inversa, los accionistas de las sociedades anónimas arriesgan poco en general con pocas posibilidades de ganar mucho. Sin ese mucho esas sociedades no hubieran podido nacer. (Tarde, 2011, p. 152, énfasis original).

Las cantidades que Tarde señala una y otra vez son formas subjetivas, deseos y creencias, que se enredan y suscitan un número nuevo, llamado precio:

El número de los que tienen ganas de un objeto sólo influye

indirectamente sobre el precio al ensanchar la brecha entre las riquezas más grandes y las más pequeñas, entre los deseos más intensos y los más débiles, y también al sobreexcitar el espíritu de rivalidad y

emulación. Por más pequeño que sea un Estado, cuando en él la desigualdad de condiciones es grande, los objetos escasos son

cotizados a precios extravagantes; y por más vasto que sea un imperio, cuando las condiciones en él se nivelan, la extravagancia de los precios excepcionales se atenúan (Tarde, 2011, p. 156, énfasis original).

Ahora bien, estos deseos y creencias que operan como constructos sin contenido, son los verdaderos competidores en el proceso de la fijación de precios. Y, más todavía, estos deseos son siempre los deseos presentes o actuales41, en el sentido de que compiten para la fijación de precios unos deseos y una fe que desplazan todo lo previo, sin que importe demasiado el coste de producción o la competencia misma de los compradores. Tarde no cree que el mercado se regule por una ley económica de la oferta y la

41 Tarde rechaza, en cierto modo la idea marxista de plusvalor, puesto que el esfuerzo o trabajo gastado en la producción, que se condensa en una mercancía, no le importa nada al

comprador: “Ese esfuerzo fue un deseo que no lo es más. La confianza en su utilidad, fuente de ese esfuerzo, fue una creencia que no lo es más. Hablemos del deseo actual, el único real, que se tiene de poseer ciertos beneficios, y de la confianza actual, la única real, que se tiene en la aptitud de tal cosa para realizar esos beneficios. He aquí la fuente del valor.” Tarde, 2011, p. 159, énfasis original.

demanda, sino por una competencia psicológica de creencias y deseos que valen solamente en su actualidad:

En una ciudad, las viejas casas que costó más barato edificar se venden y se alquilan tanto como las casas nuevas, e incluso más caro si están en un barrio más céntrico. Las tierras más fáciles de trabajar venden sus productos al mismo precio que los productos de los suelos más ingratos.

(Tarde, 2011, p. 159).

La manera como compiten estas subjetividades cuantificadas tiene asimismo una forma cuantitativa, es decir una serie de procesos que muestran una forma de operación cuantificable:

[un] precio debe ser fijo y debe ser tal que en mil corazones sobre cien mil el concurso del que hablo [concurso de caprichos o necesidades entre los cuales el capricho o la necesidad de mi artículo los superaría por muy poco] juegue en provecho del deseo particular que mi

mercancía satisface. […] Jamás habrá que olvidar que el deseo de comprar un objeto es de algún modo el resto de una sustracción, es decir el exceso del deseo de poseer el objeto sobre la pena por

despojarse del dinero que cuesta ese objeto. (Tarde, 2011, pp. 160-161, énfasis original).

Pero incluso el mismo precio no agota la valoración económica del objeto, puesto que las variaciones de deseo y creencia entre los múltiples

compradores, generan un valor posterior y diferenciado, según el cual el objeto vale más o vale menos del precio que costó adquirirlo. Por otro lado, y esto es interesante, las personas sin interés o sin deseo suficiente para pagar el precio fijado de un objeto determinado, generan un “contra valor” o un valor negativo del objeto, que se puede también cuantificar (Tarde, 2011, 162).

La naturaleza cuantitativa de la subjetividad deseante y de fe nos permite ver que no se trata de una fuente del valor, sino de unos operadores que permiten la valoración económica, con frecuencia en el proceso de fijación de precios pero también en el proceso de valoración económica subjetiva del más o del menos que se juega en los mercados, más allá de los precios. Los deseos y

creencias son operadores, o mejor dicho co-operadores, que simplemente se configuran como cantidades en el proceso de estandarización del valor

económico sobre un objeto. Lo que Tarde propone entonces es un dispositivo de análisis de los procesos económicos a través de la medición (medición valorativa en forma de precios, medición probabilística en la aplicación de estadísticas), sin que por ello se diga nada sobre la fuente misma, de lo que otorga valor económico a los objetos, pero asumiendo que dicho valor se genera en ese proceso de intercambio o reciprocidad donde los deseos y las creencias se pueden contabilizar, o dicho de otro modo, la fe y el deseo se encarnan u objetivan en el precio económico.

Tarde asume o da por sentadas unas “condiciones” de lo económico, que indican una postura de economía política, en un sentido que oscila entre el pragmatismo y el sentido común, y que resulta muy interesante en cuanto a comprender su visión de la economía. Así, por ejemplo, para Tarde la

economía siempre tendrá que ver con la relación hacia otros, por ejemplo en la producción de un objeto para otros o en la utilización del trabajo de otros, en un sentido de intercambio recíproco. Pero Tarde considera que subyace siempre una especie de violencia, un desgarro original, que subsiste en todas las acciones económicas:

Pues toda relación realmente económica supone la adquisición del hombre por el hombre, adquisición por cierto unilateral o recíproca, esclavitud y robo o asociación y trabajo. Y desde ese punto de vista, el primer ladrón que codició el asno o la vaca de su vecino, el primer guerrero que tomó prisioneros de guerra, creó sin saberlo la economía política. (Tarde, 2011, 149, énfasis añadido).

Y, además de asumir este mito de origen de la economía, a modo de una genealogía de la violencia económica, Tarde también reconoce de modo pragmático una condición de desigualdad en todo el mundo económico:

desigualdad en la riqueza, la escasez, diferencias en el prestigio o el orgullo que se asocia con el intercambio económico, diferencias de intensidad en los

deseos y creencias, diferencias en los efectos del intercambio recíproco. Toda la economía se sustenta en una condición de posibilidad dada por la inequidad, lo que hace posible la diferencia y explica el funcionamiento de mecanismos que operan “como si” pudiera producirse una reciprocidad en los intercambios o una equivalencia entre elementos heterogéneos.

Esto es lo que complica mucho la definición de un precio justo, frente al precio normal o natural, que Tarde llama “precio estable” o impuesto. Dicho así, el precio de un objeto o un servicio no es tanto un pequeño pacto social sino una forma de estabilizar, o más bien una manera de forzar la reciprocidad en un mundo de diferenciales incesantes de deseos y de creencias. El precio, como una mera expresión de la valoración económica, no es una alianza social entre iguales, sino una forma de estabilizar la violencia económica en el mundo ficticio pero “necesario” del mercado.

4. La producción del valor 1: dispositivos y agenciamientos en la