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Capítulo 1. Objetos. La materialidad en la economía

2. La materialidad en la economía tiene una orientación concreta en la forma de la sociedad

3.1 Cuasi definiciones de objeto

En un bello libro, Los objetos distinguidos. La arqueología como excusa, el arqueólogo Vicente Lull (2007), desarrolla una larga reflexión sobre los objetos, que considera “cosas atendidas y distinguidas […] nuestra manera de aprender la vida” (2007, p. 21). Dice que “fueron los objetos lo que hicieron necesaria la palabra [… y que] hemos olvidado que llegamos a las palabras por el ruido de las cosas” (pp. 50-51). También señala que “los objetos nos hacen [… y que]

las cosas no susurran pero sin ellas no hay susurros […] cuando acontece como producto, el objeto atesora un reducto de sentidos que se abren al uso y la manipulación: amplía la existencia, guía y condiciona las experiencias de todos los sujetos” (pp. 34-35).

De un modo similar, pero mucho más incipiente, apunto algunas ideas muy rudimentarias que “piensan” la naturaleza de los objetos, como una cuasi definición que trata de señalar lo que se entiende por objeto.

El objeto no es una cosa, aún cuando pueda (y de hecho, así ocurre) incluir cosas, casi todas las cosas. Al decir que el objeto no es una cosa, se precisa que no hablamos de las cosas, de eso que se puede nombrar y enumerar: las cosas incluyen siempre su nombre y con frecuencia incluyen “numeración”, puesto que pueblan el mundo con sus designaciones en lenguaje y su cuantía que, más bien, se nos aparece como lo innumerable, por su abundancia en la sociedad del consumo.

Si tuviera que arriesgar una definición provisional, una forma propositiva de la noción de objeto, sería la siguiente: el objeto, un objeto, es lo que queda, algo que ha devenido, la huella de un acontecimiento complejo. Si tuviera que precisar más, diría que es una huella reciente, o más o menos reciente, que todavía guarda los efectos y movimientos de lo que acaba de ocurrir. Entonces, entenderemos por objeto aquello que ofrece interés y suscita un cierto

asombro. En ese sentido, los objetos se distinguen de las cosas por un potencial epistémico y una aproximación, quizá un mero acercamiento (y a

veces la mera ilusión de acercarnos), al misterio del cambio o transformación de la realidad.

La confusión entre cosas y objetos es persistente, tal vez porque son diversas las razones para identificar y confundir cosas con objetos. Por ejemplo:

1) La fijeza, la inmovilidad de las cosas y la forma discreta de los objetos. El hecho de que las cosas se nos muestren como algo fijo, sin movimiento, les hace muy semejantes a los objetos, cuya característica de distinción incluye la forma, es decir la aparición de contornos o límites que ofrecen una figura y, en cierto modo, una presencia definida.

2) La dureza de las cosas o, en el caso de las cosas blandas, su durabilidad.

Las cosas duran o están hechas para durar, no siempre en un sentido de utilidad, pero si en un sentido de persistencia episódica y de larga existencia posterior. Los objetos también tienen dureza, pero esa dureza tiene una dimensión más compleja, posiblemente debido a que su naturaleza es de una duración y consiste en una forma de continuidad generada en el proceso de ensamblaje o de construcción de procesos sociales emergentes.

3). Las cosas son útiles, o pueden ser útiles, y se valoran por esa

funcionalidad. Los objetos tienen una utilidad o, más bien, digamos que tienen posibilidades de uso. Hay una usabilidad en los objetos que es determinante, pero dicha usabilidad es algo intercambiable, flexible, cambiante y, por tanto, es una usabilidad compleja.

4) Las cosas están allá, están siempre lejos, tienen una separación ínsita. Esa distancia de los objetos no es tanto física, sino que está determinada por la inmovilidad de tal distancia o, también puede decirse, porque dicha distancia está marcada. Y los objetos tienen una distancia móvil, una distancia de vaivén, que permite el juego de la percepción de los mismos y, sin embargo, mantiene vivo el interés o el foco de atención en los objetos mismos. Por tanto, la

distancia de los objetos siempre tiene movimiento y, de hecho, su distancia consiste en el movimiento, en el flujo del objeto mismo.

5) Las cosas siempre son algo reciente para nuestra atención o, dicho de otra manera, sólo aparecen una vez y después caen en el olvido. En ese sentido nunca son cosas viejas, porque su expresión no tiene memoria. Su dureza es fugaz, dejan de interesar muy rápido, aunque también tienen la virtud de semejar objetos, de camuflarse como objetos. Los objetos, en cambio, ofrecen una naturaleza paradójica de lo antiguo y lo novedoso, es decir que tienen memoria y evocan un porvenir. Esta característica de “doble naturaleza” de los objetos, que semejan cosas conocidas u olvidadas y que sin embargo son “otra cosa”, parece relacionarse con el proceso que conllevan los objetos, un

proceso de articular, llevar y re-ensamblar diferentes cosas para modificar incesantemente una situación dada.

Al decir que los objetos no son las cosas, asumo que se trata de una distinción construida que diferencia ambos elementos, pero no como si tuviesen una naturaleza enteramente distinta, sino como una operación que trata de dar inteligibilidad a un proceso de constitución de lo social. Se trata, en primer lugar, de hallar sitio para el análisis de la cultura material en el proceso de constitución de situaciones sociales diversas: ¿qué lugar tienen las cosas, las herramientas, los dispositivos, las mercancías, en el estudio de lo social?

¿Cómo se analizan, cómo se integran dentro del proceso de constitución de lo social?

Pero, además, y en segundo lugar, se trata de colocar en la misma posición la materialidad que, en sentido lato, asociamos con las cosas físicas y aquella inmaterialidad aparente de “otras cosas” que no tienen una naturaleza física pero que tienen tal funcionamiento y constitución que son duras, durables, significativas y preeminentes en la realidad cotidiana de modo que no tenemos dificultad en considerarlas cosas (una pacto que se convierte en un contrato mercantil, una interacción que se define como “acto educativo”, una práctica de vacunación que se define como política de salud, unos gestos táctiles que se consideran “la ternura necesaria o deseada” en una cultura de auto superación, unas leyes promulgadas que convierten unas prácticas culturales en actos delictivos, etc.). Son cosas, así les llamamos, tan cosas como las cosas

materiales, puesto que sus efectos tienen su propia materialidad16. Pero, y aquí importa nuestra distinción, las hemos de considerar objetos en tanto podamos analizar su emergencia y el modo que tiene dicha aparición.

Esta distinción entre objetos y cosas, es como la descripción de objetos que hace Pablo Fernández Christlieb (2003, 2004) cuando dice que el objeto es

“aquella parte de la realidad que no tiene nombre” o, también, “lo que carece de lenguaje en un mundo de lenguaje” (2004, p. 114), puesto que retienen una cuota de misterio. Los objetos quedan como una distinción de las cosas en el sentido de que hay una relación con el observador17.

La distinción entre cosas y objetos, por tanto, consiste en el punto de vista que permite problematizar la naturaleza de objetos, de manera que pueda

reconocerse algo que va mas allá de su materialidad: su condición social y su relación con sistemas de significados son parte del campo de la materialidad (Miquel Domènech, Lupicinio Íñiguez y Francisco Tirado, 2003). En realidad, no es correcto decir que nuestro punto de vista “va más allá de su materialidad”, sino que intentamos superar la clásica dicotomía sujeto / objeto o naturaleza /sociedad, planteando un tipo de análisis que coloca en el mismo nivel a todos los participantes de un proceso concreto de la realidad. O, cómo lo dice Vicente Lull “somos hijos de la materia social, y el ángel determinador de todo ello es la propia relación social compartida entre sujetos y objetos” (2007, p. 369)18.

16 La materialidad de una multa o la prisión si no se cumple el contrato mercantil, el rigor de la mentada pauta educativa será evidentemente material para el educando, el pinchazo para quien recibe la vacuna sin “temerla ni deberla”, la respuesta recíproca ante el gesto de ternura en el caso de que haya sintonía y aceptación respecto a la buena práctica del afecto, la transformación en delito de una práctica que comparte y socializa la cultura por medio de internet. Es una materialidad evidente en “sus efectos”.

17 A partir de la relación entre objeto y observador (su distancia, cercanía y copertenencia) Pablo Fernández Christlieb habla de objetos discretos y funcionales, objetos de ciencia y objetos de arte, objetos–afecto y objetos–mercancía, La sociedad mental, 2004, pp. 115 - 130.

18 Lull plantea que los objetos “nos hacen” en el sentido de que:

Los objetos concretan la realidad humana.

Aplican lo pensando, materializan las ideas y conforman el trabajo acumulado de toda sociedad.

Se manifiestan ante nosotros como fósiles de conocimiento.

Impiden que perdamos la memoria.

Pautan el avance de la razón.

(2007, p.368, énfasis original).

3.2 La noción de objetos-máquina como reinvención de la materialidad