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U NA LÍNEA DE INVESTIGACIÓN ABIERTA

4) El trabajo humano, capaz de modificar la materia, empleando energía, y generar una producción social

1.3.2.5 E L ENFOQUE ARQUEOAMBIENTAL

En todo caso, nuestro objeto de estudio son las sociedades humanas en un medio ambiente y no la ecología de un ecosistema, per se. Para abordar este enfoque en la investigación es imprescindible la comprensión de las dinámicas ecológicas y del funcionamiento del geosistema en su conjunto, así como la delimitación de nuestro marco geográfico de estudio.

Tanto la geografía del territorio como la ecología del geosistema y su geobotánica (Rivas-Martínez, 2005) son áreas de conocimiento práctico imprescindibles para abordar una arqueología que se enfoca en analizar las prácticas sociales más allá de los yacimientos, y que entiende la relación misma entre el medio ambiente y la sociedad como diferentes esferas de un mismo sistema social y ecológico productivo.

El medio ecológico y social donde se desarrollan prácticas socioeconómicas que definen un paisaje y delimitan un territorio, tendría una significación social para las comunidades pretéritas (Criado-Boado, 2016). Obviamente, desde la arqueología no podemos llegar a conocer muchos de los significados sociales, pero si observar su materialidad, y a través de ésta, tratar de entender cómo se organizaba la producción, la movilidad o el consumo, y calcular el valor social del medio, en función de los recursos explotables por cada sociedad dentro de su sistema socioeconómico (Gassiot, 2001). En definitiva, cómo eran los paisajes sociales y cómo se gestionaron en el pasado.

Si no logramos entender cómo operaron las sociedades, históricamente, en las diferentes regiones biogeográficas, no podremos entender tampoco el registro material presente ni el paisaje social histórico. Por ello, creemos que en el proceso de investigación histórica que desarrollamos desde la arqueología, cuyo objetivo principal es el conocimiento de las formas de vida y de sostenimiento económico de las sociedades a lo largo del tiempo, hemos de integrar todos los tipos de evidencia material que las sociedades pretéritas dejaron en el territorio, incluyendo el propio medio, visto como un producto social. Este paisaje histórico puede observarse y cuantificarse, ya sea en la composición de los depósitos sedimentarios (Butzer, 1982; French, 2003; Berger, 2005), o a partir de una determinada distribución de

46 especies vegetales y animales en un ecosistema concreto (Soriano, 2003; Pèlachs et al., 2009; Ninot et al., 2017a).

Los paisajes sociales, no serían, por tanto, necesariamente sistemas equilibrados, estables o resilientes (Butzer, 1982; Redman, 2006; Walker, 2006), sino consecuencia de procesos socio-históricos dinámicos, con rupturas, en ocasiones marcadas, en la gestión del territorio y la explotación de los recursos o en los patrones de asentamiento de las comunidades humanas (Estévez, 2005). Las sociedades no estarían necesariamente en equilibrio con el geosistema, sino que podrían favorecer su modificación, generando nuevos paisajes sociales y nuevos recursos explotables, como, por ejemplo, generando nuevas zonas de pasto o de cultivo, mediante la apertura de los bosques (Galop et al., 2004; Antolín et al., 2015). La acción humana también habría favorecido una distribución socioecológica (no natural o potencial) de las especies animales y vegetales, en función de las estrategias de explotación económica del medio ambiente desarrolladas (Estévez, 2005).

El medio ambiente no determina, a priori, cómo debe ser explotado económicamente por las sociedades humanas, aunque existen límites ecológicos para algunas actividades productivas. Evidentemente, no es posible cultivar según qué plantas en según qué condiciones climáticas, existiendo una vegetación potencial para cada bioclima (Ninot et al., 2007, Rivas-Martínez et al., 2007). Sin embargo, el trabajo humano puede alterar las condiciones iniciales del medio ambiente, generando nuevos ecosistemas o paisajes sociales (Soriano et al., 2003; Esteban-Amat, 2003; Ejarque, 2009; Cunill, 2010; Orengo, 2010;

Catalan et al., 2013; Obea, 2014; Bal et al., 2015; González-Álvarez, 2015; Piqué et al., 2018;

González-Sampériz et al., 2019).

Si tomamos nuestro caso de estudio como ejemplo; en la alta montaña de la región pirenaica no es posible cultivar cereal por encima del límite superior del bosque actual, que se ubica en unos 2400 metros de altura, pero si fue posible, en el pasado, alterar ese límite y producir campos de cultivo en zonas del piso subalpino, en torno a los 2000 metros de altitud (Cunill et al. 2012, Pérez-Obiol et al., 2012). La capacidad de carga del territorio depende siempre de la inversión de trabajo, tecnología y conocimiento del medio. De modo que la productividad natural es una variable modificable mediante el trabajo humano y la tecnología aplicadas, dentro de diferentes sistemas de gestión de los recursos en un territorio social.

Dado que nuestro programa de investigación se enfoca en identificar la ocupación y el impacto humano en el medio, nuestras estrategias de aproximación al conocimiento deben incorporar tanto los vestigios directos de dicha presencia humana en los espacios de

47 hábitat, como el impacto indirecto en el medio, observable en los cambios de paisaje o de la distribución de las especies. Es decir, debemos aproximarnos al objeto de estudio desde un enfoque arqueológico y, paralelamente, desde un enfoque ambiental. Ambas aproximaciones deben ser integradas en una única metodología heurística, que aquí definimos como el enfoque “arqueoambiental”. La arqueología ambiental, efectivamente, requiere de un programa de investigación propio (Dincauze, 2000).

Así, por ejemplo, los datos que podemos obtener desde la prospección arqueológica nos permiten establecer elementos diagnósticos en la disposición geográfica de la ocupación humana en el paisaje, con carácter diacrónico. Nos permiten definir los paisajes sociales, mediante la relación espacial de los yacimientos con la geografía de un territorio (Garcia-Casas, 2018). Por otro lado, la disposición biogeográfica del mismo paisaje vegetal, el desarrollo de ciertas especies dominantes o la presencia de zonas deforestadas, nos está informando de la acumulación de trabajo en ese territorio, también de forma diacrónica (Soriano et al, 2003; Pèlachs et al., 2007; Ninot et al., 2017b).

De manera, que tanto los yacimientos, como los prados o los bosques, forman parte del paisaje social, constituyendo un sistema ecológico social, altamente complejo, que requiere una gestión humana y es fruto de una intervención acumulada a lo largo de la historia. De modo que el paisaje incorpora a su propia intrahistoria el resultado de la interacción entre la geología, el clima y las sociedades humanas (Estéban, 2003; Pèlachs et al., 2007; Lozny 2013, Gassiot 2016, Catalan et al., 2017).

Por todo ello, definimos nuestro enfoque teórico y su posterior desarrollo práctico, a nivel metodológico, como arqueoambiental. Ya que nos proponemos la integración de los datos arqueológicos con los datos de índole paleoambiental, dentro de un mismo espacio biogeográfico; con el objetivo de generar hipótesis que posibiliten la explicación de los procesos de poblamiento del territorio y su relación con los cambios en el paisaje.

Entendemos que el paisaje es el resultado dinámico y diacrónico de un proceso histórico, social y ecológico.

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1.3.3 E

L PAISAJE DE ALTA MONTAÑA