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El valle de Sant Nicolau

2.3 E STUDIO DEL CAMBIO AMBIENTAL El valle de Sant Nicolau

2.3.1 C AMBIO CLIMÁTICO Y EVOLUCIÓN DEL PAISAJE

Evidentemente, el análisis de un solo tipo de biorestos de origen vegetal como un único indicador, ya sea el polen o los fitolitos, resulta una señal, per se, insuficiente a la hora de interpretar el cambio ambiental. Ya que necesita de una segunda variable correlacionable e independiente de la primera que nos permita comparar, validar o cuestionar el resultado obtenido en la primera (Carrión et al., 2000). Naturalmente, cuanto mayor sea el número de aproximaciones metodológicas y variables correlativas, el fenómeno documentado empíricamente tendrá una mayor validez científica (Catalan et al., 2013).

La dificultad, sin duda, radica en la lectura de los sedimentos como registros arqueológicos y paleoambientales; o ¿cómo a partir de una serie limitada de variables ambientales podemos reconstruir un paisaje que existió en el pasado? Para ello sólo podemos emplear análogos, en tanto que suponemos que un ecosistema en condiciones equivalentes y en el mismo piso bioclimático (Rivas-Martínez 1987) se comportará de forma similar, y así habría de suceder también con las formaciones vegetales (Carrión et al., 2000). Sin embargo, esta teoría presenta varias contradicciones, pues los ecosistemas son dinámicos y no podemos afirmar que las condiciones bioclimáticas no determinen otros comportamientos en otro periodo del pasado (Catalan et al., 2001; Pèlachs et al., 2012). Por otra parte, desde que las sociedades humanas empiezan a operar en un medio ya estaríamos analizando un ecosistema social, no natural, por lo que las analogías deben considerar el factor humano como un elemento de forzamiento ambiental tan importante como el clima, al menos (Pèlachs et al., 2007 y 2009; Catalan et al., 2013; Rodríguez-Antón et al., 2016).

No obstante, lo cierto es que los datos ambientales disponibles para los últimos miles de años apuntan que el clima es dinámico e inestable a lo largo del tiempo (Rivera-Arrizabalaga

87 2004, Uriarte-Cantolla 2004), ni siquiera, en un periodo relativamente estable como sería el Holoceno (Mayewski et al., 2004; Wanner et al., 2011; Walker et al., 2012 y 2018; Finné et al., 2019; Binni et al., 2019).

Asimismo, podemos afirmar que las formaciones vegetales jamás son absolutamente idénticas y además gozan de cierta inercia frente al cambio ambiental, por lo que cualquier paisaje análogo es, por definición, un modelo de análisis, un escenario, pero no un equivalente exacto (Carrión et al., 2000). Casi podríamos afirmar lo mismo incluso de las formaciones vegetales ecológicamente bien definidas a partir de la zonación geobotánica (Ninot et al., 2007). Existen una gran diversidad de conjuntos florísticos, incluso en un área geográfica reducida como es el Pirineo axial central (Carrillo y Ninot, 1992; Cañellas-Boltà et al., 2009, Ninot y Ferrè 2008) y éstos son altamente dinámicos con el paso del tiempo (Pèlachs et al., 2007 y 2009). De hecho, la vegetación de montaña continúa, hoy en día, sometida a rápidos procesos de cambio ambiental, readaptación o coevolución (Pauli et al., 2012; Barrio et al., 2013; Ferré et al., 2013).

De modo que podríamos afirmar, a tenor de los datos conocidos (Mayewski et al., 2004;

Wanner et al., 2011; Walker et al., 2018; Finné et al., 2019), que en todo el Holoceno no hay dos periodos absolutamente análogos, ni climática ni paisajísticamente, con lo que la teoría de la vegetación potencial se nos aparece como un sencillo modelo geobotánico predictivo (García-Moreno, 2007; Rivas-Martínez, 2007). En tanto que la vegetación se desarrolla en función del clima y de la orografía, pero también de la acción humana y de la propia inercia reproductiva de los conjuntos florísticos, ésta puede cambiar rápidamente para adaptarse a las nuevas condiciones ambientales (Oliva et al., 2017), a las presiones antrópicas (Ferré et al., 2013), u a ambas (Pauli et al., 2013).

Esta realidad no supone que debamos abandonar a priori la idea de poder obtener información útil de los registros sedimentarios del pasado. Al contrario, simplemente, debemos ser conscientes de qué tipo de preguntas podemos albergar cuando tratamos la reconstrucción de un paisaje del pasado, asumiendo que, posiblemente, no podamos alcanzar una reconstrucción exacta, ni definir un análogo idéntico. Trabajamos, por tanto, con modelos de aproximación estadística, de tipo cuantitativo, generalmente (Moore et al., 1991; Carrión et al., 2000; Mander y Punyasena, 2018).

Por ejemplo, tradicionalmente, se han definido una serie de periodos polínicos en Europa (Furundarena et al., 1998; Carrión et al., 2000), que han sido posteriormente correlacionados con eventos isotópicos marinos (Rivera-Arrizabalaga, 2004), deduciendo una doble correlación: por una parte la producción polínica se correlaciona con la cubierta

88 vegetal existente y por otra la concentración isotópica de O18 en las carcasas de los foraminíferos bentónicos responde a la temperatura del agua oceánica en superficie (Uriarte-Cantolla, 2004). Ambos conjuntos biológicos, las formaciones vegetales continentales y los foraminíferos marinos, presentan una determinada distribución de especies en función de un medio ambiente y de una ecología. Ambas responden a los cambios climáticos globales, de modo que se ha deducido una correlación ecológica indirecta entre ambas variables (polen y foraminíferos), mediada siempre por el cambio climático (Forundarena y Jiménez, 1998) (Figura 2.19).

Figura 2.19. Correlación entre las curvas polínicas, OM, carbonatos y curvas isotópicas de hielo. En la gráfica se muestran las curvas polínicas de algunos taxones (Pinus, Juniperus, Betula, Corylus, Poaceae), la concentración de materia orgánica (C13) y de carbonatos (%) del depósito lacustre del El Portalet, situado en un fondo de valle subalpino a 1802 m snm, en el Pirineo axial central (Huesca). A la derecha se indican las curvas isotópicas de O18 obtenidas en el fondo del Mar de Alborán (costa atlántica portuguesa) y las columnas de hielo de Groenlandia (GRIP), para el periodo 18 - 5 ka cal BP. Se observa la correlación entre el incremento de las temperaturas oceánicas y el crecimiento de los taxones arbóreos en la alta montaña pirenaica, durante el Holoceno (modificado de González-Sampériz et al., 2006).

89 Evidentemente, si queremos conocer exactamente cómo funcionan los ecosistemas terrestres y cómo responde el geosistema a los cambios climáticos y ambientales, se hace necesario incorporar el mayor número posible de variables correlacionadas al método científico, de manera que sea posible esclarecer las causas, ritmos e intensidad de los cambios en el medio ambiente, documentables a partir del estudio de depósitos sedimentarios terrestres o marinos, así como de los depósitos de hielo (Uriarte-Cantolla, 2004; Estévez, 2005). El análisis multivariable de indicadores paleoambientales está permitiendo proponer hipótesis a nivel planetario sobre el funcionamiento de los diversos geosistemas regionales y la interacción entre el medio ambiente, los diversos ciclos suborbitales y el clima, así como la respuesta ecológica de los sistemas biológicos a los cambios atmosféricos, marinos y terrestres (Figura 2.21) (Naugthon et al., 2009; Pèlachs et al., 2011; Wanner et al., 2011; Fletcher et al., 2013; Finné et al., 2019; Bini et al., 2019).

Figura 2.20. Análisis multivariable que se aplica para la reconstrucción palaeoclimática y paleoambiental. En la figura se integran las causas del cambio ambiental global, a la izquierda de la composición (según Wanner et al., 2011), con las variables obtenidas de registros paleosedimentarios fósiles, a la derecha de la figura (según Bini et al., 2019), en este caso, aplicados al Holoceno en el Mediterráneo occidental.

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