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ANTECEDENTES EN EL ESTUDIO DE LA RELACIÓN ENTRE SOCIEDADES CAZADORAS-RECOLECTORAS Y LAS PLANTAS

1.1. La relación entre seres humanos y entorno en la arqueología

1.1.1. Procesualismo y postprocesualismo

Ya desde los años 1950 la Ecología Cultural comenzaba a repercutir en el discurso arqueológico; la concepción de cultura como adaptación extrasomática al medio hizo que el papel del entorno y del medio natural en que se desarrolla la vida humana cobrara mayor importancia.

Como consecuencia de este nuevo enfoque, en la década de los 60 la Nueva Arqueología tomará técnicas de otras disciplinas (biología, sociología, geografía, etc.) para dar respuestas a sus propias preguntas. Esto se materializará a su vez en el desarrollo de instrumentos para analizar la relación de las sociedades y su entorno, constituyéndose poco a poco las bases de los estudios faunísticos y botánicos aplicados a la arqueología.

Enmarcado en este contexto de pensamiento surge en Estados Unidos la denominada paleoetnobotánica, cuyo objetivo sería el estudio de las interrelaciones entre los grupos humanos y las plantas (Ford, 1979). También en estos momentos, en concreto en 1968, se forma el International Work Group for Palaeoethnobotany (IWGP), cuyo objetivo es servir de marco para el intercambio de ideas entre investigadoras e investigadores de todo el mundo.

Destaca pues la temprana preocupación por desarrollar una disciplina específica, centrada en el análisis de las relaciones entre la sociedad y su entorno vegetal, a pesar de que en la práctica

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resultó básicamente en listados de plantas identificadas, con poco que aportar a la interpretación de los conjuntos arqueológicos. Este desarrollo fue de la mano de los avances en microscopía, así como del desarrollo de técnicas de recuperación de restos vegetales, como es la flotación, que permitieron recobrar y observar lo que a simple vista no existía en las excavaciones.

A la vez, las relaciones entre la sociedad y su entorno fueron también objeto de interés para otros enfoques dentro del marco procesualista. Así, en los 70 nace lo que se ha denominado Arqueología espacial (García, 2005: 196), en la que se trabaja sobre la relación humanos/medio como factor explicativo de determinados patrones de asentamiento. No obstante la Arqueología espacial partió a menudo de las distribuciones de recursos actuales (entre ellos los vegetales) sin incorporar los datos procedentes de los estudios arqueobotánicos, sobretodo por la dificultad de plasmar su distribución en el territorio.

Paralelamente, se desarrolló al amparo de la Escuela Paleoconómica de Cambridge todo un modelo teórico de análisis del territorio: el Site Catchment Analylis (SCA). Los principales intereses de este grupo eran la naturaleza de las economías antes de la introducción de la agricultura y la transformación de estas economías cazadoras-recolectoras en agrícolas. Aunque en el caso de los recursos vegetales el SCA ha sido más extensamente aplicado a los recursos agrícolas (Davidson, 1981: 20), algunas bases teóricas de este grupo son interesantes para el desarrollo posterior de la teoría arqueológica. En el mismo artículo, Davidson destaca las principales contribuciones de esta corriente en el estudio de la economía prehistórica, que pueden ser aplicadas a cualquier período: el énfasis en el estudio de las relaciones (que condujo a la teoría de sistemas representada por Flannery); el poner en valor los datos arqueológicos y tratar de explicarlos en términos económicos; el uso de la etnografía para interpretar la información arqueológica y la elaboración de datos etnográficos (v.g. Binford, 1978) especialmente para comprobar las hipótesis; por último, la posibilidad de conocer los recursos potenciales de una zona y compararlos con las elecciones hechas sobre ellos por un determinado grupo humano.

Sin embargo, según la crítica postprocesualista, esta manera de estudiar el entorno se concentra demasiado en los aspectos materiales. La respuesta es el desarrollo de la Arqueología del paisaje, en la que éste se interpreta en un sentido fenomenológico: los elementos naturales y físicos del paisaje proporcionan recursos simbólicos con un significado concreto para las sociedades humanas (García, 2005: 244). Sin embargo, a la hora de la verdad este planteamiento tiene una serie de deficiencias metodológicas y teóricas y, sobre todo, da un protagonismo al paisaje que hace que a menudo queden en un segundo plano las actividades sociales que lo han generado (Antolín, 2008: 16).

CAPÍTULO 1. ANTECEDENTES EN EL ESTUDIO DE LA RELACIÓN ENTRE SOCIEDADES CAZADORAS-RECOLECTORAS Y LAS PLANTAS

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De manera paralela al desarrollo de instrumentos analíticos y metodológicos se mantuvieron discusiones más teóricas sobre el papel de las plantas entre las sociedades cazadoras- recolectoras, que fueron fundamentales para el devenir de la arqueología. En el marco de desarrollo de la Nueva Arqueología, hay que destacar la celebración en 1966 del simposio Man the Hunter (Lee y De Vore, 1968), que supone un verdadero punto de inflexión en la manera de afrontar el estudio de las sociedades cazadoras-recolectoras y el de su relación con el medio vegetal1. Puede que el efecto fuese en principio de corto alcance y desde luego no se indujo de manera intencionada, pero al menos se sentaron las bases del cambio. Ya en la introducción se afirma que la mayoría de los grupos estudiados subsistieron principalmente con la base de plantas silvestres y pescado2

Además, la incapacidad de interpretar estas informaciones expuestas y de valorizarlas provoca una fructuosa reacción entre las antropólogas americanas que se recoge años más tarde en la obra Woman the Gatherer (Dahlberg, 1983). A pesar de todo, las diferentes contribuciones en este libro recogidas tampoco responden la cuestión de cómo analizar el papel de la recolección en las economías cazadoras-recolectoras y las implicaciones en el entendimiento de las relaciones sociales que esto tendría.

. Y es que, al poner en común una gran cantidad de información y ejemplos etnográficos y arqueológicos, lxs allí reunidxs comprobaron casi con sorpresa que, efectivamente, las sociedades cazadoras recolectoras también recolectan y, más aún, que algunas economías descansan en gran medida sobre esta actividad.

Parece además que tras la publicación de Man the Hunter se multiplican los estudios sobre la subsistencia de cazadores-recolectores, enfatizando el estudio de su relación con el medio. Bajo un punto de vista fuertemente determinista, se desarrollan modelos que relacionan directamente la latitud con la organización de la explotación de recursos, siendo uno de los pioneros el de Murdock (1967).

Aunque nosotras entendemos que la dieta y todo el sistema de gestión y explotación de recursos son producto de una toma de decisiones que no está determinada de manera “fatal” por el medio, creemos que vale la pena comentar algunos de estos modelos3. Hay que destacar que son muchos los esfuerzos dedicados4

1 Incluso, aunque puede que su repercusión sea meramente anecdótica, Struever comenta en una de las discusiones (Lee y De Vore, op. cit.: 286) la posibilidad de utilizar la flotación de sedimentos para recuperar los restos vegetales carbonizados del registro arqueológico.

a sistematizar los datos etnográficos referentes a la dieta y ponerlos en relación con el ambiente geográfico que ocupa un determinado grupo humano.

Diferentes categorizaciones se han propuesto (Lee y De Vore, 1968: 43, 46 y 48; o Kelly, 1995:

2 “[…] the majority of peoples considered subsisted primarily on sources other than meat- mainly wild plants and fish” (Lee y De Vore, op. cit.: 4).

3 En realidad esta es una idea extendida que suscriben también otros autores como Kelly (“[…] hunter-gatherer diets are the products of a decision-making process […]”, op. cit.:73).

4 Especialmente a partir de los años 80, cuando Binford introduce estas cuestiones en la bibliografía antropológica (Kelly, op. cit.: 66), pero hasta momentos más recientes

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67 y ss.), que a la postre han servido tan sólo para comprobar tendencias y mostrar la gran variabilidad de adaptaciones, en forma de dietas diversas, que hay entre estos grupos humanos (Kelly, op. cit.:66).

A pesar de que el medio limita los recursos disponibles en un área, la elección de unos u otros es un hecho social, es decir, es producto de una toma de decisiones consciente que también está en función de la tecnología y las normas sociales de un determinado grupo humano. Un recurso potencial es realmente útil para una sociedad cuando ésta lo reconoce como tal y tiene la posibilidad y el deseo de explotarlo, convirtiéndolo así en un recurso natural (Barceló et al. 2004:

195). Por eso, creemos que las generalizaciones sobre la subsistencia de grupos humanos en base al gradiente latitudinal son meramente descriptivas y aproximativas, pero no constituyen un modelo fiable a la hora de interpretar cómo será la economía de un determinado grupo humano.

Es más, desde un discurso científico, se ha llegado a discutir la objetividad de la escala de Murdock, presentada en su Atlas, por introducir distorsiones en las ratio de calorías que aporta cada actividad a favor de la caza y la pesca (Hunn et. al., 2003: 85). Además niegan la importancia de la mediación social en las relaciones ser humano-medio ambiente. Años antes, y tras la observación de multitud de comportamientos humanos, Boas había afirmado ya que las cosas que los humanos hacen, las hacen a pesar y no a causa del medio en que viven (1986).

Otra consecuencia de Man the Hunter, que da pie a discusiones teóricas sobre la economía de cazadores-recolectores, es el desarrollo posterior del término forager5 como sustituto políticamente correcto de cazador-recolector (Kelly, 1995:14). Aunque la intención es evitar enfatizar una actividad sobre la otra, el resultado de caracterizar a estos grupos como foragers (forrajeros en castellano), implica aceptar que estas gentes no están realizando una actividad productiva. A la pregunta que se hicieron Leacock y Lee (1982) en este sentido, Ingold (1991) responde claramente que sin duda no puede existir un modo de producción forrajero: la sola proposición de tal sintagma constituiría un oximoron.

Por otro lado, pero también dentro del marco de la ecología cultural, se desarrollaron a partir de la biología modelos de optimización bajo el marco de la Optimal Foraging Theory, basados en la microeconomía y en la teoría de juegos (Bousman, 1993: 60). Estos modelos tratan de explicar la elección de unos recursos sobre otros, que supuestamente se haría con el objetivo de maximizar la eficiencia (que en el caso de cazadores-recolectores es medida a través de la relación entre calorías extraídas y tiempo empleado). Así, teniendo en cuenta diferentes parámetros de un paquete de recursos, como por ejemplo la inversión de tiempos de trabajo o el contenido

5 También ha habido otrxs autorxs (Bender y Morris: 1991: 4) que en busca de “justicia” han optado por invertir el término (gatherer- hunter), aunque el resultado es igual de inexacto dependiendo de a qué grupo humano se le aplique.

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nutricional, se buscan las tasas de retorno de beneficios en forma de calorías (Kelly, 1995: 73).

La principal crítica que se podría hacer a este tipo de modelos explicativos es que transportan directamente conceptos de la economía liberal al análisis de sociedades cuyo comportamiento no está regido por las leyes del mercado, de la oferta y de la demanda6

Además, el valor que se da a los recursos es normalmente en forma de calorías por tiempo invertido, con lo que se dejan de lado otras cualidades del mismo, como el aporte de vitaminas, fibra o minerales. En este sentido es interesante el apunte de Marlowe (2007: 172) sobre lo que significaría este “optimal-foraging” en una economía con división sexual del trabajo como es la humana. Según este autor, “optimal” sería aquello que beneficia a la unidad familiar y no al individuo, ya que el trabajo de hombres y mujeres está diversificado y es diferente para complementarse. Introduciendo la variable división sexual del trabajo, Marlowe (op. cit.) combina la teoría del gradiente latitudinal con la del “optimal foraging” (que en este caso supone la búsqueda del beneficio del grupo familiar). Así, plantea que los recursos recolectables serán más abundantes y, por tanto, más explotados, en hábitats con una alta NPP

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Su modelo predice que un “optimal forager” debería recolectar más en un ambiente donde es mayor la oferta de recursos recolectables; del mismo modo que la división sexual del trabajo debería ser menos marcada en estos ambientes (Marlowe, op. cit.:174). En su trabajo comprueba sus hipótesis a partir de la etnografía y dice que la especificación en el trabajo que se da en nuestra especie se debe también al desarrollo tecnológico y el uso de herramientas. Se trata en definitiva de un modelo que describe la realidad pero no la explica y además lo hace en los términos que hemos comentado más arriba.

, calculando así los porcentajes explotados por cada actividad.