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CUESTIONES EN TORNO A LA INTERPRETACIÓN DE LOS CONJUNTOS CARPOLÓGICOS

5.2. La cuestión del aporte

Mucho más complicada que su recuperación es, como comentábamos, la interpretación de los restos arqueobotánicos. En primer lugar, se ha de distinguir un aporte antrópico de una depositación natural. En el caso de las plantas cultivadas, aunque quedarían aún muchos interrogantes está claro que hubo una interacción plantas- ser humano. Sin embargo, cuando tratamos especies silvestres que se obtuvieron mediante la recolección, la cuestión del aporte puede tornarse especialmente problemática. Habitualmente, la mera carbonización de los restos suele ser aceptada como factor indicativo del aporte antrópico de las plantas silvestres y cuando se encuentran plantas silvestres así preservadas son interpretadas como aportadas y su uso inferido especulativamente a partir de sus propiedades o de la información etnobotánica e histórica (Bouby y Billaud, 2005: 255). No obstante, esta carbonización podría responder también a incendios “naturales” del bosque o provocados por humanos, pero en los que no habría aporte intencional de semillas.

Bouby y Billaud (op. cit.) subrayan que en los sitios con una preservación extraordinaria (por ejemplo los subacuáticos) es insuficiente utilizar este criterio ya que se encuentra mucho material silvestre sin carbonizar. Aunque estamos de acuerdo en la importancia crucial de esta distinción, creemos sin embargo que también es extremadamente delicada cuando tratamos semillas carbonizadas, pues varios pudieron ser los agentes que las hicieron llegar al yacimiento. Por otro lado, en estos sitios con una preservación especial parece aún más necesario desarrollar técnicas para evitar la habitual contaminación con semillas actuales (Keepax, 1977: 221), que en ocasiones serían difíciles de separar de las arqueológicas.

Lepofsky propone, aunque no describe en detalle, una serie de fuentes potenciales de las semillas que se encuentran en los yacimientos arqueológicos. De acuerdo con esta autora, (Lepofsky, 2002: 67), estas serían:

1. Recolectado por su parte carnosa comestible.

2. Recolectado como no alimenticio (ritual…).

3. Recolectado accidentalmente con otras partes de la planta que sí se recogieron deliberadamente como alimento.

4. Recolectado accidentalmente con otras partes de la planta que sí se recogieron deliberadamente para otros usos.

5. Introducida accidentalmente por humanos.

6. Introducida por roedores.

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Aunque interesante como primera aproximación a los restos, creemos que deja demasiados factores en el aire (como la presencia previa de semillas y plantas en los sitios o los incendios naturales) y los que tiene en cuenta no los explica lo suficiente.

Por otro lado Buxó (1997: 22) hace hincapié en que, precisamente, la presencia de estos restos en los contextos arqueológicos significaría que no fueron usados, apuntando tres posibles motivos: porque se perdieron u olvidaron; porque se trata de desechos derivados de los procesos productivos del alimento; o puede tratarse de restos de sucesos accidentales, como sería un incendio.

Según Bouby y Billaud, las semillas pueden presentarse en el yacimiento como consecuencia de la recolección humana, por un transporte humano inintencionado, o por un transporte natural como la lluvia de semillas o a través de animales (Bouby y Billaud, 2005:

256).

A partir de estas propuestas, hemos elaborado una división que podría ayudarnos a clasificar la información de cara a la interpretación sobre el origen de su aporte:

a) Natural: se refiere a un aporte no antrópico que generalmente se debe a la “lluvia de semillas” sobre el yacimiento, al arrastre por viento o agua o a la introducción por parte de algún animal (por los movimientos de diversos anélidos y roedores, por madrigueras, hormigueros, etc.). Estos modos están generalmente relacionados con la propia biología de una especie y su modo de dispersión:

autocoria y anemócora, hidrócora y zoócora.

b) Antrópico: se refiere a la introducción por parte de las actividades humanas, ya sea esta introducción:

1. No intencionada: las semillas son traídas al sitio de manera accidental y después son aportadas al fuego fortuita o conscientemente. Pueden haber llegado:

- Enganchadas en el pelo o las ropas de la gente o por animales domésticos que comparte espacio con las personas, debido a su propio modo de dispersión natural zoócoro.

- Recolectadas accidentalmente junto con otras valoradas y que llegan al fuego bien junto con éstas por los mismos motivos, o bien porque son detectadas, separadas y desechadas.

- Entre el estiércol de animales, empleado como combustible en los hogares. Este uso del estiércol está documentado arqueológica y etnográficamente, y aún hoy se practica. Puede suponer el aporte al fuego de miles de semillas susceptibles de carbonizarse e integrarse

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en el registro. Las semillas son pues aportadas de forma inconsciente.

2. Intencionada: la semilla o fruto es traída al sitio de manera consciente debido:

- a su valor económico y/o social. Es alimento, medicina, tinte, condimento, adorno, o tiene otros valores como el ritual. Llega al fuego debido a un accidente o como consecuencia de un proceso de selección en el que es desechada (por estar demasiado verde, maduro o podrido);

- por el valor económico y/o social de otra parte de la misma planta:

por cuestiones de modo de extracción o practicidad puede que la planta sea recolectada en su totalidad y seleccionadas las partes útiles en el sitio. Se quemaría entonces porque no es la parte buscada, sino un desecho en la producción de estos bienes;

- por procesos de limpieza y gestión de residuos o, por ejemplo, barridos.

AGENTE MODO AGENTE MODO CAUSA

autocoria Por su dispersión zoócora

Recolectadas con otras deseadas

zoócora No

intencionado Por el uso de estiércol como combustible Valor económico/social

anemócora Valor económico/social de otra

parte de la planta a) Natural: “lluvia de

semillas”

hidrócora

b) Antrópico

Intencionado

Limpieza/gestión de residuos Tabla 10.- Modos de aporte de semillas a los yacimientos

En cuanto a cómo podemos distinguir el origen de este aporte y siguiendo a Dietsch (1996 y 1997), Bouby y Billaud (2005) citan cuatro criterios principales: la adscripción a un ambiente ecológico; el número de restos; la carbonización y la fragmentación; y la distribución espacial7.

Veámoslos ahora uno por uno. En cuanto al ambiente ecológico al que pertenecen, Dietsch establece tres grupos. Dado que ella en su trabajo estudia una zona ribereña, los grupos serían el de las hidrófilas, el de las plantas cultivadas y silvestres de suelos más bien

7 “First is ecology, which can help to identify presence of taxa outside their natural environment. Second is number of plant remains, because gathering is likely to result in an overrepresentation of some taxa. Additional criteria are carbonization and fragmentation, which are seed transformations possibly connected to human processing activities.

Finally, spatial distribution of fruits and seeds or their location in archaeological structures may also reflect human manipulation”.

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secos y el de las ubicuas, que pueden encontrarse en ambos ambientes con un margen bastante amplio. La presencia de un taxón propio de un hábitat diferente al del yacimiento requeriría por tanto una explicación. Este dato en combinación con otros de los criterios que propone podría demostrar el origen antrópico del aporte.

En cuanto al segundo criterio, la mayor presencia de algunos taxones, también hay que ser cuidadosos pues hay diferentes factores que pueden introducir errores: por un lado, los aportes naturales del viento o la lluvia, que generalmente no suelen suponer un gran número de restos, o el de los pájaros. Pero por otro lado, un excremento de un gran mamífero podría contener miles de semillas de una misma especie (Dietsch, 1997: 92). Sin embargo la conclusión de Dietsch es que este criterio unido a alguno de los otros es bastante definitorio.

Estos otros criterios son, la localización en estructuras domésticas, que para esta autora sería una evidencia casi irrefutable de su aporte antrópico; o la concentración de un taxón procedente de un hábitat lejano al yacimiento (Dietsch, 1997: 93). En el caso de taxones ubicuos habrá que añadir el criterio cualitativo. Éste se refiere a la posible transformación sufrida por la semilla. Por un lado podría ser la carbonización, generalmente asumida como derivada de una acción humana, y por otro la fragmentación, que se ha de evaluar para conocer a qué se debe.

Estos criterios que Dietsch propone en su tesis como indicios para reconocer el origen antrópico de los conjuntos vegetales, están desarrollados pensando en los medios anaerobios en los que los restos vegetales, incluidos los no carbonizados, se han conservado gracias a la presencia del agua. Pensamos que son igualmente interesantes para otros casos de estudio como el que nos ocupa, y creemos que una revisión puede adaptarlos para interpretar otro tipo de conjuntos.

Dada la naturaleza de nuestros conjuntos y, por tanto, nuestros intereses comenzaremos por el último criterio. En los sitios sin condiciones de conservación especiales la carbonización es a menudo el único modo por el que se nos conservan los restos vegetales.

Partimos pues de registros sesgados pues tan sólo las semillas que pasaron por el fuego se nos han conservado. Es más, de las que pasaron por el fuego sólo un porcentaje, a veces mayor, a veces menor nos ha llegado, puesto que no todas las semillas quedaron carbonizadas, sino que muchas pudieron pasar este estadio quedando reducidas a cenizas y otras no lo alcanzaron por completo, descomponiéndose. En cuanto a la fragmentación, las pautas que Dietsch propone para distinguir si se debe a roedores, pájaros, germinación o a procesados humanos, son muy interesantes, pero sirven sólo para algunos tipos de frutos (por ejemplo avellanas o nueces de las que se ha de extraer el endocarpio).

La localización de semillas en estructuras domésticas podría explicarse claramente como por factor de aporte antrópico sólo en algunos tipos de yacimientos en los que se conoce

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bien cómo eran las costumbres, etc. En el caso de chozas levantadas directamente sobre el pasto y en las que ardía un hogar, la presencia de semillas carbonizadas no evidencia necesaria o únicamente un aporte humano. En general, la determinación de un conjunto arqueobotánico como antrópico o natural es especialmente difícil en yacimientos de cazadores- recolectores (y más si se encuentran al aire libre), pues a veces no se encuentran asociados a ninguna estructura (hogar, silo, agujero de palo…). Además otro tipo de yacimientos como los abrigos o los yacimientos al aire libre son susceptibles a la acumulación de restos en forma de “lluvia de semillas”.

En cuanto al criterio de ambiente ecológico, creemos que también es problemático, ya que los parámetros para atribuir las plantas a hábitats concretos son actualistas y se basan en los estudios fitosociológicos de la flora contemporánea. Hay que considerar que los paleopaisajes no tienen por qué ser una copia de los modernos: los cursos de agua han cambiado, antiguas lagunas o zonas de aguas estancadas pueden haberse secado, así como las condiciones ambientales y climáticas han ido variando desde el Pleistoceno y a lo largo del Holoceno. Por ello cuanto más antiguo es un sitio más “comprometido” es el uso de este criterio y en todo caso no debería utilizarse sin tener en cuenta otros datos paleoambientales y geomorfológicos.

El número de restos en sí mismo tampoco podría considerarse como un factor decisivo a la hora de interpretar el origen antrópico de un conjunto, pues hay que tener en cuenta por un lado, el hábitat del que proceden para ver si es posible explicar el número por un aporte natural, por otro lado el número de semillas que produce esa especie y además siempre compararlo con la densidad de los otros taxones dentro del yacimiento y en los sondeos de control. De igual manera hay que descartar acumulaciones zoogénicas (hormigueros, madrigueras, etc.), como las que ya comenta Dietsch (1997).

Todas éstas son variables a controlar si queremos evitar la sobrerrepresentación de unos taxones sobre otros, que es en ocasiones en si misma inevitable por la propia naturaleza de cada especie. Fundamentalmente interesantes son los sondeos de control que consisten en cuadrículas excavadas fuera del yacimiento, pero que tienen una secuencia formativa similar y contemporánea, comparable por tanto a la del sitio arqueológico. Conocer cómo es la conservación en éstos; la aparición de restos y la densidad de los mismos, sí como la proporción entre taxones, nos permitirá compararla con el sedimento de niveles arqueológicos y valorar si en estos ha habido un aporte diferente, presumiblemente antrópico.

En resumen, en yacimientos como los nuestros parece que la conjunción de los factores “concentración de semillas de hábitats lejanos” y “carbonizadas” en estructuras sería la que con más seguridad demostraría un aporte humano. Pensamos que la identificación de un

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taxón que crece en un ecosistema diferente o lejano al del yacimiento también ha de ser explicada y su presencia puede a menudo tener un origen antrópico.