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ANTECEDENTES EN EL ESTUDIO DE LA RELACIÓN ENTRE SOCIEDADES CAZADORAS-RECOLECTORAS Y LAS PLANTAS

1.2. Arqueobotánica de sociedades cazadoras-recolectoras

1.2.1. Canadá y Norte de Estados Unidos

Un ejemplo interesante lo constituye el grupo de cazadores-recolectores subárticos Beothuk del este de Canadá, ya que muestran muchas similitudes con el grupo selknam. En ambos casos, el uso que hacían de las plantas ha recibido muy poca atención tanto en su etnografía como en la arqueología y por eso el conocimiento actual sobre este tema es bastante precario. Es por ello que la investigación arqueobotánica se convierte en una excelente herramienta para conocer la explotación que de los recursos vegetales hizo este grupo humano. En el artículo de Deal y Butt (2002), se presentan los resultados del estudio de 6 yacimientos Beothuk, ocupados entre los ss. IX y XX, en los que se han encontrado diversos frutos comestibles (Cornus canadensis, Prunus pensylvanica, Vaccinium angustifolium y Rubus), especies ruderales (Carex o Rumex, por ejemplo) y especies que no crecen en la zona como Lathyrus japonicus (propia de otros ecosistemas) o Vitis sp., probablemente proveniente del contacto con europeos, (Deal y Butt, 2002: 19).

A pesar de la interesante información de este estudio y de la vía que abre como análisis pionero del uso de las plantas por la sociedad Beothuk, encontramos dos planteamientos recurrentes en este campo que consideramos son una muestra de la debilidad de los argumentos de nuestra disciplina. La primera es que sólo se han tenido en cuenta los restos carbonizados9; la segunda es que los autores se centran poco en discutir los posibles usos de estos taxones, asumiendo que estos principalmente se relacionan con la alimentación10. Como iremos viendo, la carbonización como indicador de la génesis antrópica de los restos es generalizada en la mayoría de los estudios, pese a que hay otros factores no intencionales que pueden proporcionar restos carbonizados y sobre los que incidiremos más adelante (incendios o combustión accidental de plantas que crecían en el lugar, por ejemplo). Por otra parte considerar que sólo están representadas plantas utilizadas para usos alimentarios simplifica mucho el panorama, ya que los usos y procesos que pueden haber llevado las plantas a los asentamientos son muy diversos.

También en Canadá, en el interior de la Columbia Británica, se ha analizado el material proveniente de la excavación de once hornos, fechados entre el 2360+ 150 BP y el 70+70 BP

9 “[…] only charred botanical specimens are assumed to date to the time or occupation of a given site” (Deal y Butt, op.

cit.: 17).

10 “[…] charred seeds recovered from hearth features may represent waste from food s that were eaten raw, such as ‘berries’

(fleshy fruits) or the ingredients of cooked meals or heated ingredients” (Deal y Butt, op. cit.: 17).

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pertenecientes a la sociedad Secwepemc de Komkanetkwam (Peacock, 2002: 53). Parece ser éste un caso excepcional en el que según su autora se cuenta con una abundante literatura en la que además se habla de los vegetales como de un importante recurso11

Los hornos estudiados se han interpretado a partir de los datos etnográficos como zonas de procesado de raíces y tubérculos y parece que Peacock quiere sugerir que diversos materiales carbonizados no identificados podrían pertenecer a estas porciones anatómicas de los vegetales (op. cit.: 55). En cuanto a las semillas identificadas, se valoran todos sus posibles usos, desde el tintóreo, hasta el alimenticio (op. cit.: 57); al igual que su presencia, cuya interpretación queda en el aire, no pudiéndose afirmar si es accidental o intencionada. En este caso nos encontramos de nuevo con una debilidad en la argumentación, ya que se emplea la etnografía para argumentar las hipótesis, pero aplicando una analogía directa. Además bajo nuestro punto de vista, los restos recuperados no son ni cualitativa ni cuantitativamente suficientes para sustentar tales interpretaciones. Obviamente la etnografía es una fuente destacada para generar hipótesis sobre los usos de las plantas y sobre las maneras en que éstas fueron obtenidas, procesadas y consumidas, pero no podemos asumir este tipo de interpretaciones a partir de un reducido número de restos, sino que es necesario buscar indicadores arqueológicos que permitan la comprensión de estos conjuntos. Nos referimos por ejemplo al estudio diacrónico de diferentes sitios paralelizables, y a la comparación de los datos obtenidos para cada uno.

(Peacock, op. cit.: 45). Sin embargo, entre los materiales recuperados se han identificado solamente tres semillas de Chenopodium y carbón de Pinus sp., Pinus ponderosa, Populus sp., Prunus sp. y Pseudotsuga menziessi. De nuevo se han tenido en cuenta tan sólo los restos carbonizados (op. cit.: 55) y a pesar de que únicamente se conoce la adscripción específica de tres de las semillas, la opinión de su investigadora es que estas gentes tenían una economía diversificada con un uso intensivo de plantas silvestres (Peacock, op. cit.: 46).

Empleando de nuevo la etnografía y cotejándola con la información arqueológica, Wollstonecroft identifica en un horno de este mismo territorio (el EeRb140, datado entre el 860+ 60 uncal b.p. y el 160+ 50 uncal b.p.) la actividad llevada a cabo por las mujeres del grupo Secwepemc, sirviendo como apoyo para documentar la división sexual del trabajo entre este pueblo. En este estudio son tenidos en cuenta tan sólo los restos carbonizados y a los taxones identificados se les otorga un uso potencial inferido a partir del uso económico más frecuente en la meseta de la Columbia Británica. Las categorías establecidas serían alimento, medicina, con múltiples usos o tecnológico. También la etnografía es la que lleva a interpretar los restos asociados a los hornos como consecuencia del procesado de bayas y plantas medicinales por parte de las mujeres y así sirve de base a la autora para visibilizar una parte del trabajo femenino

11 “[...] extensive body of ethnographic and ehtnobotanical literature which points to the prominent role of wild plant foods, and edible 'root foods'”,

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(Wollstonecroft, op. cit.: 69). Una vez más, el peso de la etnografía es muy fuerte en las interpretaciones del registro y se asume de manera acrítica y total una relación directa entre presente y pasado.

Imagen 2- Fronteras aproximadas de los grupos indígenas de la Costa Noroeste, en

Otro caso similar al selknam en el que las plantas han sido consideradas tradicionalmente un recurso secundario, si no marginal, lo constituyen los grupos cazadores-recolectores St'at'imc de las llanuras del oeste de Canadá (también en la Columbia Británica)12

12 “Like many regions which were traditionally supported by a hunter-gatherer economy, the palaeoethnobotany of the Interior Plateau of western North America has been largely ignored” (Lepofsky, op. cit.: 62).

. En este trabajo, se han estudiado los procesos de formación de tres casas de fosa del asentamiento

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St'at'imc de Keatley Creek, cuya ocupación está datada entre el 3500 y el 1000 b. p. (Lepofsky, 2002: 62). En él se han recuperado carbones, semillas, tallos y agujas de diferentes especies.

Aquí, tan sólo se han estudiado los restos carbonizados bajo la consideración de su investigadora de que únicamente estos podían ser asumidos como prehistóricos, a pesar de que la cuestión de si se quemaron durante o después de la ocupación del sitio permanece abierta (Lepofsky, op. cit.:

67). Debemos destacar la aportación de este trabajo en cuanto a las diversas explicaciones para la presencia de estos restos y sus posibles usos, que si bien son formuladas, no se exponen de manera detallada13

Esta misma autora, sí que desarrolla en un trabajo posterior (Lepofsky y Lyons, 2003) un modelo para conocer el uso de las plantas y los patrones de movilidad o sedentarismo, basado en cinco parámetros: richness: riqueza de taxones por depósito; specialization: predominancia de algunos taxones; density: abundancia relativa de los restos arqueobotánicos; accesibility: que alude a la zona donde se ha de recolectar una especie; y seasonality: dada esta característica de la mayoría de especies de la zona, su identificación permite añadir la información estacional. La aplicación de este modelo al yacimiento de Scowlitz (Columbia Británica), con dos ocupaciones datadas entre el 3000 y el 1800 B.P. y el 1000 y el 800 B. P., ayuda a las autoras a reflexionar sobre posibles ajustes del mismo (Lepofsky y Lyons, op. cit.: 1369). Ellas mismas vieron las dificultades a la hora de inferir cómo cada taxón ha llegado a integrarse en el registro arqueológico.

(Lepofsky, op. cit.: 67).

En otro de los trabajos de las llanuras del oeste de Canadá se han analizado los restos arqueobotánicos de dos asentamientos Tsimshian: Ginakangeek y Psacelay, que datan de la época de contacto con los europeos, entre fines del s. XVIII hasta inicios del XX. En los conjuntos arqueobotánicos de estos sitios se han identificado cinco y dos especies vegetales respectivamente, destacando en ambos el sauce rojo, Sambucus racemosa (Martinalde y Jurakic, 2004: 254). En los dos yacimientos se recuperaron semillas no carbonizadas, a pesar de lo cual sus investigadores consideraron que su localización en zonas discretas y en contextos de suelo y zonas de desperdicios indican su depositación cultural14. La ocupación reciente de los sitios podría explicar la presencia de restos no carbonizados en estratos arqueológicos. También cabe destacar que las técnicas de recuperación en estos sitios se limitaron a la recogida de concentraciones de semillas, lo que como ellos mismos admiten provoca perturbaciones en los resultados.

En la misma zona, en la Isla Moresby, materiales de los basureros de tres asentamientos Haida han servido de base para una interesante reflexión sobre la formación del registro

13 Estos parámetros son recogidos en la página 84 de este trabajo.

14 “[…] their location as discrete zones in floor and midden contexts indicates that they were culturally deposited rather than the product of natural seed dispersal or animal activity” (Martinalde y Jurakic, op. cit.: 263).

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arqueológico y cómo los procesos tafonómicos afectan a éste y al propio material arqueobotánico (Lyons y Orchad, 2007). Los restos carbonizados y no carbonizados de los sitios 699T, 781T y 785T15 fueron estudiados y su incorporación al registro discutida, resultando una serie de llamadas de atención a la comunidad arqueobotánica muy interesantes. Estos investigadores ponen el acento en la necesidad de valorar todos los procesos tafonómicos que pueden haber aportado un taxón a un yacimiento para discriminar si se trata de un resto derivado de la actividad humana y plantean la necesidad de superar la ecuación resto ‘carbonizado= resto antrópico’.

Para las islas de Long Island y Block Island, Bernstein (op. cit.: 76) recoge toda la información disponible sobre el uso no agrario de plantas en la zona, recopilando y comparando la información arqueológica con la etnográfica. Aunque en los estudios arqueológicos que cita diferentes materiales no carbonizados fueron analizados, siguiendo la larga tradición de la que hablábamos, Bernstein los descarta, considerando que más probablemente representen una contaminación posterior (op. cit.: 79). Su conclusión es que según la información etnográfica, al menos 26 de los taxones identificados podrían haber tenido un uso como alimento; Sin embargo como él mismo advierte hay que ser cauteloso a la hora de extrapolar directamente como verdaderos los datos aportados por la etnografía (Bernstein, op. cit.: 75).

Sobre cómo se han interpretado los conjuntos arqueobotánicos en esta zona del globo, vemos que la mayoría de taxones identificados, especialmente en la costa oeste de Canadá corresponde a frutos, interpretados habitualmente como residuos alimentarios. Sin embargo, esta preponderancia puede no corresponderse con la realidad y deberse a varios factores: en primer lugar las semillas de los frutos son a menudo más robustas y por eso más susceptibles de conservarse en el registro (ya sea carbonizadas, Deal y Butt, 2002, o no, Martinalde y Jurakic, 2004). Además son de mayor tamaño y más fácilmente recuperables en los casos en que no se usen técnicas como la flotación o el empleo de mallas de luz de menor tamaño (Martinalde y Jurakic, op. cit.). Asimismo, generalmente los etnógrafos clásicos dieron más importancia en sus narraciones a estos recursos, por ser más visibles y de más sencilla identificación que otras especies de menor tamaño, etc. Ni que decir tiene que todo esto puede llevar a lxs investigadores a plantear e iniciar los estudios con una serie de prejuicios que les conduzcan a fijarse más en los frutos que en otras partes o especies vegetales, sesgando fuertemente la investigación.

En cuanto a las conclusiones que de estos estudios se extraen, nos parece que, aunque hay esfuerzos a la hora de presentar diferentes posibilidades (por ejemplo Lepofsky, 2002), hay también una carencia general a la hora de intentar explicar cómo se han incorporado estos restos

15 699T está datado en la época del “precontacto” con lxs europexs, entre 1700 y 1820, mientras que 781T y 785T están datados en la época de “contacto temprano” y “contacto”, entre 1700 y 1880 (Lyons y Orchad, op.

cit.: 44).

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en el registro y qué procesos productivos representan. De hecho, a menudo estas interpretaciones se basan más en la información etnográfica que en el estudio arqueobotánico, del que se extraen los datos que convienen para sustentar las hipótesis (como en Peacock, 2002)

En general destaca la falta de criterios explícitos que permitan determinar si las plantas fueron o no incorporadas a los asentamientos como resultado de la actividad humana y los posibles usos a que estuvieron destinadas. La falta de criterios unificados para valorar estas cuestiones impide evaluar el rol que las plantas tuvieron en estas sociedades y casi siempre es la información etnográfica el argumento definitivo para su adscripción a la categoría de planta utilizada. En todo caso no podemos dejar de comentar que la mayoría de estos casos estudiados corresponde a sociedades cazadoras-recolectoras modernas que fueron documentadas etnográficamente, lo que permite, condicionando a veces, la complementariedad de fuentes.

Asimismo es importante aclarar que es la reciente cronología de muchos de estos sitios la que ha abierto el debate sobre la problemática en torno a los restos no carbonizados. Si se tratase de sitios prehistóricos probablemente esta discusión no tendría lugar; sin embargo los sitios antiguos estudiados son todavía escasos.

Canadá y Norte América son dos zonas donde desde hace años se está desarrollando fuertemente la investigación etnobotánica de comunidades tradicionales, complementada con cada vez más trabajos arqueológicos, conformándose una visión progresivamente más completa.

Son varios los trabajos publicados en torno a la etnobotánica de la zona y también las recopilaciones de información etnobotánica y arqueobotánica: Kuhnlein (1989), Kuhnlein y Turner (1991), Kuhnlein y Soueida (1992); Moerman (1998); Minnis, (2000); o Deur y Turner, (2005). Sin embargo parece esta gran cantidad de información etnobotánica un arma de doble filo, porque en ciertos casos puede convertirse en una gran tentación el equiparar directamente los usos así conocidos con los que pudieron tener en algún momento del pasado o en alguna otra zona más o menos cercana.

1.2.2. Europa

Para el norte de Europa, con una latitud similar a la de Tierra del Fuego y por lo tanto con un ambiente comparable, los datos arqueológicos son escasos, y por contra corresponden a sitios prehistóricos. Aunque en esta zona geográfica se podría predecir un menor peso de la etnografía, la realidad es que las descripciones de sociedades cazadoras-recolectoras modernas como de la Innuit o lxs Sami, así como la etnobotánica contemporánea, siguen siendo base de muchas de las interpretaciones.

A modo de ejemplo podemos citar los estudios de tres sitios de época Mesolítica en Dinamarca (Halsskov Fjord, Ringlkoster y Mollegabet), donde se recuperaron diversos restos de frutos comestibles (Corylus avellana, Rubus idaeus o Quercus sp.), herbáceas ruderales (Brassica

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campestres, Bromus sterilis, Chenopodium album), plantas relacionadas con ambientes acuáticos (Ruppia maritima o Suaeda maritima) o plantas propias del bosque (como la Briza media o la Melica uniflora) (Robinson y Harild, 2002). Aquí fueron considerados tanto los restos carbonizados como los no carbonizados y aunque, se plantean diversas posibilidades de aporte: “desechos de materiales recogidos intencionalmente para comida, combustible u otros propósitos”,

“simplemente por casualidad” o independientemente de la actividad humana, transportados por el viento, el agua o los animales” (Robinson y Harild, op. cit.: 93), no queda claro qué criterios siguen para adscribir los taxones identificados a las diferentes categorías. Si bien se trata de un sitio anegado de agua, factor que podría haber preservado restos de materia orgánica no carbonizados, los autores de este estudio afirman que tan sólo la carbonización es un indicio de haber pasado por manos humanas (Robinson y Harild, op. cit.: 93). De hecho, confirmación del poco interés por los restos no carbonizados es que una vez flotado el sedimento, las muestras se dejaron secar, cosa que puede significar la destrucción de algunos restos en tierras que estuvieron sumergidas (Robinson y Harild, op. cit.: 87).

A rasgos generales se sugiere que Corylus, Quercus y Rubus idaeus sirvieron como alimento, pero se concluye que otras especies potencialmente comestibles están representadas, sin poder demostrarse si fueron o no explotadas (Robinson y Harild, op. cit.: 94). El principal dato que apoyaría el uso de los frutos antes citados sería la fragmentación y carbonización que habrían sufrido como procesado previo al consumo, además de las evidencias sobre utilizaciones actuales.

Creemos que la experimentación con variables controladas sobre estos procesos podría arrojar luz sobre esta cuestión.

En la zona fennoescandinava son numerosas las aportaciones que estudian el consumo del interior de la corteza del pino silvestre como alimento y fuente de vitamina C por parte de los Sami (Östlund et al. 2002, 2003a, 2003b; Zakrisson et al. 2000; o Qvarnström, 2006). En latitudes donde no abundan los frutos y otras fuentes de estos nutrientes la corteza interior de diferentes especies arbóreas es un recurso habitual (consumido también en la costa Noroeste de EE.UU. o entre lxs Selknam). De igual modo destacan las investigaciones de Viklund en torno al consumo de alimentos de nuevo entre lxs Sami16 (Viklund, IWGP 14th Sympossium, presentación poster, 2006). Aunque su economía se basaba fuertemente en el “pastoreo” y caza de renos también era habitual el consumo de bayas y frutos silvestres como los de Empetrum nigrum.

16 Este es uno de los ejemplos más interesantes por sus similitudes con el caso selknam. Lamentablemente, son todavía muy pocas las publicaciones de material arqueobotánico accesibles, y la mayoría de estudios se basan principalmente en la etnografía.

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En Holanda, Perry (2002) ha estudiado las semillas y frutos, el carbón y los tejidos blandos de vegetales, de tres yacimientos de la provincia de Groningen NP9, con dos dataciones, 8770+50 y 8800+50 BP; NP3, fechado entre 9450 BP y 8750 BP; y S51, con una datación del 7500 bp.). El estado de preservación de los restos estudiados es carbonizado, no dándose detalles de si junto a estos se han recuperado otros sin quemar. Aunque los restos de Corylus son interpretados como de uso alimenticio, para los demás son expuestas todas las posibilidades conocidas, concluyéndose que es necesaria más investigación y experimentación para poder interpretarlos.

Recapitulando, vemos como en general en los trabajos del norte de Europa el uso de la etnografía y su peso a la hora de interpretar los datos arqueológicos no es tan marcado como en el norte de América. Esto es en parte lógico, pues no han sobrevivido sociedades cazadoras-recolectoras hasta época histórica y, si bien existen algunas sociedades que conservan formas de vidas tradicionales, especialmente en la zona circumpolar, la información etnográfica es también menor en relación con la conocida para el continente americano17. Sin embargo, las interpretaciones se basan a menudo en los usos etnobotánicos conocidos en cada zona, asumiendo que este conocimiento es heredero directo de los usos y costumbres prehistóricos. Por otro lado parece que en el norte de Europa hay un mayor esfuerzo por comprender los procesos tafonómicos que han generado los conjuntos estudiados, por ejemplo con el análisis de la fragmentación de los restos para determinar su procesado previo al consumo. No obstante, este acercamiento requiere de un trabajo experimental previo que permita sustentar las hipótesis arqueobotánicas, lo que aún está muy lejos de ser una norma.

Recapitulando, vemos como en general en los trabajos del norte de Europa el uso de la etnografía y su peso a la hora de interpretar los datos arqueológicos no es tan marcado como en el norte de América. Esto es en parte lógico, pues no han sobrevivido sociedades cazadoras-recolectoras hasta época histórica y, si bien existen algunas sociedades que conservan formas de vidas tradicionales, especialmente en la zona circumpolar, la información etnográfica es también menor en relación con la conocida para el continente americano17. Sin embargo, las interpretaciones se basan a menudo en los usos etnobotánicos conocidos en cada zona, asumiendo que este conocimiento es heredero directo de los usos y costumbres prehistóricos. Por otro lado parece que en el norte de Europa hay un mayor esfuerzo por comprender los procesos tafonómicos que han generado los conjuntos estudiados, por ejemplo con el análisis de la fragmentación de los restos para determinar su procesado previo al consumo. No obstante, este acercamiento requiere de un trabajo experimental previo que permita sustentar las hipótesis arqueobotánicas, lo que aún está muy lejos de ser una norma.