• Aucun résultat trouvé

LA CA2A DE UNA ORQUIDEA

Dans le document R,ESE]NA D£ (Page 81-84)

IX

t

Cuando ya todos estaban acomodados en sus cabalgaduras, Abu-Amer, quehabía desaparecido detrás de la casa, reapareció

denuevomontadoen unhermoso caballonegro, puro Bochlani (1),

flexible como un junco, delgado como un galgo, veloz como una centella y manso como un cordero. Era lo único que Abu-Amer

se había resei-vado de todos sus bienes muebles é inmuebles y semovientes: su caballo y sus armas. No necesita más el hijo del

desierto paravivir, y aunque Abu-Amer no pertenecía á la raza de los beduinos, y antes bien, había sofiado con las delicias de la vida sedentaria yagrícola, pronto veremospor qué motivostuvo que abandonar estos proyectos y disputar á los nómadas el impe¬

rio de las llanm-as arenosas y estériles delinterior de Arabia.

Iban á echar á andar,pero se detuvieron alver aljoven árabe

colocarse enfrente de una gallarda palmera que mecía su copa sobre el techo de lacasa, y con voz que parecía cargada de sollo¬

zos, recitar una especie deoración, según creyeron al principio

Mr. Thompsony Guillermo, aunque Guillermo comprendió bien pronto queera una despedida tierna hechaen verso por el mismo

quela recitaba.

Abu-Amer vino á decir poco más ó menos lo siguiente, con

grande admiración de los dos camelleros, quele escuchaban em¬

belesados:

—^Hermosapalmera, ¡quién vendráá cobijarse bajo tusombra

y á comer el dulcefruto de tus tallos! Muchas auroras me han (l) Asísellama á los caballos nobles quedescienden de lasyeguadas de Salo¬

món, ódelasyeguas más estimadasde Mahoma.

LA CAZA DE UNA ORQUIDEA 521;

vistorecostado entn graciosotronco, mientras mñabacondeleite,

el eterno verdor de los cafetales quepueblan la fecunda ladera y

aspiraba el aroma de los tamarindos de flor encarnadacomo los

labios de unahurí.

La brisa que sopla de la montaña acaricia blandamente tus hojas; tus raíces se extienden bajo la tierra refrescadapor el agna

cristalinade los arroyos, y tu copa se alza en medio de un am¬

biente puro y sereno como los días sin noche del Paraíso.Hermo¬

sapalmera, ¡pensé que darías sombra á mi felicidad; pero ¡ayltú

también llorarías si pudieras comprender la pena que me con¬

sume! Trt has conocido á Sobéiha (1) y ha^ escuchado las alegres

risas de aquella boca, de donde tomó su suavidad el jugo del

balsamero y su perfume la mirra yel incienso. No mepreguntes qué ha sido de Sobeüha: pero compadéceme, porque tú encontra¬

rás quien velepor ti y coma agradecido el fr-uto de tusramas, y yonohallaré jamás quien acaricie mi frenteenlas horas de siesta

y me diga al oído en el silencio de la noche que Amer puede

contar con un hijo de su sangre que vengue sus agravios y bese

conrespetola nieve de su ancianidad.

¡Tú, hermosa palmera, no echarás de menos ei cuidado detu

amo; pero tu amo, enlos tristes días de su negrafortuna, no de¬

jaráun momento de acordarse de ti!

Calló Abu-Amer, doblando la cabezasobre ePpecho,

miœtras

con el reverso de la mano se enjugaba dos gruesSs lágrimas que bañaban sus mejillas de cobre. Los dos jóvenes camelleros, no

menosenternecidos,pugnabanporsofocar el llanto, yMr. Thomp¬

son y Guillermo, adivinando en la inflexión de la voz y en la

emoción de Abu-Amer la historia lamentable desu enamorado amigo, sentían el conmovedor influjo de la tierna poesía que

el

árabe acababa de dirigir á la palmera.

De pronto volvió la rienda Abu-Amer, y

avanzando el primero

porla vereda arriba,indicó con un gesto quele siguieran, ya que leera imposibleai-ticularuna palabra.

En elmomentode darvueltaá la rocapara tomar la carretera,

el árabe volvió la cabeza dirigiendo la postrer

mirada á aquel

Valleencantador en quehabíapasado lo

mejor de

su

vida,

y

lan-(l) Nombredemujerquesignifica Aurora.

zando, como Boabdil, un hondosuspiro, espoleó al caballo, que deun salto se puso en medio del camino, desapareciendo el valle

de la vista de Abu-Amery de los quele seguían.

Todavía duró largorato el silencio entre los viajeros, porque niThompson ni Guillermo se atrevían á interrumpir el sombrío recogimiento de Abu-Amer.Pero la apacible brisa de la tarde y lafrescura que sentían conforme iban subiendo y cruzando des¬

filaderos en que la vegetación era cadavezmás frondosa, disi¬

paron algúntanto la reconcentrada melancolía de Abu-Amer, el cual, acercándoseá suscompañeros,les suplicó quele perdonaran

la descortesía de su silencio.

—Suele suceder, dijo entonces Guillermo, que las penas se ali¬

viancomunicándolas álosamigos. Refiérelas, pues, querido Abu-Amer, enla confianza de que si nuestro interés puede consolar¬

te, consuelohallarás,ygrande, en el quesentimos portodo loque áti se refiere.

—^Ya que la amistad es don del cielo, y que latuya es sin¬

cera y honrada; pero el dolor de mi alma no hallará consuelo hasta quemivenganza quede satisfecha.

—^Muchas veces ha salido de tu boca lapalabra venganza, y aimque árabe, jamás has sidovengativo. ¿Cómo ahora te domina

esa pasión?

—Porahícomprenderás la calidaddel agravio; óyeme,yjuzga:

HabitabamipaSreestavilla inmediata que sellama Kadabba, y poseía el cafetal ylas huertas dondehe tenido el gusto de encon¬

traros. Púsome el nombre de Amer, y Amer llamó también á la hacienda, en recuerdo mío, de donde viene que yo, desdemuy

joven, me añadiese el antenombre de Ahu, que como sabes, sig¬

nifica padre, dueño y protector. Dmño de Amer sonaba grata¬

mente á mis oídos, y así se fué formando en mi corazón deseo vivísimo de concentrar todos mis afectos en la deliciosa finca de mi padrey en la familia que llegara áfundar, no con el cálcu¬

lo del interés, sino conla base del amor, uniéndome para siempre

con una sola mujer, porquejamás he comprendido que

pueda

repartirse el corazón de un joven honrado entre varias mujeres

sometidas al yugo del harempara deleite grosero de los sentidos,

y no para satisfacción ygoce del alma que halla en otraalma

el

complemento de su vida. En esto mehabéis pai-ecido los

cristià-LA CAZA DE UNA ORQUIDEA 523

nos superiores ánosotros, y á mi carácter

independiente cuadra

bienimitarosen lobueno que tenéis, que no es muchas veces opuesto álas leyes de Mahoma.

Mi padre, casado también

con

una sola mujeren quien me tuvo, soñaba paraun

mundo de

riquezas, y como la fincano daba lo que su

ambición quería, de¬

dicóme con gran empeño alcomercio, bajo

la dirección de

un

rico

mercader del bazar de Sana, que organizabapor su cuenta mag¬

níficas caravanas con quellevaba las mercancías europeas

al Gol¬

Dans le document R,ESE]NA D£ (Page 81-84)