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Yépez ante la crítica

Dans le document Fronteras de la posmodernidad mexicana. (Page 182-185)

SEGUNDA PARTE ANÁLISIS

CRUZAR EL LÍMITE ENTRE PALABRA Y REALIDAD

VI.1 Yépez ante la crítica

Tal como se ha hecho en el caso de Rosina Conde y de Luis Humberto Chrosthwaite, es oportuno dedicar un breve apartado a la posición del autor en el discurso crítico contemporáneo.

Se ha adelantado que el término “fronterizo” desempeña en su caso un papel central, y se ha explicado en los capítulos iniciales por qué se prefiere dicha expresión a “norteño”, de forma distinta a lo que plantea Diana Palaversich. Si, por un lado, en el citado artículo de Lemus en Letras Libres (2005), Yépez estaba presentado como un escritor “regionalista”, Ribas-Casasayas,

otro lector de Heriberto Yépez, indica que en su caso el uso del término “fronterizo” vuelve a ser central, “ya que la barrera geopolítica, las asimetrías económicas y las divisiones culturales son referencias constantes en la obra de este autor” (Ribas Casasayas, 2013: 77). En este sentido, el crítico destaca que en Al otro lado y en A.B.U.R.T.O. la perspectiva sobre la experiencia fronteriza es crítica o documental y, sin abandonar aspectos estilísticos de la posmodernidad narrativa, resulta interesante en nuestro caso por brindar una descripción de la “frontera real”. Por otro lado, Ribas-Casasayas halla al mismo tiempo en la obra del autor la presencia, de un discurso metaliterario (refiriéndose a obras como El matasellos y 41 clósets), e indica también dichas obras representan una evolución de la idea de Tijuana como laboratorio de la posmodernidad. En este sentido, Yépez formaría parte de una generación en cuyos trabajos se refleja lo poshíbrido. Los escritores pertenecientes a tal grupo: “toman el concepto de ‘hibridez’ según fue creado en un marco de optimismo globalista y se sirven de sus lugares comunes a la vez que lo cuestionan y prosiguen en un intento de crear una síntesis más allá” (Ribas-Casasayas, 2013: 78). La ficción de Yépez cuestionaría, entonces, el milenarismo globalista,123 sobre todo en lo que se refiere a la experiencia fronteriza.

Como se acaba de enseñar en el caso de Crosthwaite, la migración es un elemento central en la vida fronteriza e, insistimos, la regulación del desplazamiento a través de la frontera es a la vez una forma de control biopolítico y la consecuencia de relaciones neocoloniales. Desde esta perspectiva, resulta interesante la lectura realizada por Edith Mora (2012) de Al otro lado.

Haciendo referencia a la migración sur-norte, Mora destaca que sus representaciones literarias se configuran como aventuras míticas surgidas por el deseo de ruptura con respecto a un contexto distópico, que tienen como objetivo la llegada a un espacio utópico: el Norte. En el caso de Al otro lado, Mora subraya el reproche dirigido a la patria por parte de los que han sido obligados a migrar, por no haber cumplido con su función de padre-benefactor. El viaje del migrante está descrito por la investigadora como un “viaje del héroe”, aunque este acabe paradójicamente por enfrentarse a la decepción. En Al otro lado, por ejemplo, el protagonista no logra escapar del territorio fronterizo y vuelve sin quererlo a Ciudad de Paso, mientras creía haber llegado “al otro lado”. La lectura de Mora interesa no sólo por integrar las dimensiones histórica y ahistórica, haciendo referencia al mito, sino porque subraya un enlace entre “padre/hijos” y

“patria/ciudadanos” —retomada también en el presente análisis—, que conecta el sujeto a la nación, pasando por la dimensión “familiar” e identificando al Estado con la familia, a través de sus respectivos fracasos.

123 Ribas-Casasayas define “‘globalismo’ en función de lo que Manfred Steger llama ‘globalismo de mercado’: como un régimen discursivo cuyo objetivo es articular una narrativa político-mediática de los procesos de globalización que difumine la diversidad de sus manifestaciones” (2013: 78).

183 Marco Kunz, en “Tijuana la indefinible: narcorrealismo y esperpento en la obra de Heriberto Yépez” (2012), comparte la idea de Palaversich sobre el “guiño” de Yépez al cliché; sin embargo, afirma que este logra nulificar los lugares comunes mientras los lleva al absurdo (Kunz, 2012). Además, Kunz reconoce otra paradoja en el escritor: por un lado, el tijuanense hace referencia a posibles vínculos entre la ciudad y una historia o “mitología” nacional, pero, por el otro, cuestiona, matiza o niega abiertamente dichos vínculos. Yépez juega con el mito de la “no mexicanidad” de Tijuana, que ha sido definida, debido a la Leyenda Negra y a su cercanía con los

EE.UU., como un “no lugar”. Yépez hace un guiño al estereotipo y, de acuerdo con Kunz, afirma que la tijuanología ha sido construida como un discurso-para-el-otro. Al mismo tiempo, el crítico subraya cómo nuestro escritor no trata de construir una versión única y “verdadera” de la ciudad, por lo que destaca, en cambio, el contrasentido de cualquier intento que tenga esta finalidad. El análisis de Kunz permite pensar que existe más de una clave de lectura para las obras del autor que hablan (explícita o implícitamente) sobre Tijuana, pues es el mismo Yépez quien rechaza las lecturas unívocas, mezclando elementos heterogéneos para construir discursos personales.

Hablando, finalmente, del narcorrealismo desarrollado por Yépez, Kunz explica que:

El narcorrealismo de Yépez no es un intento por representar la realidad del narco con una estética realista que se esfuerza por atenerse a los hechos: el narcorrealismo es un realismo drogado, grotescamente deformado como una visión pesadillesca producida por una mezcla de sustancias sumamente alucinógenas, un esperpento que no necesita espejos cóncavos para producirse. Ante la imposibilidad tanto de definir Tijuana como de erradicar los estereotipos sobre ella, Yépez optó por construir con estos últimos una versión ficticia de la frontera que supera en horror y absurdo las más horripilantes fantasmagorías de la tijuanología distópica y le muestra a esta [sic] la fiel imagen de su desmesura. (2012: 268)

Si bien se volverá a hacer referencia al concepto de narcorrealismo más adelante, se puede anticipar, sin embargo, que este no se realiza sólo en el contenido de la obra, en sus imágenes, en los diálogos o en la descripción maniáticas de los detalles sino, como se ve claramente en A.B.U.R.T.O., en la estructura misma del relato, en el (o los) narrador(es) y en su(s) punto(s) de vista(s). Este recurso estético, además, desempeña un papel fundamental a la hora de entender cuál es la posición de Yépez con respecto a la “fascinante violencia” de la que habla Valencia. En este sentido, la estrategia estética elegida por el autor, a través del guiño constante al estereotipo, sugerimos que se tiene que entender como una denuncia de la erotización de la violencia, aunque él a menudo utiliza códigos parecidos a los que quiere denunciar: tal vez la protesta de Yépez sea de tipo “homeopático” y, por ejemplo, la denuncia al narco se realizaría a través de un protagonista drogadicto, o la denuncia a la violencia, a través de un posible asesino.

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