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Vida privada y muerte pública: la biopolítica frente al desafío de lo “necro”

Dans le document Fronteras de la posmodernidad mexicana. (Page 74-78)

MARCO CONTEXTUAL Y TEÓRICO

PROPUESTAS TEÓRICAS

II.7 Vida privada y muerte pública: la biopolítica frente al desafío de lo “necro”

Compartiendo el análisis general de Foucault sobre biopolítica, mecanismos de control y de gestión de las libertades a partir del nacimiento de la era liberal, este estudio tendrá que enfrentar un desafío. De acuerdo con Foucault, la biopolítica aparece junto con la descalificación progresiva de la muerte, con la desaparición de su ritualización pública y esto se explicaría por

“una transformación de las tecnologías del poder” (Foucault, 2000: 224). Más precisamente:

Lo que antaño [...] daba su brillo a la muerte, lo que le imponía su tan elevada ritualización, era el hecho de que fuera la manifestación del tránsito de un poder a otro. [...] Ahora bien, cuando el poder es cada vez [...] más el derecho de intervenir para hacer vivir [...] entonces la muerte, como final de la vida, es evidentemente el término, el límite, el extremo del poder. Está afuera con respecto a este: al margen de su influencia. [...] El influjo del poder no se ejerce sobre la muerte sino sobre la mortalidad [...] (y la muerte) ahora va a ser el momento en el que el individuo escapa a todo poder. (Foucault, 2000: 224)

Tras el surgimiento de los ya citados trabajos sobre necropolítica, cabe volver a hacer hincapié en la necesidad de medir las distancias geográficas y temporales que se pueden dar entre la

elaboración de una teoría y su aplicación a las manifestaciones de un territorio. Por tanto, se tomarán en cuenta, a lo largo de estas páginas, dos hipótesis de lectura. Por un lado, que la hiperrepresentación de la muerte en el narcoestado mexicano sería, siguiendo a Valencia, una consecuencia del hecho de que esta se ha vuelto el único negocio rentable para los sujetos marginales. Al mismo tiempo, dicho negocio llegaría a confirmar la supremacía del macho y estaría, por lo tanto, vinculado a la construcción identitaria nacional basada en el género.

II.7-a El capitalismo gore y los sujetos endriagos

Más allá de cuestiones de método sobre la ya citada epistemología situada y sus estudios sobre la representación de la violencia a través de la categoría de “fascinante violencia” a la que ya se ha hecho referencia, de Sayak Valencia aquí se utilizan algunos conceptos fundamentales, principalmente los de “capitalismo gore” y de “sujetos endriagos” (Valencia, 2010).

Valencia subraya cómo su concepto de capitalismo gore se ha desarrollado en un entorno, como el mexicano, donde lo que existe es un “patchwork” entre capitalismo, historia colonial y, por lo tanto, contexto actual poscolonial, en el que no se han superado por completo las relaciones y dinámicas feudales. La autora ha desarrollado una teoría que propone que la construcción binaria del género en México ha sido una performance política. De acuerdo a su planteamiento, en el contexto neoliberal mexicano,

la desmantelación del concepto tradicional de trabajo también trae cambios en cuanto a las políticas de género, ya que en las condiciones actuales se ve amenazado el cumplimiento de una de las principales demandas hecha por la masculinidad hegemónica hacia los varones: encarnar el papel del

“macho proveedor”, ya que trabajar precariamente es considerado una deshonra que entra en conflicto con la legitimidad y pertinencia de estos dentro del sistema capitalista. (Valencia, 2012: 88) Pero, antes del contexto actual, Valencia también recuerda, con Carlos Monsiváis, que el término

“macho” está implicado en la construcción de la identidad mexicana, ya a partir de las luchas revolucionarias, como una “superlativación del concepto de hombre” (Valencia, 2012: 96), con características como la afirmación de la autoridad y el menosprecio del peligro. Sin embargo, en las páginas anteriores se ha mencionado el estudio de Martínez (2010) sobre el papel del deseo en la Conquista, deseo vinculado con subjetividades masculinas; si tal performatividad de género se ha dado incluso antes de este momento mencionado por Valencia, ¿cuál es la distancia entre dichos patrones de hombre? O, más bien, ¿cuál es su conexión?

Observamos que un elemento recurrente se presenta, a partir del tiempo de la Conquista, y luego a través de los años de la Revolución Mexicana, hasta llegar a nuestros días, donde, con el fin de las “grandes hazañas”, los sujetos con menos perspectivas de éxito social —en este caso claramente masculinos— buscan relatos que les hagan creer en otra posibilidad de ser, en otra

75 perspectiva de existencia, en algún tipo de ascenso. Sin embargo, volviendo a nuestro corpus y a nuestros días, y vinculado con estas observaciones que da Martínez, nos interesa el enfoque de Valencia porque la autora sugiere que, en la etapa actual, frente al “desmoronamiento estatal”

(2012: 96), tanto el Estado como la clase criminal —que ella sugiere que están conectados—

“detentan un mantenimiento de la masculinidad violenta” (2012: 96). En el México contemporáneo, los sujetos cuya característica principal, de acuerdo con Valencia, es la unión entre esta identidad de género masculina y el uso de la violencia como forma de empoderamiento, son los que llama “sujetos endriagos” (2012). Estos serían los que gestionan la violencia desde medios desautorizados (por el Estado), los “otros”, y combinarían:

la lógica de la carencia (círculos de pobreza tradicional, fracaso e insatisfacción), la lógica del exceso (deseo de hiperconsumo), la lógica de la frustración y la lógica de la heroificación (promovida por los medios de comunicación de masas) con pulsiones de odio y estrategias utilitarias. Resultando anómalos y transgresores frente a la lógica humanista. (Valencia, 2012: 87) Sayak Valencia y Héctor Domínguez Ruvalcaba —desde Tijuana y desde Austin-Ciudad Juárez, respectivamente— ofrecen dos miradas parecidas en la conexión que proponen entre violencia, empoderamiento y construcción de género. Sin embargo, mientras Valencia hace hincapié en el desamparo y la precarización de los sujetos, que llevaría a la búsqueda de un empoderamiento en el negocio relacionado a la violencia y a la muerte, el segundo destaca un aspecto “estructural”, un patrón histórico-nacional vinculado con los que define “lazos homo-sociales” (Domínguez, 2015).

Según Domínguez, quien habla de una “nación criminal” (2015), se habría dado en México una continuidad histórica entre masculinidad e ilegalidad, estando de todas formas las organizaciones criminales dentro del Estado. El machismo, en Juárez, habría nacido ya en las bandas de bandidos que gestionaban el control del territorio donde las instituciones no estaban presentes. Algunos de dichos bandidos, llegando a ser líderes revolucionarios, habrían llevado a una legitimación de los criminales. La creación del Partido Revolucionario Institucional tras la Revolución, entonces, sería, según Domínguez, la de un “partido criminal”, cuya estructura corporativista haría del crimen un grupo más, entre otros, a controlar. El machismo es, afirma el autor, la cultura que cohesiona estos grupos y el Estado con ellos. Si bien es cierto que en los últimos años se ha llegado a una fragmentación del Estado, los grupos criminales seguirían muy bien cohesionados.

Machismo y criminalidad, además, son algunos de los elementos a través de los cuales se hace concreta la idea del cuerpo como espacio político, según Domínguez. En particular, afirma, es en el cuerpo donde se articulan a la vez la política del miedo y la sociedad del goce. En “Los cuerpos de la violencia fronteriza” (2006), escrito junto a Patricia Ravero Blancas, el aspecto quizás más interesante —que pone en relación el análisis de los autores con el estudio sobre el

vínculo entre cuerpo social y cuerpo individual en las literaturas sobre violencia y sobre el narco (y que procede del trabajo de Antonio Negri y Michael Hardt de 2000)— es la siguiente afirmación: “Concebir el cuerpo como una construcción simbólica nos lleva a despsicologizar los actos de violencia y comprenderlos entonces como manifestaciones políticas” (Domínguez y Ravero, 2006: 143).

También los dos autores tienen como base la teoría de Foucault sobre biopolítica, especialmente con respecto a la idea de que el sistema de dominación conocido como biopoder se basa en formas internalizadas de control, que representan el influjo del miedo y del goce y que regularían la sociedad globalizada. En particular, el goce, de acuerdo con Domínguez y Ravelo, que también hacen referencia a Žižek (1994): “consiste en la práctica de la posesión de los cuerpos vulnerables por fuerzas que actúan por encima de los parámetros legales, morales o éticos, y que ostentan una posición de dominio” (Domínguez y Ravero, 2006: 144). Además, refiriéndose a Ciudad Juárez, destacan la corporeidad de los procesos políticos, que muchas veces se expresaría en el mercado de la ilegalidad y “a través de asignaciones genéricas y sexuales donde las acciones de gozar y atemorizar juegan un papel vinculante” (Domínguez y Ravero, 2005: 143).

Si bien esta investigación se centra en la parte fronteriza de Baja California, el trabajo de los dos autores sobre Ciudad Juárez parece aportar útiles elementos comparativos sobre el tema de la violencia fronteriza. En particular, destacan otros elementos comunes entre los trabajos de Valencia, Valenzuela, y Domínguez y Ravero. El primero es el estigma. En el caso de las víctimas de feminicidios de Juárez —como más adelante se verá con respecto al juvenicidio según la perspectiva de Valenzuela—, sus muertes serían “justificadas” por parte de sectores de la población local por la “vida inmoral” que llevaban, de acuerdo con la opinión de los autores, que se basan en un estudio de Monárrez de 2000. El relato sobre estas muertes está vinculado a diferentes mecanismos de desacreditación. Dicho elemento cobra interés, dado que los autores del corpus, al revés, adoptan en su mayoría estrategias narrativas que se acercan tanto a las víctimas como a los victimarios, que miran de cerca sus cuerpos y sus historias, lo que resulta una primera herramienta tanto para oponerse al estigma “de grupo” (mujeres, jóvenes, pobres), como para narrar las identidades individuales y rechazar, así, el ninguneamiento.

Si, para Sayak Valencia, la muerte se ha vuelto el único negocio rentable de los sujetos endriagos, tan cercanos y tan lejanos a la vez de la sociedad del hiperconsumo, para Domínguez y Ravero: “esta sociedad del goce se caracteriza por el establecimiento de un orden social basado en la dominación de los cuerpos. Se establece entonces un sistema de privilegios que consiste en gozar y desechar los cuerpos de otros” (2005: 145). Otro punto en que parecen coincidir estos análisis sobre la violencia machista en las zonas fronterizas es de que el patrón de una

77 masculinidad violenta se generaría como un modelo colectivo de conducta, un modelo, además, deseable, promovido a nivel social. Ejercer violencia sería, también de acuerdo con Domínguez y Ravero, una facultad y un deber de la masculinidad hegemónica.

En muchas de las obras del corpus, las violencias públicas y privadas tienen como punto de encuentro la violencia de género. Los estudios de Valencia y de Domínguez en su conjunto, entonces, resultan oportunos por ofrecer un análisis de esta articulación entre público y privado, a través de la explicación de la formación de una performance de género vinculada con la identidad nacional. Por otra parte, tanto Valencia como, Valenzuela y otros (Rossana Reguillo, por ejemplo), hacen hincapié en la relación entre precarización económica y social y las demandas de hiperconsumo a la base de los fenómenos de exclusión, por lo que el uso de la violencia viene a ser una forma para tratar de salir de dicha exclusión.

Si en algunos autores este paradigma aparece absolutamente explícito (Yépez y Crosthwaite) en otros está igualmente presentes pero matizado (Conde, Saavedra) y en otras resulta casi parodiada (Luna, Swain). De todas formas, queda como telón de fondo para todos.

En algunos se vuelve el objeto de una narración, que encuentra sus símbolos más evidentes en la maquila, en el dinero del narco, en la relación conflictiva con la riqueza presente o imaginada al otro lado de la frontera; en otros queda presente simplemente como contexto de desarrollo de una acción que, también, tiene interés en hablar de temas distintos.

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