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Estudiar lo “macro”: aportaciones desde la crítica poscolonial

Dans le document Fronteras de la posmodernidad mexicana. (Page 65-71)

MARCO CONTEXTUAL Y TEÓRICO

PROPUESTAS TEÓRICAS

II.5 Estudiar lo “macro”: aportaciones desde la crítica poscolonial

Hablar de modernidad en América Latina significa, también, hablar de colonialismo o, tal como ha sugerido Zabalgoitia (2012b), de colonialidad, entendida “como la experiencia total de la modernidad latinoamericana en los términos en los que la han definido los estudios postcoloniales latinoamericanos, es decir, como un proceso que habría comenzado con la Conquista y que no habría terminado” (Zabalgoitia, 2012b: 195). La referencia a los estudios poscoloniales61 aquí parece útil, sobre todo, por poner en relación el contexto poscolonial con

61La referencia es a los estudios fundados —entre otros— por Edward Said y Homi Bhabha. En Orientalism (1978) Said afirma que la idea misma de Oriente es una construcción llevada a cabo por parte de Europa para definirse a sí misma, a través de la diferencia con algo que se “construye” y representa como “otro”. El eje central de la propuesta de Said se encuentra, por lo tanto, en decir que la imagen de Oriente nace desde afuera, desde un lugar de enunciación —el occidental— que ha sido el único “legitimado” en realizar definiciones, relatos y representaciones de los otros territorios. También, Said indica la interiorización, por parte de los sujetos nacidos en lugares colonizados, de estas interpretaciones que llegan desde afuera. Por su parte, Bhabha, en El lugar de la cultura (1994), plantea la necesidad de una revisión del relato colonial, a partir de un contexto posmoderno, para reformular las bases del pensamiento y realizar un discurso poscolonial. Las minorías —enseña Bhabha— a medio camino entre tradición y modernidad, constituyen las voces de la historia silenciadas por parte del discurso dominante, y Bhabha ve en la cultura la base en la que el poscolonialismo debe llevar a cabo un nuevo discurso. Este elemento lo aleja de otro investigador de la misma corriente, Walter Mignolo, quien, en cambio, considera prioritaria la economía en este sentido.

Si bien es cierto que, tanto en América Latina como en las sociedades de África o de Asia colonizadas por las potencias europeas, las historias y culturas locales han sido interrumpidas por la colonia, como indica Friedhelm Schmidt-Welle en Ficciones y silencios fundacionales. Literaturas y culturas poscoloniales en América Latina (siglo XIX) (2003), Schmidt-Welle destaca el hecho de que la situación poscolonial de estos territorios muestra importantes diferencias.

Estudiando el contexto latinoamericano y enfocando su análisis en el siglo XIX, observa que si “[e]l gesto poscolonial […] es uno de recuperación de la tradición cultural autóctona interrumpida” (2003: 13),“[e]l proyecto de los criollos en América Latina es primordialmente un proyecto de modernización que se basa en los modelos políticos y culturales europeos para la construcción de sus identidades nacionales” (2003: 13). Por supuesto este último aspecto no significa que no existan construcciones distintas, que dependen de la heterogeneidad de América Latina y de la Conquista, y que a menudo se construyen como “una ruptura con el propio pasado colonial” (2003:

13) y una exaltación de la “diferencia” de la “naturaleza americana”. A tales observaciones se han añadido otras resistencias a la posibilidad de “aplicar” a América Latina las ideas de la poscolonialidad. Bill Ashcroft (1999: 13) escribe en “Modernity’s first-born: Latin América and the post-colonial transformation” (1999) que la “importación”

de los estudios poscoloniales ha sido considerada en América Latina como una nueva forma de colonización discursiva, procedente de lugares de enunciación privilegiados, esto es, sobre todo de la academia estadounidense.

Sin embargo, Ashcroft afirma que, si se considera el poscolonialismo como el discurso de todos los colonizados, en lugar de identificarlo con la experiencia de los pueblos colonizados sólo en el mundo anglófono o francófono, esto, en lugar de representar un nuevo sector hegemónico, puede ser visto “as a way of talking about the political and discursive strategies of colonized societies, then we may more carefully view the varios forms of anti-sistemic operations within the global world system” (Ashcroft, 2003: 15).

Una de las contribuciones más interesantes sobre este debate ha sido la de Walter Mignolo, inicialmente desde la semiótica y luego interesándose por las teorías poscoloniales. Mignolo (1993), con un discurso poscolonial, cita a Edmundo O’Gorman in The Invention of America (1961) y a Ángel Rama en La ciudad Letrada (1984) para afirmar que,

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“algunos aspectos releídos como formas biopolíticas” (Zabalgoitia, 2012b: 195), haciendo una referencia a la criminalidad, a la migración y al tardocapitalismo. Como se puede observar, en cierta medida Zabalgoitia en su estudio “Reescribir en el aire: biopolítica, mitología y heterogeneidad en las literaturas norteñas mexicanas” se sitúa críticamente en el cruce entre dos aproximaciones teóricas a la hora de investigar el norte mexicano, constituyendo un antecedente importante de la elección metodológica que, como se ha dicho, será un pilar de este trabajo. Tal vez la mayor aportación de los estudios poscoloniales en esta tesis es la problematización del concepto de posmodernidad, destacando cómo la idea de modernidad se ha ido construyendo desde una perspectiva europea-eurocéntrica, que olvida historias, subjetividades y temporalidades “otras” — Walter Mignolo habla de la colonialidad como de el “otro lado” de la Modernidad (2010)—, que salen de este recorrido “lineal” que llevaría, de una modernidad a la posmodernidad.

Las “estrategias de resignificación de lo local” (2012b: 196) a las que Zabalgoitia hace referencia, llevadas a cabo por ciertos autores norteños,62 tienen que ver con procesos de significación que a su vez proceden de un orden colonial, con la definición de “centro”, “periferia”

y de “otro” u otros que de este derivan: “Y es que en muchas de estas literaturas lo que resurge es un conflictivo cruce biopolítico; narraciones acerca de violentos encuentros culturales y manifestaciones e incidencias diversas de desterritorialización” (Zabalgoitia, 2012b: 197).

Así, proponemos que la de nuestro corpus es una literatura que pretende marcar la fragmentación, utilizarla, porque plantea expresamente la problematicidad del discurso del que se supone que forma parte. Tijuana se puede leer como un elemento que tiene una continuidad

desde América Latina, estos dos autores empezaron dos décadas antes de Said (y Todorov) a criticar elementos claves del discurso colonial, en particular enfocándose en el poder del lenguaje para definir y dominar la sociedad de los colonizados. Antonio Cornejo Polar (1994), a su vez, desarrolla el concepto de heterogeneidad, en particular, con respecto a las literaturas andinas. Esto, parte del reconocimiento de la pluralidad de culturas y lenguas, constatando el carácter no orgánico de la literatura nacional y, por lo tanto, la heterogeneidad cultural y literaria del país. A partir de los años 70, Cornejo Polar se vinculó con el proyecto de fundar una crítica y una teoría latinoamericana, junto con

—entre otros— Roberto Fernández Retamar, Antônio Cândido y el mismo Ángel Rama, pero tal proyecto fracasó (Schmidt-Welle, 2002), tanto por razones políticas como por haberse quedado en un nivel abstracto, en propuestas teóricas que no fueron verificadas por el análisis de textos concretos. Los conceptos de heterogeneidad y de

“totalidad contradictoria” se tendrían que interpretar, así, de acuerdo con Schmidt-Welle, como una “autocrítica”

(2002: 8) a ese proyecto. Los debates sobre la posibilidad de aplicar los estudios poscoloniales —pero también los estudios subalternos o culturales— en el contexto latinoamericano, encuentran entonces en la obra de Cornejo Polar un momento importante, por haber tenido consciencia, en sus trabajos de los años 90, del peligro constituido por modelos teóricos “globalizados, que sobredeterminan las categorías de lo subalterno y lo periférico” (Schmidt-Welle, 2002: 11). Sin embargo, Schmidt-Welle observa que son “innegables” (2002: 14) ciertos paralelismos entre los conceptos de Cornejo Polar y del poscolonialismo. La crítica de una construcción del sujeto moderno en la cultura

“occidentalizada” dialogaría en parte, de hecho, con la crítica de los discursos occidentales de Mignolo y con su concepto de posoccidentalismo. Lo que distancia a Cornejo Polar de la crítica poscolonial es un reconocimiento, por parte del autor, de los conflictos locales o nacionales. Es decir, Cornejo Polar hace hincapié en la superposición de conflictos en distintos niveles y de distintos tipos. Justamente en tal reconocimiento, como se ha planteado, se sitúa esta investigación.

62 Zabalgoitia no se ocupa directamente de los autores de nuestro corpus, estando sus escritos enfocados en Daniel Sada, Ricardo Elizondo Elizondo, Gerardo Cornejo y Eduardo Antonio Parra; sin embargo, el marco teórico que establece para el norte de México se considera adecuado también para los tijuanenses.

propia, que vive y pone en tela de juicio otra continuidad: la colonial-nacional. Además, esta lectura busca otorgar una particular importancia hermenéutica a la utilización de elementos populares, tanto en lo que se refiere a elementos culturales como fiestas, cierto tipo de música o de formas artísticas y folklore, como con respecto al lenguaje, lo que permite leer la oralidad utilizada por Conde, Crosthwaite, Saavedra, como un modo radical de descentramiento.

Volviendo al planteamiento de esta tesis —el enlace entre violencia pública y privada y su representación en nuestros escritores— incluso la relación entre géneros, y el vínculo que se ha ido estableciendo entre la “identidad nacional” y lo masculino, podría tener raíces en la historia colonial de México (y de América Latina en general) De acuerdo con Josebe Martínez (2010), la empresa colonial de España en el continente latinoamericano puede entenderse como resultado-consecuencia de una “máquina deseante” (Martínez, 2010: 8), vinculada con las subjetividades masculinas que se lanzaron a la conquista de América empujadas por una ambición individualista:

“Hombres metidos en asuntos que incumbían a hombres, y hablaban un lenguaje de hombre a hombre, que ni era castellano, ni portugués: un lenguaje macarrón […] sembrados en los puertos del Mediterráneo por machos nómadas y beligerantes” (Martínez, 2010: 52). Los hombres que participaron en la Conquista y en la colonización no eran, como justamente apunta Martínez,

“hombres libres que estudiaban las artes liberales” (2010: 55), sino que “esclavos de su clase, queriendo cambiar el juego político de su existencia, la significación de su persona” (Martínez, 2010: 55). Se trataba, finalmente, de

gente que soñaba a sí misma en otros términos: deseando ser beneficiados por la ley, la opinión y la costumbre. Individuos que valoran sobre todo la mejora de la vida privada, la búsqueda de la propia salvación. El ocuparse de sí mismo que propugnan la mística y el erasmismo, tiene su faceta pragmática en el hombre que parte a buscar Eldorado, la fuente de la eterna juventud o el reconocimiento social: una empresa privada de intensidad desbordante. (Martínez, 2010: 54) Por otro lado, propone Martínez, la colonia armó la que llegará a ser “la disciplina del deseo americano como método de conquista” (2010: 8), lo que, en las vísperas de la época moderna, marca una relación muy fuerte entre las teorías sobre biopolítica de Michel Foucault y los estudios poscoloniales:

[s]e inician y experimentan las dos formas de dominación sobre la vida que se ejercen en la Era Moderna: por un lado, se establece el conjunto de disciplinas que administran y conciben el cuerpo como máquina, el aumento de sus aptitudes, su educación […] Lo que Foucault denomina anatomopolítica. Por otro se establece el control regulador ejercido sobre el cuerpo-especie, la proliferación… (Martínez, 2010: 57)

El desarrollo del legado foucaultiano en México será objeto de apartados específicos más adelante. Mientras, aquí parece importante hacer hincapié en este punto de contacto-continuidad

67 entre las dos perspectivas teóricas: la idea de una relación entre control de los cuerpos y de su deseo, la idea del control del territorio colonial como “cuerpo” para regular-normativizar.

Algunos de los enfoques teóricos utilizados en este trabajo han sido considerados opuestos o no compatibles durante cierto tiempo. Es el caso, justamente, de los estudios poscoloniales, por un lado, y de las teorías de Michel Foucault, por el otro. Una de las apuestas de esta investigación es tratar de demonstrar, a partir del terreno concreto del estudio representado por el corpus propuesto, que estas teorías pueden dialogar. Por supuesto, se parte de la experiencia de otros autores (en particular Castro-Gómez, Martínez y Zabalgoitia) quienes ya han contextualizado y llevado a cabo un diálogo de este tipo. La mayor diferencia dentro de las teorías que se acaban de mencionar se encuentra en el hecho de que, de acuerdo con Castro-Gómez, mientras los estudios poscoloniales (como la filosofía marxista, por ejemplo) son “jerárquicos”, el que realiza Foucault es heterárquico:

Mientras que la una apunta hacia un análisis de orden macroestructural referido a grandes conjuntos molares (el sistema-mundo), la otra se concentra en un análisis microfísico incapaz de pensar temas como el colonialismo y las geopolíticas del conocimiento. Este trabajo mostrará que [sic] aunque Foucault nunca logró superar el eurocentrismo de sus análisis, su concepción del poder distó mucho de ser solamente “microfísica”. Mi tesis será que Foucault desarrolló también una macrofísica del poder que puede servir para repensar algunos problemas derivados de los análisis macroestructurales del poder. (Castro-Gómez, 2010: 272)

Si bien es cierto, entonces que, por un lado, Foucault habla claramente desde Europa, dando lugar así la aplicación de sus teorías a cuestionamientos específicos por parte de quienes hablan desde América Latina y desde territorios que han sido objeto de una colonización (Spivak, 1994), también es cierto que, ya en el siglo XXI, no faltan las referencias de teóricos e investigadores que han llevado a cabo una reflexión que tiene en cuenta lo conceptos formulados por Foucault, principalmente el de biopolítica, aunque traduciéndolos y reformulándolos desde un contexto poscolonial. Me refiero aquí sobre todo a Achille Mbembe y a Sayak Valencia. Al mismo tiempo, cabe destacar que, en un contexto globalizado, han cobrado importancia reflexiones sobre la

“soledad” del individuo en la sociedad, sobre la “responsabilización” del individuo y la ruptura de los lazos sociales (Bauman, Reguillo), que han reorientado la reflexión con respecto a las relaciones de poder. Es decir, sin negar la importancia de lo macroestructural, del capitalismo, por ejemplo, ya existe una abundante bibliografía que, a partir de la globalización y de la posmodernidad, ha problematizado el hecho de que lo “macro” actúa sobre e interactúa con lo

“micro”, el sujeto, cada vez más solo y aislado, con su cuerpo, con sus prácticas individuales de integración o resistencia, con sus formas de autocensuras dentro de un mundo cada vez más competitivo, por ejemplo. Además, en un plan más general y vinculado con el territorio, es con la globalización cuando las palabras “local” y “global” han dejado de pensarse como una antinomia

y han empezado a poder entenderse como parte de procesos que se alternan, integran, coexisten, y entre los cuales, de todas formas, se ha vuelto complicado establecer una jerarquía.

Por otro lado, Castro-Gómez recuerda que, dentro de la misma trayectoria de Foucault, se ha dado una evolución: hasta 1975, de hecho, el filósofo francés, influenciado por Nietzsche, desarrolla una analítica que considera al poder básicamente como un juego de fuerzas, que Castro-Gómez define “agonístico”. Ya a partir de Defender la sociedad (cuyas lecciones al College de France se dan entre 1975 y 1976), sin embargo, Foucault abandona la microfísica del poder y abarca el Estado. Es aquí cuando introduce el concepto de biopolítica y, así, la idea de procesos

“globales” de la población (como natalidad y mortalidad), y es en este momento en que surgen los primeros intereses de Foucault sobre el colonialismo europeo (Castro-Gómez, 2010). En ese entonces, por cierto, Foucault sigue demostrando un interés “intraeuropeo”; y es a partir de 1977, con su curso “Seguridad, territorio, población”, cuando se da cuenta de que el modelo “bélico”

debe ser abandonado si se quiere hallar un análisis más global de las formas de poder: “Foucault reconoce entonces que la cadena de poder donde actúa la biopolítica se vincula en red con otra cadena más global todavía de carácter geopolítico. La biopolítica se ‘enreda’ con la geopolítica”63 (Castro-Gómez, 2010: 279). Aquí es cuando, mirando desde una perspectiva internacional, reconoce el papel clave del colonialismo español —sin embargo, en relación con Wallerstein o Quijano, la perspectiva de Foucault sigue quedándose más centrada en Europa, por ejemplo. En Nacimiento de la biopolítica (clases dadas entre 1978 y 1979) trata de escaparse de esta visión eurocéntrica. Es en este contexto donde Foucault introduce su reflexión sobre la mundialización del mercado, junto con el nacimiento de la tecnología liberal de gobierno, ya que, ahora los dispositivos de seguridad exteriores funcionan mediante la libre competencia y ya no por tratados diplomáticos. Siguiendo los estudios de Castro-Gómez,

Foucault distingue tres niveles de generalidad en el ejercicio del poder: un primer nivel, microfísico, en el que actuarían las tecnologías disciplinarias y de producción de sujetos, así como las “tecnologías del yo” que buscan una producción autónoma de la subjetividad. Este sería el nivel de la corpo-política. Luego tenemos un segundo nivel, mesofísico, en el que se inscriben los dispositivos internos de seguridad que harán posible la gubernamentalidad del Estado moderno y su control sobre las poblaciones. Este sería el nivel de la biopolítica. Por último tenemos un tercer nivel, macrofísico, en el que se ubican los dispositivos supraestatales de seguridad que favorecen la “libre competencia” por los recursos naturales y humanos del planeta. Este sería el nivel de la geo-política [sic]. Quisiera llamar heterárquica a esta analítica del poder, contraponiéndola a las

63 Introduciendo el concepto de biopolítica, Foucault afirma que el poder, a lo largo de los siglos, ha pasado a ocuparse de los cuerpos y de lo que hacen, tras un largo tiempo en que se dirigió a la tierra y a su producto. Este tema específico no puede ser objeto de un análisis exhaustivo por parte de un estudio literario. Sin embargo, la lectura que se llevará a cabo en las distintas obras estará atenta a cómo se relata el territorio, a su forma de vivirlo y a las eventuales luchas por su control (particularmente en la obra de Crosthwaite y Yépez). En más de un caso, destacará cómo las dos cosas están vinculadas: por lo menos en la literatura que aquí se estudia, se narra cómo para controlar los territorios se tienen que controlar los sujetos que lo viven o lo atraviesan. Por otro lado, se arrojará luz sobre la relación conflictiva entre territorio y sujetos, hasta llegar al “canibalismo” presente en los textos de Yépez.

69 teorías jerárquicas, desde las cuales se ha pensado tradicionalmente el tema de la colonialidad.

(Castro-Gómez, 2010: 284)

Partimos de la base que este estudio no se propone explicar las relaciones de poder en el mundo.

Lo que se postula, en cambio, es que las relaciones enseñadas en el corpus literario analizado funcionan de acuerdo a y se pueden analizar a través de la propuesta de Foucault, justamente por desplegar una variedad de dimensiones de poder que van de lo micro hasta lo macro, y desde la relación entre sujetos —que se muestra en su constante replanteamiento, dinámicas y recontrataciones— hasta el contexto macropolítico, fronterizo y global en el que dichas relaciones se encuentran. No es objetivo de este trabajo dirimir la posible “contienda” entre los seguidores de Marx y de Foucault, contestando definitivamente a la pregunta de si es el poder del capital transnacional el que regula hasta las vidas íntimas y personales de los sujetos o no. En cambio, se quiere averiguar si y como, en el mundo ficcional de nuestros autores, las relaciones de poder se pueden invertir a nivel de lo “micro” —como puede acontecer en ciertos relatos sobre el mundo de la prostitución, de Rosina Conde—. Las relaciones de género, por ejemplo, en estos textos, ¿se muestran sólo como el resultado de distintos niveles de acceso al capital, o,

Lo que se postula, en cambio, es que las relaciones enseñadas en el corpus literario analizado funcionan de acuerdo a y se pueden analizar a través de la propuesta de Foucault, justamente por desplegar una variedad de dimensiones de poder que van de lo micro hasta lo macro, y desde la relación entre sujetos —que se muestra en su constante replanteamiento, dinámicas y recontrataciones— hasta el contexto macropolítico, fronterizo y global en el que dichas relaciones se encuentran. No es objetivo de este trabajo dirimir la posible “contienda” entre los seguidores de Marx y de Foucault, contestando definitivamente a la pregunta de si es el poder del capital transnacional el que regula hasta las vidas íntimas y personales de los sujetos o no. En cambio, se quiere averiguar si y como, en el mundo ficcional de nuestros autores, las relaciones de poder se pueden invertir a nivel de lo “micro” —como puede acontecer en ciertos relatos sobre el mundo de la prostitución, de Rosina Conde—. Las relaciones de género, por ejemplo, en estos textos, ¿se muestran sólo como el resultado de distintos niveles de acceso al capital, o,

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