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La fuerza de los lazos: homofilia y heterofilia en sistemas complejos

Licencias lingüísticas

2. Marco teórico

2.1. Ecosistema de la comunicación en los medios sociales

2.1.3. La fuerza de los lazos: homofilia y heterofilia en sistemas complejos

Antes de profundizar en el análisis de las redes sociales, es necesario presentar dos conceptos que definen la naturaleza de la comunicación en la relación entre individuos en las redes sociales. Estos conceptos son homofilia y heterofilia.

La homofilia sigue el principio de “Dios los cría y ellos se juntan”. Esto quiere decir que

“las personas con los mismos valores y actitudes tienden a asociarse las unas con las otras” (Kadushin, 2013: 289). Este principio de la comunicación estudia el grado de características de los actores (Caldarelli y Catanzaro, 2014). La interacción social genera una dinámica de influencia, de modo que las personas que se relacionan entre sí tienden a adquirir comportamientos, actitudes y valores equivalentes (Lazarsfeld y Merton, 1954). Las redes sociales de internet beben de esta “tendencia consciente o inconsciente a asociarnos con personas que se parecen a nosotros” Christakis y Fowler (2010: 30) propia de las relaciones entre los seres humanos.

La homofilia ocurre en las redes sociales porque la comunicación es más efectiva cuando emisor y receptor comparten significados y creencias con un sentimiento de pertenencia a la misma comunidad en red, entendida como “un grupo de personas que están mucho más conectadas entre sí de lo que lo están con otros grupos de personas conectadas en otras partes de la red” (Christakis y Fowler, 2010: 26).

Por otro lado, la heterofilia se refiere a los vínculos entre individuos con atributos diferentes. Este concepto considera “la existencia de relaciones de los miembros de un colectivo, definido a partir de características atributivas comunes, con personas de otro colectivo de diferentes características” (Verd, et al., 2014: 10). Este proceso implica un mayor esfuerzo para lograr una comunicación efectiva, puesto que los emisores provienen de grupos o comunidades diferentes. Las relaciones heterófilas producidas en un sistema desempeñan un papel clave por conectar nuevas ideas entre sí y facilitar la transmisión de información entre diferentes grupos. Este fenómeno está inscrito en la teoría de la fuerza de los lazos débiles fundamentada por Mark Granovetter (Granovetter, 1973).

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La comunicación homófila es más frecuente en las redes sociales (Molina, 2005). No obstante, la homofilia presenta ciertas limitaciones por estar los individuos que se interrelacionan sujetos a unas ideas comunes y fijas que impiden el surgimiento de nuevas ideas dentro del propio sistema. La comunicación homófila facilita la difusión entre iguales, pero ralentiza futuros procesos innovadores por sus particularidades herméticas. Con todo, heterofilia y homofilia no son conceptos opuestos, sino que se complementan: “los individuos de un grupo pueden mantener relaciones relativamente densas entre sí y, sin embargo, tenerlas también con grupos diferentes” (Verd, et al., 2014: 7). Por tanto, en el análisis de las redes sociales homofilia y heterofilia deben considerarse de forma conjunta para enriquecer los análisis e interpretaciones.

Como decíamos, la teoría de la fuerza de los lazos débiles de Granovetter sostiene que las relaciones entre sujetos con vínculos débiles generan una mayor influencia que aquellas que mantienen individuos con una relación más cercana, como la familia y los amigos (Granovetter, 1973). Granovetter diferencia entre dos tipos de relaciones o vínculos: lazos débiles y fuertes. “Los lazos fuertes pueden unir a individuos dentro de los grupos, pero los débiles unen a los grupos con el resto y son determinantes para la difusión de la información” (Christakis y Fowler, 2010: 169). En otras palabras, los lazos fuertes son aquellos vínculos establecidos entre personas demográficamente unidas (Molina, 2005), mientras que los débiles se refieren a relaciones personales poco significativas, es decir, con las que se da poca frecuencia de interacción, pero que desempeñan un papel destacado en la articulación de la estructura social haciendo de puente entre subgrupos diferenciados (Kadushin, 2013). Según Granovetter, estos lazos débiles son más eficaces en actividades como la búsqueda de empleo, puesto que favorecen el acceso a nueva información fuera del núcleo habitual, lo cual permite estrechar puentes generando nuevos vínculos o contactos (Barabási, 2003). Esta propiedad de las redes sociales entre individuos es uno de los elementos cruciales para comprender cómo se conforman las relaciones en las redes sociales de internet.

Estas interconexiones entre individuos se relacionan con la teoría de los seis grados (Milgram, 1967), que afirma que todas las personas del mundo estamos conectadas por una media de seis grados de separación como máximo. Esta teoría, formulada mucho antes del surgimiento de las redes sociales virtuales, pone de manifiesto la relevancia de la interconectividad entre iguales para articular sistemas complejos.

Estos “mundos pequeños”, concepto extraído a raíz de los experimentos del psicólogo estadounidense Stanley Milgram, han sido considerados una propiedad genérica de

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las redes (Barabasi, 2003). Según Caldarelli y Catanzaro (2014: 76), “la propiedad del mundo pequeño consiste en el hecho de que la distancia media entre dos nodos cualesquiera es muy pequeña”. Dado que las conexiones permiten vertebrar una red cualquiera con tan solo un par de “saltos” entre los nodos (Watts y Strogatz, 1998), como ocurre cuando se dispersa un virus informático o una enfermedad como la gripe, aunque se añadan más nodos a una red, la distancia media para unirlos no aumenta (Caldarelli y Catanzaro, 2014). Esta capacidad de las redes para diseminar agentes virales es una de las particularidades esenciales que explican el éxito de plataformas como Facebook y Twitter.

En las redes sociales virtuales existe una predisposición a copiar lo que hacen los demás porque estos nos influyen. Así, internet y las nuevas tecnologías no nos han hecho más independientes (Bauman y Donskis, 2015), al contrario, han motivado una pérdida de la individualidad al estar influidos por otros que ejercen una presión determinante en nuestras elecciones, acciones, pensamientos y sentimientos (Christakis y Fowler, 2010).

Aunque la teoría de Stanley Milgram consideraba tradicionalmente que estamos conectados por cualquier persona del mundo por seis grados de separación,

“podemos influir en su conducta cuando se encuentran hasta a tres grados de nosotros” (Christakis y Fowler, 2010: 42). Según estos autores, el grado de influencia de las redes sociales obedece a la Regla de los tres grados de influencia. Tenemos la capacidad de mediar en las decisiones de los amigos de los amigos de nuestros amigos. Tener un hijo, dejar de fumar, apuntarse al gimnasio o comprarse un coche pueden ser decisiones tomadas como consecuencia de la influencia de alguien que pertenece a nuestra red social (Fernández Peña, 2016). En definitiva, estas particularidades diferenciales de las redes sociales, junto al poder decisivo de internet para multiplicar los efectos de cualquier iniciativa y corriente de pensamiento, suponen un mar de posibilidades en este nuevo entorno comunicativo donde confluyen actores tan dispares sin jerarquías ni estructuras definidas.

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