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El encuentro con las mujeres rarámuri universitarias y con nuestro reflejo

CAPÍTULO 3. DISEÑO DE LA INVESTIGACIÓN

3.5. Etnografía y reflexividad

3.5.2. El encuentro con las mujeres rarámuri universitarias y con nuestro reflejo

Mi experiencia previa a esta investigación fue una tesis realizada entre los exitosos hombres de una sociedad hidráulica: siendo todos profesionistas solían explicarme (incluso dibujando esquemas) como era su organización social. La situación fue muy distinta al iniciar mi trabajo con las mujeres indígenas universitarias, ellas no estaban ansiosas de mostrar sus dominios en el aula, de hecho no lo tenían, pues además de pertenecer a una minoría étnica eran alumnas, algunas de ellas, de los primeros ciclos académicos.

Además yo pertenezco al grupo social que en las relaciones interétnicas es dominante, eso último me lo tuve que grabar bien pues en las primeras evaluaciones de mis avances de tesis fui cuestionada (con razón) acerca de la falta de posicionamiento de mi parte, y es que no pude explicar realmente la posición de las mujeres rarámuri universitarias en una organización social estratificada y jerárquica hasta que explicité que yo misma pertenezco a ella y que encontraba novedoso que ellas se convirtieran en universitarias porque estaban

118 accediendo a privilegios que para mí resultaban tan naturales que ni siquiera los había entendido como tales.

Además me resultaba difícil resignarme a la idea de que las mujeres rarámuri universitarias tampoco iban a dibujar para mí esquemas que me permitieran entender su experiencia universitaria desde la etnicidad y el género, aunque en el fondo yo deseaba que así fuera y no porque deseara evitarme el trabajo de construirlos yo misma, sino porque me parecía más fidedigno partir de sus propias interpretaciones, así que casi al final del trabajo de campo, la implementación de taller de ―estudios de género‖ me pareció la metodología más franca. Pero antes de llegar a este taller, no sabía cómo acercarme a ellas, simplemente porque mucho tiempo atrás cuando hice mi primera incursión a la Sierra Tarahumara como ayudante de un profesor, otro antropólogo que era rarámuri me había comentado lo molesto que era sentirse como ―objeto de estudio‖ y sus palabras daban vuelta en mi cabeza. Yo no quería que las mujeres rarámuri universitarias se sintieran vulneradas ante esta posición.

Leer a Peter Woods (1987) sirvió para comprender algunas cosas acerca de la etnografía en la escuela, pero no quería acceder a las mujeres rarámuri desde mi posición de profesora, así que renuncié a este papel y de pronto ahí estaba yo en medio del salón de clases, como cualquier alumna, solo que con la incertidumbre, por ejemplo, de si podría atravesar algún día el circulo que cinco mujeres rarámuri formaban siempre con sus cuerpos para conversar… luego opté por relajarme y aburrirme entre tediosas clases, mientras las observaba, hasta que ellas se acercaron a mí con distintos propósitos. Alejandra buscó ayuda en una ocasión, mientras que Estrella se acercó queriendo solo conocerme pues le llamaba la atención que sus otras compañeras conversaran conmigo. Esto último me sorprendió, pues ella era la más tímida y yo no había encontrado la forma de acercarme, en cambio ella había venido simplemente a mí y me había regalado un durazno traído de su pueblo, entonces descubrí algo elemental, la forma de acercarme a ellas era ofreciendo lo que yo tuviera… y así lo hice, por ejemplo, me convertí en su chofer y con frecuencia mi coche se convirtió en otro espacio para conversar con ellas mientras conducía por la ciudad.

119 A pesar de que ya estaba cerca de ellas, sentía que muchas veces ―no me dejaban pasar‖, y luego sin darme cuenta terminé reflexionando acerca de lo que significaba ser mujer en nuestro contexto; ello me llevó a conocernos más. Aunque no perteneciéramos al mismo grupo étnico, en nuestro contexto del norte de México, las mujeres no vamos por ahí presumiendo nuestro dominio sobre el mundo, porque no lo tenemos, lo que sí es que interactuamos con bastante desconfianza y dudamos acerca de las verdaderas intenciones de nuestros interlocutores, pero de pronto podemos hacer comentarios confidenciales tratando de compartir experiencias si encontramos un resquicio de empatía; y así fue como un día, mientras lavábamos nuestras manos frente al espejo, Samanta me comentó una experiencia triste y dolorosa que había tenido, lo hizo así… sin más, sin preguntas de mi parte, y sin respuestas: pues me invadió un escalofrío y vi en el espejo el reflejo de mi rostro lleno también de tristeza.

Así fue como entendí que no tenía que esforzarme en interpretar a las mujeres rarámuri universitarias, pues era sencillo entenderlas desde mi posición femenina y al mismo tiempo admiré su valor al lidiar con situaciones muy difíciles que yo siendo mujer no había enfrentado. No he escrito más que estas líneas acerca de la experiencia de Samanta, pero conocerla me ayudó a entender todas sus motivaciones para construirse como una mujer universitaria.

Entendiendo todas esas fibras sensibles, al principio buscaba tener una actitud suave y delicada hacia las mujeres rarámuri universitarias, trataba de cuidarlas en todo momento, pero no era algo que ellas demandaran, sino mi forma intuitiva de acercármeles, de obtener su atención, luego con el tiempo me acerqué lo más que pude a cumplir mi deseo de entenderlas y de que me entendieran a mí; creo que lo logré alguna vez que discutimos en una cafetería su condición étnica como universitarias y entonces noté en sus expresiones que comprendían lo que yo no había sabido explicarles: que deseaba discutir con ellas buscando entender un ―nosotras‖, tratando de intercambiar y asir conocimientos.

Tener muchas cosas en común con las mujeres rarámuri universitarias me llevó a poder ver en los datos cosas que de otra forma no habría visto, por ejemplo entendí bien su silencio en el aula cuando recordé una experiencia que me marcó en Barcelona como estudiante, cuando asistí invitada a un seminario que no era de la Universidad Autónoma, sino de otra

120 universidad donde yo no conocía muy bien al estudiantado. En dicho seminario un par de estudiantes de máster presentaban los resultados de investigación acerca del feminismo entre pueblos autóctonos de un país de Sudamérica. Ellos prácticamente se ―burlaron‖ de la posibilidad de que la población latinoamericana pudiésemos comprender y/o articular una teoría feminista. Quise traer a colación conceptos del feminismo poscolonial, y hacer un argumento, pero vaya que lleva tiempo reunir la calma y la fuerza para entrar en un discurso de la mayoría; sin embargo observé complacida como una compañera africana les respondía por mí ―¿Dices que los nativos americanos y los latinoamericanos qué van a saber de cómo echar al patriarcado de sus instituciones, que no saben nada del feminismo

…a mí me suena lógico que no quieran al patriarcado entre ellos y que lo entiendan bien, imagina que la espada derramó mares de sangre en esas tierras en nombre de Dios Padre‖.

Aprendí muchas cosas acerca de mi silencio aquella tarde, y al enfrentar mis propios datos de campo con las mujeres rarámuri entendí, por ejemplo, que su silencio se debe muchas veces a la ―agresión‖ del despliegue de los significados de la mayoría dominante en el aula, ellas mismas y otras personas más lo explicaban, y yo lo había vivido. Muchas otras veces compartí sensaciones con las mujeres rarámuri universitarias, por ejemplo cuando era la única mujer blanca en medio de un encuentro de cientos de estudiantes indígenas: entonces entendí el miedo ante la diferencia.

Ciertamente para saber qué significa ser una mujer indígena universitaria y la forma en que se da esa experiencia y todas mis demás preguntas de investigación se lo pregunté a algunas chicas rarámuri y a quienes las rodean, y además les observé de cerca. Dicho ejercicio no implica, sin embargo, respuestas inmediatas ni claras, como es bien sabido en el mundo del quehacer antropológico, pues todos somos seres complejos en situaciones aún más complejas. Por ello, para cerrar este apartado, deseo narrar un pequeño pasaje de mi trabajo de campo que considero crucial para entender de forma sintética esta tesis.

Selene, una mujer rarámuri universitaria, me dio una seria lección acerca de la complejidad de la subjetividad que yo pretendía investigar. Ella me había dicho que muchas veces se había sentido en medio de situaciones desagradables bajo las miradas de quienes la percibían y juzgaban como mujer indígena, y que había terminado por entender que era diferente; otras veces había afirmado que los hombres rarámuri caminaban por delante de

121 las mujeres y que no eran ―considerados‖ con ellas. Esos habían sido algunos comentarios de Selene que me habían hecho creer que se sentía en un mundo opresivo, y entonces esto coincidía con mis preceptos teóricos, y entendía que para ella ser una mujer rarámuri significa vivir en un mundo opresivo.

Un día que yo trataba de explicar en una conferencia por qué creía que todas las mujeres nos hemos construido atravesando relaciones de opresión, percibí que Selene no estuvo de acuerdo con mis aseveraciones, pero no encontró la forma de explicarme el porqué, así que me respondió que no le pidiera tratar de explicarse por el momento, sino que yo solo observara y escribiera lo que quisiera. En un principio me sentí culpable por practicar la

―violencia epistémica‖ a la que hace alusión Spivak (2003: 317), caí en la cuenta de que había tratado de imponerle a Selene un binarismo entre el oprimido/no oprimido, y me pregunté si esa ―precaria subjetividad‖ a la que alude Spivak de no poder hablar por sí misma estaba en Selene o en mí; en todo caso la responsabilidad de crear la situación era mía, por mirar en Selene solo desde una condición y una situación que ella me había descrito, pero no ser capaz de hacer explícita la subjetividad que también me había permitido conocer, porque ciertamente ella cree que en el mundo hay opresión (es una situación), pero elije no sentirse oprimida, esa es su subjetividad.

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