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BERGSON Y LA MEMORIA

Dans le document ARQUEOLOGÍA DE LA INTERFAZ (Page 106-113)

MARCO TEÓRICO. DEFINIENDO CONCEPTOS

6. EL MOVIMIENTO DEL RETORNO Y LAS AMPLIACIONES TEÓRICAS DE LA INTERFAZTEÓRICAS DE LA INTERFAZ

6.3. BERGSON Y LA MEMORIA

Esta nueva “teoría de la memoria” se basa en la idea de que ella es una fuente primaria del conocimiento de la realidad y «constituye el principal aporte de la con-ciencia individual a la percepción, el costado subjetivo de nuestro conocimiento de las cosas» (Bergson, 2006a: 29).

Ecléa Bosi, en el libro Memória e sociedade: lembranças de velhos (1987), afirma que Bergson tenía una visión de la memoria cómo “una manifestación espiritual”, una vez que el filósofo sostiene que «con la memoria estamos verdaderamente en el dominio del espíritu» (Bergson, 2006a: 247) y la materia sería, de hecho, la única frontera que el espíritu puede conocer.

El sentimiento difuso de la propia corporeidad es constante y coexiste, en el interior de la vida psicológica, con la percepción del entorno físico o social que rodea al sujeto. Bergson observa, también, que ese presente continuo todavía se manifiesta, en su mayor parte, por movimientos que definen acciones y reacciones del cuerpo sobre su ambiente. Se estable-ce, de ese modo, el nexo entre imagen del cuerpo y acción (Bosi, 1987: 6).

Cuando las sensaciones llevadas al cerebro regresan a los músculos y nervios que realizan los movimientos del cuerpo, tendríamos un “esquema motor de la imagen--cerebro-acción”. Cuando la trayectoria es unidireccional, es decir, cuando la imagen suscitada en el cerebro permanece en él, “durando”, tendría un “esquema perceptivo

imagen-cerebro-representación”. A pesar de las diferencias entre los dos procesos, tan-to uno como el otro dependen, esencialmente, de un esquema corporal que vive en el momento presente y se realimenta de ese mismo presente en que mueve el cuerpo en su relación con el entorno. A partir de este punto, podemos percibir que

[…] la percepción aparece como un intervalo entre acciones y reacciones del organismo;

algo así como un “vacío” que es poblado de imágenes que, trabajadas, asumirán la calidad de signos de la consciencia. […] el sistema nervioso central pierde toda la función pro-ductora de las percepciones (tal cual sería un esquema biológico determinista) para asumir solamente el papel de un conductor, en el esquema de la acción, o de un bloqueador, en el esquema de la conciencia. La percepción difiere de la acción, así como la reflexión de la luz sobre un espejo diferiría de su pasaje a través de un cuerpo transparente (Bosi, 1987: 7).

La oposición entre el “percibir” y “recordar” es el eje del esfuerzo científico de Bergson: el universo de los recuerdos no es el mismo que el universo de las percepciones y de las ideas. Para Bosi, el pensador está se preguntando sobre el pasaje de la percepción de las cosas al nivel de la conciencia. La afirmación de que «no hay percepción que no esté impregnada de recuerdos» (Bergson, 2006a: 48), que podría ser simplemente el resultado de una interacción del ambiente con el sistema nervioso, es enriquecida al en-trar en el juego perceptivo la idea de que los recuerdos impregnan las representaciones.

A los datos inmediatos y presentes de nuestros sentidos, mezclamos miles de detalles de nuestra experiencia pasada. Lo más frecuente es que esos recuerdos desplacen nuestras per-cepciones reales, de las que no retenemos entonces más que algunas indicaciones, simples

“signos” destinados a recordarnos antiguas imágenes (Bergson, 2006a: 48).

Así, la memoria permite la relación del cuerpo presente con el pasado y, al mis-mo tiempo, interfiere con el proceso “actual de las representaciones”. «Por la memis-moria el pasado no sólo sube de las aguas presentes, mezclándose con las percepciones inme-diatas, así como empuja, “cambia de lugar”, estas últimas, ocupando el espacio todo de la conciencia. La memoria aparece como una fuerza subjetiva al mismo tiempo profunda y activa, latente y penetrante, oculta e invasiva (Bosi, 1987: 9).

No se puede hablar sólo de “percepción pura”, cuando el recuerdo entra en escena. Bergson distingue entre esta última y la otra, que él denomina “percepción concreta y compleja”, porque la percepción pura del presente, sin ninguna sombra de la memoria, sería más bien un concepto-límite que una experiencia corriente de cada uno de nosotros (Bosi, 1987: 9). La percepción concreta tiene que acoger el pasado que de alguna manera se preservó; la memoria es esta reserva a cada instante aumen-tada y que contiene la totalidad de nuestra experiencia adquirida.

Para poner de relieve la diferencia entre el espacio profundo y acumulativo de la memoria y la dimensión poco profunda y puntual de la percepción inmediata, el filósofo la representó como un cono invertido [Figura 1]: los recuerdos que “descien-den” para el presente estarían en su base y los actos perceptivos que se cumplen en

el plan del presente y dejan pasar los recuerdos quedarían en el vértice. Para explicar esta correlación entre memoria y percepción Bergson plantea la hipótesis del endós-mosis27: “estos dos actos, percepción y recuerdo, se penetran siempre, intercambiando algo de sus sustancias por un fenómeno de endósmosis” (Bergson, 2006a: 80). La idea es que en el momento en que ocurre la percepción de la materia, se establece una corriente (en el sentido eléctrico) que viene de fuera (de la cosa) para adentro (conciencia), debido a la intensidad de la relación establecida.

Si represento a través de un cono SAB la totalidad de los recuerdos acumulados en mi memoria, la base AB asentada en el pasado permanece inmóvil, mientras que el vértice S, que representa mi presente, en cualquier momento avanza sin cesar, y sin cesar tam-bién toca el plano móvil P de mi representación actual del universo. En S se concentra la imagen del cuerpo; y esta imagen, formando parte del plano P, se limita a recibir y a devolver las acciones emanadas de todas las imágenes que componen el plano (Bergson, 2006ª: 164-165).

Figura 1. Modelo de Bergson. Para tornar más evidente la diferencia entre el espacio profundo y cumulativo de la memoria y el espacio raso y puntual de la percepción inmediata.

27. Corriente de fuera hacia dentro que se establece cuando los líquidos de distinta densidad están separados por una membrana.

Para Bosi (1987), Bergson quería entender las relaciones entre la conservación del pasado y la articulación con el presente, la confluencia de la memoria y de la percepci-ón. En Pasaje gradual de los recuerdos a los movimientos. El reconocimiento y la atención, Bergson crea un diagrama compuesto por varios semicírculos en contraposición para representar, simétricamente, los niveles de expansión de la memoria y los niveles de profundidad espacial y temporal donde se encuentran los objetos evocados [Figura 2].

[…] el más limitado, llamado A, es el más próximo a la percepción inmediata. No con-tiene más que el objeto percibido mismo, llamado O, con la imagen consecutiva que viene a cubrirlo. Detrás de él, los círculos B, C, D, cada vez más amplios, responden a esfuerzos crecientes de expansión intelectual. Es la totalidad de la memoria, como veremos, la que entra en cada uno de esos circuitos, puesto que la memoria está siem-pre siem-presente, pero esta memoria, cuya elasticidad le permite dilatarse indefinidamente,

refleja sobre el objeto un número creciente de cosas sugeridas, a veces los detalles del ob-jeto mismo, a veces los detalles concomitantes que pueden contribuir a iluminarlo. Así, luego de haber reconstituido el objeto percibido a la manera de un todo independiente, reconstituimos con él las condiciones cada vez más lejanas con las cuales forma un sis-tema. Llamamos B’, C’, D’ a esas causas de profundidad creciente, situadas detrás del objeto, y virtualmente dadas con el objeto mismo. Se ve que el progreso de la atención tiene por efecto el de crear de nuevo no solamente el objeto percibido, sino los sistemas cada vez más vastos a los que puede relacionarse; de suerte que a medida que los círculos B, C, D representen una más alta expansión de la memoria, su reflexión alcanza B’, C’, D’ capas más profundas de la realidad (Bergson, 2006ª: 119-120).

Figura 2. Diagrama de Bergson com-puesto por varios semicírculos en con-traposición para representar los niveles de expansión de la memoria y los niveles de profundidad espacial y temporal.

En el esquema arriba se puede ver como cada círculo del objeto (A, B, C, D) es una capa más distendida de la memoria y a su vez una capa más profunda del objeto, de la re-alidad. Bergson se va a interesar justamente por la capa más pequeña, la que está formada por el círculo y un doble de sí mismo (AO). A esta imagen con su doble el irá llamar de

“imagen cristal”, una imagen doble, una actual y otra virtual. Es el círculo más pequeño en el que la imagen virtual se va a hacer indiscernible de la virtual, hay coalescencia.

Por lo tanto, Bergson creía en la existencia de una memoria pura, inalterable, que se opone a la memoria-imagen y a la percepción, aunque ninguno de ellos por sí solo produce, como afirma

La percepción nunca es un simple contacto del espíritu con el objeto presente; está com-pletamente impregnada de los recuerdos-imágenes que la completan al interpretarla. El recuerdo-imagen, a su vez, participa del “recuerdo puro” que comienza a materializar, y de la percepción en la que tiende a encarnarse: considerada desde este último punto de vista, se definiría una percepción naciente. Por último, el recuerdo puro, independiente de derecho sin dudas, no se manifiesta normalmente más que en la imagen coloreada y viviente que lo revela (Bergson, 2006a:147).

Acerca de la memoria, el filósofo, dijo que el papel del cuerpo no es almacenar los recuerdos, sino escoger, para traerla a la conciencia distinta. Así, crea en la exis-tencia una reserva de memorias que reside en nuestro espíritu y que el cuerpo tiene el poder de acceder a ella nunca de manera completa, pero fragmentada.

Nuestra “verdadera memoria”, como lo llamó Bergson, que sobrevive en el espíritu, no remonta solamente a nuestras experiencias, sino a las de nuestra especie.

Así como no podemos abarcarla plenamente, tenemos acceso a la reminiscencia de esa memoria colectiva que vive en nosotros.

La concepción bergsoniana de la memoria, en sus vínculos con la materialidad del cerebro y con la virtualidad, presupone un distanciamiento de una visión espacia-lizada de la memoria (que haría del cerebro un local de almacenamiento y un lugar de archivar el pasado). Para él, la memoria está en el presente, pero con el pretexto de la virtualidad. En esta perspectiva, estamos inmersos en la duración, en una tem-poralidad que dura. Nuestra memoria no es en absoluto una regresión del presente al pasado, sino el curso del pasado al presente. El cerebro está estrechamente conectado a la posibilidad de vacilación o de variar las respuestas a las promesas y amenazas que piden la acción de los vivos.

Así la materia sería el conjunto de imágenes que nos rodea y la memoria es una especie de regente de todo el proceso, donde permanecen activos el pasado y el presente, circunscribiendo los límites de nuestra interpretación. A este tipo de imagen Bergson denominó “imagen-recuerdo”, identificando sólo la parte inteligible de la re-lación con los objetos, en lugar de experimentar las imágenes, identificar, tratando de recuperar su claridad y, sobre todo, su utilidad en nuestras vidas. Por lo tanto, de las imágenes-recuerdos nace nuestro reconocimiento de los objetos, su comunicabilidad,

[...] A través de ella [imagen-recuerdo] se volvería posible el reconocimiento inteligente, o intelectual más bien, de una percepción ya experimentada; en ella nos refugiamos todas las veces que remontamos la pendiente de nuestra vida pasada para buscar una cierta imagen (Bergson, 2006a: 95).

Se entiende que la imagen-recuerdo puede retener movimiento sígnico, en la medida en que ese movimiento nos muestra fragmentos de referencialidades de si-tuaciones pasadas. Nuestra comprensión, en este sentido, absorbe estos fragmentos haciendo posible almacenar el pasado como memoria. Esta actitud de la memoria se obtiene a partir de nuestras experiencias y nuestros hábitos, que configuran perspec-tivas comunicacionales, estéticas, éticas y políticas al mismo tiempo. A pesar de que los recuerdos puros están contaminados por la impotencia del pasado, y por ello no son inertes, secos, débiles o aislados. Mantenidos en el plan de la virtualidad, siempre pueden encontrar brechas para actualizarse. Es el pasado que es impotente, no ellos, los recuerdos, que permanecen con vida en el plano virtual, que tiene la condición ontológica y no meramente psicológica.

Lo que se “almacena” es la acción del pasado y no el propio pasado. Son cier-tas configuraciones del movimiento que pueden ser recuperadas. Esa recuperación implica un esfuerzo (memoria-hábito) atribuido a la acción de la voluntad. Lo que se preserva (memoria espontánea) no es cual o tal hecho, pero todos los aconteci-mientos de una forma integral.

Bergson define los mecanismos cerebrales como terminaciones de las imágenes pasadas en el presente, movimientos que constituyen el punto de ligación del pasado con el real y con la acción. Cortando este enlace, la imagen pasada pierde su capaci-dad de actuar sobre lo real, pero no significa que deja de existir,

Pasamos, a través de grados insensibles, de los recuerdos dispuestos a lo largo del tiempo a los movimientos que delinean la acción naciente o posible en el espacio. Las lesiones del cerebro pueden afectar estos movimientos, pero no los recuerdos (Bergson, 2006a: 93).

El pasado se conserva y, además de conservarse, actúa en el presente, pero no de forma homogénea. Lo que se “almacena” es la acción del pasado y no el pasado mis-mo. Son ciertas configuraciones de los movimientos que se pueden recuperar. Bosi señala la distinción entre “percepción pura” y “memoria”, y sus modos de interacción.

Por un lado, el cuerpo guarda esquemas de comportamiento de que se vale muchas veces automáticamente en su acción sobre las cosas: es la memoria-hábito, memoria de los me-canismos motores. Por otro lado, ocurren recuerdos independientes de cualquier hábito:

recuerdos aislados, únicos, que constituyen auténticas resurrecciones del pasado […] La memoria-hábito se adquiere por el esfuerzo de la atención y por la “repetición” de gestos o palabras (Bosi, 1987: 11).

Aunque Bergson no se ocupe explícitamente de ese factor, la memoria-hábito es un proceso que viene dado por las exigencias de la socialización. Es un ejercicio que, retomado hasta la fijación, se convierte en un hábito, en un servicio para la vida cotidiana, o una forma de un adiestramiento cultural. En otro extremo, el recuerdo puro, cuando se actualiza en la “imagen-recuerdo”, trae a la superficie de la conciencia un momento único, irreversible, de la vida.

De ahí, también, el carácter no mecánico, pero evocador, de su aparecimiento a través de la memoria. Sueño y poesía son, a menudo, hechos de esa materia que estaría latente en las zonas profundas del psiquismo, a que Bergson no dudó en dar el nombre de “incons-ciente”. La imagen-recuerdo tiene fecha cierta: se refiere a una situación específica e indi-vidual, mientras que la memoria-hábito ya se ha incorporado a las prácticas del día a día.

La memoria-hábito parece hacer un todo con la percepción del presente (Bosi, 1987:11).

La memoria para Bergson sería una organización móvil. El elemento de base que en un momento toma un aspecto y, en otro, un nuevo aspecto del pasado. Así, en cada uno de los espectadores del mismo hecho, la memoria sería capaz de produ-cir una diversidad de sistemas. De la correspondencia entre los varios círculos de la memoria, los aspectos simultáneos que un objeto puede mostrar al espíritu sería otra

lección que puede extraerse de esquema bergsoniano. Él quiere demostrar que «el pasado se conserva completo e independiente en el espíritu; y que su modo propio de existencia es un modo inconsciente» (Bosi, 1987: 14). Todo recuerdo “vive” en un estado latente y de potencia antes de ser actualizado por la conciencia. Ella dirá:

«El recuerdo es la supervivencia del pasado. El pasado, manteniéndose en el espíritu de cada ser humano, aflora a la conciencia en forma de imágenes-recuerdo. Su forma pura sería la imagen presente en sueños y fantasías» (Bosi, 1987: 14-15).

En este juego de fuerza entre la memoria y la materia, la materia aparece como algo genérico e indiferenciado, espeso y opaco. Sin embargo, en un punto, el «obstá-culo es superado: en aquél vértice del cono invertido, el punto móvil de la percepción que avanza en el presente del cuerpo, pero entreabre la puerta a las presiones de la memoria» (Bosi 1987: 16). En el estudio de Bergson se enfrentan, por lo tanto, la subjetividad pura (el espíritu), que es afiliada a la memoria, y la pura externalidad (la materia), afiliada a la percepción.

Para el filósofo ha llegado el momento de reintegrar la memoria en la percepción, como un fenómeno que ocurre junto con la percepción, de mostrar que la memoria desempeña un papel central en el conocimiento, y no secundario, como comúnmente se pensó en la filosofía empirista. La memoria es precisamente el punto de convergencia entre la conciencia y las cosas, entre el cuerpo y el espíritu y «si toma la memoria, es decir una supervivencia de las imágenes pasadas, esas imágenes se mezclarán constantemente con nuestra percepción del presente y podrán incluso sustituirla» (Bergson, 2013: 79).

Él afirma categóricamente que «es necesario tener en cuenta que percibir acaba por no ser más que una ocasión para recordar» (Ibíd). La diferencia entre memoria y percepci-ón es de grado y no de género. Aunque realice una distincipercepci-ón entre la percepcipercepci-ón pura y la memoria pura, esto no quiere decir que pueden ser concebidas como alejadas, puesto que la memoria es inseparable de la percepción.

Desde entonces es abolida toda diferencia entre percepción y el recuerdo, puesto que el pasado es por esencia lo que ya no actúa y desconociendo este carácter del pasado uno se vuelve incapaz de distinguirlo realmente del presente, es decir de lo actuante, no podrá pues subsistir más que una diferencia de grado entre la percepción y la memoria, y tanto en una como en la otra el sujeto no saldrá de sí mismo. Restablezcamos, por lo contrario, el verdadero carácter de la percepción; mostremos, en la percepción pura, un sistema de acciones nacientes que se hunde en lo real a través de sus profundas raíces: esta percepción se distinguirá radicalmente del recuerdo; la realidad de las cosas ya no será construida o reconstruida, sino tocada, penetrada, vivida; y el problema pendiente entre el realismo y el idealismo, en lugar de perpetuarse en discusiones metafísicas, deberá ser zanjado por la intuición (Bergson, 2006a: 82).

A partir de las proposiciones bergsonianas de que la diferencia entre el cuerpo y el espíritu no ocurre en el espacio, pero en diferentes eventos en el tiempo, vamos a la idea de “duración” y “movimiento”. Según la psicoanalista brasileña Maria Rita

Kehl, la idea de “duración”, «implica la sensación subjetiva de indivisibilidad de los movimientos de nuestro cuerpo, tanto en el espacio cuanto en el tiempo. La duración es una especie de ilusión necesaria para mantener la sensación de la continuidad de nuestra existencia; ilusión, sí, porque el movimiento es realmente indivisible, no exis-te el momento» (Kehl, 2009: 138). Pero la duración, medida psicológica de la viven-cia del tiempo, no se define por la simple suma de todos los instantes. Para Kehl, la duración sería una sensación subjetiva (“interior”) del tiempo, «la duración no existe fuera de lo que dura» (Kehl, 2009:139).

En Duración y simultaneidad (1922), Bergson ya había propuesto que «el tiem-po que dura no es mensurable», puesto que él no determina la extensión, uno se da

En Duración y simultaneidad (1922), Bergson ya había propuesto que «el tiem-po que dura no es mensurable», puesto que él no determina la extensión, uno se da

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