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Aida y sus héroes de porcelana en la locura tropical

Dans le document La mujer entre la realidad y la ficción. (Page 130-134)

5. Las Locas literarias

5.3. Aida y sus héroes de porcelana en la locura tropical

5.3. Aida y sus héroes de porcelana en la locura tropical

La novela Tres ataúdes blancos tiene como escenario la República de Miranda, quizás, como homenaje, o como un hipertexto, de la película de Luis Buñuel en El discreto encanto de la burguesía la cual ganó el Oscar a mejor película extranjera en 1972, convirtiéndose es una de las películas más aclamadas del cine de Buñuel. En dicha obra, el embajador de Miranda en Francia, Rafael Acosta, obtiene noticias sobre la situación crítica de dicho país, quizás es esto lo que crea un vaso comunicante entre la obra de Ungar y la de Buñuel. No obstante, para la presente investigación, Miranda es una parodia, un reflejo distorsionado de Colombia entre la década del noventa y la primera década del siglo XXI.

los brazos del río Rin, para liberar a su familia de la pérdida de dignidad que ella representaba. Ahora bien, este río y su hermana serían recordados, más tarde, por el abuelo Portulinos en Colombia, con los cual se establecen vasos comunicantes entre las aguas de un pasado que, con su locura, persiguen a esta familia y que se manifiesta en su nieta Agustina.

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La obra de Ungar, Tres Ataúdes Blancos, inicia cuando el candidato de la unión de los partidos de la oposición al gobierno de Del Pito, Pedro Akira, es herido de muerte en un restaurante. Inevitablemente, y arrastrado por el parecido físico que ostenta José Cantoná con Akira, comienza un proceso de suplantación y, a lo largo de la novela, se presencia la transformación de aquel, quien al comienzo de la obra encarna a una borracho fracasado y mantenido por su padre, para luego, cruzar por diversas situaciones que lo convierten en una copia idéntica del líder de la oposición. Esto los planea el partido de Akira con el fin de salvaguardar la esperanza del pueblo y dinamitar la posibilidad de un quinto periodo de gobierno de Del Pito en el poder.

De allí en adelante, Cantoná -en una narración desde la primera persona del singular- asume el lugar del líder de la oposición sin un claro desenlace de su situación respecto al partido y a lo que ocurrirá durante y después de las elecciones. Pues bien, la segunda parte de la novela, titulada, “Después del final (el principio)” es narrada por Ada Neira quien vive el proceso de transformación de Cantoná y termina sosteniendo una intensa relación erótico/afectiva con este, hasta el punto de huir con él, para alejarse de la amenaza que, para sus vidas, representa Del Pito y sus escuadrones de la muerte.

En la primera parte de la novela, Ada Neira es la encargada de velar por el bienestar del suplantador, lo que, paulatinamente, genera una tragedia familiar; pues la conspiración en contra del cambio que puede ofrecer a la nación Cantoná, hace que los dos -Ada y el suplantador de Akira- padezcan el asesinato de sus dos padres; lo que los lleva a caminar en

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los límites de la locura, como otra forma de afrontar la realidad, como si algo mágico y demoniaco, al mismo tiempo, los haya atrapado: “Tenemos el diablo metido en el cuerpo, como suele decirse. Dos diablos, uno por cada cuerpo” (Ungar, 2010, 198). Ahora bien, es en el universo estético que ella ha creado, en donde se hace evidente su frustración y su distancia de la realidad, Ada Neira crea su propia dictadura, no se sabe si a consciencia o como producto de una enfermedad; lo cierto es que crea personajes, escenarios, solicitudes y tramas que la alejan totalmente de Cantoná; ella se encierra en el mundo que ha creado y, a través del cual, transforma la realidad:

Ella cree que es parte principal de su proyecto artístico el hablarle a los mártires de porcelana. Por eso se filma mientras lo hace, poniendo la cámara sobre una pila de ladrillos que se mueven detrás de ellas por todo el jardín. Planea proyectar algún día lo filmado en una galería de arte a la que acudirá con todos sus lisiados de porcelana. Ya no me dirige la palabra. No habla más que con sus personajes históricos. Empiezan pidiéndoles favores como si fueran vírgenes. El bienestar de la Patria, de los pobres, de los enfermos, de los otros lisiados. El bienestar de todos menos el mío (Ungar, 2010, 198).

Ada vive su duelo, la pérdida de esperanza, a través de los personajes que crea y recrea; su voz se cierra hacia dentro, el único lugar habitable es un proyecto delirante, pues no encuentra interlocutores válidos ante su sensación de desolación y se lanza al abismo de su mundo imaginario con héroes de porcelana, los cuales se convierten en una representación de la realidad social que está habitando, pero de la cual pretende huir. Evidentemente, Ada ostenta una lesión emocional que la lleva a crear su propio exilio de la realidad; al igual que el leproso

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a finales de la Edad Media, ella encarna un autocastigo y es receptora de la “cólera y de la bondad divinas. “Amigo mío -dice el ritual de la iglesia de Vienne-, le place a nuestro señor que hayas sido infectado con esta enfermedad, te hace Nuestro Señor una gran gracia, al quererte castigar por los males que has hecho en este mundo”. (Foucault, 1998, 8); ella es el receptáculo de las caídas que su república padece, se convierte en feligrés de sus figuras de porcelana, para recibir los favores que el mundo le ha negado.

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