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Las unidades de análisis y la individuación del cambio científico

Segunda parte

4.1. Las unidades de análisis y la individuación del cambio científico

Una de las cuestiones claves en cualquier discusión filosófica sobre el cambio científico es la de las unidades de análisis. ¿Cómo individuar los momentos del cambio científico? ¿Debe centrarse la discusión en el nivel del experimento concreto, en de la teoría científica, en tradiciones que incluirían diferentes desarrollos teóricos...?

Por desgracia, esta cuestión no siempre es abordada directamente por los filósofos de la ciencia, e incluso en casos en los que las explicaciones del cambio científico ofrecidas por los autores se basan precisamente en una propuesta de unidades de análisis o en la introducción de nuevos criterios para individuar el cambio científico, la definición de estas unidades o criterios puede resultar problemática.

En los siguientes apartados trato de mostrar la evolución de conceptos como

“teoría”, “comunidad científica”, “paradigma” y “tradición de investigación” en filosofía de la ciencia, prestando especial atención a las teorías historicistas de la racionalidad científica y sus aportaciones al estudio del cambio científico y su evaluación. Aunque sigo un cierto orden cronológico en mi exposición, mi intención no es hacer una pequeña historia generalista del uso de estos conceptos, sino clarificar su sentido para establecer un marco teórico y una terminología básica sobre el cambio científico, que será aplicada a lo largo los capítulos posteriores.

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4.1.1. El concepto de teoría y las explicaciones del cambio científico Para comprender el estudio del cambio científico en la filosofía de la ciencia contemporánea resulta fundamental comprender algunos aspectos de la evolución de la noción de teoría científica a lo largo de la historia de la disciplina.

En la que cabe considerar la más antigua tradición de la filosofía de la ciencia en sentido moderno, el inductivismo iniciado por Francis Bacon en el siglo XVII y desarrollado ampliamente por autores como William Whewell y John Stuart Mill durante el siglo XIX, la noción de “teoría” no parece tener un papel preeminente con respecto a otras nociones importantes en la explicación del proceso científico, como

“idea” o “ley”.

Así, por ejemplo, las unidades de análisis fundamentales en la explicación whewelliana del progreso científico son i. las ideas fundamentales, condiciones de conocimiento sólido que permiten representar características objetivas de la realidad, y cuyo número, a diferencia de lo que sucede con las categorías kantianas, aumenta con el progreso de la ciencia, y ii. las concepciones, que dan cuenta de cómo el científico es capaz de reunir las diferentes instancias de un fenómeno sobre las que se ejerce un razonamiento inductivo bajo un punto de vista determinado, en el proceso de generalización que Whewell llama coligación (Snyder; 1999, 2017)

Sin entrar a discutir en detalle el pensamiento de Whewell, resulta notable el hecho de que sus unidades de análisis básicas son de un orden diferente a las teorías científicas, tanto si entendemos la palabra teoría en un sentido más específico (“la teoría de la estructura atómica de Bohrs-Kramer-Slater”) como si la entendemos en un sentido más general e inclusivo (“la teoría atómica”, “la teoría de la evolución”). Tanto las ideas fundamentales como las concepciones whewellianas pueden, como mínimo en principio, aplicarse a diferentes teorías, y de hecho apelan a un cierto grado de universalidad a posteriori que entra en contradicción con las funciones tradicionalmente asignadas por el empirismo a las teorías.

Algo parecido sucede con la teoría de la inducción de Mill, la gran alternativa contemporánea a la explicación whewelliana. En este caso, es la noción de ley la que ocupa un papel preeminente con respecto a la de teoría. Mill concibe la ciencia como la elaboración de leyes con diferentes niveles de generalidad, incluyendo leyes sobre leyes y una Ley Universal de la Causación que las subsume a todas.

117 Este progreso de generalización es, como mínimo a partir de cierto punto, transversal a las teorías concretas, que aparecen más bien como elementos heurísticos en la determinación de leyes (Wilson; 1999; 2007).

Con independencia de la cuestión de su centralidad en el trabajo científico en sí mismo, parece que la noción de teoría obtiene por primera vez un rol central en la explicación filosófica del funcionamiento científico con lo que se ha venido a conocer como la “concepción heredada” de la ciencia. En el presente contexto, el término “concepción heredada” hace referencia al alto grado de aceptación de las tesis centrales del positivismo lógico durante el siglo XX; debido a la amplia difusión de las ideas positivistas en ámbitos filosóficos y científicos, los autores de la mayoría de los desarrollos posteriores en la filosofía de la ciencia del siglo XX tomaron las posiciones del positivismo como un punto de partida para la elaboración y la crítica.

Una de las posiciones centrales en el positivismo lógico desde los inicios del movimiento en el Círculo de Viena es la llamada “concepción sintáctica” de las teorías, conocida también, precisamente, como “concepción heredada” de las teorías.

Para comprender el sentido de la denominación “concepción sintáctica” resulta útil tener en cuenta la categorización establecida por autores como Savage (1990, pp. vii-viii), Mormann (2007) y Winther (2015). En ella, la concepción sintáctica del positivismo lógico, según la cual una teoría consiste en un conjunto axiomatizado de enunciados en el lenguaje lógico de un determinado dominio (Campbell, 1920, p. 122; Hempel, 1958, pp. 46; Carnap, 1967, pp. 156) se contrapone a la concepción semántica, según la cual una teoría es un conjunto de modelos no lingüísticos, y de la concepción pragmática, según la cual una teoría puede incluir no solo proposiciones y modelos, sino también ejemplos, problemas, prácticas y tendencias.

Con la aparición de la concepción sintáctica en los trabajos de autores del Círculo de Viena durante los años veinte, el concepto de teoría qua conjunto de enunciados en un lenguaje formal adquiere un papel central en la descripción del progreso científico. La aparición sucesiva de concepciones alternativas de la noción de teoría en las obras de autores como Suppes (1956/1999, 2002) y Van Fraassen (1989) (concepción semántica) y Kuhn (1962/2012), Lakatos (1968, 1978) y Laudan

118 (1978) (concepción pragmática) no eliminará completamente esta centralidad, aunque, especialmente en el caso del historicismo y de otras aproximaciones de orientación pragmática, el concepto de teoría pasa a ser uno más dentro de una serie de conceptos necesarios para describir el cambio científico. Esto tiene que ver, como veremos, con un giro fundamental ejercido por estas propuestas sobre la cuestión del cambio científico, desplazando los planteamientos desde la exploración de una concepción normativa e idealizada del progreso científico hacia el estudio del cambio científico en su concreción histórica.

Un primer paso en la dirección de esta transformación en el papel de las teorías en la explicación del cambio se encuentra quizás en la obra de Karl Popper (1902-1994). Popper elabora una filosofía de la ciencia centrada en la noción de falsabilidad. Aceptando y reelaborando la crítica humeana a la inducción empírica como fundamento del crecimiento científico, Popper propone una visión de cambio científico basada en la refutación experimental de las teorías y su substitución por teorías alternativas dotadas de mayor contenido empírico (es decir, aplicables a más situaciones experimentales) y de mayor capacidad predictiva (Popper, 1935/2005).

Aunque la noción de teoría conserva un papel central en la explicación popperiana del progreso científico, su rechazo a la idea empirista según la que las teorías podrían fundarse exclusivamente en inducciones sobre los hechos, e incluso a la idea de que se puedan registrar hechos objetivos completamente desligados de un determinado contexto teórico (debido a la “carga teórica” de las observaciones) arroja una nueva luz sobre los aspectos extra-lógicos de la producción de teorías, y otorga un papel esencial a la idea de resolución de problemas. Para Popper, los problemas científicos, y no los hechos, son el punto de partida del trabajo teórico (Popper, 1962, p. 222)). Así mismo, pese a poner el acento en la lógica de la falsación, Popper reconoce la necesidad pragmática de mantener las teorías lógicamente refutadas hasta que sea posible sustituirlas por teorías con mayor contenido y poder predictivo. Por esta razón, su concepción del cambio científico, aunque prescriptiva y fundada en la idea de progreso, resulta mucho más aplicable al cambio histórico concreto que la perspectiva lógico-positivista, y desplaza ligeramente el acento con respecto a la noción de teoría. Estos aspectos serán desarrollados por autores como Agassi (1975) y Laudan (1978).

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4.1.2. La estabilidad del conocimiento, los fines de la ciencia y la individuación del cambio científico

Como hemos visto, las propuestas de explicación del cambio científico no centradas en la noción de teoría anteceden el auge del positivismo lógico. Además, algunas de ellas convivieron con este auge, especialmente en la tradición de la filosofía de la ciencia francesa, con autores como Bachelard y Koyré13. Sin embargo, las propuestas neopositivistas establecieron lo que suele considerarse com el fundamento de la filosofía de la ciencia contemporánea, y el popperismo vino a confirmar, con algunos matices, el papel central de la teoría como medida del cambio científico.

A partir de los años 50, con la llegada de las teorías historicistas, se produce una sucesión de propuestas de nuevas unidades de análisis: paradigmas, programas de investigación, tradiciones de investigación… Para entender las razones subyacentes a esta necesidad de individuar de un modo distinto el cambio científico es interesante analizar la evolución de algunos de los valores subyacentes al estudio de este cambio.

En primer lugar, con la propuesta de Popper se produce una transformación de la importancia asignada al valor de la estabilidad del conocimiento científico. En el positivismo lógico, la estabilidad es un valor central, ya que se aspira a producir una explicación normativa del avance científico y en la concepción positivista la ciencia se centra en la búsqueda de una verdad objetiva. Dentro de este esquema, y en la medida en la que la ciencia avanza correctamente, sin “pasos atrás”, cada nuevo añadido debe, en principio, permanecer estable o con correcciones mínimas (para ajustarlo, por ejemplo, a la aparición de nuevos ámbitos del conocimiento).

De hecho, aunque la unidad fundamental de análisis del cambio científico en el positivismo lógico es la teoría, entendida como conjunto axiomatizado de enunciados formales, una gran parte del avance científico se produce, dentro de este modelo, a nivel puramente intra-teórico. Si bien el conocimiento puede extenderse describiendo nuevos ámbitos con nuevas teorías, dentro de cada ámbito el desarrollo ideal consiste en la ampliación de las teorías mediante el añadido de

13 Me ocupo detenidamente de esta tradición y sus relaciones con otras propuestas en el apartado 5.1.1 del próximo capítulo.

120 nuevos enunciados significativos y su verificación mediante observaciones empíricas. La competencia entre teorías con contenidos significativamente distintos es, bajo el esquema neopositivista, una anomalía, que en todo caso cabe situar en un nivel de análisis diferenciado y más propio de la historia que de la filosofía de la ciencia, el del contexto del descubrimiento.

La distinción entre contexto del descubrimiento y contexto de la justificación atraviesa las discusiones sobre filosofía de la ciencia del siglo XX. Aunque el sentido de la propuesta original de Reichenbachesalgo más complejo (Howard, 2006;

Richardson, 2006), la distinción ha venido a interpretarse como una separación entre la descripción de los hechos que rodean un descubrimiento científico, explicándolo en un sentido factual (contexto del descubrimiento), y la aproximación normativa a su justificación, defensa o verificación (contexto de la justificación). Para los neopositivistas, solo el contexto de la justificación es relevante para la filosofía de la ciencia.

Aunque la filosofía de la ciencia de Popper respeta esta distinción y sigue centrándose en el contexto de la justificación (la lógica de la falsabilidad), con ella se produce un cambio esencial con respecto al neopositivismo. El progreso ya no consiste en la verificación y ampliación de las teorías, sino que se plantea en términos de competencia entre teorías y substitución de una teoría por otra. Debido a la “carga teórica” de las observaciones, no es posible apelar a hechos puramente objetivos como fundamento de la producción teórica. La justificación no se plantea, pues, a un nivel intra-teórico, sino que atañe a lo inter-teórico: lo que se debe justificar es la elección de una teoría, su mantenimiento o su substitución. Popper critica, además, los presupuestos inductivistas sobre el proceso de producción teórica, y introduce con ello un nuevo espacio para el interés justificado del filósofo de la ciencia en los elementos extra-teóricos que influyen en la aparición de nuevas teorías. El papel de la comunidad científica en el proceso de falsación y los valores que guían la acción de los científicos adquieren una nueva relevancia por su relación, precisamente, con el proceso de falsación (la metodología de la falsabilidad).

Este giro implica no solo la relativización del valor de la estabilidad en el progreso científico, sino un cierto replanteamiento de los fines mismos de la ciencia.

En tanto que el cambio de teoría y el abandono de conocimientos previamente

121 considerados como estables pasan de ser anomalías a ser mecanismos fundamentales del avance científico, el conocimiento científico adquiere un carácter señaladamente provisional. Con ello, la obtención de una descripción objetiva, verdadera y estable de la realidad deja de ser un objetivo razonable para la empresa científica, siendo substituida por el de resolver los problemas formulados por los propios científicos de acuerdo con la lógica y los datos empíricos (teóricamente cargados).

Pese a la existencia de los antecedentes ya remarcados, es en este contexto, el del debate entre el neopositivismo y el popperismo, en el que se produce la aparición de las teorías historicistas del cambio científico contemporáneas. Ellas suponen, en cierto sentido, una aceleración del desplazamiento producido por Popper. Agassi (1975, pp. 32) formula una reflexión explícita sobre la estabilidad del conocimiento científico y el cambio de valores efectuado por el popperismo. Las posiciones historicistas de Kuhn, Lakatos, Feyerabend y Laudan desarrollan de distintas formas este cambio axiológico y el debate sobre los fines de la ciencia abierto con él, y requieren, por ese mismo motivo, de nuevas categorías de individuación con las que abordar el cambio científico. Estas nuevas categorías, además, pondrán definitivamente en tela de juicio la distinción entre contexto del descubrimiento y contexto de la justificación, ampliando el foco de análisis y orientándolo a la convivencia, competición y substitución de los marcos de producción de teorías, en vez de las teorías mismas.

4.1.3. La noción kuhniana de “paradigma”

Si bien algunas de las ideas centrales de las teorías historicistas contemporáneas de la racionalidad científica, como la de la relevancia crucial de la historia de la ciencia para la filosofía de la ciencia y la de la existencia de “marcos temáticos” que condicionan los descubrimientos científicos, se hallan ya en la obra de Hanson (Hanson, 1958, 1962), el punto clave en la propagación de la perspectiva historicista es sin duda la publicación en 1962 de La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas S. Kuhn (1962/2012). Se trata tal vez de la publicación más influyente en la filosofía de la ciencia del siglo XX, y no solo ha servido de base para algunas de discusiones académicas centrales en filosofía de la ciencia hasta la actualidad, sino que las ideas que en ella se presentan se han convertido, además, en parte

122 central del acervo cultural popular sobre ciencia, a veces a costa de una deformación de su significado.

La idea central de La estructura es que el cambio científico participa de dos tipos de procesos claramente diferenciables: la ciencia normal y las revoluciones o cambios de paradigma.

Durante los períodos de lo que Kuhn denomina “ciencia normal”, los científicos de una determinada comunidad científica estructuran su trabajo por referencia a una serie de elementos ejemplares, los paradigmas, que les permiten comunicarse y coordinar sus progresos de un modo relativamente aproblemático. El progreso científico durante la ciencia normal tiene poco que ver con la producción de novedades teóricas o empíricas, y atañe fundamentalmente a la resolución de tres tipos de problemas, que Kuhn compara con la preparación y resolución de

“rompecabezas”: i. la determinación precisa de fenómenos no suficientemente bien descritos por las teorías disponibles en base a estas mismas teorías, ii. la búsqueda de una adecuación mutua entre las teorías disponibles y fenómenos que no parecen corresponder con las predicciones de éstas, y iii. la articulación y desarrollo de las implicaciones formales de las teorías disponibles (Kuhn, 1962/2012, pp. 25-28).

El segundo tipo de proceso de cambio se da cuando una disciplina aún carece de un paradigmas dominantes, o bien cuando estos se muestran inútiles a la hora de abordar la resolución de anomalías encontradas durante los períodos de ciencia normal. Se trata de los procesos de establecimiento o cambio de paradigma. Es al carácter revolucionario de estos procesos de cambio a lo que se refiere el título de la obra, ya que con ellos se producen transformaciones profundas en todos los elementos relevantes de una comunidad científica (definiciones, métodos, valores, instituciones). Durante los cambios de paradigma no existe progreso científico en el sentido de la ciencia normal, sino que se producen cambios de visión del mundo (Kuhn, 1962/2012, pp. 11-134), lo que hace imposible la comparación directa entre elementos correspondientes a diferentes paradigmas: los diferentes paradigmas y los desarrollos a ellos asociados son inconmensurables (Kuhn, 1962/2012, pp. 4, 147-149).

Aunque las teorías siguen jugando un papel importante en la explicación de los momentos de cambio científico, Kuhn introduce una serie de conceptos clave

123 mediante los que opera una transformación fundamental en la forma de individuar el avance científico.

Así, por ejemplo, la noción de comunidad científica adquiere un papel aún más importante que en el popperismo, ya que tanto los paradigmas como las revoluciones científicas se definen precisamente por relación a comunidades específicas (Kuhn, 1962/2012, p. 181). Por desgracia, la noción de comunidad científica se presenta de un modo algo vago en La estructura, refiriéndose a veces a grandes grupos, como el conjunto de todos los científicos naturales o el de todos los físicos. y a veces a subgrupos muy especializadas. Kuhn se refiere a estos problemas en el primer apartado de la postdata añadida en 1969, donde reconoce un problema de circularidad en las definiciones de paradigma y comunidad científica, y señala el sentido más limitado de “comunidad”, referido a “quizás un centenar de miembros, a veces significativamente menos” (Kuhn, 1962/2012, p.

177), como la interpretación más adecuada de su uso. Sin embargo, reconoce las ambigüedades en la exposición original, y deja abierto el problema de la clarificación del concepto de comunidad científica.

La aportación más importante de Kuhn a la individuación del cambio científico es sin duda el concepto de paradigma. Se trata de un concepto correlativo al de comunidad científica, en el sentido de que una comunidad científica específica se define precisamente por los paradigmas que comparte. A la vez, los dos procesos

La aportación más importante de Kuhn a la individuación del cambio científico es sin duda el concepto de paradigma. Se trata de un concepto correlativo al de comunidad científica, en el sentido de que una comunidad científica específica se define precisamente por los paradigmas que comparte. A la vez, los dos procesos