• Aucun résultat trouvé

Renacimiento del antropomorfismo en la ciencia y situación del debate actual

CAPÍTULO 3 127

2. ANTROPOMORFISMO EN LA CIENCIA COGNITIVA

2.1. Renacimiento del antropomorfismo en la ciencia y situación del debate actual

En los últimos tiempos ha prevalecido en el estudio del comportamiento animal – y en especial en el contexto de la investigación cognitiva – un enfoque antropocéntrico en el que la pregunta ha estado centrada en comprobar si los animales pueden hacer lo que hacen las personas. Es decir, un enfoque centrado en la psicología humana. La investigación basada en esta visión se focaliza en tipos de procesamiento cognitivo que pueden identificarse en los humanos y trata de compararlo con otras especies cuya elección a menudo se basa más en la conveniencia que en consideraciones evolutivas (Shettleworth, 2010a). Pero es que además en ocasiones este enfoque se vuelve también antropomórfico al partir de nuestras propias experiencias subjetivas para analizar el comportamiento animal en base a sus respuestas conductuales. De esta forma, se les atribuyen experiencias similares y se acaba explicando su desempeño en diferentes tareas en términos de pensamiento de tipo humano. No obstante, el hecho de que esta tendencia antropomórfica sea una práctica universal – siendo incluso definida por algunos autores como una cognición por defecto

130

(Caporael and Heyes, 1997) – no significa que científicamente sea correcto. A pesar de ello, hay quien sugiere que la aplicación de estos conceptos enriquece el rango de hipótesis a considerar (Buckner, 2013). Incluso ha habido también algunos intentos de darle una orientación científica utilizando términos como antropomorfismo crítico (Burghardt, 2007) o antropomorfismo centrado en el animal (De Waal, 1997). Por su parte, Keeley reconoce que la mayor complicación del antropomorfismo es la de interpretar la información sin hacer atribuciones incorrectas (Keeley, 2004). Y en el otro extremo encontramos varias las voces que llevan años señalando la naturaleza intrínsecamente antropomórfica del lenguaje cotidiano – utilizado con frecuencia en ciertas áreas científicas –, así como del propio pensamiento científico (Kennedy, 1992) y remarcando la importancia de inhibir esta tendencia tan nuestra para que las ciencias del comportamiento y de la cognición de los animales puedan crecer (Wynne, 2007a). A lo largo de esta sección vamos a desgranar con más detalle esta problemática, así como las propuestas de diferentes investigadores para evitar perpetuarla.

En los últimos años ha habido un importante desarrollo de los estudios sobre la cognición animal y la balanza se ha decantado claramente en la búsqueda de semejanzas entre especies, más que de las diferencias (Povinelli et al., 2000). Especialmente llamativo ha sido el auge de los estudios experimentales que pretenden demostrar la existencia de procesos metacognitivos en animales no humanos, entendiendo la metacognición como la capacidad de pensar sobre los estados cognitivos de uno mismo (Carruthers, 2008). Povinelli y colaboradores consideran que la capacidad de mentalización diferencia al humano del resto de animales. De esta manera, aunque otras especies posean estados mentales, solo los humanos habrían desarrollado una especialización cognitiva para razonar sobre tales estados (Povinelli et al., 2000). De modo similar, otros investigadores directamente conciben la autoconsciencia como una experiencia exclusivamente humana (Tulving, 2005; Werning, 2010; Lewis, 2014). Sin embargo, acogiéndose a la visión darwiniana, el hecho de afirmar que únicamente las personas poseen ese tipo de consciencia parece rechazar la continuidad evolutiva. En este sentido, el antropomorfismo actual estaría totalmente influenciado por las ideas de Darwin sobre la psicología animal (Shettleworth, 2010b; Wynne 2007b). No obstante, en palabras de Penn y colaboradores: “la profunda continuidad biológica entre las especies enmascara una discontinuidad igualmente profunda entre las mentes humanas y no humanas… y dicha discontinuidad funcional impregnaría casi todos los dominios de la cognición” (Penn, Holyoak and Povinelli, 2008). En relación con esto, los estudios a nivel cerebral revelan diferencias significativas a nivel estructural y de conectividad con respecto al resto de los animales. Estas particularidades del cerebro humano – relacionadas, a su vez, con la aparente singularidad cognitiva de nuestra especie – se han abordado desde diferentes niveles de análisis (Somel et al., 2013; He et al., 2017; Sousa et al.,

131 2017; Hardingham et al., 2018). Por ejemplo, los estudios de neuroanatomía comparativa de la corteza prefrontal – región fundamental para el funcionamiento ejecutivo y social normal – entre humanos y otras especies de primates estrechamente relacionadas proporcionan información sobre la evolución más reciente (Preuss, 2011). Concretamente, se han hallado propiedades diferenciales a nivel de las espinas dendríticas, tanto en número como en densidad (Elston et al., 2001). También se ha encontrado esta divergencia a nivel molecular, incluidos los patrones de expresión génica diferenciales (Cáceres et al., 2003; Preuss et al., 2004), que incluso han llegado a plantear unas diferencias genéticas entre humanos y chimpancés mayores de lo que se pensaba anteriormente (Preuss, 2012). Asimismo, se han observado diferencias de tamaño absoluto, microestructurales y de organización (Teffer and Semenderefi, 2012). En este último artículo citado, las investigadoras sugieren que estas modificaciones pueden haber predispuesto a los humanos a una serie de trastornos neurológicos y psicológicos como el autismo y la esquizofrenia. Por tanto, aunque no cabe duda de que el cerebro humano ha pasado por los mismos procesos graduales que el resto de las especies, es también una estructura singular. Relacionado con esto, Premack señala la curiosa disparidad que existe al revisar estos hallazgos a nivel cerebral con respecto a los de los estudios sobre cognición animal (Premack, 2007), puesto que continuamente se están reportando habilidades cognitivas en animales que se creían exclusivas de las personas.

Adicionalmente, este tipo de explicaciones basadas en lo que se conoce como psicología popular son fáciles de generar, de comprender e incluso de trasladar a la hora de comunicar un mensaje que, además, resulta más atractivo e intuitivo para los receptores (Heyes, 2012). En este marco, Shettleworth subraya la idea de que en los estudios sobre cognición animal parece que es más fuerte la tendencia de demostrar comportamientos complejos parecidos a los humanos (human-like behaviors) – que surgen de procesos como la teoría de la mente – en lugar de mecanismos más simples (Shettleworth, 2010b). Resulta curiosa dicha tendencia cuando mucho de lo que el nuestro cerebro hace, lo logra a través de procesos simples e inconscientes (LeDoux, 2015). Por tanto, la utilización de este tipo de concepciones que atribuyen ciertos mecanismos hipotéticos a los animales puede responder a un antropomorfismo injustificado que ni siquiera resulta útil en ocasiones para explicar el comportamiento humano (Shettleworth, 2010a). En este aspecto, gran parte de lo que las personas hacen en su día a día se produce sin una consciencia explícita y a través del procesamiento automático de la información (LeDoux, 2019).

Con todo, cabe señalar que muchos investigadores optan por permanecer agnósticos en cuanto a la cuestión sobre si los animales procesan la información conscientemente o no (Sober, 2005;

Shettleworth, 2010a; LeDoux, 2019; Brown et al., 2019). De hecho, Cecilia Heyes – una de las

132

investigadoras más críticas – no niega tajantemente que los animales experimenten estados de consciencia fenoménica, simplemente apunta a que de momento no han sido testados utilizando los métodos científicos adecuados como para afirmarlo (Heyes, 2008; Heyes, 2015). Como señala LeDoux, no se trata de descartar la consciencia de los animales, sino de ser más cuidadoso al hacer afirmaciones científicas al respecto. Es decir, se trataría de exigir estándares científicos más rigurosos que permitieran considerar si el comportamiento bajo estudio se explica mejor como dependiente de la consciencia y no puede explicarse razonablemente en términos de algún proceso no consciente (LeDoux, 2019).