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Limitaciones metodológicas

CAPÍTULO 1 49

4. DISCUSIÓN

4.3. Limitaciones metodológicas

Resulta de por sí complicado definir qué constituye el contexto en una situación experimental, pues son numerosos los estímulos que lo pueden componer (Fanselow, 2007). En cualquier caso, a grandes rasgos el contexto constituiría un estímulo de duración relativamente larga que incorpora aquellos que deben ser aprendidos, tanto los condicionados como los discriminativos (Bouton, 2010).

De forma específica, en los dos estudios del presente capítulo se alteraba la rutina de los perros y se hacía un recorrido por zonas por las que habitualmente no transitaban. Además, los propios investigadores, los alrededores de la nave en la que se desarrollaron los estudios, la sala de experimentación y todos sus elementos constituyentes podrían formar parte de ese concepto amplio de contexto. Esto conviene tenerlo en cuenta, pues a través del aprendizaje asociativo se restringe el número de estímulos que pueden provocar respuestas defensivas y, en definitiva, se obtiene previsibilidad con respecto a los posibles eventos del entorno (Grillon, 2002). De hecho, hay autores que sugieren que el contexto puede provocar respuestas del mismo modo que cualquier otro estímulo condicionado y, por tanto, competir por el control de la conducta (Bouton, 2010). En nuestros estudios todos los perros, con independencia del grupo, estaban expuestos a estas alteraciones de la rutina, así como a zonas, personas y estímulos en general que podían acabar generando una considerable predictibilidad previa a las sesiones.

4.3.2. Diferencias individuales

Son numerosos los estudios que han detectado diferencias individuales en perros en las respuestas conductuales a los estresores (Beerda et al., 1997; Beerda et al., 1998; Hiby et al., 2006; Rooney et al., 2007; Åkerberg et al., 2012; Titulaer et al., 2013; Part et al., 2014; Landsberg et al., 2015; Grigg et al., 2017), así como en las respuestas defensivas en general (para una revisión mirar Boissy, 1995). Por poner un ejemplo concreto, en dos estudios que utilizaron el modelo en el que se basó el que

87 empleamos nosotros hallaron diferencias en cuanto a la actividad, de manera que en una ocasión los perros mostraron una reducción de esta en respuesta al estímulo aversivo sonoro (Araujo et al., 2013) y en otra, en cambio, algunos animales mostraron un aumento y otros una disminución en respuesta al sonido (Landsberg et al., 2015). Incluso, en un trabajo en el que los perros eran individuos relacionados que permanecían en las mismas condiciones de alojamiento y que estaban sujetos al mismo manejo, encontraron una variación considerable en la locomoción y en el consumo de alimentos tras la exposición a situaciones estresantes (Åkerberg et al., 2012). Por su parte, Rooney y colaboradores (2007) encontraron muy poca correlación entre el comportamiento y las medidas fisiológicas a pesar de haber utilizado un grupo de perros de aparente homogeneidad en cuanto a raza, sexo e historial de crianza. Los propios investigadores proponen que esto posiblemente se deba a variaciones genéticas y sutiles diferencias ontogénicas que llevan a la diversidad en el temperamento de los animales (Rooney et al., 2007). En relación con esto, en un curioso estudio con ratones genéticamente idénticos a los que alojaron tres meses en un mismo ambiente enriquecido, los investigadores observaron cómo estos acabaron divergiendo con el tiempo, mostrando importantes diferencias individuales en el comportamiento y la estructura cerebral como consecuencia de pequeñas variaciones tempranas en buena medida fortuitas (Freund et al., 2013).

Asimismo, estas variaciones individuales podrían trasladarse incluso a la activación del eje hipotalámico-hipófisis-adrenal (Siniscalchi et al., 2013). Por otra parte, conviene tener en cuenta que varios de los perros que participaron en nuestros estudios mostraban lo que suele denominarse un temperamento temeroso (Jones and Gosling, 2005). Todos ellos fueron criados en instalaciones de centros de cría, con lo cual es probable que no tuvieran contacto con una amplia diversidad de ambientes y de estímulos durante los periodos sensibles de desarrollo. En este aspecto, se sabe que los comportamientos defensivos cambian a lo largo del desarrollo (Wiedenmayer, 2009), adquiriendo especial relevancia la ontogenia temprana. Es razonable pensar que esto también pudo influir en los resultados que obtuvimos.

En definitiva, la variabilidad en las respuestas puede complicar la interpretación del comportamiento de los animales en situaciones estresantes (Beerda et al., 1997). Aparte, el efecto de estas diferencias individuales se evidencia especialmente en los estudios con tamaños de muestra pequeños como los nuestros. Con lo cual, en un intento de rebajar el impacto de dicha variabilidad y de reducir el riesgo de malinterpretar las mediciones de estrés, se recomienda valorar múltiples parámetros fisiológicos y conductuales (Beerda et al., 1997; Hiby et al., 2006).

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4.3.3. Habituación

Con frecuencia se observa la reducción de algunas de las respuestas biológicas típicas del estrés al exponer a los animales de forma repetida a las situaciones estresantes (Armario, 2006). Se trata de un patrón sólido en la literatura con diferentes tipos de estímulos y en múltiples especies (Bhatnagar and Meaney, 1995; Head et al., 1997; García et al., 2000; Jaferi et al., 2003; Matsunaga and Watanabe, 2010). En este sentido, Koolhaas y colaboradores señalan que es fácil que se produzca una adaptación en los modelos de estrés crónico que utilizan estímulos aversivos agudos e intermitentes, entre otras cosas porque la exposición repetida puede llevar en sí misma un incremento de la previsibilidad (Koolhaas et al., 2011). En un estudio en el que utilizaron el modelo cuya modificación empleamos nosotros, describieron habituación en los cinco días que duró el trabajo. De igual modo, también encontraron cambios fisiológicos consistentes con este fenómeno, fundamentalmente las variaciones en las frecuencias cardiacas (Gruen et al., 2015). Sin embargo, cabe señalar que hay investigadores que sugieren que esta adaptación al estrés repetido no cumpliría con algunas de las reglas relacionadas con los mecanismos de habituación (Martí and Armario, 1998; Armario, 2006). Por su parte y de modo similar, Grissom sugiere que la disminución gradual de la magnitud de la respuesta fisiológica en las exposiciones repetidas a estresores reflejaría un proceso adaptativo que no cumple con todos los criterios del concepto de habituación como aprendizaje no asociativo simple, sino que implicaría mecanismos potencialmente más complejos (Grissom and Bhatnagar, 2009).

Nuestros resultados son consistentes con este fenómeno de adaptación. De forma concreta, el análisis detallado de los datos reveló claramente como determinadas conductas – como las variables de actividad (movimiento con y sin olfateo, así como la inactividad) y los signos defensivos – mostraron un cambio con el tiempo, reduciéndose a partir de la mitad del estudio.

4.3.4. Tamaño de la muestra

Lógicamente nuestra muestra no es representativa de la población canina en su conjunto, pues se trata estudios pequeños y de perros de la misma raza. Además, como se ha adelantado, el pequeño tamaño muestral dificulta la capacidad para detectar efectos significativos debido a la propia variación dentro de cada grupo.

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