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Cortisol en pelo como medida de estrés crónico

CAPÍTULO 1 49

1. INTRODUCCIÓN

4.2. Cortisol en pelo como medida de estrés crónico

La mayor parte de la investigación en el análisis de cortisol en pelo como marcador de estrés crónico es asociativa (Russell et al., 2012). Por citar un caso, Flinkler y Terkel analizaron la relación entre la esterilización, las agresiones y los niveles de cortisol en gatas de colonias y encontraron que las hembras esterilizadas mostraban niveles más bajos de agresión y de cortisol en pelo. Sin embargo, tal y como señalan los autores, se podían considerar explicaciones alternativas para los niveles

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reducidos de esta hormona encontrados en las hembras esterilizadas y menos agresivas que no tuvieran que ver necesariamente con una menor presión social y reproductiva (Finkler and Terkel, 2010). Por tanto, este tipo de trabajos no permiten confirmar la causa que provoca el cambio en los niveles de estrés detectados. En este sentido, los estudios que implican una intervención para comprobar si se produce una variación en los niveles de cortisol en el pelo son importantes. Entre otras cosas, podrían proporcionar una mayor comprensión del papel de las intervenciones comportamentales y farmacológicas en la actividad a largo plazo del eje HPA, lo cual podría ayudar en el desarrollo y mejora de las medidas que habitualmente se utilizan. En este aspecto, cabe indicar que la capacidad de esta metodología para monitorear el estrés crónico y detectar variaciones en las concentraciones de cortisol se ha visto reflejada en diversos trabajos. Por ejemplo, tal y como señalan Russell y colaboradores en su revisión (2012), varios estudios han encontrado cambios consistentes durante la presentación de la enfermedad de Cushing según el curso clínico de la enfermedad (Thomson et al., 2010; Manenschijn et al., 2011). Por otra parte, los resultados de un estudio realizado con macacos Rhesus demostraron que las concentraciones de cortisol en pelo eran sensibles a un estresor ambiental prolongado en el tiempo, como fue la reubicación de los sujetos a un nuevo lugar con diferentes condiciones de alojamiento (Davenport et al., 2006). De forma similar, los hallazgos de otro trabajo en conejos sugirieron que el cortisol en pelo se podía utilizar para monitorear la adaptación de los animales a las variaciones ambientales, concretamente la reubicación en otra instalación (Peric et al., 2017).

En nuestro caso, los niveles de cortisol no se redujeron significativamente con las estrategias terapéuticas dirigidas a atenuar el estrés de los animales. Si bien es cierto que se trata de una especie diferente y de la que no se disponen de trabajos de este tipo para poder comparar, también conviene tener en cuenta la gran variabilidad de nuestro estudio en cuanto a las condiciones de vida de los animales, así como los diferentes tipos de factores estresantes que podían afectar los niveles de cortisol. Esta dificultad para estandarizar y controlar los parámetros ambientales y de manejo en los estudios realizados en entornos domésticos puede complicar la interpretación de los resultados. Por otro lado, cabe señalar que existen resultados contradictorios al tratar de vincular el estrés crónico y la función de eje HPA (Miller et al., 2007; Staufenbiel, 2013).

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5. CONCLUSIONES

La evaluación del estrés crónico en los gatos que viven en un entorno doméstico supone un desafío, por lo que es fundamental encontrar indicadores válidos. La valoración de los niveles de cortisol en pelo representa un método novedoso y ventajoso a nivel metodológico. No obstante, quedan cuestiones importantes por determinar, sobre todo en cuanto a los factores que pueden tener un efecto en dichos niveles. En nuestro caso, el color del pelo tuvo una influencia significativa, lo cual sugiere que es necesario tenerlo en cuenta al emplear esta metodología.

Por otra parte, no parece que la valoración de los niveles de cortisol en pelo sea un método adecuado para analizar el éxito de las estrategias dirigidas a reducir el estrés en los gatos domésticos.

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CAPÍTULO 3

Necesidad de generar un marco conceptual

preciso y sin sesgos en el campo del

comportamiento animal

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1. INTRODUCCIÓN

El antropomorfismo puede definirse como la atribución de cualidades humanas a entidades no humanas, generalmente sin una justificación sólida detrás (Shettleworth, 2010b). Esta asignación se hace extensiva a múltiples características, desde las de tipo más físico a cuestiones de carácter moral y de personalidad (Keeley, 2004). En el contexto del comportamiento animal hace referencia a la adscripción de experiencias mentales o rasgos psicológicos humanos a otros organismos (Kennedy, 1992). En este aspecto, cabe señalar que se trata de una práctica totalmente generalizada (Caporael and Heyes, 1997; Urquiza-Haas, 2015) y natural en las personas (Serpell, 2003; Wynne, 2007b). De hecho, esta capacidad de atribuir estados mentales a uno mismo y a otros se considera fundamental para la vida social humana (Heyes, 2015). En efecto, ha llegado un punto en el que incluso se otorga a la introspección la facultad de proporcionar información fiable sobre la conexión entre estados mentales determinados y comportamientos (Povinelli et al., 2000). El problema aparece cuando esta tendencia tan arraigada en los seres humanos traspasa las fronteras de lo cotidiano y se traslada a ámbitos en los que su presencia es cuestionable.

2. ANTROPOMORFISMO EN LA CIENCIA COGNITIVA

2.1. Renacimiento del antropomorfismo en la ciencia y situación del debate actual

En los últimos tiempos ha prevalecido en el estudio del comportamiento animal – y en especial en el contexto de la investigación cognitiva – un enfoque antropocéntrico en el que la pregunta ha estado centrada en comprobar si los animales pueden hacer lo que hacen las personas. Es decir, un enfoque centrado en la psicología humana. La investigación basada en esta visión se focaliza en tipos de procesamiento cognitivo que pueden identificarse en los humanos y trata de compararlo con otras especies cuya elección a menudo se basa más en la conveniencia que en consideraciones evolutivas (Shettleworth, 2010a). Pero es que además en ocasiones este enfoque se vuelve también antropomórfico al partir de nuestras propias experiencias subjetivas para analizar el comportamiento animal en base a sus respuestas conductuales. De esta forma, se les atribuyen experiencias similares y se acaba explicando su desempeño en diferentes tareas en términos de pensamiento de tipo humano. No obstante, el hecho de que esta tendencia antropomórfica sea una práctica universal – siendo incluso definida por algunos autores como una cognición por defecto

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(Caporael and Heyes, 1997) – no significa que científicamente sea correcto. A pesar de ello, hay quien sugiere que la aplicación de estos conceptos enriquece el rango de hipótesis a considerar (Buckner, 2013). Incluso ha habido también algunos intentos de darle una orientación científica utilizando términos como antropomorfismo crítico (Burghardt, 2007) o antropomorfismo centrado en el animal (De Waal, 1997). Por su parte, Keeley reconoce que la mayor complicación del antropomorfismo es la de interpretar la información sin hacer atribuciones incorrectas (Keeley, 2004). Y en el otro extremo encontramos varias las voces que llevan años señalando la naturaleza intrínsecamente antropomórfica del lenguaje cotidiano – utilizado con frecuencia en ciertas áreas científicas –, así como del propio pensamiento científico (Kennedy, 1992) y remarcando la importancia de inhibir esta tendencia tan nuestra para que las ciencias del comportamiento y de la cognición de los animales puedan crecer (Wynne, 2007a). A lo largo de esta sección vamos a desgranar con más detalle esta problemática, así como las propuestas de diferentes investigadores para evitar perpetuarla.

En los últimos años ha habido un importante desarrollo de los estudios sobre la cognición animal y la balanza se ha decantado claramente en la búsqueda de semejanzas entre especies, más que de las diferencias (Povinelli et al., 2000). Especialmente llamativo ha sido el auge de los estudios experimentales que pretenden demostrar la existencia de procesos metacognitivos en animales no humanos, entendiendo la metacognición como la capacidad de pensar sobre los estados cognitivos de uno mismo (Carruthers, 2008). Povinelli y colaboradores consideran que la capacidad de mentalización diferencia al humano del resto de animales. De esta manera, aunque otras especies posean estados mentales, solo los humanos habrían desarrollado una especialización cognitiva para razonar sobre tales estados (Povinelli et al., 2000). De modo similar, otros investigadores directamente conciben la autoconsciencia como una experiencia exclusivamente humana (Tulving, 2005; Werning, 2010; Lewis, 2014). Sin embargo, acogiéndose a la visión darwiniana, el hecho de afirmar que únicamente las personas poseen ese tipo de consciencia parece rechazar la continuidad evolutiva. En este sentido, el antropomorfismo actual estaría totalmente influenciado por las ideas de Darwin sobre la psicología animal (Shettleworth, 2010b; Wynne 2007b). No obstante, en palabras de Penn y colaboradores: “la profunda continuidad biológica entre las especies enmascara una discontinuidad igualmente profunda entre las mentes humanas y no humanas… y dicha discontinuidad funcional impregnaría casi todos los dominios de la cognición” (Penn, Holyoak and Povinelli, 2008). En relación con esto, los estudios a nivel cerebral revelan diferencias significativas a nivel estructural y de conectividad con respecto al resto de los animales. Estas particularidades del cerebro humano – relacionadas, a su vez, con la aparente singularidad cognitiva de nuestra especie – se han abordado desde diferentes niveles de análisis (Somel et al., 2013; He et al., 2017; Sousa et al.,

131 2017; Hardingham et al., 2018). Por ejemplo, los estudios de neuroanatomía comparativa de la corteza prefrontal – región fundamental para el funcionamiento ejecutivo y social normal – entre humanos y otras especies de primates estrechamente relacionadas proporcionan información sobre la evolución más reciente (Preuss, 2011). Concretamente, se han hallado propiedades diferenciales a nivel de las espinas dendríticas, tanto en número como en densidad (Elston et al., 2001). También se ha encontrado esta divergencia a nivel molecular, incluidos los patrones de expresión génica diferenciales (Cáceres et al., 2003; Preuss et al., 2004), que incluso han llegado a plantear unas diferencias genéticas entre humanos y chimpancés mayores de lo que se pensaba anteriormente (Preuss, 2012). Asimismo, se han observado diferencias de tamaño absoluto, microestructurales y de organización (Teffer and Semenderefi, 2012). En este último artículo citado, las investigadoras sugieren que estas modificaciones pueden haber predispuesto a los humanos a una serie de trastornos neurológicos y psicológicos como el autismo y la esquizofrenia. Por tanto, aunque no cabe duda de que el cerebro humano ha pasado por los mismos procesos graduales que el resto de las

131 2017; Hardingham et al., 2018). Por ejemplo, los estudios de neuroanatomía comparativa de la corteza prefrontal – región fundamental para el funcionamiento ejecutivo y social normal – entre humanos y otras especies de primates estrechamente relacionadas proporcionan información sobre la evolución más reciente (Preuss, 2011). Concretamente, se han hallado propiedades diferenciales a nivel de las espinas dendríticas, tanto en número como en densidad (Elston et al., 2001). También se ha encontrado esta divergencia a nivel molecular, incluidos los patrones de expresión génica diferenciales (Cáceres et al., 2003; Preuss et al., 2004), que incluso han llegado a plantear unas diferencias genéticas entre humanos y chimpancés mayores de lo que se pensaba anteriormente (Preuss, 2012). Asimismo, se han observado diferencias de tamaño absoluto, microestructurales y de organización (Teffer and Semenderefi, 2012). En este último artículo citado, las investigadoras sugieren que estas modificaciones pueden haber predispuesto a los humanos a una serie de trastornos neurológicos y psicológicos como el autismo y la esquizofrenia. Por tanto, aunque no cabe duda de que el cerebro humano ha pasado por los mismos procesos graduales que el resto de las