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REVISITANDO LA OKUPACIÓN

2. LA DIMENSIÓN PÚBLICA

2.3 Espacio ¿público?

En los últimos años se ha generalizado el uso de esta construcción semántica, que ha pasado a utilizarse como un sintagma, un constructo en el que sus partes ya no actúan por separado ni su significado es la consecución de sus partes, sino el resultado de un todo soldado. Espacio público, no es ya el elemento espacio conjugado con el componente público -un espacio dónde expresarse públicamente y producir narrativa pública-; se ha convertido en una categoría discursiva. Y como tal, implica un posicionamiento (el locus epistemológico y político). Este relato-discurso se patrimonializa desde diferentes corrientes, tradiciones y movimientos.

Así, el espacio público es caballo de batalla y legitimador de cambios e, indirectamente, es visto -se da a entender- como competencia única (como creadora y salvaguarda) de las instituciones (del Estado, del mercado). Debido a ello se puede decir que rezuma -deja ver- una ideología.

Un editorial reciente del influyente periódico La Vanguardia muestra a las claras cómo se retuerce e interpreta el espacio público según una determinada perspectiva política y cultural. Estos son algunos fragmentos del editorial del 12 de enero de 201683:

"Quienes tengan la costumbre de pasear por Barcelona habrán advertido, en los últimos meses, un deterioro de las condiciones de

83 'El espacio público de Barcelona' Accesible en:

http://www.lavanguardia.com/opinion/20160112/301340592677/el-espacio-publico-de-barcelona.html

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convivencia en su espacio público. Ello se debe, principalmente, a la proliferación de colectivos que lo han ido colonizando hasta convertirlo en su espacio laboral cotidiano. Y se debe también, en no menor medida, a una política laxa por parte de las actuales autoridades municipales, que no han considerado prioritario preservar la neutralidad de dichos espacios y han permitido a los citados colectivos un uso abusivo de estos"

La utilización de palabras como 'convivencia', 'colonización' o 'neutralidad' hacen que el discurso se sitúe en un terreno dado en el que se ejerce la colonización por alguna fuerza exterior -frente a un terreno físico y simbólico bien definido y permitido-, en unas coordenadas morales que son la referencia para la idea de una convivencia correcta y adecuada -frente a unas prácticas sociales que se consideran transgresoras respecto a la concepción moral y utilización social que se marcan como las pautas convivenciales a seguir- y una esfera política que marca la normalidad y la neutralidad -frente a otras politizaciones cuya estética y formas de materializarse no se consideran neutrales-. En definitiva, este espacio público se enuncia desde un posicionamiento ideológico. El editorial prosigue:

"Consecuencia de todo ello fue la saturación de determinadas zonas, convertidas en zocos a la luz del día, y el consiguiente efecto llamada, que agravó el fenómeno (...) Grecia alumbró la democracia en espacios públicos a la intemperie en los que se hablaba, se enseñaba, se aprendía e incluso se gobernaba. Con los siglos, esa idea de espacio público, en tanto que lugar de encuentro, de libre acceso y disfrute, disponible para el paseo o la actividad cultural, se ha ido afianzando y ha perfilado sus características, que son las de apertura, pluralidad y neutralidad. Es decir, un espacio que es de todos y no es de nadie. Que a todos sirve y del que nadie debe apropiarse (...) es doblemente erróneo permitir, desde las instancias oficiales que con mayor celo deben velar por dicho espacio, que lo ocupen sistemáticamente determinados colectivos, dispuestos a desfigurarlo y a arrebatarle, en la práctica, la pluralidad que le da sentido"

En esta ocasión se habla de 'saturación', de un espacio público de 'apertura, pluralidad y neutralidad' que 'es de todos y no es de nadie' y de una 'ocupación sistemática'. La saturación remite a prácticas abusivas sobre un espacio público de todos, en el sentido de que se apropian indebidamente de un espacio común.

El editorial acaba conminando a evitar la ocupación de determinados colectivos

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(¿debemos suponer que otros determinados colectivos sí pueden hacerlo?) que desfiguran la pluralidad.

Lo extractado (más allá de representar un compendio digno de un manual de urbanidad y de lo que debería ser un espacio público84) demuestra el preciso y consciente locus del que se formulan estas certezas urbanas públicas. Para acabar de mostrar la ambigüedad y los posicionamientos -que según el enfoque o la coyuntura pueden variar- aquí expuestos, se ha ocultado deliberadamente el objeto al que se critica, con tal de dejar patente la doble dirección que pueden adquirir algunos discursos.

El editorial carga contra la ciudad "poblada de mendigos, ocupada por centenares de manteros subsaharianos, con la reaparición de los limpiacristales y la instalación de algunos vagabundos en enclaves urbanos centrales". Sin embargo, al hablar de saturación, ocupación sistemática y usos abusivos ¿no podrían igualmente referirse a la invasión de las terrazas? Es un hecho contrastado85 que el disfrute libre de los espacios urbanos se ha reducido ostensiblemente los últimos años. Mediante de, por ejemplo, la instalación desmedida de terrazas, apoyado por una eficaz campaña de presión para dejar las manos libres en este sentido (el Gremio de Restauradores presentó, juntó a personalidades como Artur Mas -expresident- o Miquel Iceta -primer secretario del PSC- el Libro Blanco de las terrazas a principios de 201786). Hernández Cordero (2015) lo tilda de 'terracificación', especialmente grave en Ciutat Vella,

84 Las autoatribuciones sobre el correcto manejo y concepto del espacio público (así, en singular, no espacios públicos, nada de una posible multiplicidad de interpretaciones, localizaciones o actores) son frecuentes al trasladar el espacio público -plano de la realidad- al discurso -plano abstracto y representacional-. Estos traslados necesitan una traducción, es decir, adecuar una realidad heterogénea a los corsés de un ideario, de modo que se simplifican y se cargan de

86 El Gremio de Restauradores reclama barra libre en la nueva ordenanza (2017-I-31). Extraído de: http://ccaa.elpais.com/ccaa/2017/01/31/catalunya/1485865313_873115.html [accedido el 08/03/2017]. Como respuesta a esta declaración, la FAVB expresó su disconformidad con la comisión de expertos por considerarla parcial -pues muchos tenían intereses en juego- y reclamando un verdadero proceso de participación pública, en el cual participen los vecinos y las vecinas, y no sólo representantes de una parte. Desde sectores vecinales autogestionados (como el Fem Plaça) reclamaban una ordenanza vecinal de terrazas.

Disponible en: http://favb.cat/comunicats/en-resposta-al-llibre-blanc-de-les-terrasses-de-barcelona [accedido el 22/03/2017]

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donde "consumir es una condición sine qua non, lo cual vulnera el uso y disfrute del espacio urbano".

Barcelona conoce muy bien las restricciones que lo público impone a lo urbano.

El Ayuntamiento impulsó en 2005 la Ordenanza de Civismo, un paraguas legal para regular y tipificar los buenos usos de la ciudad y sus espacios. Tal como el alcalde Jordi Hereu -el implantador efectivo de esta norma, tras tomar el testigo del anterior alcalde Joan Clos, ambos del PSC- declaró87:

"Hay ciertas personas, reincidentes, que los tenemos muy bien analizados, que sabemos que, si están en un determinado barrio, en un determinado eje comercial, no es para formarse ni para estudiar, es para delinquir, y por tanto, nuestra lógica es decir si para estas personas habría que crear un instrumento para no acercarse a estos ejes de interés. Y eso es en lo que estamos trabajando, y ésta es una de las líneas, en el marco legal actual tendríamos que encontrar la fórmula para que agentes y cuerpos policiales, al encontrarse con personas de manera reiterada en espacios que son ejes comerciales, tendrían que tener la capacidad para decir 'tú aquí qué haces', y por tanto si no haces nada aquí: 'fuera'. Tú no puedes entrar aquí, y por tanto generar la figura de si de manera reiterada nos lo encontramos, entonces ya entramos en desobediencia, y por tanto, haya o no cometido un delito está infringiendo y está no acatando la autoridad.

Y, por tanto, desde Barcelona, saldrán cambios en el código penal"

Parece claro que la figura de la que habla es la misma Ordenanza de Civismo, a través de la cual poder establecer una buena convivencia en los ejes comerciales88. El civismo, como vertebrador legal y discursivo, es una apelación a la que se remiten muchas instituciones, como medio para engrasar una gobernanza urbana. En el libro 'Manual de civismo' (2008), de los autores Victoria Camps y Salvador Giner -curiosamente ambos afincados en Barcelona-, se especifican los comportamientos y actitudes adecuados propias de una buena

87 Afortunadamente recogidas en el documental 'Oscuros Portales' (2010) de Falconetti Peña (a partir de 1:07:45).

88 Que ha podido utilizar como eufemismo de calle o que sólo le preocupa prestar atención a la revitalización -si bien es cierto que con medidas coercitivas- de las zonas con predominio comercial -lo que por otra parte, se está extendiendo al conjunto de la ciudad-. En cualquiera de los dos casos el enfoque -a lo que da importancia y los atributos de los que secciona a la ciudad- es preocupante (sino deplorable).

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urbanidad (la propia palabra urbanidad tiene una fuerte carga clasista89).

Comienzan afirmando que:

"El civismo entraña el buen gobierno de nuestra convivencia, pero no desde un centro de autoridad, desde el gobierno, sino por obra y gracia de todos los que participamos en ella (...) civismo es también la cultura pública de convivencia por la que se rige, o debería regirse, una determinada sociedad. Según este significado el civismo está formado por un conjunto de procederes de interacción humana sin los cuales la convivencia es difícil o imposible. Son normas emparentadas de algún modo con lo que entendemos por etiqueta social o protocolo, pero son distintos de éstos: el civismo es un bien compartido o a compartir por todo el pueblo, ése es su atributo esencial. Pero el civismo (...) no es sólo un conjunto de normas o modos de proceder (...) sino que incluye también un contenido moral: expresa unos determinados valores morales y unas creencias acerca de la sociabilidad humana" (pp. 15-17)

El civismo se perfila como una propiedad común que hace que asumamos responsabilidades, porque el civismo es preocuparse, asumir lo público como nuestro (aunque en un sentido diferente a lo común). El civismo, afirman más adelante, es una "adquisición de hábitos destinados a crear esa vida de mayor calidad que nos conviene a todos". El civismo hace que mostremos interés, lo cual es hacer que seamos participativos (escribiendo cartas al periódico (sic.), por ejemplo), para formar "el tejido de una buena democracia y de una mejor convivencia". Continúan con que:

"Lo que se ha buscado, con todo este cúmulo de prescripciones, es, además de la distinción de clase, el autocontrol de la persona. Para ser más precisos, el autocontrol de las pasiones o sentimientos espontáneos" (p. 34)

Así pues, el civismo es una manera de implementar un habitus que busca interiorizar las virtudes de la urbanidad, ejerciendo una autocensura hacia ciertas actitudes indeseables. El bienintencionado desempeño público de una bonhomía artificial y edulcorada que, entre otras cosas, previene de estallidos sociales. Como indican los autores, el civismo consistiría en "discrepar de un modo civilizado y eficaz, diferir pacíficamente y avanzar en la solución de conflictos de modo incruento". El civismo, de hecho, no se puede entender sin

89 En cuanto presupone unos modales y unas maneras de relacionarnos muy restringidas y con una orientación moral y política muy concreta.

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que se conjugue con otras esferas y arenas, como la democracia o la ciudadanía.

En opinión de los autores, la democracia es “la mejor solución para que las clases sociales, empresas, instituciones” y colectivos coexistan y compitan entre sí de un modo pacífico, complementario y mutuamente beneficioso. La democracia es la vía cívica para la convivencia, un terreno para la contienda pacífica entre intereses encontrados. Por lo tanto, civismo y democracia están íntimamente ligados, siendo la democracia "la expresión política del civismo”.

La modernidad lleva asociados imaginarios sociales (Taylor, 2010) y la democracia es una de las más poderosas. Además de un sistema de representación política, también es “un ámbito de participación, a través de la cual se expresa nuestra pertenencia a una comunidad moral de hombres libres"

(Camps y Giner, 2008 [cursiva suya]). Por lo tanto, la democracia se sitúa tanto en un plano político, como en un plano moral, se convierte en un recurso al que apelar para regir conductas de modo maximalista. Dicha pertenencia se ejercería mediante una preocupación activa, una responsabilidad -capacidad de responder de manera voluntaria- para con una sociedad constituida. Una responsabilidad colectiva compartida, que en democracia significa crear, hacer cosas positivas, proactivas, ciudadanas: participar y legitimar, en suma. Esta idea incluye un marco formal y restringido de derechos y deberes, formal porque se refiere a derechos y deberes en un plano abstracto y restringido porque, como dice Sousa Santos (2006) en nuestra concepción

"hay una simetría tramposa entre derechos y deberes, porque (...) no podemos conceder derechos a quienes no podemos exigir deberes, sólo podemos otorgar derechos a quienes tienen deberes. Por eso en nuestra cultura de derechos humanos la naturaleza no tiene derechos: porque tampoco tiene deberes. Las generaciones futuras no tienen derechos, porque tampoco tienen deberes"

En cualquier caso, esta moral que se expresa en una cultura pública, el civismo, es un acervo de valores, pues “asumir e interiorizar los valores democráticos o cívicos es la condición de la ciudadanía”, de modo que sirvan a la construcción del interés común90 (Camps y Giner, 2008:159 [cursiva suya]). La línea discursiva evidencia la conexión democracia-ciudadanía (o sus alter egos lo público-civismo), con el empobrecimiento del sentido de la ciudad y lo político que conlleva. Tal como resalta este extracto del panfleto Ad Nauseam (L@s amig@s

90 Este interés común se parece más al consenso de consenso Walter Lippmann que a un interés del común en el sentido de Hardt y Negri.

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de Maroto, 2002:7), la democracia (en realidad un tropo dilatado del políticamente más escueto democracia representativa) no es el final evidente de todas las concepciones sociopolíticas:

"Las luchas de los años 60 y 70 [fueron] en Granada y en toda España, una feroz ofensiva contra la miseria moral y material de la dictadura, y en gran medida contra su prolongación bajo formas

«democráticas». Pero su recuperación para la imaginería democrática ha sido igualmente brutal: ahora resulta que aquí todo el mundo luchaba por la democracia, es decir, por lo que a fecha de hoy se entiende por democracia. Derrotados aquellos movimientos al final de los 70, y promocionados muchos de sus dirigentes a gestores del sistema en la nueva etapa, es posible tergiversar fácilmente el sentido de sus luchas y afirmar que, de hecho, vencieron. Así, en el monumento levantado después de tantos años a los albañiles asesinados en Granada en 1970, es bien visible la palabra sagrada. Ya sabéis cuál"

La democracia actúa así como prescripción (y preceptor) moral y como un sistema para la representación política. Este modo de concebir las relaciones políticas tiene un impacto directo en la manera en que se abordan los lugares públicos y de publicitación de la ciudad. El espacio público adopta una forma pasiva en su ejecución política, en el extremo en el que se abre a la participación política, directamente ligado a la dicha dimensión representacional de la democracia (que articula el papel de los ámbitos públicos bajo la cohesión de un marco superior que regula la consecución y gestión oficial de la política, tanto en el ámbito urbano como en el estatal). La mentada pasividad se expresa a través de una exterioridad; una exterioridad colonial y moderna. La modernidad política adopta los principios del liberalismo, por los cuales se prioriza al individuo (el desarrollo de sus iniciativas, intereses y objetivos), sin que ningún otro fin o entidad esté por encima. Paralelamente, considera que el lugar propio de las iniciativas individuales y el logro del bienestar es la sociedad civil, entendida como esfera de las actividades no regidas o coordinadas por el Estado, donde los individuos negocian libremente según sus preferencias. Las instituciones públicas deben limitarse a establecer un marco común de principios y reglas que permita la coexistencia pacífica de las diversas formas de vida y concepciones del bien, sin intromisión en el intercambio y relación entre individuos privados, que constituirían esta imagen de sociedad civil.

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La agenda del neoliberalismo (Laval y Dardot, 2013) está guiada por la necesidad de adaptación permanente de los hombres y las instituciones a un orden económico intrínsecamente variable, basado en una competencia generalizada y sin descanso. Ello implica lo que Lippmann denominó como una Gran Asociación de miembros interdependientes, en la que los individuos se basan en el principio de la responsabilidad de los agentes económicos. Se trata de la implementación de una subjetividad neoliberal, en la que la autorresponsabilidad y el autogobierno del sujeto determinan el desarrollo de las relaciones sociales. Al entrar en el juego de la competencia, estos agentes económicos ya no pueden dirigirse por órdenes y decretos. El Estado ya no administra los asuntos de las personas, pues existe la autorregulación, y los sujetos mismos conducen sus propios asuntos. No hay derechos universales, sino elecciones responsables de los sujetos. Así, la sociedad civil se compondría de vínculos sociales propios de la sociedad mercantil, un método recíproco de control social, en el que los arreglos normativos están destinados a hacer compatibles las reivindicaciones individuales mediante la definición y el respeto de las obligaciones recíproca, con una lógica horizontal.

"La regla liberal de gobierno consiste en remitirse a la acción privada de los individuos, a los contratos individuales y deberes recíprocos de la sociedad de pequeños emprendedores, y no a apelar a la autoridad pública para determinar lo que es bueno hacer o pensar"

(Laval y Dardot, 2013:93)

El 'orden de economía' tendríaun sentido normativo, al institucionalizar la economía de mercado en la forma de una 'constitución económica', ella misma integrante del derecho constitucional positivo del Estado. Esta decisión constitutiva invita a la construcción jurídica de un Estado de derecho y de un orden de mercado, que instaura un orden concreto, el competencial (busca el marco para una competencia perfecta), que tiene al Estado como aliado para implementar sus medidas. El neoliberalismo combina la rehabilitación de la intervención pública con una concepción del mercado centrada en la competencia. "El Estado no debe abstenerse de intervenir para hacer funcionar mejor los engranajes de la economía" (Laval y Dardot, 2013:83). Por lo tanto, hay que buscar soluciones de mercado para todos los ámbitos e incluso el Estado se aplica a sí mismo esas reglas de competencia. De todo esto se deriva la racionalidad neoliberal -una manera de gestionar la totalidad de lo social y lo económico- y su unidad elemental: el sujeto empresarial.

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El individuo es la unidad básica que actúa en un régimen de competencia respecto al resto; la pieza fundamental es la marca personal que vamos forjando en relación competitiva con los demás individuos. En este paradigma el progreso social no es cooperativo ni solidario, sino que se hace a expensas de los demás, con tal de ganar una posición favorable en la sociedad (que es el marco de referencia de iguales, mas no una comunidad equitativa o de proyección colectiva). La matriz política del individuo liberal se construye en función de parámetros económicos (el homo economicus), pues su concurrencia se decide y se desarrolla en términos productivos (la lógica económica rige su funcionamiento político).

La exterioridad en lo político afecta a la noción de lo público y a la vivencia del espacio público.

"las relaciones entre la libertad personal y las necesidades de la sociedad global u ‘orden’, se instalan de modo radicalmente diferente en el contexto de las relaciones entre lo privado-social y lo público-no-estatal, en la medida, precisamente, que las necesidades

"las relaciones entre la libertad personal y las necesidades de la sociedad global u ‘orden’, se instalan de modo radicalmente diferente en el contexto de las relaciones entre lo privado-social y lo público-no-estatal, en la medida, precisamente, que las necesidades