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El marco contextual-teórico

REVISITANDO LA OKUPACIÓN

3. LA DIMENSIÓN TEMPORAL

3.1 El marco contextual-teórico

Los diferentes campos del conocimiento y el pensamiento (sobre todo la Sociología) han sido muy prolíficos a la hora de crear constructos de representación en el que incluir y explicar a las expresiones sociales que han ido surgiendo en las últimas décadas. De este modo se han visto florecer múltiples denominaciones que trataban de discernir ontologías y trazar límites más allá del 'anticuado' Movimiento Social. Términos como Movimientos Sociales Urbanos (MSU) Nuevos Movimientos Sociales (NMS) y el más reciente Novísimos Movimientos Sociales (NsMS) buscan llenar el espacio que ha quedado aparentemente vacío de referencias.

La inclusión de estas teorías se debe a que la okupación bebió y se nutrió (y ella misma facilitó) de diferentes movilizaciones, por ejemplo, la lucha insumisa de

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los 80 y 90 fue un catalizador juvenil y con la llegada del milenio el movimiento alterglobalizador le sirvió de aglutinante. Por ello, el movimiento okupa como ámbito de experimentación contracultural de estilos de vida e ideas (Martínez, 2007b), tiene evidentes puntos de contacto con estas conceptualizaciones.

Primeramente, se ha decidido incluir el desarrollo de los NMS, por adecuarse – pero no del todo- a algunas características del movimiento, para acabar con el relato de los MSU, porque el movimiento okupa es un excelente ejemplo de movimiento urbano con una participación urbana vital (Martínez, 2002b) -tanto para su propia constitución como por lo que significa para lo urbano, como ya se ha explicado anteriormente-.

3.1.1 Los Nuevos Movimientos Sociales112

Un movimiento social es una institución en la medida que está constituido por un conjunto de normas preestablecidas, provenientes de la sedimentación de una memoria y práctica histórica, y que formal o informalmente constituye una guía para la acción colectiva. Son espacios-marcos delimitados en los que se desarrolla una forma de entender e interpretar el mundo y actuar en él, o sea, es un sistema de narraciones y un sistema de registros culturales (Ibarra y Tejerina, 1998) y de pertenencia, además de una historicidad autoproducida y autocontrolada.

La consideración de la okupación como movimiento social -lo mismo que ocurre al construirlo como fenómeno- es en cierta manera fruto de una operación artificiosa que se realiza desde el exterior (Martínez, 2003; Martínez, 2007b), tanto por razones subjetivas (muchos participantes rechazan estas denominaciones) como objetivas (la disparidad de las tipologías113 dificulta la asunción de perspectivas en común). Se trataría de un movimiento social en el que la autogestión es el nexo ideológico-político que permite conectar los

112 El límite entre NMS y NsMS es muy difuso -los NsMS se caracterizarían por la globalidad de sus propuestas, en contraste con protestas fuertemente tematizadas como las del feminismo o el ecologismo (Díaz-Parra, 2013)-, de modo que las nuevas características de los movimientos sociales se recogerán bajo el paraguas del término NMS (aunque se haga alguna referencia concreta separadamente, atendiendo a los criterios de los autores citados).

113 Tanto de las okupaciones -cada Centro Social es soberano (Martínez, 2001)- como de los okupantes, que divergen en estética, afiliación a movimiento políticos -anarquismo, marximos, independentismo...-, motivaciones de lucha, complejas narrativas del yo político (más allá del activismo), etc. (Fernández Gómez, 2010; Chatterton y Pickerill, 2010).

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distintos niveles sociales en los que se ejerce un poder creativo y de resistencia a la dominación al mismo tiempo (Martínez, 2001). En todo caso, encajar el movimiento okupa como Nuevo Movimiento Social (Adell Argilés, 2007;

Koopmans, 1993114) tiene algunas lagunas añadidas, que se aprecian a continuación, pero ya que ciertas características son comunes al movimiento y representa, además, una matriz con fuerza en la teoría social, se ha creído pertinente explicar de qué se trata.

La aparición de los Nuevos Movimientos Sociales (NMS) respondería a la transformación de la estructura de los conflictos en la sociedad durante el proceso macrohistórico de modernización. Esta transformación implica que las personas se liberan de los amarres de clase, religión y la familia (Ortiz Leroux, 2006). La modernidad originó el paso de unas formas de organización social comunitarias a unas asociativas, tal como teorizó Ferdinand Tönnies. Las comunidades de origen dejan de ser el presupuesto sobre el que se erige el relato personal, la narrativa sobre uno mismo. Con la emergencia de la modernidad y la sociedad industrial los lazos comunitarios se debilitan y la autoconstrucción del yo se individualiza. Así, la asociación sería la construcción artificial en el que las personas establecen uniones a través del contrato y el acuerdo, basados en el interés individual. Este sujeto se relaciona con los otros a través de lazos de carácter racional-instrumental y se organiza mediante instituciones como el mercado y el Estado (Marcet, 2015). El resultado es un grado de individualización sin precedentes (Taylor, 2010), pero no de la disolución total de los lazos estructurales y culturales. La posmodernidad, en cambio, comporta una nueva estructura, una nueva clase media y unas nuevas narrativas vitales y de la subjetividad que desplazan unas centralidades y encumbran otras. Así, muchos de los estudios se basan en la mutación del sujeto (individual y colectivo), de su papel en la sociedad y de los mecanismos que constituyen su identidad. Para Touraine (1990:27):

"Después de una larga historia en la que el actor ha sido definido por su privación de sentido -era el pecador, el proletario, el explotado-, aparecen actores sobrecargados de sentido en los que crítica cultural y crítica social se manifiestan a la vez (...) Su objetivo de autogestión

114 A veces hay divergencias sobre la misma idea de NMS. Koopmans, por ejemplo, no viene de acuerdo con la visión de Touraine u Offe. Para él los NMS son aquellos movimientos que tienen como base común la clase media y que aprovechan ventanas de oportunidad política diferentes de los de movimientos sociales clásicos. Tucker (1991) por su parte critica la aproximación a los NMS de Habermas y Cohen.

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indica, sobre todo, su voluntad de dejar de ser una materia prima para la acción política o ideológica; de ser productores de su propio sentido"

Si hasta ahora su sentido era producido como objeto, desde fuera, por la intelectualidad, ahora aparece una voluntad de autodeterminación, de (auto)referenciarse115 potenciando la propia subjetividad y un camino personalizado para lograrlo. El consumo, por ejemplo, deviene en un importante determinante de identidad, pues contribuye a la conformación del nuevo sujeto, a través de productos individualizados que proyectan la ilusión de unicidad. El consumo, empero, no solo es importante como medio para constituir el sujeto deseado con la adquisición de objetos físicos, sino también por su dimensión discursiva116. Proyectar ilusiones entra dentro del ámbito de la comunicación, es decir, de la creación de narrativas e identificaciones emocionales y de valores (es una especie de alteridad, proyectamos hacia un otro-yo que queremos ser).

El consumo cultural actúa como una nueva forma de estructuración social y de generación de narrativas del yo, frente a atributos estructurantes clásicos (verbigracia, el nivel educativo o la organización familiar tradicional) que pierden importancia. Tal como destaca Inglehart (1991:487):

"En la sociedad industrial avanzada, el determinismo económico es cada vez menos creíble a causa del (...) rendimiento decreciente y (...) la población no crece hasta agotar los límites de alimento disponible (...) en la sociedad industrial avanzada la economía sigue siendo importante, pero ya no es el factor crítico. Las motivaciones, como el prestigio y la autorrealización, se han hecho mucho más importantes.

Y puesto que tanto el prestigio como la autorrealización están culturalmente definidas, los factores culturales se han convertido en una influencia crucial sobre el comportamiento humano"

Así pues, el lugar central de las relaciones y de los conflictos sociales se desplaza del campo del trabajo hacia el campo más amplio de la cultura (Touraine, 1990:28). Este nuevo enfoque de los movimientos sociales, reintegra y rehabilita "el análisis de las dimensiones culturales e ideológicas de la

115 Todos los movimientos sociales tienen carácter reflexivo, pues se articulan en torno a normas y significados socialmente compartidos (Gusfield, 1994), pero en este caso también entra en juego decisivamente la autonomía, un marco reflexivo producidoautóctonamente.

116 El momento consumo, no obstante, también puede actuar como opción política que exprese y prefigure una determinada opinión o cosmovisión sociocultural, en tanto que puede abrir terrenos más amplios de decisión diferenciadora (social o individual) con respecto al estilo de vida, las expresiones de deseo, la búsqueda de placeres, etc. (Harvey, 2003:135).

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movilización, y también de su contexto político", pues las estructuras sociales y los marcos culturales son inseparables (Neveu, 2002:117). Los NMS retornan a la defensa del sujeto y exponen la subjetivación frente a la racionalización, ya que mientras el sujeto se funda en sus derechos naturales, el ciudadano lo hace en la razón. Ante el universalismo moderno que se funda en una razón uniforme, debe haber pluralismo de valores, al fin y al cabo, "los juicios morales y sociales son medios de mantenimiento y reproducción de los valores culturales, de las normas sociales y de los mecanismos de socialización"

(Touraine, 1990:428). La pérdida de validez de los metarelatos como marcos de referencia, interpretación e identidad hace que el sujeto se inserte en una red de relaciones complejas y móviles, en la que se valorizan los atributos diferenciales. La narrativa de la subjetividad se torna volátil y por eso mismo se centra en uno mismo, única posible fuente de certeza. A diferencia de las formas propias de la modernidad, en las cuales cada persona se podía ubicar en el espacio de posiciones sociales, la posmodernidad abre el abanico de las posibilidades de configuración, de manera que cada persona se particulariza (en) la identidad (Marcet, 2015). Ya no nos pensamos como un continuo coherente vinculado a un entorno físico y social más o menos permanente, sino que nos vemos como una concatenación incoherente de vivencias heterogéneas, relaciones sentimentales esporádicas, trabajos incongruentes, lugares de residencia cambiantes o valores en conflicto (Rendueles, 2013:88). El sujeto es reexplorado poniendo al frente sus necesidades, concediéndole un nuevo pedestal autónomo y autointerrogante que aflore sus potencialidades, alejándolo de un universalismo que busca equivalencias uniformizadoras e imposibles en una sociedad concebida como unidad homogénea y vista como una totalidad.

“En nuestros días observamos una explosión de la figura humana. La

‘Humanidad’ como sujeto ya no tiene rostro. Al margen de un empobrecimiento organizado de las subjetividades, somos testigos de la tenaz persistencia y del surgimiento de formas de vida singulares, que trazan su camino” (Comité Invisible, 2017:43)

Por lo tanto, cuando hablamos de Nuevos Movimientos Sociales, hablamos, ante todo, de nuevos sujetos políticos que se posicionan desde una episteme renovada. Este nuevo paradigma bajo el cual se articularía el sujeto sería el posmaterialismo. Este nuevo registro de la acción colectiva se imbrica en lo que Daniel Bell ha denominado sociedad postindustrial y en un entorno de economía flexible, típica constitución atribuida al posmodernismo. Siguiendo

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esta lógica, ya no hay un sujeto material compacto obrero, sino un líquido-heterogéneo-múltiple posmaterialista. Según Inglehart (1991) las prioridades valorativas básicas de las poblaciones occidentales se transformaron desde el materialismo hacia el posmaterialismo, desde la prioridad de la seguridad física –ligada a las necesidades materiales: mantenimiento del orden, crecimiento económico, lucha contra el crimen- hacia un mayor énfasis en la autoexpresión, el sentimiento de pertenencia a la comunidad y la calidad de vida –ligado a las necesidades no fisiológicas: deseo de mayor participación en política, libertad de expresión, importancia de las ideas-. Los niveles sin precedentes de seguridad económica y física adquiridos en la posguerra pudieron hacer que la preocupación por estas cuestiones se diera por hecho o por derecho y que se desarrollaran nuevos valores a partir de estas certidumbres. Noobstante, el mismo Inglehart (1991:173) advierte que, aunque la hipótesis de la escasez implica que la prosperidad lleva a la difusión de valores posmaterialistas, a su vez, la hipótesis de socialización implica que ni los valores de un individuo ni los de una sociedad en su conjunto cambian de la noche a la mañana, es decir que "existiría un desajuste temporal apreciable entre los cambios económicos y los cambios políticos". Por tanto, la oposición materialista/posmaterialista va más allá de la dimensión temporal y se convierte en un eje central de polarización entre las poblaciones occidentales, reflejando el contraste entre dos formas de ver el mundo fundamentalmente distintas. Los valores materialistas/posmaterialistas formarían parte de un síndrome más amplio que engloba las motivaciones que se tienen para trabajar, las ideas políticas, las actitudes antes el ecologismo y la energía nuclear, el papel que juega la religión en la propia vida, etc. En cierta manera, el posmaterialismo117 es también el resultado de la evolución del relato en los movimientos contestatarios a partir de los años 70, que se alejan de unas metas centradas en el crecimiento económico y el progreso técnico, y superan al homo economicus y sus metas exclusivamente materialistas.

En las Ciencias Sociales esta nueva mirada vino de la mano del llamado giro cultural, que la escuela de Birminghamy sus Estudios Culturales colocaron en el centro del debate. Estas nuevas maneras de estudiar lo cultural, a partir de

117 Para Fernández Buey (1994) sería más acertado hablar de valores posconsumistas o posadquisitivos, ya que los intereses por la democratización de la vida social, por el control del proceso de trabajo o por la preservación de un medio ambiente habitable son nítidamente materialistas. Para el autor lo que está en juego es la disyuntiva expresada en el título del conocido libro de Erich Fromm '¿Tener o ser?', y los valores posconsumistas entrañan una decidida opción por el ser y contra el tener.

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distintas formas de análisis del discurso, así como la incorporación de los tópicos de la representación y la diferencia tuvieron su origen en el 'Centre for Contemporary Cultural Studies' durante la posguerra y fue liderada por Richard Hoggart, Raymond Williams, Stuart Hall y Edward Thompson. A rasgos generales, estudian la cultura a través de las clases sociales y su relación con los medios de comunicación masivos, el lenguaje, la ideología, el género, etc., haciendo que la cultura deje de tener un papel secundario y se asuma como protagonista de las transformaciones sociales y como factor clave para interpretar y explicar la realidad social. El giro cultural se puede entender como

“el desplazamiento intelectual que ha situado a las variables culturales en el centro de los debates contemporáneos (al menos al mismo nivel que las variables económicas y políticas)” (Nogué y Albet, 2007:159).

Así, desde el campo de la cultura y lo cultural, los NMS pudieron constituir tanto una crítica de la regulación social capitalista, como una crítica de la emancipación social socialista tal como fue definida por el marxismo estatal de las Repúblicas Populares de corte soviético. El eje de comprensión se desplaza desde la lucha de clases hacia la identificación de nuevas formas de opresión, siempre desde un prisma que mira más allá del bienestar material, incardinado por reivindicaciones de raíz cultural y poniendo el énfasis en la calidad de vida (Sousa Santos, 2001). De alguna manera la lucha se desplaza de la demanda de redistribución a la demanda de reconocimiento. La lucha por el reconocimiento de la diferencia se convirtió en la forma paradigmática del conflicto político. En estos conflictos 'postsocialistas', la identidad de grupo reemplaza al interés de clase como motivo principal de movilización política. El reconocimiento cultural reemplaza a la redistribución socioeconómica como remedio contra la injusticia y objetivo de la lucha política (Fraser, 2011). Debido a la emergencia de estas nuevas prioridades, el análisis social comenzó a hacer mayor hincapié en las condiciones de reproducción y en los valores asociados a ello. El prisma de la reproducción social provee un marco que examina la interacción del trabajo remunerado y las tareas no remuneradas en la reproducción de cuerpos, hogares, comunidades, sociedades y entornos, y las formas en que estas actividades se organizan para apoyar -o socavar- el desarrollo humano. Ello facilita la exploración tanto del trabajo precario como de la vida precaria como condiciones mutuamente constitutivas de subordinación y opresión (Meehan y Strauss, 2015).

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Los alter-activistas, que como se verá mantienen una relación muy crítica con las formas más tradicionales de militancia y con el modelo de organización muy jerárquico, "sostienen una concepción del cambio social que no pasa tanto por influir sobre los responsables políticos como por la transformación respecto de la manera de vivir juntos a partir de alternativas concretas que pongan en práctica los valores del movimiento y una reafirmación de las formas de sociabilidad locales" (Pleyers, 2009). El cambio social, más que como ruptura, se concibe como proceso y por ello se trata de "enjambrar", de extender toda ansia de cambio y transformación también a lo cotidiano. Estos nuevos movimientos se movilizarían, entonces, por nuevos tipos de amenazas a la autonomía individual ejercido por actores corporativos, lo que Habermas llamó la colonización del mundo de la vida. Los conflictos se desarrollarían en torno y enmarcados en las esferas de vida, aquellas que permiten el cuidado y el progreso personal, tras el velo necesario del ámbito productivo:

"These new conflicts no longer arise in areas of material reproduction; they are no longer channeled through parties and organizations; and they can no longer be alleviated by compensations that conform to the system. Rather, the new conflicts arise in areas of cultural reproduction, social integration, and socialization (...) In short, the new conflicts are not sparked by problems of distribution, but concern the grammar of forms of life"

(Habermas, 1981)

Las esferas de la vida se reivindican frente a lo público producido por lo estatal y lo productivo emanado de lo laboral. "La politización de lo social, de lo cultural, e incluso de lo personal, abre un inmenso campo para el ejercicio de la ciudadanía y revela, al mismo tiempo, las limitaciones de la ciudadanía de extracción liberal, incluso de la ciudadanía social, circunscrita al marco del estado y de lo político por él constituido" (Sousa Santos, 2001). La politización de lo cotidiano, de la vida cotidiana, comporta uno de los pilares de esta apertura sociopolítica: lo personal es político (D'Anieri, Ernst y Kier, 1990). Al fin y al cabo, es la misma afirmación de la vida cotidiana (Taylor, 2010), recentrar la vida política alrededor de las cuestiones inmediatas. El definirse por una fuerte carga cultural y afirmar que todo es político, liquida la disociación entre lo público y lo privado, haciendo que relaciones de poder que antes no eran cuestionadas por ser 'privadas', se expongan, se debatan y se combatan (Wieviorka, 2009). Se inventan nuevas maneras de vivir juntos, pues

"politizan cuestiones queno pueden ser fácilmente 'codificadas' con el código

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binario del universo de acción social que subyace a la teoría política liberal"

(Offe, 1988), que categorizaba cualquier acción política como 'privada' o 'pública'. La mutación del sujeto se realiza pasando de una matriz productivista, a ser comprendido por molduras culturales y morales (Díaz-Parra, 2013).

Esta mutación no afecta a la totalidad del cuerpo social o de sus reivindicaciones, pero sí que marca un cambio en las prioridades de las protestas que llevan ciertos sectores de la población (capitaneados por los estratos medios bienestantes) que se identifican como actores emergentes. Estos desplazamientos de los marcos de sentido también se notaron en las maneras de organizarse políticamente. No se trata de un rechazo de la política, sino, al contrario, de "la ampliación de la política hasta más allá del marco liberal de la distinción entre estado y sociedad civil" (Sousa Santos, 2001). La acción política pasó al campo no institucional, cuya existencia no está, de nuevo, prevista en las doctrinas de la democracia liberal y del Estado del Bienestar (Offe, 1988:174).

Esta mutación no afecta a la totalidad del cuerpo social o de sus reivindicaciones, pero sí que marca un cambio en las prioridades de las protestas que llevan ciertos sectores de la población (capitaneados por los estratos medios bienestantes) que se identifican como actores emergentes. Estos desplazamientos de los marcos de sentido también se notaron en las maneras de organizarse políticamente. No se trata de un rechazo de la política, sino, al contrario, de "la ampliación de la política hasta más allá del marco liberal de la distinción entre estado y sociedad civil" (Sousa Santos, 2001). La acción política pasó al campo no institucional, cuya existencia no está, de nuevo, prevista en las doctrinas de la democracia liberal y del Estado del Bienestar (Offe, 1988:174).