• Aucun résultat trouvé

La culpabilidad en las y los docentes

Si bien es cierto que la culpabilidad es inherente al ser humano, en el caso de las y los docentes adquiere características muy específicas. A lo largo de mi experiencia laboral con educadores y educadoras de personas jóvenes y adultas he constatado que la culpabilidad es un tema recurrente, tanto cuando hablan acerca de sus dificultades para cumplir con las metas de productividad* que les imponen las instituciones en las que laboran, como cuando se lamentan de que ya no pueden “dar más” a las personas a las que atienden porque – según ellos- les falta más preparación para hacer cabalmente su función de educadores.

A propósito de la culpabilidad en los docentes, Andy Hargreaves (1998) expresa lo siguiente:

“En su ensayo ‘The politics of guilt’, Alan Davies dice que ‘en el centro del sentimiento de culpabilidad está la autodecepción, la sensación de haber actuado de manera inconveniente, sin dar la talla, de haber traicionado un ideal, una norma o un compromiso personal’. El trabajo de Davies pone de manifiesto dos formas concretas de esa culpabilidad: la culpabilidad persecutoria y la culpabilidad depresiva. La culpabilidad persecutoria se deriva de realizar algo prohibido o de no conseguir hacer lo que esperan de nosotros una o más autoridades externas. En la enseñanza, la culpabilidad persecutoria

* De acuerdo con lo que expresaron la mayoría de las y los Asesores y Técnicos Docentes que participaron en la experiencia del Diplomado SIPREA y en la Licenciatura en Educación de Adultos que imparte la UPN-Ajusco, las metas de productividad en el INEA se traducen en la emisión del mayor número de certificados de estudios, independientemente de si realmente aprenden o no los estudiantes, es decir, el INEA sólo atiende el aspecto cuantitativo y deja en segundo término el aspecto cualitativo.

es la que acompaña las exigencias de rendición de cuentas y los controles burocráticos. Esa culpabilidad tiene que ver con las tareas antecedentes que no se han realizado. También prevé y examina el futuro, evaluando las acciones posibles para ver si se ajustan a las demandas y requisitos de las autoridades externas a la propia clase.

“La culpabilidad persecutoria es aquella que lleva a muchos profesores a concentrarse en completar los contenidos prescritos, en vez de dejarlos de lado o transformarlos para desarrollar materiales y enfoques propios más interesantes. Es la culpabilidad que inhibe la innovación en las materias

‘básicas’ por temor al descenso de las puntuaciones de las pruebas, de las que, en último término, se responsabiliza al profesor. Es la culpabilidad que estimula la aquiescencia manifiesta, aunque superficial, con innovaciones imprevistas o cuya validez y aplicación práctica son dudosas, cuando el diálogo abierto y la crítica constructiva de la innovación y los problemas que suscita podrían constituir un fundamento más productivo del cambio.

(...).

“La culpabilidad depresiva quizás alcance su máxima intensidad cuando nos damos cuenta de que podemos dañar o desatender a quienes están a nuestro cuidado, al no satisfacer sus necesidades o no prestarles suficiente atención.

(...).

“Quienes desempeñan profesiones asistenciales, imbuidos, como están, del impulso a reparar y reponer, se muestran especialmente predispuestos a la culpabilidad depresiva”. 24

El trabajo docente parece ser algo similar a la historia sin fin, es decir, parecería que la actitud de dar, de compartir, de desprenderse generosamente de saberes que tanto trabajo costó adquirir, de preparar clases, revisar tareas, calificar exámenes, es un cuento de nunca acabar. Hargreaves (1998) lo ilustra de la siguiente manera:

“La enseñanza puede transformarse en un proceso sin fin de constante donación . Lo que convierte a muchos en candidatos a la quiebra profesional.

“Las bolsas y las carteras que llevan los maestros, los montones de trabajo que llevan a casa, en el caso de que puedan disponer de algún momento para corregir algunos ejercicios o preparar algunas pruebas, sólo para regresar a la escuela con la mayor parte de ellos sin corregir, llevándolos otra vez a casa la tarde siguiente y la otra y la de más allá (como la carga del peregrino, éstas son las cargas simbólicas de la culpabilidad que los docentes llevan consigo).

Cuanto mayor es la bolsa, ¡mayor la culpa! Uno de los casos más graves que conozco es el de un profesor con tantas bolsas que ¡tuvo que comprar otra

24 HARGREAVES, Andy. (1998) Profesorado, cultura y postmodernidad (cambian los tiempos, cambia el profesorado). 2ª ed. Ediciones Morata. Madrid. pp. 168-169.

mayor para meter en ella las demás! Dejar atrás el trabajo es dejar atrás la atención a las personas y, con ello, las necesidades e intereses de los niños. Y esto resulta muy duro para los profesores”. 25

Una situación que también he observado en las y los educadores de personas jóvenes y adultas, con quienes he tenido la oportunidad de trabajar, es una tendencia a autodevaluarse, una dificultad de reconocer sus logros. Por una parte se ubican en el extremo de querer alcanzar una imagen del maestro ideal, omnipotente y omnisciente, imagen inalcanzable y perseguidora al mismo tiempo, que los culpabiliza al no alcanzar el “deber ser”; por otra parte, al no alcanzar aquella imagen idealizada entonces se colocan en el extremo opuesto, es decir, creen que no saben ni pueden hacer nada; transitan de la omnipotencia a la impotencia, perdiendo de vista un posible lugar de potencia que implicaría reconocer sus posibilidades y sus límites. Al perder de vista las múltiples determinantes de la complejidad de su quehacer docente asumen como una falla personal no alcanzar los objetivos que se proponen o que les impone la institución en la que están adscritos.

Al respecto, Anny Cordié (1998) advierte lo siguiente:

“Repetiremos muchas veces, a propósito de la función enseñante, la necesidad de distinguir entre ‘la impotencia’ y ‘lo imposible’. Ciertos imperativos y ciertas aspiraciones son del orden de lo imposible; pues bien,

‘nadie está obligado a lo imposible’, dice el proverbio. Este imposible no es percibido como tal, se lo vive como una impotencia. El sujeto se cree incompetente y por lo tanto culpable, su fracaso pasa a ser una herida narcisista...”. 26

Como se puede apreciar, el trabajo que realizan las y los docentes no es fácil, constantemente están sometidos a una serie de presiones, es decir, están permanentemente estresados, por lo que a continuación se aborda el tema del estrés.

25 Ibídem, p. 174.

26 CORDIÉ, Anny. Op cit. p. 44.