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Breve aproximación a la narrativa

Dans le document 1. La narrativa (Page 40-48)

PARTE I ENCUADRE CONCEPTUAL

1.1 Breve aproximación a la narrativa

Cualquier investigador preocupado por estos temas podrá comprobar con facilidad, que, de forma explícita, el testimonio ha sido escasamente abordado en el campo pedagógico, no queriendo denotar con dicha afirmación que sea un tema desterrado en el mismo. No lo es porque hay autores que, ostensiblemente, se han ocupado de él en la educación (Bárcena, 2004a, 2005a, 2010; Bárcena y Mèlich, 2003;

Duch, 1997, 2004; Mèlich, 2001, 2004, 2006a, 2010a, 2010b; Monserrat i Vallvè, 2011); no lo es porque es factible encontrar afinidades y parentescos con otros términos como relatos de vida (life story), historias de vida (life history), biografías y autobiografías, los cuales podrían incluirse, conjuntamente con el testimonio, en la Narratología, entendida, de acuerdo con Connelly y Clandinin (1995), como una especie de transdiciplina (Nicolescu, 2008), cuyo objeto de estudio lo constituye la narrativa que, a la vez que potencia, se nutre y reconfigura de disciplinas como la Teoría Literaria, la Lingüística, la Historia, la Antropología, la Antropogeografía, la Estética, la Filosofía, la Psicología, la Sociología, los Estudios Culturales, los Estudios de Género, la Teología, la Lingüística, la Medicina, la Gerontología, y la Pedagogía.

Como lo pondremos de manifiesto ulteriormente, somos conocedores de que se denomina Narratología a la disciplina surgida al interior de la Crítica Literaria en la

primera década de la segunda mitad del siglo XX, cuyo interés se dirige hacia la indagación y reconocimiento de la naturaleza de la narrativa, es decir hacia el conjunto de patrones subyacentes que posibilita diferenciarla de otros géneros literarios. No obstante, a nuestro entender, Connelly y Clandinin (1995), al llamar Narratología al

―campo de estudio [de la narrativa] en su totalidad‖ (p. 12), que ―atraviesa diversas áreas del conocimiento como la teoría literaria [entre otras]‖ (p. 12), nos permiten colegir que su referencia rebasa la disciplina perteneciente al campo literario. Los autores advierten que las demás disciplinas sociales mencionadas no son meramente subsidiarias de esta última, situación que desconocería que, en lo concerniente a la narrativa, los aportes de la Sociología y la Psicología, por ejemplo, son anteriores a la institución de la Narratología en el seno de la Crítica Literaria. Por tanto, para nosotros, Connelly y Clandinin abogan por una construcción conjunta de las disciplinas aludidas.

Desde nuestro punto de vista dicha preferencia tiene como virtud el estimar que la Narratología, en el sentido sugerido por ambos autores, no puede ser reductible al universo nomotético y taxonómico de lo narrativa, propósito de la Narratología de la Teoría Literaria, marginando las narraciones concretas en lo que respecta a su historia (contenido), significado, funciones y finalidades para un colectivo particular en un contexto específico, las cuales después de haber sido estudiados in situ, por muchas de las disciplinas sociales nombradas, han devenido en aportes teóricos de gran relevancia.

En fuerza de lo anterior, juzgamos que la propuesta de Connelly y Clandinin se inclina más hacia una concepción posestructuralista que estructuralista en la que la Narratología ―parece ser (…) un estudio multidisciplinario de la narrativa que negocia e incorpora los conocimientos de muchos otros discursos críticos que tienen en cuenta formas narrativas de representación‖ (Onega & García Landa, 1996, p. 1)2.

***

Con independencia de si la Narratología debe proceder de manera inductiva o deductiva a la hora de fijar los patrones constitutivos de la narrativa (Bal, 1990; Barthes,

2 En el original: ―Narratology (…) appears to be (…) a multi-disciplinay study of narrative which negotiates and incorporates the insights of many other critical discourses that involve narrative forms of representation‖ (Onega & García Landa, 1996, p. 1).

1970), podemos afirmar que esta última está vertebrada en torno a las historias que se relatan, esto es, a una serie de eventos o acontecimientos concatenados y ordenados, que unos personajes causan o padecen en coordenadas cronológicas y topográficas delimitadas y que devienen en unas consecuencias determinadas (Bal, 1990; Eco, 1993;

Garrido, 1993; Genette, 1970; Goodson y Gill, 2011; Gudmundsdottir, 2005; McEwan, 2005; Onega & García Landa, 1996; Pimentel, 2005; Riessman y Speedy, 2007;

Scholes, 1981; Valles, 2008).

Destaquemos brevemente algunos aspectos de esta concisa definición, los cuales serán fundamentales, posteriormente, para un cabal acotamiento de nuestro objeto de estudio en el prolijo campo de la narrativa:

1. El díptico historia-narrador aparece como un atributo esencial de la narrativa (Bal, 1990; Barthes, 1970; Garrido, 1993; Genette, 1998.; Leitch, 1986; Scholes, Phelan y Kellogg, 2006; Pimentel, 2005; Spang, 1993;

Todorov, 1973).

2. La historia y el relato no son equiparables. Como claramente lo han planteado algunos autores (Bal, 1990; Garrido, 1993; Gudmundsdottir, 2005;

Pimentel, 2005; Pozuelo, 1988; Toolan, 2001; Valles, 2008), retrotrayendo los aportes de los teóricos literarios estructuralistas, especialmente de Todorov (1970), la narrativa es fruto del maridaje entre la historia o fábula3 y el relato o discurso4. Mientras la primera abarca los eventos, los personajes y los escenarios constituyentes del contenido de una narrativa; el segundo es la exposición de la historia. Todo texto narrativo se comporta como una unidad compleja en la que es posible que operemos una descomposición analítica de la historia, como su soporte fundamental, y del discurso como la fijación particular y efectiva de una historia administrada por un narrador que presenta un producto final dispuesto por sus preferencias en lo que concierne a la modalidad, la perspectiva y el orden temporal. Es esto,

3 El término fábula fue introducido en el sentido que aquí estamos tratando por los formalistas rusos.

4 El relato o discurso es denominado trama por los formalistas rusos.

precisamente, lo que Pimentel (2005) llama acto de la narración como tercer componente de la narrativa aunado a la historia y al discurso. Al respecto afirma Todorov (1973):

El narrador es quien encarna los principios a partir de los cuales se establecen juicios de valor; él es quien disimula o revela los pensamientos de los personajes, haciéndonos participar así de su concepción de la «psicología»; él es quien escoge entre el discurso directo y el discurso transpuesto, entre el orden cronológico y los cambios en el orden temporal. (p. 75).

En tanto que la historia se entroncaría con la inventio, fabricación del contenido, el discurso lo haría con la dispositio, organización artística y estilística (Todorov, 1970). Planteada tal distinción se entiende por qué Garrido (1993) declara que ―en el proceso de producción textual la historia [cursivas añadidas] se encuentra en el punto de partida, mientras que en el de recepción se alcanza únicamente al final del trayecto de lectura‖ (p. 39).

Gracias al discurso, los receptores pueden conocer y reconstruir la historia.

Por último, es importante advertir que ―el discurso [cursivas añadidas]

puede ser oral, escrito o representado dramáticamente; también puede ser película cinematográfica, mimo o danza‖ (Gudmundsdottir, 2005, p. 53).

3. A juzgar por lo aducido, todo discurso es una construcción artificiosa y artificial. Pero este puede guardar un entroncamiento con una realidad histórica o no hacerlo.Esto es lo que, técnicamente, Scholes et al. (2006, p.

82) llaman significado narrativo: la relación existente entre el mundo ficcional creado por al autor mediante su discurso y el mundo real o universo aprehensible. De aquí que dichos autores (Scholes at al., 2006) consideren que el nexo entre el discurso y el mundo real pueda ser representacional o ilustrativo. Básicamente la clave de bóveda para estatuir su distinción radica en la correlación que tengan con la realidad histórica, su consistencia con lo que efectivamente ocurre en el mundo fáctico y/o en la interioridad del ser humano. Mientras en lo representacional ―las imágenes en una narración

pueden darnos la impresión, al mismo tiempo, de ser una tentativa de crear una réplica de la realidad‖ (Scholes et al., 2006, p. 84), en lo ilustrativo acaece ―un intento, simplemente, por recordarnos un aspecto de la realidad más que por transmitirnos una total y convincente impresión de lo real para nosotros‖ (Scholes et al., 2006, p. 84)5. Buscaría, por consiguiente, la presentación de uno o varios aspectos de la realidad sin que esto lleve en sí duplicación del mundo objetivo.

En consecuencia, se infiere por qué Scholes et al. (2006), afirman que lo representacional es mimético y lo ilustrativo es simbólico. El primero, al intentar traslucir el mundo en su fisicidad, anida una verdad histórica, psicológica o sociológica; el segundo, por su parte, abraza, según los autores, una de tipo ―ético o metafísico‖, lo que es signo, para ellos, de que revela principios de actuación que se expresan a través de las acciones de los personajes (Scholes et al., 2006).

4. La ordenación y concatenación de eventos rebasa la yuxtaposición y la mera diacronía (sucesión), a causa de que presuponen una selección, organización y conexión mutua que, fuera de imprimir una trayectoria a la narración, la provean de una relación no aleatoria que la haga significativa y asimilable para los destinatarios (Todorov, 1977). En lo atinente a este tema sostiene Toolan (2001):

Percibir la conexión no aleatoria en una secuencia de eventos es la prerrogativa del destinatario: es inútil para alguien más (por ejemplo un narrador) insistir en que existe una narrativa si el destinatario no acaba de percibirla como tal (…). Al respecto, al menos, la última autoridad para ratificar un texto como narrativo reposa no en el narrador, sino en el perceptor o destinatario. (p. 7)6.

5 En el original: ―The images in a narrative may strike us at once as an attempt to create a replica of actuality (…) or they may strike us as an attempt merely to remind us of an aspect of reality rather than convey a total and convincing impression of the real world to us‖. (Scholes et al., 2006, p. 84).

6 En el original: ―Perceiving non-random connectedness in a sequence of events is the prerogative of the addressee: it is idle for anyone else (e.g. a teller) to insist that here is a narrative if the addressee just does not see it as one (…). In this respect at least, the ultimate authority for ratifying a text as a narrative rests not with the teller but with the perceiver or addressee‖. (Toolan, 2001, p. 7).

Cabe resaltar que para inculcar orden a la narración es necesario que exista cierta coherencia que la haga interpretable a los receptores. Esta se obtiene mediante la concurrencia de lo temporal y de lo lógico. Sobre el orden temporal es necesario identificar una efectiva y una posible divergencia entre el tiempo de la historia y el del discurso. Acerca de la primera, tal y como afirma Todorov (1970), el tiempo del discurso es lineal porque obliga a ubicar un evento detrás de otro, mientras que el de la historia es pluridimensional debido a que admite la simultaneidad de diversos acontecimientos. En lo concerniente a la posible divergencia, nos es factible aseverar que el tiempo de la historia posee una sucesión cronológica natural, esto es, un orden en la realidad referencial, que podría no verse reflejado en el discurso por disposición del narrador. Dicho lo cual, nos es viable deducir que la sucesión cronológica de la historia es sólo uno de los recursos de los que puede disponer el narrador en el relato, pero que, en lo que al orden temporal se refiere, es evidente que este tiene la facultad de optar por una deformación del mismo (Todorov, 1970), lo que se traduciría en que el destinatario no conozca la historia por el principio (ab ovo), sino por el medio (in media res) o por el final (in extrema res) y en la introducción de anacronías o saltos temporales que provocan una discordancia entre la sucesión cronológica de los acontecimientos en el discurso y en la historia (Bal, 1990; Contursi y Ferro, 2006, p. 43; García, 1998; Genette, 1989a.;

Valles, 2008).

El orden lógico, por su parte, es garantizado mediante el principio de causalidad, el cual se comprende como una interconexión entre los eventos que los personajes causan o experimentan7. Gracias a él es factible identificar un antes y un después en las actuaciones de los personajes y en los acontecimientos que de ellas se derivan, lo que, inevitablemente, acarrea la ausencia o, por lo menos, la moderación de la dispersión narrativa, que podría

7 La acción o experimentación (en el sentido de experienciación como detallaremos posteriormente) propia de un personaje es lo que Bal (1990) llama actuación. Por esta razón la actuación está vinculada con la actividad y la pasividad del ser humano.

despuntar si la inestabilidad de las situaciones no concluyera con una resolución, y, por ende, la infusión de un rumbo y de la coherencia requerida para inculcarle un sentido global, el cual, sea dicho de paso, sólo es desentrañado, completamente, por parte del receptor, al culminar la narración (Leitch, 1986).

Finalmente, es pertinente señalar que, como lúcidamente apunta Leitch (1986), la coherencia no puede impedir a los destinatarios el deleite con la narrativa, sino que, por el contrario, debe instigarlo. De aquí que propenda por situarla armónicamente entre la underspecification y la overspecification.

Correspondientemente, mientras una se caracteriza por una demanda inapropiada del emisor a los destinatarios de una serie de conexiones y detalles que les permitan hacer inteligible la narrativa, lo que se traduce en la práctica en su ausencia; la otra, por un exceso que, además de tornarla superflua, excluye que aquellos participen comprometidamente en la misma mediante su reconstrucción. Grosso modo, lo trazado por Leitch coincidiría con la ―cooperación textual‖ sugerida por Eco (1993), en virtud de que, para ambos, existe una ―naturaleza transaccional‖ (Leitch, 1986, p. 39) entre el emisor y el destinatario, por cuanto el primero no sólo ―se apoya sobre una competencia [del destinatario]: también contribuye a producirla‖ (Eco, 1993, p. 81) y el segundo actualiza lo objetivado por aquel en el texto narrativo.

5. Cuando aludimos a los personajes es imperioso aclarar que no necesariamente son humanos. Pueden no serlo, aunque, para el desarrollo de la narrativa se les personifique.

6. El hecho de que los eventos puedan ser causados o padecidos y que devengan en unas consecuencias concretas significa que hay procesos y/o acciones que desembocan en cambios de estado o ―transformaciones‖

(Todorov, 1977, p. 233) que fomentan la identificación de una estructura interna de la narración que se despliega en una secuencia: inicio, complicación, reacción, resolución y situación final (Contursi y Ferro, 2006).

Por ende, la sucesión, la conexión y la transformación devienen en propiedades concomitantes de la narración.

7. La actuación de los personajes en coordenadas cronológicas y topográficas significa que el lugar y el tiempo son elementos esencialmente constitutivos de la narrativa. El primero hace alusión a la localización discursiva, es decir, al escenario geográfico en el que se sitúan los actores y sobrevienen los acontecimientos. El segundo, por su parte, significa que estos últimos tienen una duración y un orden.

Reiteramos que es preciso deslindar el tiempo de la historia y el del discurso, en vista de que mientras ella está regida por un principio de correspondencia con un universo referencial, el relato, al ser producto de un autor, está pautado por determinaciones conexas con sus intenciones, las tendencias artísticas y las apetencias del mercado, entre otras.

Sin ahondar en detalles, indiquemos que para Genette (1989a, 1998), el tiempo del discurso subvierte el tiempo natural de la historia no sólo en el orden, sino también en la duración o velocidad8 y la frecuencia o repetición.

Los trastornos del orden, como ya lo dijimos en el numeral 4 de este apartado, se materializan en la introducción de anacronías. De ellas existen dos tipos: la analepsis, retrospección o flash-back y la prolepsis, anticipación o flash-forward consistentes, en su orden, en la evocación de una situación anterior o posterior al punto en el que se halla el discurso. Las alteraciones de la duración en la de las anisocronías, cuya finalidad estriba en las variaciones del ritmo narrativo, ya sea para detenerlo mediante el empleo de pausas (paralización de la acción a través de la recurrencia a descripciones de personajes, escenarios y situaciones) y digresiones reflexivas (suspensión de los eventos para dar paso a cavilaciones, juicios valorativos o a indicios hermenéuticos que orienten al lector en la interpretación de la narración), ya

8 Duración es el término utilizado por Genette en Figuras III. No obstante, en Nuevo discurso del relato, confiesa su predilección por la palabra velocidad (Genette, 1998, p. 25), pues, a su juicio, evidencia, con mayor claridad, que la progresión del discurso no es uniforme.

sea para acelerarlo a través de elipsis (exclusión de segmentos de la historia) y sumarios (condensación de períodos de la historia). En lo tocante a la velocidad del discurso, Bal (1990) incluye además la desaceleración, procedimiento gracias al cual se lentifican las acciones sin llegar a la inmovilización temporal como en la pausa o la digresión reflexiva9. Su ejemplificación más frecuente es la llegada de un visitante o de una carta en un clima de expectación. La insuflación de tensión, curiosidad, suspenso y dramatismo al discurso, hacen que el tiempo que toma el personaje para abrir la puerta parezca interminable.

Es importante poner de relieve que estas técnicas temporales deben usarse cautelosamente, de suerte que no vayan en detrimento de la coherencia del discurso y de la comprensibilidad de este y de la historia que en él reside.

La frecuencia, por su parte, obedece a la relación cuantitativa que existe entre los eventos de la historia y los del discurso. Al respecto existen dos subversiones, de las cuales se vale Genette (1989a, 1998) para clasificar los relatos: la iteración (relato iterativo) y la repetición (relato repetitivo). La primera relata una vez uno o varios acontecimientos ocurridos con reincidencia en la historia; la segunda multiplica en el discurso el(los) evento(s) que sucede(n) una vez en la historia10.

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