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Crónicas novohispanas o Crónicas de Indias (s. XVI-XVII)

2.1 Problema de Investigación, objetivos y preguntas de investigación

2.2.3 Clasificación de las fuentes de información

2.2.3.2 Crónicas novohispanas o Crónicas de Indias (s. XVI-XVII)

Después de la llegada de los españoles al continente americano, se generaron una gran cantidad de documentos que han recibido el título genérico de “Crónicas de Indias”, las cuales son obras fuertemente ligadas al proceso de conquista e instauración de la colonia española en América. Como en su momento ya señaló Esteve Barba (en Jeffers, 2011: 40) y más recientemente ha articulado de modo más sistemático Ardnt Brendecke (2012), para poder controlar y explotar tanto los recursos como a los habitantes de los nuevos territorios se hizo necesario conocer ampliamente ambos aspectos, para lo cual fue necesario generar diversos sistemas de recogida y elaboración de la información. Uno de los soportes en donde quedó más tempranamente plasmada toda esta información fue precisamente en estos documentos llamados Crónicas de Indias. Las Crónicas agrupan una gran variedad de obras y de géneros, que engloban desde las cartas –empezando por las del propio Cristóbal Colón– hasta textos escritos por los mismos conquistadores y soldados, obras “etnológicas” elaboradas por los frailes evangelizadores, crónicas propiamente dichas escritas por cronistas oficiales o las crónicas e historias de las poblaciones mesoamericanas, redactadas por indígenas mestizos o por frailes (León-Portilla, 1980: 82, 87; Jeffers, 2011: 13-14).

Debido a su compleja clasificación, las crónicas han sido consideradas por unos especialistas como literatura y por otros como historiografía. Lo anterior se debe a que son obras innovadoras, hibridas desde el punto de vista del género literario o textual; son a un tiempo obras de historia, de etnografía, de geografía, e incluso autobiográficas (Jeffers, 2011: 14). Lamar (2006: 386) propone, además o más allá de clasificar a las crónicas como parte de la literatura, entenderlas como una manifestación cultural en las que el autor transmite a las siguientes generaciones sus

“…juicios, su forma de vida, y sobre todo, sus experiencias…”.

Una característica sobresaliente de las crónicas es el vocabulario empleado, el cual ha sido considerado como un elemento que refleja la transculturación. Lo anterior se debe a que tanto colonizadores como colonizados se dieron a la tarea de crear nuevos vocablos que refirieran a lo

que se observaba por primera vez, o a lo que fue renombrado después de la conquista de México. Dentro de los nuevos vocablos, se observan los rasgos típicos de la cultura europea e indígena americana, que tomaron un nuevo significado y ayudaron a definir la sociedad novohispana (López, 1968; Aguilar, 2009).

Si bien se ha aceptado que las crónicas de Indias son parte de la literatura, Lamar (2006) propone clasificar las crónicas acorde al título con el que se dieron a conocer. La tipología más común entre los siglos XVI y XVII, periodo de interés para esta investigación, fueron “Historia”,

“Tratado”, “Libro” y “Carta”, términos con los que se evocan distintas concepciones genéricas de la época. Otro título que se encuentra con frecuencia es el de “Relación”, que entrelaza la vida propia del autor con la historia general, y donde se plasman las hazañas y hechos particulares que se presentaban, por lo general, a la Corona española, con finalidades distintas, pero con el denominador común de informar sobre los territorios y sus habitantes, bajo la creencia de que debía de ser conocido por el poder real. Cabe señalar que las “Relaciones” de este tipo fueron muy comunes a principios del siglo XVI y que, con el paso de la centuria, hasta llegar al siglo XVII, fueron desplazadas por las “Historias” (Lamar, 2006: 389-390).

En los siglos XVI y XVII, es frecuente encontrar escritos con el título de “Historia”, que agrupan o comprenden textos muy diversos, que, alejados parcial o completamente de los cánones de la retórica tradicional, completan esa designación con términos adyacentes tales como “sumaria”,

“de las cosas” o “verdadera” (Lamar, 2006: 389). Este deslizamiento del campo semántico hace que el concepto de “Historia” sea entendido como narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de ser recordados. Es aquí cuando la historia, concebida teleológicamente, es decir dotada de una causa final, como en la historia clásica, evoluciona y pasa a referirse más a una comprensión de un mundo que se revela nuevo. En este sentido es en el que hay que entender la creciente aceptación de la denominación “Nuevo mundo” a partir de este tipo de crónicas o historias, que pretenden comprender o interpretar todo lo descrito narrativamente (Lamar, 2006: 389-390).

Con la finalidad de entender lo que las Crónicas de Indias implican para la investigación histórica, puede resultar útil dividir su producción en dos periodos. El primer periodo ha sido llamado “fundacional o de formación”, y engloba las crónicas redactadas durante la primera mitad del siglo XVI. Los temas que tratan son “la extrañeza del foráneo, del individuo sorprendido ante la realidad que se presenta a sus ojos”, y la formación-consolidación de la colonia española.

Las crónicas realizadas a partir de la segunda mitad del siglo XVI hasta el siglo XVII corresponder al segundo periodo. En estas, los temas se centran en la lejanía de la Península, así como la realidad americana, y el trato diferencial con respecto a los peninsulares. Pareciera que se dejan a un lado los territorios míticos que se mencionaban en las primeras obras, debido, posiblemente, a la exploración y colonización de otras regiones americanas. Sin embargo, en este segundo período hay además dos variaciones en las Crónicas de Indias que deben señalarse. La primera se refiere al origen diverso de los autores, que fueron principalmente criollos que tenían en sus mentes a América como referencia contrastiva inicial. La segunda se vincula a la anterior, al surgir obras de la pluma de mestizos o indígenas aculturados, que presentan a la corona los méritos de su familia o comunidad (Lamar, 2006: 386, 388-389).

Haciendo mención especial a los autores mestizos, los indígenas que aprendieron español y las tradiciones europeas, fueron llamadas “ladinos”. El periodo que cubrieron estos escritores va desde la mitad del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, desde la edad del primer nativo y las generaciones mestizas que nacieron después de la conquista, hasta que maduraron aquellos que sus abuelos experimentaron la invasión española. Los más notables fueron Hernando Alvarado Tezozómoc (activo desde 1598 hasta principios del siglo XVII), Fernando de Alva Ixtlixóchitl (1578-1548), Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Quauhtlehuanitzin (nacido en 1579), Diego Muñoz Camargo (1529-1599), y Juan Bautista de Pomar (activo en 1582) (Aguilar, 2009: 172). El propósito de su narrativa no fue solo el preservar el pasado, también el mantener el presente vivo, mediante la escritura de la historia de sus pueblos desde tiempos ancestrales hasta el presente de cada autor (Adorno, 1994: 401 en Aguilar, 2009: 174).

Estos indígenas ladinos y su formación estuvieron relacionados con las prácticas de conversión de los misioneros, quienes se dieron a la tarea de enseñarles a leer, escribir y contar, para así esparcir la religión cristiana entre los naturales americanos. Igualmente, los ladinos fueron empleados en la escuela de San José de los Naturales, fundada en la ciudad de México en 1527, por el franciscano Pedro de Gante. Esta institución fungió como base para, posteriormente, crear el Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco en 1536, donde se intentó instruir a los hijos de la élite náhuatl acorde al modelo franciscano. Desde el punto de vista médico, Tlatelolco destacó poderosamente por ser el lugar donde se elaboró el Libellus de medicinalibus Indorum herbis más conocido como Códice de la Cruz-Badiano, por ser el nombre de sus dos autores indígenas Martín de la Cruz y Juan Badiano. Regresando a la escuela de los Naturales, hay que revalorizarla ya que no solo formó ladinos, sino que tuvo su éxito por contar

con una librería y “sciptorium”, donde se copiaban los libros clásicos europeos y los mesoamericanos; entiéndase, por lo tanto, que en dicha institución se produjeron copias y reproducciones de los antiguos códices prehispánicos (Aguilar, 2009: 154, 156).

Como se observa, los religiosos novohispanos tuvieron un rol preponderante en la formación de los escritores indígenas, además de ser ellos mismos los que se dieron a la tarea de redactar crónicas, ya fuera para preservar y resaltar la labor misionera, o para conocer a los individuos que podrían ser cristianizados y formar así el nuevo reino de Dios en la tierra, un especial misoneísmo que cundió especialmente entre los franciscanos (Phelan, 1972; Vivanco, 2013). Por lo anterior, será necesario hacer menciones puntuales a las crónicas religiosas, puesto que son documentos que, dada su especial atención a aspectos del mundo cultural y mental indígena, nos ayudan a conocer la concepción que los titici tuvieron sobre el cocoliztli de 1545.