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Autoobservación en la investigación social sobre lo juvenil

PARTE 2. LO ADULTOCÉNTRICO Y LA INVESTIGACIÓN SOCIAL CHILENA SOBRE LO JUVENIL. CHILENA SOBRE LO JUVENIL

5.1. Autoobservación en la investigación social sobre lo juvenil

Diversos autores y autoras presentes en la RUD en este período, hacen balance de lo que, a diez años de los gobiernos civiles post dictadura (1990-2000), estaría aportando o no la investigación social sobre lo juvenil. Interesa en este ejercicio evidenciar cómo esta autoobservación colectiva que realizan quienes investigan, implica una noción de que existe una comunidad investigativa que produce conocimiento en torno a un/a sujeto/a común –las y los jóvenes- y respecto de un objeto común –los fenómenos juveniles-. Esto me permite plantear que, en el sentido que se señaló en el capítulo anterior, en este período tiene lugar la incipiente emergencia de un campo (Bourdieu, 2010): el campo de estudios en juventud.

Tal como planteé antes, en este período se instalaron en el debate público dos aportes sociológicos relevantes, que caracterizaron a la sociedad chilena y su

“proceso de transición” como una que generaba un fuerte malestar, por la crítica distancia entre crecimiento económico y modernización, junto a altas percepciones de exclusión de esas oportunidades, en amplios sectores de la población (Lechner, 2007), y que imponía, como modo de resolución de las cuestiones de la integración social, la vía de la estimulación del consumo (Moulian, 1997) que he denominado consumo opulento (Duarte, 2009b). Ambas cuestiones referidas como continuidad y profundización del modelo impuesto por la modernización dictatorial y, además, planteadas como sin perspectiva de cambio en el horizonte que cuestionara sobre todo el afianzamiento de la creciente desigualdad social (Garretón, 2000).

Estas ideas fuerzas, marcan los análisis del período y de la producción de quienes producen conocimiento sobre lo juvenil y, entre otros factores, llevan a que existan esfuerzos por sistematizar lo que se ha producido, a interrogarse por los modos de abordaje –teórico y metodológico- de las cuestiones juveniles, y a cuestionar el rol que esta investigación social chilena en juventud ha tenido en el

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período y sus posibles aportes sociales. Conceptualizo esta autoobservación como un ejercicio analítico, en que se enfatizan varios componentes de la investigación social sobre lo juvenil, que refuerzan la emergencia de un campo de estudio y de un nosotros constituyendo ese campo por diferenciación de lo estudiado en períodos previos.

El primer ejercicio que conceptualizo refiere a ciertos debates sobre nociones de juventud circulantes en el período anterior:

“Quizás deba rescatarse en este proceso dos elementos: la generación de una visión más precisa en torno a la juventud chilena actual, la que ha permitido derrumbar o —por lo menos— poner en tela de juicio una imagen estigmatizante de la juventud como sector social «problema» y pasar a visiones y lógicas más comprensivas y precisas del complejo mundo juvenil. Pero de cualquier modo, este avance ha sido parcial y circunscrito a un sector específico de profesionales dedicados al tema de juventud, no habiendo generado estrategias de difusión, comunicación y debate que le posibiliten instalarse al nivel del «discurso oficial y público», el cual sigue siendo hegemonizado con la visión de «juventud dañada y en riesgo psicosocial», imagen generada a partir de las carencias y déficit que presenta un conjunto importante de la juventud chilena, no relevando el plano de las potencias, capacidades y «haceres» tremendamente positivos de esta misma juventud”. (Dávila, 2001; 10. RUD).

Como se observa, en la medida que la producción investigativa se hace más abundante y variada, comienzan a aparecer debates sobre las nociones de juventud. Se releva la necesidad de poner en tela de juicio visiones consideradas estigmatizantes de juventud y de lo juvenil, abogando por otras visiones con características más comprensivas y precisas.

Tal como se señaló en capítulos anteriores, nociones como anomia societal y daño psicosocial eran categorías que hegemonizaban la producción durante la dictadura militar. Por ello, se constata que en el período recién estudiado –la

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primera década post dictadura- se debatió sobre estas imágenes y la juventud que desde ellas se construía.

“Nace aquí, entonces, la idea que la juventud popular de los años ochenta fue dañada psicosocialmente, y por tanto, la futura democracia, debe hacerse cargo de este daño pagando la deuda social que se tiene con ella. La juventud popular aparece como un objeto que debe pasar de ser afectado a ser beneficiado, pero no aparece como un sujeto que aporte a un proyecto democratizador de la sociedad, pues durante la anomia sólo pudo construir «refugios»

ante ésta y no verdadera integración sistémica que la validara como agente propositivo. El estudio y el ensayo sociológico se transforman entonces en imagen, la imagen del objeto acreedor de la deuda social, del que sólo «patea piedras» y «baila el baile de los que sobran», pero sin ser «la voz de los ochenta». Es la imagen representada en la propaganda televisiva del programa estatal de capacitación laboral «Chile Joven», un estadio lleno de jóvenes sentados con las piernas cruzadas que claman «sólo buscamos la oportunidad»”. (Muñoz, 2004; 86-87. RUD).

Muñoz critica nociones que están concatenadas en la producción investigativa de fines de la dictadura respecto del sujeto joven popular y sus influencias en las nuevas producciones elaboradas durante el período post dictatorial. Por una parte, lo señalado arriba sobre concepciones estigmatizantes, por ejemplo la de jóvenes como anómicos; las concepciones que les vuelven pasivas/os, como depositarios de los influjos estructurales; las concepciones que niegan su actoría societal. Por otra parte, la investigación social –referida como “el ensayo sociológico”- es presentada como una elaboración que tendió a la reproducción de ese conjunto de imágenes construidas.

Interesa destacar el ejercicio que se hace de poner en evidencia esas imágenes construidas por la investigación social y de qué manera la política pública del período se hizo cargo de ellas, conceptualizando desde ahí las orientaciones para la gestión de la política de juventud. Por ello, tal como ya señalé, a partir de

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concepciones que tratan a los y las jóvenes como beneficiarios y no como actores, los gobiernos civiles de la época se plantearon políticas centradas en saldar la deuda social, que el Estado tenía con esos jóvenes, por la vía de educación y capacitación para el empleo, intentando promover su integración funcional (Cottet & Galván, 1994).

De esta manera la autoobservación, lleva a un segundo ejercicio referido a que el debate en la investigación sobre lo juvenil no dialogó con la política pública, en la que habría primado este imaginario de carencia y déficit en las y los jóvenes. Se puede señalar que esta distancia habría implicado que la investigación social en juventud no nutrió a la política pública y ésta última siguió actuando desde la emergencia y la urgencia, reproduciendo prejuicios o imágenes clásicas-adultocéntricas contenidas en cierta investigación del tiempo post dictatorial o en el sentido común adultocéntrico.

“Por ello, en materias de juventud podemos considerar un avance en la generación y producción de conocimiento especializado, en cantidad y calidad, pero que no ha logrado influir el espacio de la política, ni menos abrir el espacio de debate y disputa de la agenda pública en temas de juventud”. (Dávila, 2001; 10-11. RUD).

Esta dificultad de incidencia de la investigación social en juventud en la política pública, parece haber tenido un proceso distinto en el sentido inverso, ya que la política pública sí habría influido en esta investigación. Se destaca que la producción investigativa estuvo condicionada por la política pública, en tanto desde los diversos espacios institucionales estatales se fue indicando qué, cómo y para qué estudiar juventud en este período.

“La característica fundamental de la gran mayoría de los estudios realizados en juventud, es que se elaboran no sobre una construcción teórica, sino a partir de los problemas juveniles construidos por las instituciones: es decir, a partir de una delimitación institucional, no sólo de la población, sino también de su problemática. Este rasgo permanece y se agudiza durante toda la década de los 90, su mejor ejemplo es, sin duda, el tema de los

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consumos, en concreto el de drogas y alcohol asociado casi en exclusividad al mundo juvenil y sobre todo al mundo juvenil popular”.

(Oyarzún, 2001; 79. RUD).

Para Oyarzún, los asuntos juveniles son abordados a partir de problemas elaborados desde las instituciones y no desde una construcción teórica que problematice determinados asuntos de las realidades sociales y juveniles. Esto lleva a que se produzca una delimitación institucional y que tenga un alto peso en la definición de objetos (teoría y métodos) de estudio sobre lo juvenil. Una evidencia de esta delimitación institucional, se encuentra por ejemplo, en asuntos como delincuencia y consumo de drogas que son asociados casi exclusivamente a mundos juveniles de sectores empobrecidos, planteados como trabas a la transición democrática, en la medida que la Doctrina de Seguridad Ciudadana fue instalándose en el país y logró legitimidad social por la incidencia de los gobiernos de la época (Ramos & Guzmán, 2000),

“Comienzan así a aparecer en el debate público temas como el de la seguridad ciudadana, la apatía política, el rápido descenso en las tasas de inscripción electoral, la violencia en los estadios, el desempleo, el aumento en las tasas de drogadicción y alcoholismo, invadiendo la opinión pública a través de los medios de comunicación. Todos ellos son presentados como asuntos vinculados —directa o indirectamente— con los jóvenes y, en función de ello, a ser percibidos como trabas al proceso de transición a la democracia”. (Oyarzún, 2001; 84. RUD).

También se encuentra en los estudios sobre mujeres jóvenes, en que, además del androcentrismo de los estudios de juventud que ya señalé, se observa ausencia de preocupación institucional, por lo que éstas temáticas no aparecían en su agenda de políticas públicas; lo que se suma al débil esfuerzo de quienes investigaban, por identificar problemas sociales asociados directamente a mujeres jóvenes, y por relevar en aquellos que son mixtos, la presencia y especificidad de lo femenino.

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“Lamentablemente, esta característica será una de los aspectos más importantes que da cuenta de la imposibilidad de construir teóricamente el objeto del estudio que estamos llamando joven mujer. Sobre manera el estudio de la dimensión de la mujer joven, y más aún, pues en ellas, a diferencia de los jóvenes en general, la delimitación institucional es mucho más restringida, a tal punto que identificamos a la mujer joven o a la joven mujer, sólo a partir de temas o problemas asociados a su sexualidad, como si ese fuese el único campo de identificación. De ahí las dificultades en la construcción de la sujeto joven mujer”. (Oyarzún, 2001; 79-80 RUD).

Esta delimitación institucional se nutrió a partir de la investigación social, con lo que en el período anterior denominé como conceptualización limitada, pero ahora agudizada por el androcentrismo señalado.

Otro ejercicio de autoobservación se evidencia en cuestionamientos a las estrategias metodológicas que han sido utilizadas en esta producción investigativa. La cuestión de la consideración de la perspectiva émic es planteada como una alternativa a un modo de conocer que se estaría desarrollando más desde la perspectiva étic. Desde México, Rossana Reguillo lo plantea de la siguiente forma:

“Mientras que en el primer tipo (émic) es el punto de vista del "nativo"

lo que prevalece, se asume por ende que todo lo "construido" y dicho al interior del sistema es necesariamente "la verdad"; mientras que en la segunda vertiente (étic), lo que organiza el conocimiento proviene de las imputaciones de un observador externo al sistema, que no sabe (no puede, no quiere) dialogar con los elementos émic, es decir con las representaciones interiores o nativas”. (Reguillo, 2000; 34).

En esta perspectiva émic se ubican propuestas incluidas en la RUD, que apuntan a la valoración del discurso propio de los/as jóvenes. Le otorgan validez a su propia palabra para construir sentidos en torno al objeto sobre el que se reflexiona, validando la capacidad reflexiva de estos/as sujetos/as jóvenes.

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Necesariamente es un cambio en el contexto de una investigación que desde esta misma autoobservación plantea que no privilegió esta perspectiva en la primera década de producción investigativa. Se critica a los estudios desde la institucionalidad estatal por no abrirse a esta perspectiva émic, trabajando sobre todo “desde fuera” de las dinámicas y significaciones juveniles.

“En este sentido, proponemos rescatar uno de los tópicos que relevaban los jóvenes, el que hablaba del uso de drogas como una opción personal: hacer de la prevención un proceso reflexivo de un sujeto.

No se trata de obviar el discurso médico y la realidad evidente del daño; sí de resituar en el sujeto la capacidad de reflexionar sobre el doble sentido que tiene para el cuerpo el uso de una droga y así resolver, desde sí mismo, desde la relación con su cuerpo/mente y con el objeto-droga, si lo toma o lo deja”. (Ghiardo, 2003; 146. RUD).

A partir de esta búsqueda de una episteme de la cercanía, se cuestiona el uso mayoritario de las encuestas y métodos distributivos-estadísticos (Canales, 2006).

Se critica la construcción social de juventud que se hace desde las encuestas gubernamentales, en tanto ellas responderían a unos modos interesados de legitimar el orden social, relevando que el lugar desde donde se pregunta y analiza no son neutros.

“Este análisis de los temas a preguntar en las encuestas de juventud del INJUV, no pretende criticarlas como «malos instrumentos», sino plantear que son formatos que contienen dentro de sí un proyecto de país y una concepción de juventud, del mundo político y del mundo social. Estas encuestas se construyen para la política estatal dirigida a los jóvenes, y se definen a partir de los intereses y posicionamientos de tales gestiones. Las críticas que se han hecho en torno a lo que no cubren las encuestas, plantean lo que sí debería contener un instrumento que incorpore las construcciones subjetivas de lo social, lo político y la auto percepción ciudadana, pero ello sería un esfuerzo propio de otros intereses y otras apuestas sociopolíticas.

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En definitiva, las encuestas del INJUV son coherentes con los proyectos de la administración estatal, que aspiran a la conservación y legitimación de un orden social de representación que separa radicalmente las dimensiones de lo social y lo político. Lo que queremos hacer notar es que, antes que el dato de la encuesta, está el posicionamiento desde dónde se pregunta, pues ahí radica una construcción social previa de juventud y sociedad que se busca reafirmar con el instrumento”. (Muñoz, 2004; 79. RUD).

Esta crítica al uso de encuestas –debate antiguo en ciencias sociales y en sociología (Cardus & Estruch, 1985; Ibáñez, 1979; Martin Criado, 1998) - parece dicotómica y estereotipada, ya que no necesariamente la encuesta apela a una posición de conocimiento para el dominio, así como lo subjetivo-cualitativo no necesariamente es alternativa a ello, porque diversos estudios con perspectivas cualitativos, como se ha visto en esta investigación, reproducen las tendencias que se critica a los cuantitativos. Si bien hay una preeminencia de los datos estadísticos, por la vía de encuestas en la investigación gubernamental del período, no debe desconocerse que lo cualitativo estaba, en ese período en Chile, recuperando terreno en las ciencias sociales y legitimándose como posibilidad en la tarea de producir dicho conocimiento (Garretón & Mella, 1995).

Otro ejercicio de autoobservación que surge desde lo anterior, es la interrogación por el “lugar social” de quien investiga en el proceso de producción de conocimiento. Para ello en la cita siguiente, los autores proponen un método que superando la cercanía propone la implicación:

“Las nuevas formas de acercamiento metodológico son principalmente empáticas, participativas, y en este caso, con un fuerte compromiso e implicación histórica existencial entre nosotros, los jóvenes investigadores, y los jóvenes investigados. En otras palabras, la mirada y acercamiento a la realidad descansa en nuestra condición generacional-epocal, y lo que es más, descansa en los lazos y vivencias comunes que tenemos como jóvenes participantes de la emergente cultura juvenil. En definitiva, creemos

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que esta condición e implicancia generacional es un plus metodológico cualitativo que nos da la posibilidad de conocer y reconocer nuestro objeto de estudio sin prejuicios, sin estigmas ni distancias que nos impidan ver la riqueza de las expresiones culturales de también nuestro mundo, «el juvenil».” (Moraga &

Solórzano, 2005; 93-94. RUD).

Como se dijo, este tipo de planteamientos ha de comprenderse en el contexto de unas ciencias sociales en el país, que se abrían al uso del método cualitativo y en muchos casos lo hacían desde un debate polarizado con lo cuantitativo54. Por ello una tendencia que emergió en quienes investigaban y enseñaban a investigar, fue autodefinirse de forma excluyente en uno de esos polos y “tomar partido” por dicho método de investigación. Junto a ello se comenzó a reproducir una lógica de argumentación en que para fundamentar su posición, se invalidaba o despreciaba la perspectiva que se consideraba opuesta (Garretón & Mella, 1995).

En ese contexto la cita anterior deja en evidencia la búsqueda del lugar de quien investiga a partir de una radicalización de la postura argumentativa.

De esta manera las interrogantes que pueden plantearse, a partir del señalamiento de Moraga y Solórzano recién citados, es si ¿es suficiente la cercanía generacional para desplegar una mirada desprejuiciada, sin estigmas ni distancias con las y los jóvenes? Si esto fuera así, ¿sólo jóvenes podrían estudiar y producir conocimiento sistemático sobre jóvenes? El riesgo de estas posturas es que pueden pasar de intentar evitar lo adultocéntrico –la episteme de la distancia que plantea Reguillo- a una lógica jovencéntrica, en que es la condición juvenil la que ahora en sí misma poseería la capacidad de control sobre el resto de la sociedad; de otra forma también podríamos señalar que sería una tendencia a juvenilizar la episteme a desplegar, en tanto se asume un esencialismo de lo juvenil que niega la interrelación con y los aportes de otros/as actores/as sociales.

54 También debe considerarse que en el período post dictadura, las ciencias sociales chilenas debieron dedicar esfuerzos para lograr legitimidad social después de años de precariedad e intentos de censura total en la dictadura militar-empresarial (Garretón & Mella, 1995). La autoobservación señalada también es parte de este proceso.

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Así, quienes investigan juventud, hacen constantes ejercicios de autoobservación de sus procesos y de las dinámicas en ellos contenidas. Este balance abre la conversación social, respecto de nuevas formas de elaborar este conocimiento que permitan superar concepciones y métodos que consideran gastadas, estigmatizantes e impuestas desde la institucionalidad. A partir de aquí, en este período se plantean y sistematizan nuevas perspectivas de análisis que profundizan las crisis del paradigma adultocéntrico, siguen abriéndose pistas de cómo enfrentarlo en la investigación en juventud y se sugieren alternativas a ello.

Esto en un contexto de coexistencia de este paradigma clásico con estas nuevas perspectivas.

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