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Adultocentrismo: nociones iniciales

Capítulo 2. Criterios teóricos del objeto de investigación

2.5. Adultocentrismo: nociones iniciales

A modo de sistematización de este capítulo teórico, presento a continuación una articulación de los diversos conceptos planteados en el contexto de la episteme presentada. Como concreción de este ejercicio analítico comprensivo, presento el avance previo a la realización de esta investigación, que he producido sobre adultocentrismo, así como los aportes de otros/as investigadores/as. Como ya adelanté se trata de una categoría –adultocentrismo- de poco uso, ya sea en su acepción de sistema de dominio como de paradigma.

Como acabo de exponer, la sociología y otras ciencias sociales, que se han propuesto dar cuenta de los sistemas de dominio en las sociedades y culturas a través del tiempo, han contribuido con un conjunto de categorías y perspectivas teóricas, que permiten la reconstrucción de los procesos y situaciones históricas en que se producen y reproducen dichos modos de organización, la comprensión de lo social en su complejidad y conflictividad, así como la elaboración de posibles alternativas a esos contextos y formas de dominio.

En un plano político, se plantea el carácter histórico-ancestral de estas formas de dominio –en el paso de los agrupamientos nómades a los modos sedentarios de vida y organización (Lerner, 1986; Meillassoux, 1982)-, así como las continuidades y cambios, las luchas y dilemas que en torno a ellas se han provocado, y las vinculaciones directas e indirectas que entre cada uno de estos sistemas de domino se pueden reconocer (Gallardo, 2006; Kirkwood, 2010).

En un plano epistemológico, tal como ya señalé, se pueden observar las constelaciones que se producen por las relaciones entre estos sistemas. Sin embargo, en las perspectivas recién señaladas, constatamos que no necesariamente se abordan de forma sistemática los modos de estructuración de las relaciones que remiten a una cierta distribución de posiciones que para cada

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edad o grupo de edades, se ha elaborado en diversas épocas, en torno a unas tareas que les corresponderían en el ciclo vital. El dato etario ha sido considerado como productor de propiedades intrínsecas en las y los sujetos y con ello se ha producido la naturalización de los atributos que a cada edad se le han asignado como esencia. Esto ha impedido, que se problematice el uso arbitrario de la edad (Bourdieu, 1990; Duarte, 2001) y se la ha consolidado como una variable explicativa de lo social. Interrogarse, por los usos asimétricos y unilaterales de las edades y sus efectos en la constitución de sociedad y cultura, ha estado mayormente ausente en la producción científica, y cuando se la incorpora no se ha sistematizado una perspectiva que le otorgue un status explicativo similar o al menos en diálogo con las otras perspectivas señaladas, o simplemente se le ha resuelto con la naturalización indicada (Sagrera, 1992).

No se han considerado estas relaciones entre grupos de edad como estructurante de un cierto sistema. Se observa claramente lo referido a clases en disputa, a patriarcado y racismo, pero no se asume que el trato que ancestralmente se le ha dado a niños, niñas y personas consideradas jóvenes, responde a una constitución de carácter sistémico en nuestras sociedades. Así, la ausencia de estos/as sujetos/as en los análisis de los diversos agrupamientos humanos a través de la historia, sus roles, sus condiciones de vida, sus posibles aportes y otras inquietudes analíticas, han sido recurrentes; se ha tendido a su invisibilización como actores de las sociedades en que viven y no se ha enfatizado en la condición sistémica de las relaciones de edad, más bien se ha reforzado la construcción de imaginarios que la conciben como un dato natural incuestionable (Bourdieu, 2000). A partir de este planteamiento, en esta Tesis sostengo que este adultocentrismo está directamente vinculado con la existencia de patriarcado en su procedencia y emergencia, y que éste le contiene y refuerza en su reproducción.

Al agudizar la mirada sistémica sobre esta condición de dominio, una cuestión que llama la atención y produce sospechas analíticas es que cuando desde diversas perspectivas se elaboran explicaciones sobre la constitución de sociedades organizadas en función de antagonismos de clases y/o de género, en algunos casos, se mencionan las situaciones que niños, niñas y personas

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consideradas jóvenes –según la época de la que se trate- viven en dicho contexto. Esta mención establece las condiciones de dominio –indicada como subordinación, vulnerabilidad, entre otras- que a estos individuos les afecta, en relación directa e indirecta con la matriz global que se está analizando –por ejemplo género y/o clase-. Sin embargo, en dichos planeamientos no se incluyen referencias conceptuales, que denoten el tipo de asimetría que ello implica para estas personas, en tanto son consideradas menores, sino que esa condición de minoridad es subsumida dentro de las otras. Por ejemplo, en el caso del patriarcado, las teorizaciones sobre los orígenes el mismo, señalan como ejes centrales de su constitución, la apropiación por parte de ciertos grupos de varones de las capacidades productivas y reproductivas de las mujeres y junto a ellas de sus hijos e hijas, y la elaboración de unas representaciones simbólicas que las legitiman. Pero, las implicaciones que este proceso ha tenido en estos niños y niñas como proveedores de fuerza de trabajo, de la regulación de sus sexualidades y otras formas de dominio, si bien se mencionan, no se ha avanzado en elaborar una conceptualización que la explique en su propia especificidad sistémica (Lerner, 1986; Meillassoux, 1982)30.

En términos de clases sociales, se plantean en diversos momentos históricos que la distribución de posibilidades en el acceso o clausura a bienes y riquezas está condicionado por las posiciones que se experimentan en cada tipo de estructura social (Bourdieu & Passeron, 2003; Dávila, Ghiardo, & Medrano, 2005). Para ello la incorporación a las vías institucionales de acceso es considerado una condición indiscutible si se quiere conseguir dichos propósitos. Sin embargo, no siempre se profundiza en la consideración de qué implica la condición y/o posición que los/as sujetos/as jóvenes experimentan de acuerdo a su situación generacional para conseguir dichos accesos. Más bien, el tipo de análisis que se ha consolidado es aquel que inscribe su mirada en un imaginario reificado del ciclo vital que naturaliza dichos análisis al construir sus explicaciones enfatizando las responsabilidades que las y los jóvenes tendrían en conseguir o no los accesos señalados.

30 En ese sentido es pertinente y desafiante el planteamiento que propone realizar “un acto de justicia epistemológica” evidenciando el carácter del adultocentrismo en la historia (Salazar &

Pinto, 2002).

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A partir de este planteamiento, sostengo que el adultocentrismo está directamente vinculado con los modos de producción en cada momento histórico y que éstos refuerzan la condición adultocéntrica para su mutua reproducción. En la contemporaneidad el capitalismo se nutre del adultocentrismo para su reproducción y este adultocentrismo se fortalece en su despliegue en este contexto de capitalismo con ideología neoliberal.

Así, en su doble acepción de sistema de dominio y de paradigma, el adultocentrismo se establece a partir de cómo en cada sociedad se imponen a las personas consideradas menores, unas ciertas posiciones en la estructura productiva, reproductiva e institucional y se construyen unos imaginarios que legitiman dichas posiciones en base a una cierta concepción de las edades y sus tareas. Estas imposiciones tienen una doble composición: material y simbólica.

En el plano material, articulado por procesos económicos y políticos institucionales, en mi producción previa a esta investigación, he conceptualizado adultocentrismo como:

“un sistema de dominación que delimita accesos y clausuras a ciertos bienes, a partir de una concepción de tareas de desarrollo que a cada clase de edad le corresponderían, según la definición de sus posiciones en la estructura social, lo que incide en la calidad de sus despliegues como sujetos y sujetas. Es de dominación ya que se asientan las capacidades y posibilidades de decisión y control social, económico y político en quienes desempeñan roles que son definidos como inherentes a la adultez y, en el mismo movimiento, los de quienes desempeñan roles definidos como subordinados:

niños, niñas, jóvenes, ancianos y ancianas. Este sistema se dinamiza si consideramos la condición de clase, ya que el acceso privilegiado a bienes refuerza para jóvenes de clase alta, la posibilidad de –en contextos adultocéntricos- jugar roles de dominio respecto, por ejemplo, de adultos y adultas de sectores empobrecidos; de forma similar respecto de la condición de género

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en que varones jóvenes pueden ejercer dominio por dicha atribución patriarcal sobre mujeres adultas”. (Duarte, 2012; 9-10).

Así, concibo adultocentrismo como un sistema de dominación que se fortalece en los modos materiales capitalistas de organización social. No es que antes del capitalismo no existiera, sino que, como ya señalé, este modo de producción se sirve de dicho sistema para su reelaboración continua en lo económico y político.

Para reproducirse también se han desplegado mecanismos en el plano de lo cultural y simbólico, por lo que significo a este adultocentrismo en procesos del orden sociocultural, como:

“un imaginario social que impone una noción de lo adulto –o de la adultez- como punto de referencia para niños, niñas y jóvenes, en función del deber ser, de lo que ha de hacerse y lograr, para ser considerado en la sociedad, según unas esencias definidas en el ciclo vital. Este imaginario adultocéntrico constituye una matriz sociocultural que ordena –naturalizando- lo adulto como lo potente, valioso y con capacidad de decisión y control sobre los demás, situando en el mismo movimiento en condición de inferioridad y subordinación a la niñez, juventud y vejez. A los primeros se les concibe como en 'preparación hacia' el momento máximo y a los últimos se les construye como 'saliendo de’. De igual manera, este imaginario que invisibiliza los posibles aportes de quienes subordina, re visibiliza pero desde unas esencias (que se pretenden) positivas, cristalizando nociones de fortaleza, futuro y cambio para niñez y juventudes”. (Duarte, 2012; 15-16).

Como señala Feixa, la adultez, desde Platón y Aristóteles, se ampara en “el elogio al intermedio justo”, referido al varón de mediana edad, que es quien tiene todas las condiciones de legitimidad para ejercer poder de dominación en la sociedad

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(Feixa, 1998; 29); esto reafirma la vinculación antes abordada por ejemplo, entre adultocentrismo y patriarcado31.

He señalado antes que casi no se encuentran referencias explícitas y con un despliegue sistemático sobre esta categoría que denomino adultocentrismo. En un texto –originalmente del año 1963-, se utiliza la noción sin hacer un despliegue mayor de la categoría, ni explicar su origen.

“Objetivamente (y al final la adolescencia es una parte de la vida vivida), las actitudes formativas y las orientaciones, los talentos y los compromisos, las capacidades e incapacidades que se desarrollan, afectan las diversas formas de adaptación de los adolescentes en los mundos adultos, que más o menos facilitan u obstruyen su final reclutamiento dentro de un medio adultocéntrico” (Berger, 2008;180).

En la región latinoamericana, lo encontramos en diversos autores/as, pero nuevamente sin un despliegue conceptual que detalle los límites y posibilidades de la categoría. En una conceptualización que lo vincula con patriarcado se señala:

“El adultocentrismo es la categoría pre-moderna y moderna “que designa en nuestras sociedades una relación asimétrica y tensional de poder entre los adultos (+) y los jóvenes (-)...Esta visión del mundo está montada sobre un universo simbólico y un orden de valores propio de la concepción patriarcal” (Arévalo, 1996; 46, 44).

En este orden, el criterio biológico subordina o excluye a las mujeres

31 Dos cautelas analíticas en lo que he avanzado hasta antes de esta investigación: el adultocentrismo como matriz socio cultural, no implica contar con una clave que “explica todo”, y que por su sola referencialidad otorgará respuestas totales para diversas situaciones sociales;

más bien se trata de un sistema de relaciones económicas y político institucionales y de un imaginario de dominación de las sociedades capitalistas y patriarcales, que al ser develados como tales, aportan en la mejor comprensión de las dinámicas sociales. Para ello requiere de contextualización y consideración de algunas especificidades sociales en su utilización, tal que mantenga un rendimiento que permita identificar las expresiones manifiestas y latentes de este dominio, así como aquellas posibilidades de transformación. Otra cautela refiere a que este adultocentrismo, como sensibilidad dominante y violenta, es asimilado como subjetividad (Bourdieu, 2000) y opera como una suerte de identificación inercial (Gallardo, 2005) en quienes observamos como víctimas de este imaginario: niñas, niños, jóvenes y adultos/as mayores.

Estos/as llevan el adultocentrismo dentro de sí, lo asimilan y reproducen tanto en sus relaciones con las personas mayores en edad, como con quienes son considerados menores que ellos/as

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por razón de género y a los jóvenes por la edad. Se traduce en las prácticas sociales que sustentan la representación de los adultos como un modelo acabado al que se aspira para el cumplimiento de las tareas sociales y la productividad”. (Krauskopf, 1998; 124).

Centrado en la idea de que lo adultocéntrico es asunto de adultos sobre jóvenes, se plantea que:

“El Adultocentrismo destaca la superioridad de los adultos por sobre las generaciones jóvenes y señala el acceso a ciertos privilegios por el solo hecho de ser adultos. Ser adulto es el modelo ideal de persona por el cual el sujeto puede integrarse, ser productivo y alcanzar el respeto en la sociedad”. (UNICEF, 2013; 14).

Mientras que, en referencia a las construcciones que desde el mundo académico se han hecho sobre jóvenes y juventud, se plantea que ellas han tenido un carácter adultocentrista, en tanto:

“el parámetro de validez de muchos de los estudios sobre lo juvenil es legitimado desde el mundo adulto. Asimismo, muchos estudios son realizados por personas (adultas o jóvenes) que consideran que desde su lugar (como investigadores/as) saben lo que piensan, necesitan o sienten las personas jóvenes, sin tomar en cuenta la opinión de las y los jóvenes; o si lo hacen, las utilizan para ilustrar o ejemplificar conclusiones predeterminadas en sus estudios”. (Alpízar

& Bernal, 2003; 19).

Se trata de una noción atractiva, que llama la atención en su novedad –porque refiere a fenómenos que se observan, pero que no se han conceptualizado: las situaciones de dominio que experimentan las personas consideradas menores en nuestra sociedad-, pero que no ha contado con la atención necesaria que permita su profundización y precisión en lo que refiere a su capacidad explicativa, usos, potencialidades y limitantes.

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Una de las interrogantes que está en los orígenes de esta investigación, y que ya adelanté, es que la ausencia de una conceptualización sistemática, que sea conocida y compartida en la sociedad, que caracterice el sistema de dominio que se produce, por efectos de la connotación impuesta a las edades en cada época y sociedad, ha posibilitado que se construya un relato histórico sin la presencia de jóvenes. Si bien la existencia de estos/as sujetos/as no ha sido permanente en los diversos modos de organización social, desde mediados del siglo XIX en América Latina, El Caribe y Chile se ha desplegado, como he señalado, un proceso de emergencia y consolidación de este grupo social; aun así, su ausencia en este relato histórico es notoria y más bien lo que se constata es la producción de una historia sin jóvenes, en que son las y los adultos principalmente quienes asumen protagonismo (Salazar & Pinto, 2002). La no consideración de estos actores jóvenes, y la consecuente construcción de la adultez y de lo adulto como universal simbólico, ha implicado la ausencia de una perspectiva histórica que ponga de relieve su presencia y posibles aportes en sus sociedades. Esto implicaría posiblemente la consideración de las y los diversos actores que se articulan – aceptación/rechazo- en los escenarios sociales, asumiendo la relevancia de sus vínculos generacionales como modo explicativo de sus relaciones y del tipo de sociedad que ello evidencia.

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