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Antecedentes contextuales de la post dictadura

Capítulo 1. El contexto de la investigación social chilena sobre lo juvenil juvenil

1.1. Antecedentes contextuales de la post dictadura

Diversos autores, caracterizan la situación mundial en los últimos 25 años, principalmente desde cuatro procesos socioculturales, que se han desplegado de manera simultánea: la mundialización/globalización8, la individualización, el despliegue de las tecnologías de la información, y los modos de hacer política desde los gobiernos y desde la sociedad civil (Bauman, 2002; Beck, 1999;

Gallardo, 2005; Llena & Úcar, 2006). Cada uno de dichos procesos, está también en desarrollo e incidiendo en América Latina y El Caribe, y en específico en Chile.

Las sociedades de esta región constituyen espacios relacionales con marcados procesos de segregación económica, de conflictos manifiestos y latentes en las esferas políticas y culturales, y también se trata de sociedades dependientes que se han incorporado a dos de los procesos antes mencionados de manera inducida. En la mundialización y en el despliegue tecnológico, las sociedades de la región latino caribeñas se han visto involucradas por la fuerza de los hechos provocados en las potencias económicas de América y Europa (Gallardo, 1995).

Los procesos de mundialización y despliegue tecnológico en la región han evidenciado el carácter diferenciado y asimétrico de ambos procesos:

diferenciado porque no se han dado de la misma manera en las sociedades del globo y ello depende directamente de su posición en la estructura de relaciones de fuerzas que por siglos se han asentado en el capitalismo; y asimétrico, en tanto ha producido extraordinarias ganancias para un mundo rico que se desarrolla a alta velocidad y ha develado vulnerabilidades extremas en un mundo pobre masivo y que recibe mayormente los sobrantes de esta actual forma de desarrollo (Gallardo, 1995)

8 Para esta Tesis he privilegiado el concepto de mundialización en vez de globalización, porque da mejor cuenta del modo en que, en América Latina, este proceso inducido y asimétrico se ha experimentado, tal como se explica más adelante. Un debate pormenorizado se puede encontrar en (Dierckxsens, 2007) y (Gallardo, 2005).

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Por su parte, los procesos de individualización propios de las tensiones que ha sufrido la lógica y racionalidad con que se desplegaba la modernidad en las sociedades de la región, ha tendido más bien a transformarse en procesos de individualismo (Robles, 2005) de la mano de lógicas de seguridad ciudadana – versión democratizada y civil de la doctrina de seguridad nacional, en que se pasó del enemigo externo por razones ideológicas y políticas del tiempo de dictaduras militares-empresariales, al enemigo interno por amenaza contra la propiedad privada en tiempos de gobiernos civiles en la región- (Ramos & Guzmán, 2000).

Así, estos procesos de ensimismamiento, lejos de producir potenciamientos y autonomías de las y los individuos, más bien están derivando en situaciones de egoísmo social, que están sostenidas en relaciones de abierta desconfianza al otro u otra, a quienes se percibe como amenaza en contextos de alta precarización (Figueroa, 2003) Estos procesos en su variante economicista han dado pie a la gestación de la ideología del emprendimiento, que amparada en la idea de surgir y crecer, promueve los esfuerzos individuales como estrategia para salir de la precariedad. En esta ideología, lo colectivo y las transformaciones estructurales no son condición de posibilidad para su logro, sino que incluso pueden llegar a ser consideradas como un obstáculo.

En referencia a los modos de hacer política, nuestra región viene mostrando, desde el período en que se consolidaba el fin de las dictaduras militares y se producía la instalación de gobiernos civiles, procesos que tienden a la fragmentación social, a la autonomía de esferas vitales como el Estado y la política, y fuertemente en la región, procesos de corrupción del ámbito político, como una

“tendencia a configurarse como un espacio autónomo de intercambio de privilegios derivados de posiciones de poder entre los actores políticos que dejan de ser interlocutores del conjunto de una sociedad 'bien ordenada' (sociedad civil) y pasan a ser interlocutores para sí mismos” (Gallardo, 1995; 20).

Se plantea entonces una evidente contradicción en que “junto a los notables éxitos de la modernización existe un difuso malestar social” (Lechner, 2007; 434).

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Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, los indicadores macroeconómicos y macrosociales considerados como buenos, no otorgan necesariamente sentimientos de seguridad y protección en la población (PNUD, 1998). Esta condición societal se puede observar empíricamente en tres ámbitos:

i) el miedo a la exclusión: a pesar de las amplias ofertas existentes para acceder a bienes materiales, la población manifiesta incerteza e inseguridad para lograr aprovechar esas oportunidades, lo que provoca “fuertes sentimientos de inequidad y desprotección” (Lechner, 2007; 434). Dicho temor se acentúa en el contexto ya señalado de desconfianza en las relaciones interpersonales; ii) el miedo al otro: en Chile mientras se mantienen las tasas de criminalidad, la percepción de temor en la población aumenta exponencialmente (Ramos &

Guzmán, 2000), lo que expresa metafóricamente un conjunto de desconfianzas en que la presencia de otros/as concebidos/as como extraños/as es significada como potencial agresión. Los vínculos sociales debilitados y la ideología de no alternativas profundizan en esta situación (Gallardo, 1995); y iii) el miedo al sinsentido: diversos problemas sociales que se verifican en la actualidad – aceleración de la cotidianidad, contaminación medioambiental, consumos de drogas de diverso tipo, violencias naturalizadas-, inciden en una percepción de “la vida social como un proceso caótico” (Lechner, 2007; 435). Los referentes institucionales habituales (familia, escuela, trabajo, nación) son percibidos como desprovistos del influjo estructurador que tuvieron en el pasado, y aumenta la sensación de tensión para la elaboración de sentidos propios en un proyecto de vida.

De esta forma, una de las características matrices de esta época es que crece en la población la percepción de no ser parte de “una modernización que parece avanzar a sus espaldas ni es la beneficiaria de las nuevas oportunidades”

(Lechner, 2007; 435) que se anuncian. A este contexto algunos autores, le denominan capitalismo salvaje (Borón, 2003; Dierckxsens, 2007); de esta forma dan cuenta de los altos costos que está implicando su despliegue actual en vastos sectores de la población que, desde las diversas esferas de su vida, padecen empobrecimiento, vulnerabilidad y exclusión.

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La instalación en el país de gobiernos civiles posteriores a la dictadura militar implicó, respecto del modo de organización de la economía, fundamentalmente su profundización en la misma línea que ya se había impuesto. La disociación de los ciclos productivos y de acumulación se mantuvo: una baja cuota de trabajo añadido en las materias primas que se exportan; desarrollo hacia afuera, fortaleciendo el sector exportador; crecimiento del sector servicios como eje del mercado laboral interno; fortalecimiento de la generación de capital propio –vía sistema de pensiones y de salud privatizados- que puede ser negociado en mercados externos fortaleciendo al sector financiero especulativo; firma de Tratados de Libre Comercio con países potencias –de América del Norte, de Asia, de Europa y no en América del Sur-.

En este contexto, de gobiernos civiles, las variaciones en la organización familiar y laboral se profundizaron en la dirección que había marcado la dictadura. En las familias se consolidó la salida de las mujeres fuera del espacio doméstico, elevándose su participación en la fuerza de trabajo9, pero con salario menor que los varones con iguales credenciales educacionales y carga laboral similar (Valdés, 2009); y continuó el aumento de hogares con mujeres ejerciendo la jefatura económica10. Para los varones, un efecto interesante del período, fue la modificación sustantiva en la política pública de atención a los sectores empobrecidos -servicios de salud, educación, previsión, vivienda, etc.- que hasta antes de la modernizaciones dictatoriales ingresaba a la familia popular a través del varón como jefe de hogar; en los últimos treinta años esta política pública comenzó a focalizarse más en la mujer que hace de cabeza del hogar11. Esto es un indicador de la modificación de los patrones considerados tradicionales en la conformación de las familias chilenas de sectores medios y empobrecidos, sin embargo, esta modificación no ha alcanzado a los patrones de género que se han mantenido en lógica patriarcal:

9 En 1990, un 19,7% de las mujeres contaba con empleo, y en el 2000 esa cifra subió a un 42%

(MIDEPLAN, 2000).

10 Para 1990, el 20,2% de los hogares tenía jefatura femenina, mientras que en el 2006 esa cifra subió a 29,7% (MIDEPLAN, 2006).

11 La acción privatizadora de diversos servicios básicos, la modificación de las condiciones laborales y de composición familiar, han llevado a que esa política de tipo redistributiva busque a través de múltiples asignaciones específicas –con formato de subsidios- paliar las condiciones de empobrecimiento de la población y para ello la mujer ha sido su referencia, ya no el varón (Olavarría, 2000).

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“El proceso de transformación de la vida privada, presenta a nuestro modo de ver rasgos singulares en la sociedad chilena que podemos denominar tradición selectiva en la medida que se conservan elementos de la familia y patrones de género tradicionales, aun cuando se incorporen elementos nuevos (distintas formas de ejercicio de la paternidad, aumento de la participación laboral femenina, formas emergentes de familia) que varían según capital cultural” (Valdés, 2009; 23).

Estas transformaciones que se evidenciaron en el ámbito familiar durante el siglo XX y comienzos del XXI (Jelin, 2010) en su carácter de unidad productiva, en su relación con las instituciones sociales del Estado y otros servicios, en las vinculaciones para la reproducción y los lazos de parentesco, no implicaron alteraciones de las lógicas adultocéntricas y patriarcales que la han caracterizado desde antiguo. Estos cambios no lograron llegar a las relaciones de domino y ejercicio de poder de control en estos espacios, más bien han mutado las formas de dicho ejercicio, lo que llama la atención respecto de las experiencias que ahí despliegan las y los jóvenes (Gallardo, 2005; Jelin, 2010; Valdés, 2009).

Estas transformaciones epocales asentaron la emergencia de juventud en Chile y su consolidación en todas las clases y géneros, ello complementado con la producción de unos imaginarios sociales12 que permitían elaboraciones que nombraran y dieran coherencia a esa emergencia; de esos imaginarios dio cuenta la investigación social sobre lo juvenil que se divulgó en la RUD y en ellos se centra este objeto de estudio.

12 Asumo la noción de imaginarios sociales –propuesta originalmente por Castoriadis, y desarrollada en América Latina y Chile por los autores ahora citados- como “figuras interpretativas de nuestro entorno que le otorgan plausibilidad a una determinada interpretación de ‘la realidad social’, en la medida que dicha interpretación –en sus grandes rasgos- es socialmente compartida”

(Baeza, 2008; 105; Cristiano, 2009). Para Bourdieu en tanto, refiere a una estructura de tipo similar a la de sexo o clase, que funcionan poniendo límites para definir un cierto orden, estableciendo pautas de comportamiento y posicionamiento en dicha estructura (Bourdieu, 1990).

Se trata de unos mecanismos que orientan la percepción, por lo que imaginarios sociales implica la elaboración que resulta de la acción de dichos mecanismos. En el marco de esta Tesis interesa dar cuenta de esas elaboraciones.

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