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Ni teísmo ni enciclopedismo. Antecedentes y circunstancias del NHM

El Natural History Museum (NHM), tal como se conoce en la actualidad, abrió oficialmente sus puertas al público, en el año 1881, pero sus orígenes se remontan en realidad a 1753. En ese año, en el barrio de Bloomsbury, en Londres, se fundó el British Museum, cuyo contenido fue constituido con la enorme colección legada, tras su muerte, por el médico y coleccionista británico Hans Sloane (1660-1753). La colección estaba compuesta, entre otras cosas, por libros, grabados, dibujos, flora, fauna, medallas y manuscritos. La parte de esa colección que incluía esqueletos, plantas y fósiles constituía el Departamento de Historia Natural del British Museum.

Para entonces, Gran Bretaña había consolidado su dominio como primera potencia política y comercial. Empezó a estar presente en prácticamente todo el mundo. Fue el momento de la conformación del imperio británico. Los científicos dedicados a las ciencias naturales extraían de las colonias todo tipo de especies de plantas y animales. Fueron enriqueciendo así sus colecciones que eran exhibidas en sus museos.

Hacia la década de 1860, el edificio del British Museum resultaba ya insuficiente para acomodar no únicamente las colecciones existentes, sino también aquéllas que eran recibidas año tras año. Richard Owen (1804-1892), entonces superintendente del Departamento de Historia Natural, convenció al Board of Trustees del museo sobre la necesidad de trasladar a otro lugar las colecciones de ese departamento1 (House of Commons, 1860).

Owen mantenía la idea de proporcionar, a través del museo, una educación de tipo enciclopedista, que serviría como un modelo de la creación divina. Pretendía que en el nuevo museo, el público pudiera apreciar, en su totalidad, las especies relacionadas por

grupos, exhibiendo los especímenes más representativos de cada uno de estos grupos (Owen, 1862). Pero ni esa concepción de la historia natural como el estudio del trabajo del Creador ni el proyecto enciclopédico para el nuevo museo, eran compartidas por la mayoría de los científicos de la época. Entre los que discrepaban con la visión teísta de Owen estaba Thomas H. Huxley (1825-1895), que promovía una visión secular y progresista de la misma y que defendían la continuidad evolutiva propuesta por Charles Darwin (1809-1882). El grupo de naturalistas que pensaba como Huxley, consideraba que el público sólo necesitaba conocer una selección cuidadosa que ejemplificara la extensión de la naturaleza, mientras que la mayor parte de las colecciones debía reservase para el uso de los estudiantes y especialistas.

Esa diferencia en la manera de entender el museo reflejaba, a su vez, las dos interpretaciones en conflicto de la teoría de la evolución, principalmente en lo que se refiere a los dinosaurios y al ser humano. Desde un par de décadas antes del traslado del NHM fuera de Bloomsbury, Owen y Huxley sostenían una controversia pública sobre cómo interpretar la teoría propuesta por Darwin y ahora trasladaban sus diferencias al tema de la función del museo. Ambos entendían que un museo dedicado exclusivamente a la historia natural podría ser aprovechado para instruir al público sobre sus interpretaciones tan diferentes de la evolución. En consecuencia, el NHM era también entendido como un espacio para la consolidación o la atenuación de aspectos controvertidos de la ciencia como el darwinismo (Bennett, 2004).

Como se verá inmediatamente, desde el momento de la planificación del nuevo edificio, Owen basó muchas de sus decisiones para el diseño arquitectónico y expositivo, en su concepción de la teoría evolutiva, que disentía en muchos aspectos de la de Darwin. Con el tiempo se impuso la propuesta de Owen de un museo unificado, donde el público y los especialistas, por igual, tendrían acceso a toda la colección. No sería hasta después del retiro de Owen en 1884 que el cambio de dirección del museo permitió que la perspectiva darwiniana de la evolución que defendía Huxley ingresara a ese espacio público.

1.1.1 Esquema de un museo/catedral en South Kensington

El sitio elegido para trasladar las colecciones fue el barrio de South Kensington, que en 1862 había albergado la segunda Exposición Universal de Londres (la primera fue la de 1851). El arquitecto que ganó el concurso para diseñar el nuevo NHM fue Francis Fowke, el mismo que había diseñado el edificio que acogió la Exposición Universal, trabajo que no había sido del agrado de muchos. Sin embargo, Fowke murió repentinamente en 1865 y el gobierno se vio obligado a ceder el contrato a Alfred Waterhouse, un arquitecto prácticamente desconocido. Entre 1873 y 1881 se construyó el nuevo edificio que albergaría el NHM y en 1883, las colecciones fueron finalmente trasladadas a ese espacio.

El NHM seguía dependiendo del British Museum y compartiendo su mismo Board of Trustees, cosa que no cambiaría hasta 1963, cuando el Parlamento británico decidió asignar un Board of Trustees distinto para ambos museos. De hecho, el nombre oficial del museo fue British Museum (Natural History) hasta 1992, año en que fue rebautizado como Natural History Museum (NHM), según el documento Museums and Galleries Act 1992 (Her Majesty’s Stationery Office, 1992). Así es como se denominará al museo el resto del trabajo.

En el diseño de la estructura física del majestuoso edificio del NHM, Waterhouse incorporó en buena medida elementos del estilo románico, con el fin de que el museo luciera como una catedral de la ciencia, tal como deseaba Owen. Aunque el arquitecto de este esquema museo/catedral en su conjunto fue Waterhouse, Richard Owen planificó buena parte del diseño de su estructura interna.

Como han señalado diversos estudiosos de la relación existente entre arquitectura y ciencia como Sophie Forgan (1994; 2005) y Carla Yanni (1996; 1999), la arquitectura de los edificios que alojan a los museos de historia natural ayuda a estructurar y a hacer evidente al público la forma en que se entiende el mundo natural. Es decir, la presentación

de la naturaleza en los museos se extiende más allá de la forma y la ubicación de las exposiciones en sí y se vale también de las formas arquitectónicas.

En este caso, Owen consideraba que, la distribución de los objetos y la estructura física del museo, en conjunto, le permitiría presentar una visión alternativa de la evolución.

Disentía de la teoría de la evolución tal y como la propuso Charles Darwin en 1859 en su libro The Origin of Species, principalmente porque no compartía la idea de la continuidad evolutiva entre todas las especies, incluida la humana. Para inhibir, mediante la estructura espacial, la continuidad evolutiva entre las formas de vida extintas y las vivientes colocó la sala central del edificio atravesando y, al mismo tiempo, dividiendo las galerías: en el lado este del edificio, las especies extintas y en el oeste, las especies vivas (Yanni, 1999; Bennet, 2004). Así fue como tomó forma el diseño arquitectónico del NHM (ver Figura 1.1).

Figura 1.1 Distribución original de las exposiciones en la planta baja del Natural History Museum de Londres (Yanni, 1996: 291).

Cuando finalmente el NHM abrió sus puertas en 1881, tanto la división de las especies en vivientes y extintas como la planificación enciclopédica que reflejaba el museo eran manifestaciones de una concepción de la ciencia con la que no comulgaba casi ninguno de los contemporáneos de Owen. Por otro lado, Owen asumía que el público tenía el suficiente conocimiento y entusiasmo para apreciar y comprender las exposiciones, aunque también era consciente de la necesidad de incorporar estrategias pedagógicas para ayudarlo en su tarea educativa.

1.1.2 La cara pública del museo. Exposiciones y educación

Previo a la construcción, Owen proponía que las funciones educativas del NHM podrían alcanzarse mediante tres exposiciones. La primera consistiría en proporcionar una visión básica para los más ignorantes de la historia natural. La segunda contaría con “una serie de especímenes expuestos tan completa y tan bien mostrada que le permita [al coleccionista amateur] identificar su propio espécimen [comparándolo] con uno allí etiquetado con su nombre y localidad adecuados”. Finalmente, la tercera ofrecería una “visión integral, filosófica y conectada de las clases de animales, plantas o minerales” para apreciar cabalmente el trabajo de Dios (Owen, 1862: 116, 117).

Una vez que las colecciones fueron trasladadas a South Kensington en 1883, los tres tipos de exposición fueron distribuidos en las galerías. La Sala Central se reservó para la primera de ellas, una exposición introductoria al resto de las colecciones del museo, lo que se conocería como Index Museum (ver Figura 1.2).

La Sala Norte albergó la segunda, para exhibir especímenes representativos de la zoología británica. En el resto de las galerías se montó el tercer tipo de exposición, que consistía en exponer una vasta cantidad de especímenes ordenados taxonómicamente. Sin embargo, la selección de los mismos tuvo que limitarse a aquellos que podían preservarse de forma permanente, lo que impidió la visión integral, filosófica, y conectada de la

naturaleza que Owen había propuesto años antes (British Museum (Natural History), 1906:

99).

Figura 1.2 Index Museum en 1895. La exposición estaba ubicada en los pasillos laterales de la sala. El área central estaba reservada para los especímenes de grandes proporciones y para exposiciones temporales (NHM Pics, s.f.).

Adicionalmente, para llevar a cabo la tarea educativa del museo, Owen contemplaba que el conservador jefe de cada clase o departamento debía impartir una serie anual de conferencias. Éstas debían cubrir temas tan diversos como la clasificación, los hábitos, los instintos y los usos económicos de dicha clase (Owen, 1862: 112-113). Además, como complemento de los especímenes, debían utilizarse otras técnicas expositivas como modelos, dibujos a color y demostraciones mediante el microscopio. Sin embargo, Richard Owen se retiró en 1884 sin que esa serie de conferencias se llevara a cabo y, con el paso de los años, se asentó firmemente la opinión de que los especímenes podían hablar por ellos mismos. Esta perspectiva suponía que la tarea del museo consistía en proporcionar a los ciudadanos la oportunidad de educarse a sí mismos acerca del mundo natural y ellos sacarían sus propias conclusiones2.

Después de la desaparición del puesto de superintendente ocupado por Owen, William Henry Flower (1831-1899) fue elegido el primer director del nuevo NHM. Al igual que Owen, Flower era experto en anatomía comparada, sin embargo, éste último compartía el entusiasmo de su amigo Thomas Huxley por una interpretación darwiniana de la evolución.

Por esa razón, la presentación de la ciencia que el museo ofrecía al público, de acuerdo con

los planes de Owen, le resultaba anticuada y absurda (Yanni, 1996; 1999). Rechazaba, en particular, el carácter enciclopédico del museo, pues a su entender, éste debía estar compuesto por exposiciones educativas cuidadosamente seleccionadas, similar a la idea promovida por Huxley. Flower también se quejaba de la arquitectura del museo por negar la evolución darwiniana, o por lo menos, ignorarla mediante la división artificial impuesta por Owen entre las especies vivientes y las fósiles, es decir, entre la biología y la paleontología (Yanni, 1996).

A lo largo de su periodo como director del museo, abogó por dar a las exposiciones una mayor precisión científica, ajena a cualquier connotación religiosa y que reflejara la concepción secular de la biología más contemporánea. Insistió también en la necesidad de hacer más claras las exposiciones mediante la disposición de los especímenes en las vitrinas y el uso de etiquetas informativas. Para ello proponía experimentar con aspectos como los colores, la tipografía y la redacción, cuestiones generadoras de diversas discusiones entre los miembros de la Museums Association, desde su fundación en 1889.

Flower pensaba que dándole una mayor prioridad al modo en que se debía organizar y etiquetar una exposición, haría a ésta más clara y comprensible para un público cada vez más amplio y diverso (Flower, 1898). Este cambio de enfoque al interior de los museos no consistía únicamente en nuevas prácticas de etiquetado. Los objetos mismos de las colecciones comenzaron a adquirir un nuevo estatus y a jugar un nuevo papel dentro del espacio expositivo. Éste se racionalizaba cada vez más para convertir los objetos, y las relaciones entre ellos, en instrumentos para enseñar alguna lección al visitante. De alguna manera, esta iniciativa se podría considerar el primer paso para reemplazar la idea del museo enciclopédico con la del museo didáctico.

Por otra parte, Flower, cuya gestión como director concluyó en 1898, estableció de manera muy gradual la teoría de la evolución, telón de fondo de todas las discusiones, como uno de los principios rectores del espacio expositivo del NHM3. Es decir, la disposición taxonómica de los especímenes debía proporcionar al visitante la oportunidad de aprender por sí mismo las relaciones evolutivas entre cada uno de ellos. La importancia

de los especímenes en este modelo expositivo, durante todo el siglo XIX y principios del XX se fundamentaba en la idea de que los objetos, dispuestos correctamente, proporcionaban una enseñanza que permitía vincular la percepción de los sentidos a los principios generales que se pretendía demostrar (Conn, 1998).

Anteriormente, los museos eran considerados, a la par de las universidades, un espacio importante para la investigación en todas las áreas de la ciencia y la comunicación de los conocimientos científicos allí generados a un público amplio. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el conocimiento científico comenzó a adquirir un alto grado de especialización. Poco a poco, el prestigio con el que contaban y el interés que generaban los museos de historia natural comenzaron a decrecer frente al estudio y el control de los fenómenos naturales que ofrecían los laboratorios (Pickstone, 1994; Allison, 1998). Esta idea de que la transformación de la biología fue el resultado de la irrupción de los laboratorios y el método experimental que desafió la tradición de la historia natural constituye un lugar común de la historiografía. Sin embargo, como demuestran Alison Kraft y Samuel Alberti (2003), ese proceso de transformación en el que los laboratorios desplazaron a los museos como sitios de producción del conocimiento en realidad no fue tan dramático. Esa impresión fue consecuencia de la retórica de la profesionalización que la comunidad académica había construido alrededor de la biología.

En ese contexto, mientras en los laboratorios se abría el camino para la biología experimental, los investigadores que trabajaban en los museos continuaban usando los métodos morfológicos clásicos, y considerándose especialistas en el estudio de la historia natural basada en el análisis taxonómico. De tal manera que la labor científica realizada en el interior de los museos, durante las décadas iniciales del siglo XX, continuaba siendo respetada en áreas como la sistemática, la fisiología y la paleontología. Pero fuera de esas disciplinas, para cuya práctica los especímenes eran esenciales, aumentaba la percepción pública de que la ciencia era una cuestión que requería procedimientos altamente especializados llevados a cabo en lugares bien equipados y menos públicos (Cain y Rader, 2008).

Es decir, los laboratorios fueron un complemento, más que un sustituto de los museos de historia natural para la enseñanza y la investigación en las ciencias naturales. Pero inevitablemente la retórica de profesionalización derivó en la idea de que la biología experimental gozaba de mayor estatus y autoridad que el enfoque descriptivo de los naturalistas (Kraft y Alberti, 2003).

El afianzamiento de la biología experimental también tuvo consecuencias en el plano expositivo. Ya en las primeras décadas del siglo XX, en Estados Unidos, los conservadores más jóvenes formados bajo ese paradigma experimental abogaban por divulgar la biología más contemporánea. Dejaron de concebir al museo como una institución de investigación dependiente de sus colecciones y priorizaron el desarrollo de técnicas expositivas que pudieran comunicar al público los conceptos de la nueva biología como la genética o la microbiología (Cain y Rader, 2008).

1.1.3 Principales cuestiones a debate

No obstante ese contexto en el que el papel protagónico de los museos de ciencia como sitios productores de conocimiento empezaba a declinar, éstos conservaban su papel importante de cara al público. Pero, como señala Steven Conn (1998), al perder esa preeminencia intelectual, la relación con el público se fue modificando a partir de la década de 1920. De dirigirse a un público experto, pasaron a dirigirse a uno con pocos conocimientos, en muchos casos niños. En el caso del NHM, un primer ejemplo de ese cambio de orientación hacia un público menos conocedor se dio incluso antes, en 1912.

En ese año John Henry Leonard (1864-1931), graduado en ciencias y con experiencia en la enseñanza, fue designado el primer guía especializado del museo, donde trabajó hasta su muerte en 1931. Gracias a los dos recorridos de una hora que daba cada día de la semana por alguna exposición, Leonard se convirtió en el miembro del personal del NHM más conocido y popular (Stearn, 1981). En ese mismo periodo, las actividades educativas llevadas a cabo en el museo y dirigidas al público no experto se fueron diversificando y en

1927 los recorridos por algunas salas del museo ya permitían la asistencia de niños. El lugar de Leonard fue tomado en 1932 por Mona Edwards.

En la década de 1930 las autoridades británicas redoblaron las exigencias a los museos de brindar mejores oportunidades para que los niños pudieran ver y manipular el material relacionado con su trabajo escolar4 (Hooper-Greenhill, 1991). A partir de esa fecha se organizaron además conferencias y durante la década de 1950 se incorporaron también proyecciones de películas, demostraciones públicas y se ampliaron los recorridos (Stearn, 1981; Thackray y Press, 2001).

En 1948, con la creación, por Jacqueline Palmer (1918-1961), del Children’s Centre, el NHM dio el paso más importante en la dirección del argumento de Conn. El propósito era mejorar la experiencia de los niños en su visita al museo. El Children’s Centre se ubicaba en la sala principal del museo, muy cerca de la entrada y era un espacio que buscaba ofrecer educación a los niños, al mismo tiempo que los mantenía entretenidos haciéndolos dibujar y construir modelos. Ese mismo año Palmer creó también un club juvenil de naturalistas, dirigido a niños de entre 10 y 15 años que frecuentaran el Children’s Centre, en el que podían llevar a cabo trabajo de campo (Stearn, 1981).

Ahora bien, los museos no sólo eran espacios para mostrar los principios básicos de la ciencia a través de los objetos. Desde sus orígenes, las exposiciones han estado también cargadas de mensajes culturales y políticos específicos. Eran espacios donde el Estado ofrecía al ciudadano una visión social y política desde una posición hegemónica. Como ha demostrado Tony Bennett (1995), el complejo expositivo que se fue generando durante todo el siglo XIX, proporcionó espacios públicos y modos de clasificación que buscaban civilizar y educar a las masas para convertirlas en una ciudadanía autorregulable. Desde esta perspectiva, las instituciones museísticas formaban parte de un modelo de gobierno que consideraba que para que una nación pudiera progresar, la sociedad debía tener la oportunidad de educarse a sí misma.

Como puede apreciarse, a lo largo de su historia, los museos han cambiado constantemente su concepción sobre el público a quien se dirigen sus actividades, así como el rol que como institución educativa le corresponde. Esto ha generado inevitablemente discusiones sobre cuál es la mejor forma de satisfacer una demanda específica en un momento determinado. Debido justamente a las constantes negociaciones con miras a satisfacer demandas tan cambiantes como las antes mencionadas, resulta necesario cuestionar aquella perspectiva tan extendida del museo en una evolución constante y lineal.

La cuestión del público no es la única que se ha sido discutida y reinterpretada de manera constante por los profesionales de los museos. Entre otras cosas pueden destacarse las

La cuestión del público no es la única que se ha sido discutida y reinterpretada de manera constante por los profesionales de los museos. Entre otras cosas pueden destacarse las