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Deliberadamente, y con el fin de no alejarme del árbol científico a cuya sombra brotaron estas reflexiones, me referiré tan sólo a las cabezas

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doctas, nunca a lo que el hombre de la calle pueda hacer, que cae fuera de nuestro objeto y que corresponde a la esfera especulativa del soció-logo y del folklorista.

Es práctica muy antigua el uso del bisoñe (5). Sus problemas son

infinitos. En primer término, la adecuación difícil de color, grosor,

rizo-sidad y laciedad entre el pelo del bisoñe y el del interesado. Después su

fijación, hoy facilitada por los adelantos industriales en la fabricación

de ventosas de caucho y otros medios. Luego la burla tradicional de los

españoles hacia el bisoñe, cosa que no ocurre, por ejemplo, en Inglaterra,

donde el servicio nacional del Seguro de Enfermedad proporciona tales

ción rígida del cuello, que reduce su natural movilidad. Si lleva sombre-ro, recela que al quitárselo — cosa que ha de hacer con extremo cuidado — se le caiga el bisoñe, y sus saludos resultan poco cordiales. Si va a pelo, teme los vientos fuertes, las grandes aglomeraciones, las bromas de algún amigo desmedido y brutal. De aquí que junto con este producto del comercio, y aun antes que él, surgiera lo que definiré con el nombre de bisoñe autarquieo (6).

El bisoñe autarquieo es aquél que el calvo elabora con las reliquias vivas de su cabellera, dejándolas crecer en la medida conveniente y des-plazándolas con ayuda de peine y cepillo a las partes ya despobladas del cráneo. Las modalidades fundamentales que ofrece son cuatro:

a) bisoñe autarquieo parietal izquierdo b) » » » derecho.

c) » » occipital d) » » trepanaterio

a) Bisoñe autarquieo parietal izquierdo (Fig. 1). Es el más simple y usual. Se obtiene trazando una raya en el parietal izquierdo y despla-zando los cabellos situados sobre ella (una vez engomados) por encima de la bóveda craneal hasta alcanzar la zona poblada del parietal derecho.

Tiene el inconveniente de no cubrir —ni aun con ayuda de las gomas más eficaces— la zona de la coronilla, de la que los cabellos se despren-den a poco de verificado el peinado. Un ilustre practicante de este mé-todo es el filósofo don José Ortega y Gasset.

b) Bisoñe autarquieo parietal derecho (Fig. 2). Es idéntico al ante-rior pero en dirección inversa. Constituye una forma que conviene dife-renciar de la precedente por el complejo psicológico que ocasiona en quien la emplea y por la grave claudicación que le impone. Sabido es, en efecto, que mientras la mujer posee una tendencia que diríamos dextró-fila, el hombre es más bien sinistrófilo. Así, la mujer se abotona con la mano derecha, y el hombre con la izquierda; las mujeres fuman (7) con la derecha, y los hombres con la izquierda. Cuando no existe calvicie, los hombres hacen siempre su raya a la izquierda, y las mujeres la hacen a la derecha. En fin, los sastres pueden ampliar en todo momento las refe-rencias al hábito sinistrófilo del varón. Calcúlese, pues, el sacrificio que el calvo —y sobre todo el calvo español— ha de hacer cuando su parie-tal izquierdo ofrece una densidad pilosa insuficiente y se ve forzado a utilizar el derecho para el trazado de la raya.

c) Bisoñe autarquieo occipital (Fig. 3). Cuando los parietales son tan exiguos en su poblamiento capilar que no consienten la obtención de la raya, el calvo se ve obligado a trazarla en el occipucio, haciendo avanzar los cabellos situados al norte de ella en dirección a la frente y distribu-yéndolos, en la medida en que la capa acarreada lo consienta, hacia los parietales.

Mientras las modalidades a y b pueden ser realizadas por el

intere-F¡e. 1 Fig. 2

6. 3 F¡5.4

sado sin ayuda de un tercero, motivo por el cual merecen calificarse de personales, en el tipo c, que nos ocupa, esto no es posible. La esposa, hija o ama seca del calvo han de trazar la raya occipital y situar los cabellos sobre la bóveda craneal para que aquél prosiga la labor distributoria, previo el imprescindible engomado.

Egregio practicante de este tercer tipo fue al romano Julio César, de quien Alfonso X el Sabio (8) dice: «...e era calvo de fea guisa, et probara muchas veces de comol escarnecien los homnes dello en sus juegos, et por esto hable costumbrado de traer con la mano todavía los cabellos de tras a la fruente».

d) Bisoñe autárquico trepanattoño (Fig. 4J. Es el más complejo de todos y se obtiene por adición simultánea de los tres tipos estudiados (9).

Es también el que mayores colaboraciones y virtuosismo exige. La raya aquí desarrolla un arco de 220° desde una a otra patilla y a través de ambos parietales y del occipucio. Los cabellos del norte de la raya avanzan en dirección convergente y en tres masas (dos parietales y una occipi-tal) y se unen en la parte anterior de la bóveda craneal. La goma y los cuidados en el manejo del sombrero hacen sumamente arriesgado el uso del bisoñe trepanatorio.

En conexión con los estilos artísticos medievales, podemos decir que los dos tipos parietales (a y b) recuerdan la bóveda románica de cañón;

el occipital (c) es análogo a la bóveda tudor; el trepanatorio (d) es exac-to reflejo de la bóveda ojival.

Los inconvenientes de los cuatro tipos de bisoñe autárquico son mu-chos, y algunos graves. Indiquemos entre ellos la pérdida de efectividad de las gomas adhesivas, tanto por secamiento como por efecto del sudor y de las grasas epidérmicas, la labor destructora de los vientos y el uso del sombrero, nunca manejable con la soltura del calvo total o del no calvo. Ello da un aire tímido al autarquista y le obliga a pasar a menudo la mano —' con exquisito tacto y pericia — por la cabeza y según la direc-ción una o múltiple del bisoñe: movimiento, por otra parte, no muy correc-to en sociedad, que además le da la apariencia de hallarse bajo una grave preocupación. Añádase a todo esto la sorprendente y poco grata contem-plación de un autarquista al despertar, sobre todo en los casos occipital y trepanatorio. El autarquista, en efecto, adquiere el aspecto de un ex-tra salvaje de tipo húnico (10) por el raro conex-traste de su pelambre ca-yendo en flecos sobre el cuello, y la desnuda orfandad capilar de su cabeza (11).

En lo que toca, concierne y atañe al canicidio capilar (12), sólo unas sumarias indicaciones, habida cuenta de que la generalización de pre-parados industriales priva a este aspecto del tratamiento capilar de las notas de ciencia y arte que posee el bisoñe autárquico en sus cuatro tipos básicos y lo liga, por el contrario, al bisoñe postizo, excluido de la Pilo-logía de la Ciencia aquí esbozada.

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Estas indicaciones se hacen necesarias por el hecho, observado en la concentración de sabios —providencial para el orto de esta ciencia-—, de que el antiguo negro absoluto está siendo sustituido en la mayoría de los casos por un rubio de particularísima tonalidad, un rubio irreal cuya denominación me ha hecho cavilar en grado sumo y que en manera alguna pretendo sea aceptada por futuros investigadores. Tras estas re-servas, pasaremos a clasificar los canicidas capilares adoptados por la cien-cia en dos grupos esencien-ciales:

a) negro azabache b) rubichi

a) Negro azabache. Corresponde a una larga tradición canicido-ca-pilar, y su marca creadora goza de gran prestigio en el comercio de dro-guería y cosmética. Conforme indica su nombre, es de una negrez abso-luta. Ello hace que en determinados niveles cronológicos del individuo tratado sea excesivamente delatora la práctica canicido-capilar. Además ennegrece el cuero cabelludo, los superciliares y el labio superior, pues el teñido de la cabellera va siempre acompañado del teñido de cejas y bigote (si lo hay).

Entre los más ilustres practicantes de este sistema (que a la vez lo es del bisoñe autárquico parietal), se encuentra el septuagenario general norteamericano Douglas Mac Arthur.

b) Rubichi (13). Su tono difuso entre lo rubio y lo negro, no repre-sentado en ningún pelaje animal ni humano, hace de él la cuarta dimen-sión capilar. Permite suponer en quien lo usa una moderada blondez, con la consecuencia implicada en el verdadero individuo rubio de un enca-necimiento tardío. Gracias al tinte rubichi, las canas han desaparecido de las cabezas científicas, permitiendo a la vez una grácil concesión a la canicie, consistente en no someter a la acción del teñido una moderada zona patillar, sin que resulte de ello el delator contraste que tal conce-sión supondría si se hiciera uso del negro azabache.

Y con esto damos fin por ahora a la exposición —incompleta por inicial— de una disciplina nueva; la Püología de la Ciencia. Tal vez no íalten espíritus hipercríticos que le nieguen —en esta su primera sali-da — la categoría de ciencia y pretensali-dan relegarla al menos elevado te-rreno de las artes o al ínfimo de la artesanía. Nosotros, sin embargo, esta-mos seguros de que es ciencia, y ciencia no vulgar, que participa de las físicas, químicas, exactas y naturales y que en el orden empírico las abar-ca y domina a todas, puesto que las más ilustres testas se coronan con sus principios, su sustancia y sus formas.

Queda abierto, pues, un anchuroso campo a la investigación de los futuros pilólogos, a quienes desde aquí saludo con aquella expresión, flor de esperanza y conformidad, de Alonso Quijano: «¡Amanecerá Dios y medraremos!» (14).

RAMÓN CARNICER

(1) El autor ha vacilado mucho en cuarto al método expositivo que de-bería adoptar. Al principio estaba resuelto a hacerlo con esquemático rigor científico. Después advirtió que las conexiones históricas y el amplio marco vital del tema obligarían a más de una divagación discursiva, de imprevisi-bles alcances. Al final, dejándose ganar de la impaciencia, se pone a la obra sin un plan concreto. El lector sabrá perdonar esta contravención de las exi-gencias sistemáticas de toda ciencia

(2) «Libro Segundo de los Reyes». Cap. II, vers. 23 y 24.

(3) Antiquísimo tropo llamado metonimia.

(4) Aun cuando en este estudio utilice por razones de fácil comprensión la palabra calvo, en ulteriores trabajos sobre el tema, conforme vengo ha-ciendo ya en la vida común, sustituiré siempre calvo por hipergenital.

(5) He vacilado mucho ante las palabras bisoñe y peluquín. Al cabo, y a causa de la intención burlesca de esta última, me he decidido por la primera, no obstante el reparo lingüístico de su origen extranjero.

(6) El lector se hará cargo del difícil problema —inherente a toda ciencia re.— de la nomenclatura. Los nombres que doy son todos provisionales sujetos

(7) Nefanda moda que el autor condena, toj «Crónica General», Cap. 117.

(9) Nótese en este hecho la coordinación espontáneamente sistemática que otorga indudable ejecutoria científica a la materia que tratamos.

(10) Alúdese aquí a los guerreros hunos y a la forma en que suelen ser representados en pintura.

(11) Según me han informado, la industria fabrica bisoñes artificiales afectando las formas estudiadas del bisoñe autárquico, sobre todo del parie-tal, el más antiguo y característico. No deja de ser sutil la invención, pero en este ensayo no caben modalidades no aceptadas hoy —ni quizás en lo veni-dero— por el uso de los hombres de ciencia, fieles siempre a las formas autárquicas.

(12) Creemos que el adjetivo capilar deshace todo posible equívoco con la matanza de perros a que parece aludir el sustantivo canicidio, cosa aleja-dísima, como verá el avisado lector, de la índole de este trabajo. Insistimos en la provisión andad de la terminología propuesta.

(13) La vaguedad tonal de este colorante, que no encaja en ninguno de los matices que en peluquería poseen nombre distintivo, me obliga a emplear

—y aquí con carácter extremo de provisionalidad— el término rubichi, exacto en cuanto a la vaguedad pero con un resabio achulapado que no lo hace apto para una terminología científica.

(14) Quiero expresar mi gratitud al ilustre pintor José María de Martín, que con los grabados que acompañan a este ensayo da luz a la oscuridad de mi verbo y expresa la fraterna simpatía con que el arte plástico se asocia al natalicio de la Pilología de la Ciencia.

XXXV CONGRESO EUCARÍSTICO

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