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Structural determinants of living standard in agrarian societies

6.2 Los sistemas agrarios en la Europa preindustrial 40

6.2.3 El caso mediterráneo

The Mediterranean case

Los condicionantes ambientales cobraban especial relevancia en aquellas zonas del continente donde las condiciones climáticas se extremaban. Tal era el caso del Norte y el Sur.

En las regiones de clima mediterráneo entre las que se encontraban gran parte de la Península Ibérica, se vive bajo el signo de un clima con fuertes variaciones interanuales de precipitaciones que conllevan sequías periódicas.

Además, los balances hídricos también eran y son muy irregulares en un mismo año, produciéndose un divorcio estacional muy sensible entre la humedad y la temperatura. El calor más intenso coincide con una escasez muy acusada de precipitaciones. Se produce así un elevado grado de evapotranspiración y el agotamiento de las reservas hídricas del suelo justamente cuando las temperaturas son propicias para el crecimiento de las plantas. Ambos hechos explican que la agricultura mediterránea fuese secularmente una agricultura de secano y que su capacidad productiva dependiera altamente de los balances hídricos anuales. En estas condiciones, los sistemas de rotación y las variedades de cultivo variaban necesariamente con respecto a los de la Europa húmeda. No así el modo de aprovechamiento de los recursos, que presentaba el mismo carácter integrado, agrosilvopastoril, descrito para el conjunto de los sistemas agrarios europeos.

También la agricultura mediterránea fue originalmente mixta. Cuando existió tierra de cultivo abundante y accesible podía cultivarse específicamente

para alimentar al ganado de labor y recurrir al monte adehesado para cebar gratuitamente al ganado de renta. Por otra parte, usos colectivos como la derrota de mieses garantizaban un acceso libre a la paja del cereal recolectado en verano, precisamente cuando los pastos naturales eran más escasos. El bosque mediterráneo y la dehesa eran en este caso los elementos centrales del sistema.

Estos espacios liberaban de presión a las parcelas de cultivo facilitando su regeneración.

En cuanto a los sistemas de cultivo, el más característico fue la rotación al tercio, la adaptación funcional más eficiente en virtud de las condiciones edafoclimáticas existentes. El sistema podía contemplar variantes dependiendo de las zonas, pero básicamente consistía en una división de la explotación en tres parcelas u hojas: una sembrada de cereal y las otras dos en barbecho. La siembra de cereal (trigo fundamentalmente) iba rotando entre las tres hojas anualmente de forma que se completaba el ciclo de reposición de la fertilidad de la tierra cada tres años, compensando el déficit anual entre aportación y extracción de nutrientes de la tierra (González de Molina, 2001: 97-104.) En explotaciones de cierto tamaño con capacidad para sostener una cabaña ganadera numerosa y por tanto para obtener más abono, una parte del barbecho podía semillarse con leguminosas. Estos cultivos, al igual que en los sistemas agrarios atlánticos, contribuían a la alimentación del ganado y a la regeneración de la tierra. Pero por lo general, incluso en estas medianas o grandes explotaciones, la rotación y el descanso temporal de la tierra eran obligados42.

Las variedades de cultivo eran otro claro exponente de la adaptación a los condicionantes físicos. A este respecto, hay que decir que a la situación estructural de stress hídrico se sumaba otro condicionante físico importante. Las vegas y campiñas más fértiles del Sur de Europa, como el valle del Guadalquivir, son

42 La interpretación que por parte de la Historia Agraria se ha hecho de la práctica del barbecho, y sobre todo de su perduración en el tiempo, está ya bastante revisada y no cabe abundar en la cuestión. Mencionar simplemente que en el mundo mediterráneo un modelo de agricultura parecido al atlántico era imposible de desarrollar. El barbecho era una cuestión de racionalidad ecológica (de subsistencia al fin y al cabo) y no de atraso o falta de iniciativa por parte de los agricultores. Su práctica no sólo regeneraba la tierra y prevenía plagas y malas hierbas sino que también colaboraba a retener un poco más de humedad lo cual no deja de tener importancia en una agricultura de secano.

espacios caracterizados por su continentalidad al estar rodeados de montañas.

Sufren por tanto oscilaciones térmicas muy importantes que aumentan no sólo el riesgo de agotamiento de las reservas de humedad en verano sino también el riesgo de heladas en invierno. Ante estas circunstancias, los sistemas agrarios mediterráneos practicaron secularmente rotaciones con cultivos resistentes a la escasez de lluvias y la oscilación térmica.

Como en la Europa Atlántica, las rotaciones se basaban en los cereales pero estos eran preferentemente de ciclo invernal. La peculiaridad de los veranos secos y calurosos hacía que los cultivos dependiesen de las lluvias de otoño e invierno principalmente. De ahí que se aprovechase esas estaciones para sembrar.

Naredo (2001: 59) muestra cómo las labores se adaptaban eficientemente a la evolución estacional de la reserva de agua. Así, la labor de alzar, al final del verano, rompía la costra superficial del suelo para que éste pudiera absorber las lluvias del otoño, limitando además la escorrentía y la erosión. Cuando la reserva de agua era suficiente, en otoño o invierno, se realizaba la siembra y el abonado.

Finalmente se cosechaba en Julio, antes del agotamiento definitivo de esa reserva que supondría el fracaso del cultivo.

A diferencia de la Europa Atlántica, en el Mediterráneo el protagonista indiscutible era el trigo. Al ser un cultivo que extrae mucho nitrógeno de la tierra era frecuente alternarlo en las rotaciones con alguna leguminosa que fijara nitrógeno y frenara el ciclo vegetativo de las malas hierbas. Otros cereales como la cebada y el centeno también se cultivaron pero su conversión en harina panificable no era lo corriente y sí su utilización como alimento para el ganado.

Otra opción eran los cultivos leñosos. La vid y el olivo eran ejemplos de cultivos resistentes y poco exigentes en nutrientes. Su protagonismo crecía conforme se descendía en latitud y los rasgos del clima mediterráneo se extremaban. El gran desarrollo radicular de estas plantas permitía un máximo aprovechamiento de la poca humedad disponible. De hecho, en muchas zonas del Sur y el Este de la Península Ibérica, las especializaciones agrícolas características del siglo XIX y el primer tercio del XX se basarán en estos cultivos y menos en los cereales.

Lo normal en esta agricultura de secano es que los rendimientos estuviesen por debajo de los logrados en algunas zonas de la Europa atlántica a partir del siglo XVIII. Sin embargo, contemplando no sólo las regiones que estaban llevando a cabo la revolución agrícola, los rendimientos de las agriculturas mediterráneas eran aceptables. Según Slicher van Bath (1978) el rendimiento, estimado por la proporción cosecha / semilla, se habría mantenido constante (en torno a 7:1) entre 1500 y 1800 en Francia, Italia y España, lo que casi duplicaba los resultados del Norte y Este europeos (4:1) así como de algunas zonas de Centroeuropa. Gonzalo Anés apunta que los rendimientos medios de los sistemas agrarios españoles estuvieron en torno a 9:1 durante la segunda mitad del siglo XVIII (Anés Álvarez, 1970: 166 y ss.) Es decir, la productividad de los sistemas agrarios mediterráneos habría sido la normal para toda Europa e incluso superior a la de muchas regiones al menos hasta el siglo XVIII, cuando ciertas áreas de los Países Bajos e Inglaterra comenzaron su particular despegue agrario. Slicher van Bath señala que a la altura del siglo XVIII, el sistema de rotación al tercio estaba proporcionando en Andalucía unos rendimientos de 8:1 equiparables a los de algunas zonas húmedas de Europa en los que ya se estaban practicando rotaciones más intensivas (1978: 362.)

En España o Italia, con toda certeza, se tenía constancia de lo que estaba ocurriendo en Holanda e Inglaterra. De hecho se produjeron mejoras de tipo intensivo en algunas áreas de vega y en los ruedos de las poblaciones donde por lo general existía la posibilidad de irrigar los terrenos de cultivo y aplicar el estiércol del ganado doméstico almacenado en patios y establos. Más allá de aquí, era imposible llevar a cabo las rotaciones atlánticas sin contar con una oferta tecnológica que permitiese la irrigación a gran escala (cosa que no se producirá hasta comienzos del siglo XX.)

En definitiva, los parámetros de producción de biomasa en los que se movían los sistemas agrarios de la Europa húmeda eran físicamente inalcanzables en el Sur del continente.