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NOTAS APASIONADAS SOBRE ESPAÑA

Dans le document Director: Eugenio Fuentes Martín (Page 33-36)

VII

1 P N nuestro artículo anterior cumplimos un primer acercamiento al I . L J problema del individualismo español. Hoy debemos dar el paso de-finitivo para establecer las pruebas de la convicción fundamental de esta serie de escritos: que las causas del llamado individualismo español resi-den en la comunidad y no en el individuo. Los autores que han escrito sobre el problema de España entre 1S68 y 1936 han sufrido casi siempre la tendencia a relativizar los que ellos llamaban «vicios» nacionales, re-firiéndolos a unas causas psicológicas individuales. Hay que hacer en esa tendencia quizá dos únicas exclusiones: la exclusión condicional de Costa por aigunos párrafos muy certeros de su libro Oligarquía y caciquismo, y la exclusión rotunda de' Ortega, cuyo intento de sociología española no parte de supuestos d-e índole individualista, sino de principios decidida-mente sociales: la conocida argumentación de que «el hecho primario social es la organización en dirigidos y directores» (1). Lo que ahora va-mos a tratar de deva-mostrar se halla en completa oposición metódica con lo que han pensado sobre España los hombres de antes y después del 98.

La víctima de los escritos de aquellos respetables varones solía ser pura y simplemente el hombre español: comparaban a un español con un, inglés, un alemán o un francés, y resultaba que el español venía a ser de

«calidad» inferior. Nosotros no creemos tal cosa. En el hombre español hay las mismas posibilidades espirituales, deportivas, científicas, educati-vas, artísticas o filosóficas que en el francés, el británico o el alemán. Los escasos pero contundentes ejemplos de españoles trasplantados a esas otras sociedades, donde dan frutos óptimos, nos demuestran como dato inme-diato— un antropólogo podría abrumarnos con muchos más — que no hay ninguna diferencia biológica ni psicológica de «calidad» entre el español y el resto de los europeos. Ocurre, empero, que esas posibilidades no se actualizan, o se frustran una vez afloradas. Lo que un hombre llega a ser

(1) España invertebrada, sexta edición, Madrid, 1948, pág. 87.

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no es sólo lo que da de sí su individualidad; es también lo que la sociedad le hace ser o le deja ser. La personalidad humana se compone de un y o individual y de un yo social. Los vicios españoles no son vicios sociales porque primero sean individuales — es decir, no se producen por agrega-ción de las buenas o malas cualidades de una suma de individuos—, sino que son defectos individuales porque primero son sociales. El hombre los adopta bajo presión de la comunidad en la que nace, bajo la que se forma su conciencia y a la cuál debe acomodar sus actos. H a y en España un material humano todavía sin desbastar y a veces rudo, pero con posibili-dades maravillosas. Sobre todo, la vida crea cada año mentes vírgenes, proyectos de hombres, en los que residen riquezas que deben ser actuali-zadas, puestas en valor y estimuladas. La frustración de un solo proyecto de hombre, puede deberse a causas biopsicológicas individuales. La frus-tración de toda una juventud sólo puede obedecer a datos que operan desde la comunidad.

Hace bastantes años que ha caído en descrédito el uso del método psicológico en sociología. La deducción de la índole de una sociedad a partir de datos psicológicos individuales — llámense cualidades innatas, instintos, necesidades, rasgos de carácter, etc —, pertenece a un período ya concluso de la teoría social (Stuart Mili, Spencer, Mac Dougall). N o es el hombre el que condiciona a la comunidad, sino la comunidad la que condiciona al hombre. Los modos de pensamiento, el lenguaje, las nor-mas de educación, costumbres, ritos y prohibiciones vigentes en una comunidad, los halla el individuo ya hechos cuando nace, y pesan sobre él con un rigor casi absoluto mientras se va forjando su personalidad social. En la hipótesis según la cual el hombre nace libre hay poco más que una falacia individualista.

O ]M INCÚN entendimiento cabal es posible si miramos al hombrs como

¿rf«l^ un ser solitario. Cada individuo es, en principio, representa-tivo de una situación. Lleva consigo mucho más y mucho menos de ID que permitiría suponer una imagen individual abstracta. Cada hombre es un proyecto individual único, pero es a! mismo tiempo ejemplar típico de un grupo. Su proyecto individual va cargado de tremendas adheren-cias anónimas que han sido transformadas en rasgos entrañables y perso-nales cuando su propia vida ha tejido la personalidad con los materiales 3ue hallaba al paso. Pero esos materiales eran constantes para todos los emás hombres de! mismo grupo y de idéntica situación histórica. En este sentido cada individuo es mucho más que él mismo: posee unos rasgos representativos de un pueblo, tiene un estilo de vida, un estilo de sentir y actuar que comparte con. sus coterráneos y coetáneos. Pero al mismo tiempo las cosas que sabe le han sido enseñadas desde fuer.1 y son cosas sabidas y enseñadas de un modo típico—siempre el mismo—por y para todos fos hombres con los que convive. Una gran parte de su

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dad es, pues, aunque entrañablemente suya, sensiblemente idéntica a la de sus vecinos. Su lenguaje no es sólo suyo: es suyo y de otros. Su mente no es sólo suya: es suya y de otros. Su forma de amar no es sólo suya: es suya y de otros. Y únicamente un dramático esfuerzo del conocimiento, espoleado por la angustia, le permitirá elevarse sobre su propia anonimidad y tensar el arco de su proyecto de vida para hacer de ella una vida rela-tivamente auténtica, relarela-tivamente original. Aún entonces, empero, será original sólo respecto a otros.

H o y no es ya posible una antropología ni una filosofía de la persona que ignore que vivir es siempre convivir. El yo no es lo distinto del mun-d o : es una síntesis constantemente re-creamun-da mun-del inmun-divimun-duo y mun-del munmun-do.

Cuando S a m e dice... «el hombre... está sólo, desamparado sobre la tierra en medio de responsabilidades infinitas, sin ayuda ni socorro, sin otro ob-jetivo que el que él mismo se asigne, sin otro destino que el que él mismo se forje», la dramatioidad de sus palabras viene dada por algo más complejo que la pura soledad del destino del hombre. N o habría tragedia en muestro destino si nosotros estuviéramos naturalmente solos. Pero pre-cisamente porque el hombre comparte amplísimos sectores de su vida con otros hombres, precisamente porque la comunicación es posible respecto a determinadas experiencias, emerge el drama cuando se revela que las ama-rras del hombre con los otros hombres no retienen dentro del puerto la débil barquichuela del destino individual. Bajo esta luz el hombre es, en último término, libre. Libre respecto a sus semejantes; no libre respecto a sí mismo. Uno contempla a veces a sus hijos y ve que son otros; no hay posibilidad de comunidad de destino con ellos, a pesar de que sus perso-nalidades y la nuestra están en tan amplia medida hechas con idénticas apor-taciones. Lo dramático de nuestro destino personal viene dado precisamente porque no somos solitarios; porque no siéndolo, nos vemos ante nuestra conciencia, y nos ven los demás, como si lo fuéramos.

Con los cotejos demasiado fáciles ocurre a menudo que se induce a error a los lectores no avisados; resulta asaz sugestivo, sin embargo, co-meter aquí y ahora una pequeña trampa para recordar cómo las medita-ciones sobre el hombre realizadas en la primera mitad del siglo xx por pensadores de formación muy desemejante, coinciden en un planteamien-to radicalmente antiindividua'lista del concepplanteamien-to del yo. N o deben equipa-rarse enunciados que son, en unos casos conclusiones y en otros supuestos previos de toda una filosofía; con la citada reserva, no obstante, consi-deremos unos brevísimos ejemplos reuniendo al azar el testimonio d e : un pensador religioso israelita, un literato francés, un filósofo behaviorista norteamericano, un metafísico alemán, y un pensador español, todos ellos con preocupaciones y métodos muy distintos, pero que evidencian una tendencia coetánea y general. Martin Buber (2) señala que la personali-(1) leh und Dw (1921); Between Man and Man (1946); ¿Qué es el hombre?, trad. de E. Imaz, Fondo Culi. Econ., México, 1950. (En este libro: el hombre es...

tel ser en cuyo estar-dos en recíproca prefiitciUj se realiza y se reconoce cada vez el encuentro del «uno» con el sotrou).

dad individual no es posible si no a través de la relación entre-hombre-y-hombre: sin un Tú no puede haber un yo; J. P. Sartre, con párrafos en los que parece resonar el eco de Martín Buber y de varios fenomeniólogos alemanes, escribe (Uexistenciatisme est un bitmanisme); «El otro es in-dispensable a mi existencia, tanto... como a mi conocimiento de mí mismo.

El descubrimiento de mi intimidad me descubre simultáneamente al otro,

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