lavida que comunicaba ála alegrenaturaleza.
Por fin, á eso de media tarde, Mr. Thompson vió á lo lejos una
grande yhermosa ciudad, cuyos numerosos
minaretes
selevanta¬
ban graciosamente entre el copióso
follaje
delos jardines
ylasTa-chadas yazoteas de edificios suntuosos.
—,iQuées aquello, Guillermo?—preguntó
Mr. Thomp
^n.—Sana, señor, segúnacaba de decirme
Abu-Amer.
—Parecegrandey bella ciudad.
LA CAZA DE UNA ORQUÍDEA 5,5
—Lo es, efectivamentei Pasa supoblación de,40.000.almas, y no
hay, porlo que dicen los árabes, ciudad más hermosaen toda esta parte de Asia.
—-¡Lástimaquenopertenezcaá Inglaterra!—exclamó Mr. Thprppr
sonmovidode su espíritu patriótico.
—Ln cambio—repusoGuillermo—pertenece á losturcos, contra toda la voluntad delosárabes, quequisieranver á sus.imanes en la antiguacapitaldel Yemen. Es un punto estratégico de primer or¬
den, desde el cualpuedenlastropas del Sultán, en caso de guerra, dominarperfectamente toda la Arabia felizporeste lado, ylas fron¬
teras del desierto por el otro.
—Yo quisiera saber, amigo GuillermOj siconesasventajas habrá
en Sana algúncirujanoquepuedacurarmeestanialditamuñeca, que
meestá haciendollevar un viajemuy desagradable.
Guillermose dirigió á Abu-Amer, y después de conversar un breverato con él, volvióse á Mr. Thompson yle dijo:
—Regocijaos, Sr. Thompson... Acaba de decirme' Abu-Amer
que en el hospital militar de Sana hay inédicos y cirujanostanhá¬
biles como en Occidente, porquela mayorpartede ellos proceden
de las escuelas y clínicas de Europa, y que podéis tener la seguri¬
dad de ser curado yatendido tan biencomo envaesftra.querida In¬
glaterra.Yo había oído algo de esto en Aden, pero Abu-Amer
rca.ba deconfirmármelo,y creo á pies juntillas lo que él asegura.
—Esomeconsuela—dijo Mr.Thompsonvolviendo Invista á uno y otrolado del camino.
Y añadió:
—^¡Quéespaciosos sonestos edificios que se vená la izquierday á la derecha dd caminoi Ó la vistameengaña,,óhay centinelastur¬
cos en las puertas.
—Son cuarteles donde se aloja casi toda la gjiftrnición turca—
dijo Guillermo después de hacer la correspondiente pregunta d
Abu-Amer.
—,iY'esas torres ó minaretes que en tan grannúmero dominan la
ciudad? ¿Son porventura mezquitas?
—Todas ellas loson; comoque llegan á cincuenta, siendo algu¬
nasverdaderamente grandiosas, segúntestimonio, de nuestro com¬
pañero. Hay una sobre todoque inspira pocomenos devoción que lafamosa Kaaba de la Meca.
S6 GACETA AGRÍCOLA DEL MINISTERIO DE FOMENTO Hablandode este modo habían penetrado ya enla ciudad, yto¬
mando á mano izquierda, ysiguiendoluego de frentepor una ancha ylimpia calle, sedirigieronhaciael barrio central llamadoMutuakil,
en unade cuyas hospederíasdeterminaron alojarse por consejo-de
Abu-Amer.
Llamaban laatención de Mr. Thompson y Guillermola variedad arquitectónica delas casas, y principalmente de sus ventanas, que
eran unas oblongas, otras ojivales, otras de medio punto, siendo de notar que sialgunas estaban abiertas depar en par, otras en forma
deagujeros de palomar,como las que ya habían visto en Djerim,
denotaban que los vecinos de aquellas casas nO querían que pene¬
trase en ellas ni lamirada indiscreta de la curiosidad. Más de algún viejo celoso, como el de marras, debía ocultar sus mujeres tras de aquellos tapiados muros, y asíque, aun advirtiendo Mr. Thompson
que no pocos edificios tenían sus frondosos jardines abiertos y sin guarda alguno, en todo pensómenos en la posibilidad de colarsede rondón para buscar su apetecida orquídea. Los garrotazos del ne¬
gro, cuyas huellas sentía demasiado vivas el bueno del inglés, ale¬
jaban de su imaginacióntoda idea deentrar en el cercado ajenosin el permiso correspondiente.
Llegaron finalmente á Mutuakil, y guiados por Abu-Amer, para¬
ron á la puertadeuna fonda de muy buen aspecto, donde Guiller¬
mo se encargó de pagar ydespedir á los jóvenescamelleros que con
sus bestiasse marcharon en busca de otra posada más propia de su clasey de suscostumbres. Tampoco Abu-Amerquiso tomarhospe¬
dajeen la fonda, porque, como los camelleros,lo tenía elide antiguo
enotra parte; pero dió su palabrade volver aquella mismanoche á haceruna visita á sus compañeros, por si necesitaban de sus ser¬
vicios.
Thompsony G jillerrno se instalaron en dos cómodas habitacio¬
nes, algunos de cuyosmuebles denotaban que el fondista habíavia¬
jado por Europa, ó no era por lo menos completamente extraño a sus costumbres. Nó había sillas nisofás, sino cojines y divanes á la oriental; pero una mesamás altaque las usualesdelpaís y un arma¬
riode cedro en cadahabitación, daban cierto matizeuropeo al me¬
najede loscuartos.
Mr. Thompson se apresuró á encargar que llamasen al mejor
médico ó cirujano de laciudad, porque mientras él sintiese dolores
LA CAZA DE UNA ORQUÍDEA 57
en su muñeca, era excusadoque se le hablase de ninguna otracosa.
No tenía, además, apetito, y esto le afligía sobre manera, pues con lafalta dealimento suficiente notábase tan flojo y desmazalado de ánimo y de cuerpo, quehasta las orquídeas y todo el reino vegetal junto, y la imagenmismade Miss Isabel, comenzaban á desvanecer¬
se de su amortiguada imaginación.
Era yaentrada la noche cuando llegó elmédico, que, en efecto,
seconsiderabacomo uno de losprimeros del hospital militar, Ves¬
tía á la turca y hablaba correctamente el francés. Podría tener
unoscincuenta años, y su estatura, más que mediana, denotaba
tantadistinción, como su rostro severo y cetrino formalidad é in¬
teligencia.
Después de enterarse del estrambótico origen de la dolencia que
aquejaba á Mr. Thompson (y no fuépoco que pudo disimular una sonrisa que le retozaba enlos labios), quitó el vendaje de la muñe¬
ca y comprendió en el acto que habíasufrido una gran luxación,
fácil de curar enel primermomento, peroalgo más difícil ypesada después del tiempo trascurrido. Asíy todo, tanteó con extraordi¬
naria habilidad los huesos descompuestos, y sólo una vez tuvo Mr. Thompsonmotivopara hacerun gesto, que en hombre menos
paciente que él le hubiera traducido en un agudísimo grito, y tal
vez en alguna demasiado expresiva interjección.
Terminado el tanteo ó la preparación, puso unas compresas en la parte afectada ylas vendó luego con suma delicadeza, improvi¬
sando en seguidaun cabestrillo con un largo pañuelo de seda para que reposara el brazo.
—Podéisacostaros cuanto antes—dijo el doctor,—^y yo os res¬
pondo de que esta nochesentiréis como una hora de molestia, que¬
dándoos todo lo demás deltiempo paradormir tranquilamente. Por
si acaso, yo os mandaré unligero calmante que hará más profundo
vuestrosueño, ypasado mañana podréisver la ciudad y visitar el hospital, que yo osenseñaré con elmayor gusto.
Dió las gracias Mr. Thompson al inteligentey cortés cirujano, y
acompañándole hasta la escalera, le despidió con la mayorfinura
delmundo, no sinmanifestarle de nuevo su reconocimiento yhasta
su admiración.
—Muy agradable, muy agradable—dijo Mr. Thompson volvién¬
dose á Guillermo cuando el doctorhubodesaparecido.—Nadie diría
58 GACETA AGRICOLA DEL MINISTERIO. DE FOMENTO que estamos en el centro de la Arabia. Es todo un doctor hecho y derecho.
—No osextrañéis, Sr. Thompson. El fondista meha dicho que el doctorha sido alumno interno del HotelDieu de París.
—Eso pruebaque Turquía no abandona, ni aun en estas lejanas tierras, á los soldados que la defienden. Otras naciones más cultas quizá secuidaránmenos de la salud desus defensores.
—En la vuestrahabéis de pensar ahora. Sr. Thompson; porque si hemos de marchar al desierto, conviene que os restablezcáis
cuanto antespara que las aguas de junio nos-cojan fuera de la re¬
gióndel Yemen.
Ydiciendoesto leacompañó hasta la cama, donde le dejó, si no
tranquilo, pues se cumplía el vaticinio del doctor respecto de la primerahora de molestia, al menos con la confianza de que en el
resto de la noche dormiría bien y repondría completamente sus fuerzas.
Cuando Guillermo salió de la habitación de Mr. Thompson para
dirigirse á la suya, seencontró con Abu-Amer, que veníaá pregun¬
tar por la salud del inglés. '<
Abu-Amer, expansivo ysincero como todas las naturalezas^ ge;-nei-osas, traíapintada en el rostro una satisfacciónparticular.
Lo notó en el acto Guillermo, yllevándolo á su cuarto, le dijo
ofreciéndole un cojín:
—Siéntateydime lo que te-sucede, qiie no puede ser nada des¬
agradable, porquetusojos brillan de una manera extraña, pero no.
siniestra niferoz.
—He esperado en Alá, y no serédefraudado. El ha puesto hoy
delante de mí, aldirigirme á mi posada, á uno de mis antiguos es¬
clavos, que,, maltratado por Ben-Said, tuvo bastante arrojo para huir de^u aduar hace pocas noches yrefugiarse en Sana, cruzando
á pieunapartedeldesiertoyocultándose hastaenlascavernasde las panteras para no ser visto de sus perseguidores.
Él
me ha dadonuevas de miSobeíha que han hecho latir mi corazón degratitud y de esperanza. Fiel y constante á mi amor, rechaza las ofertas de Ben-Said y confía en que mi cuchillo hará justicia á su traición.
Aborrece al beduino,y le echa en cara su perfidia, sin temor álas
amenazasde muerte. Es ella digna de mí, Guillermo, y me espe¬
ra... Mi esclavo dice la verdad, porque así he imaginadoyo siempre
LA CAZA DE UNA ORQUÍDEA 59 á laauroradomivida. Si llego á
alcanzar á Ben-Said, Sobeiíia vol¬
verá á misbrazospuracomo el astr-o