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Un colectivo concreto en situación de vulnerabilidad: los jóvenes con bajos niveles formativos y una baja cualificación bajos niveles formativos y una baja cualificación

Parte III. Conclusiones, limitaciones y nuevas

DIII. SALUD Bienestar social

2.2.3. Un colectivo concreto en situación de vulnerabilidad: los jóvenes con bajos niveles formativos y una baja cualificación bajos niveles formativos y una baja cualificación

La presente investigación se centra en un colectivo en situación de vulnerabilidad concreto: los jóvenes menores de veinticinco años, con bajos niveles formativos, una baja cualificación, o abandono escolar prematuro. Éstos se presentan como uno de los colectivos que presentan dificultades para acceder o (re)incorporarse a contextos laborales, sociales y educativos, por ello, resulta evidente realizar una aproximación conceptual a éstos, con el propósito de conocer y entender sus procesos de construcción personal y de representación social, procesos que pueden ayudarnos a comprender algunos de los factores que dificultan su integración.

Las dificultades que obstaculizan el acceso al mercado laboral y a determinados contextos socioeducativos, por parte de estos jóvenes, están, en muchos casos, asociadas a factores intrínsecos; téngase en cuenta, por ejemplo, su propia historia de vida, las posibles dificultades de aprendizaje que pueden conducirles a situaciones de fracaso o abandono escolar y que, al mismo tiempo, pueden condicionar la autopercepción, el autoconcepto, la autoimagen y la autoestima que el joven posee y proyecta de sí mismo. Estos factores contribuyen a su representación social, a la construcción de su yo a partir de la información que recoge en su experiencia social y que deja entrever la relación y vinculación existentes entre el individuo personal y el social (Rosenberg, 1973). De aquí que los procesos de formación orientados a la integración sociolaboral de estos jóvenes deban plantearse en base a estos dos conceptos inseparables: el yo (individuo personal) y el otro (individuo social) (Szabo, Gagné & Parizeau, 1980).

En el presente apartado, se elabora una aproximación conceptual al colectivo de jóvenes considerados especialmente vulnerables y al papel que la representación social posee con relación a sus procesos de integración educativa y sociolaboral.

2.2.3.1. Aproximación conceptual al colectivo de jóvenes en situación de vulnerabilidad y riesgo de exclusión

En este marco de referencia, se describe un colectivo que reúne muchos de los factores de vulnerabilidad enunciados en el apartado anterior: el colectivo de jóvenes.

El término joven, junto al término adolescente, se define desde una perspectiva o componente psicosocial. Si bien el término „adolescente‟ se utiliza más con relación a

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cambios de tipo psicológico, el uso del término „joven‟ se identifica en relación con los cambios de tipo social (Ovejero, 1998). Siguiendo este criterio clasificatorio, en este trabajo se utilizará mayoritariamente el término „joven‟.

La adolescencia es un periodo de transición entre la infancia y la madurez, o vida adulta, que porta implícitos tres componentes básicos de tipo fisiológico (pubertad), psicológico (adolescencia) y social (juventud) (Ovejero, 1998; Urra, 1997; Vega, 1994). Si el propio proceso transitorio y evolutivo de la adolescencia ya resulta complicado, en una sociedad como la actual, caracterizada por los rápidos y continuos cambios, el proceso de transición puede derivar en dificultades mayores, consecuencia de las transformaciones sociales y económicas. Por ejemplo:

 La sociedad actual ofrece al joven una mayor complejidad y dificultad para desempeñar el rol adulto. Este aspecto implica, en la mayoría de situaciones, más años de preparación educativa, que alarga la dependencia económica que los jóvenes tienen de los padres y la adolescencia social.

 En una sociedad que ha evolucionado primero de una sociedad agrícola a una industrial y posteriormente, de una sociedad industrial a una sociedad del conocimiento, la fuerza física ya no resulta necesaria y por contra, sí que resulta imprescindible una mayor cualificación y especialización, un incremento de las capacidades y de las competencias:

Aumentar las capacidades. La gente poco cualificada corre un riesgo de exclusión económica y social. En la mayoría de los países preocupan los aspectos siguientes: los niveles altos y continuos de abandono de los estudios, la baja participación en actividades de aprendizaje permanente por parte de trabajadores mayores y personas poco cualificadas, y la escasa cualificación de los inmigrantes. Además, los futuros mercados de trabajo de las economías basadas en el conocimiento exigirán unos niveles de cualificación cada vez más elevados a una fuerza de trabajo cada vez más pequeña. Las bajas cualificaciones constituirán un desafío cada vez mayor (Consejo de la Unión Europea, 2008, p. 1).

Autores como Morris, Rutt, Kendall y Mehta (2007) recogen en sus estudios que los factores que hacen que nuestro colectivo de estudio sea vulnerable son tanto de tipo físico, emocional, comportamental, de aprendizaje, demográficos, sociales y económicos, sin que, de manera obligada y persistente, deban correlacionarse bajos niveles formativos con escasas oportunidades de empleo y trabajos precarios (Nylan et al., 2009).

Como ya se ha venido apuntando, el colectivo de jóvenes reúne, en la propia condición de joven, uno de los factores considerados de vulnerabilidad, la edad. El propio término „joven‟ lleva asociado connotaciones sociales negativas como:

inadaptación, foco de conflictos o discordia (en términos de Szabo et al., 1980), falta de experiencia, de responsabilidad, de motivación, de autonomía, escaso nivel formativo, entre otras. Todas estas connotaciones etiquetan a este colectivo al que se le supone, sin a veces otorgarles ni confianza, ni posibilidades, incapacidad para aprender, comprender, o desarrollar un trabajo por falta de experiencia, cualificación, capacidades y competencias, conduciéndoles a situaciones claras de exclusión, situación que, en muchos casos, se ve reforzada por otros factores de vulnerabilidad como la nacionalidad, la situación legal, o el mismo contexto social-familiar-cultural en el que viven, conviven, aprenden y se relacionan.

La inadaptación, o la identificación de patrones desadaptativos asociados socialmente a la variable edad y al fenómeno juventud (especialmente a aquellos jóvenes con dificultades de aprendizaje y una historia de fracaso académico), tilda aun más a este colectivo de “vulnerable”.

La inadaptación, entendida como la situación de desajuste producida por la inadecuada relación entre el sujeto y el medio o entorno en el que vive, convive, aprende y se relaciona, identifica a este grupo de jóvenes de manera generalizada, como consecuencia de un proceso de discordia, es decir, como una posición confrontada ante los valores sociales entre el colectivo de jóvenes, que ofrecen una actitud de resistencia y la sociedad (mundo adulto): “la juventud y la posición que ocupa en la sociedad hace a este grupo más predispuesto a este tipo de discordia, pero a la vez también el más vulnerable a los condicionamientos por parte del sistema. La subcultura adolescente puede considerarse como un producto de la sociedad de consumo, condicionada por esta misma sociedad” (Szabo et al., 1980, pp. 119-120). Esta situación de resistencia y desajuste viene dada por las dificultades que el sujeto, en este caso el joven, encuentra para dar respuesta a las demandas exigidas por el contexto, en nuestro caso asociadas al dominio de competencias relacionadas con el creciente grado de dificultad y complejidad que el rol adulto ha adquirido en la sociedad actual. En el caso de los jóvenes con una historia de fracaso académico, las dificultades para dar respuesta a las exigencias sociales se ven incrementadas por las carencias que presentan en el dominio de las competencias básicas exigidas y relacionadas con capacidades y habilidades de carácter cognitivo (competencias intelectuales) y comportamental (competencias sociales y laborales principalmente).

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Estudios como los de González-Pienda et al. (2000), Hair, Moore, Ling y Mcphee-Baker (2009), Szabo et al. (1980), Van Houten y Jacobs (2005), Vega (1994) identifican estas situaciones de inadaptación, como desencadenantes de situaciones de vulnerabilidad y de riesgo de exclusión de estos jóvenes, tanto de orden social como laboral, al mismo tiempo que tratan de conocer los principales factores desencadenantes de estas situaciones.

González-Pienda et al. (2000) se centran, sobre todo, en la relación entre los jóvenes con dificultades de aprendizaje y/o fracaso académico y los déficits y dificultades que presentan en competencia social (habilidades sociales, problemas de conducta, déficits e inmadurez en cognición social, problemas en la relación interpersonal).

Estas dificultades las asocian a la combinación de una serie de factores, entre los que se encuentran una baja o negativa autoestima y el efecto indirecto de la etiqueta social, que va asociado a las dificultades de aprendizaje y al fracaso académico.

Hair et al. (2009) identifican entre los factores que conducen a los jóvenes a situaciones de riesgo de exclusión y por tanto, de vulnerabilidad, derivadas de largos periodos de desconexión escolar y del mundo del trabajo, el hábitat del joven (características de la comunidad en la que vive), la familia (estructura familiar, nivel educativo de los padres, nivel o status socioeconómico de la familia, origen de los padres...), o el grupo de pares o compañeros (pueden ejercer una influencia negativa).

Szabo et al. (1980) consideran que las situaciones de inadaptación desencadenan situaciones de vulnerabilidad, a la vez que muchas situaciones vulnerables pueden llegar a desencadenar situaciones de inadaptación. La inadaptación es, para estos autores, más bien de orden psicocultural. Definida en los siguientes términos: “Cuando los modelos de conducta, basados en normas y valores regularmente transmitidos de generación en generación, empiezan a ser difusos, el efecto tranquilizador de la cultura no sólo disminuye, sino que es reemplazado por interrogantes que crean más problemas de los que resuelven” (Szabo et al., 1980, p. 14), las situaciones de inadaptación psicocultural del joven nacen del conflicto y de las tensiones derivadas del encuentro entre el mundo de éste, en proceso de cambio y transición de orden biopsicológico, con el mundo del adulto, que está conformado a la imposición de patrones sociales en los que el factor social tiende a hacerse igual para todos y perder así buena parte de su especificidad.

Van Houten y Jacobs (2005) exponen cómo los actuales contextos sociales exigen de sus ciudadanos la plena participación, la capacidad de identificar y resolver problemas (la denominan community competence), o la consecución de lo que el propio contexto social identifica como „calidad de vida‟ (disponer de un buen trabajo, una familia, una

bonita casa, un cuerpo sano y delgado, entre otros aspectos). Pero, observan cómo un determinado colectivo, las personas con discapacidad, encuentran grandes dificultades en la consecución de todos estos requerimientos sociales, a veces incluso les resulta imposible, debido a los obstáculos de tipo material (edificios inaccesibles), cultural (bajas expectativas respecto a su potencial intelectual), o biológico (un cuerpo vulnerable, fatiga, efectos de la medicación) que encuentran.

Vega (1994) y Szabo et al. (1980) otorgan a la inadaptación del joven una naturaleza psicosocial y/o psicocultural. Atribuyen a las situaciones de inadaptación, extensibles a situaciones de vulnerabilidad, causas derivadas del propio individuo (inseguridad o inmadureza del joven, por ejemplo) y causas contextuales-ambientales (familia, escuela, barrio). Asimismo, entre los factores asociados a la inadaptación, Hair et al.

(2009) también identifican el hábitat del joven, la familia (situaciones de rebeldía e incomprensión con los padres), el grupo de pares o compañeros (como marco de referencia e identificación) y añaden la clase social (vinculada a la falta de empleo, ocupación y a una necesidad económica latente), la escuela (la no adaptación al ritmo escolar crea resistencias en el joven, que se orienta hacia actividades que le pueden resultar más gratificantes fuera del contexto educativo) y el empleo (la inactividad laboral del joven y las malas condiciones laborales conducen a situaciones de inadaptación y vulnerabilidad social de este colectivo, ya vulnerable en el marco del trabajo).

Las consideraciones de los autores apuntadas, con relación a la inadaptación, como desencadenante de situaciones de vulnerabilidad, permite afirmar que nuestro colectivos de estudio, los jóvenes con bajos niveles de formación, van a encontrar una serie de barreras y obstáculos de orden social, cultural, formativo, económico e incluso biológico que pueden conducirles a situaciones de desajuste ocasionadas por la incapacidad de dar respuesta a las competencias exigidas por su contexto social, derivando en claras situaciones de vulnerabilidad. Una de esas situaciones vulnerables se da en los contextos laborales. El contexto laboral va a exigir a estos jóvenes competencias de carácter intelectual, afectivo, relacional y laboral necesarias para el desempeño de una actividad profesional, competencias que van a requerir de los mismos un saber, un saber hacer y un saber ser y estar complejos. La adquisición y desarrollo de esas competencias será el resultado de la adquisición y desarrollo de toda una serie de capacidades de tipo cognitivo, afectivo, psicomotor y social que deberán integrarse, movilizarse y combinarse de forma adecuada, para dar respuesta a cada una de las situaciones laborales ante las que se encuentre el joven.

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LA COMPETENCIA… ENFATIZA LA CAPACIDAD…

Intelectual (saber) Cognitiva

Afectiva (saber ser) Afectiva

Relacional (saber estar y saber ser) Social – Afectiva Laboral (saber, saber hacer, saber estar

y saber ser) Psicomotora – Cognitiva – Social – Afectiva

Tabla 3: Capacidades demandadas por las competencias

Tal y como se observa en la tabla anterior, los contextos sociolaborales (extensibles a los formativos) van a exigir del joven un nivel de funcionamiento de las capacidades, que consideran suficiente, para cada una de las competencias demandadas (Ferrández, 2002; Jurado & Olmos, 2010). Para la competencia intelectual se requerirá el desarrollo y funcionamiento de capacidades cognitivas (dominio de saberes académicos básicos, por ejemplo), para la competencia afectiva, el de capacidades afectivas relacionadas con el autoconcepto o la autoestima, para la competencia relacional, capacidades de orden afectivo y social (a modo de ejemplo, saber interactuar con los demás, comunicarse) y finalmente, para la competencia laboral, el funcionamiento de capacidades psicomotoras, cognitivas, sociales y afectivas (buen uso de herramientas o maquinaria, leer, escribir, resolver problemas con fluidez, trabajar en equipo, empatía, autopercepción positiva).

Las demandas de los contextos sociolaborales pueden dar lugar a múltiples situaciones de desajuste, por lo tanto múltiples situaciones de vulnerabilidad, debido al escaso nivel de funcionamiento que el joven, con un bajo nivel formativo, posee de todas las capacidades exigidas, o de sólo alguna de ellas. Cuando el grado de adquisición y desarrollo de las competencias, por parte de nuestro colectivo, no corresponde al nivel de funcionamiento exigido por los contextos sociolaborales, se produce una situación de desajuste y un factor de vulnerabilidad que va a condicionar las posibilidades que, el citado colectivo, tendrá para acceder al mercado de trabajo.

En estos casos, los programas de formación y de orientación tienen una influencia muy positiva en los jóvenes que participan de los mismos, pues les confieren la posibilidad de adquirir y desarrollar las capacidades, habilidades y actitudes necesarias en contextos de trabajo (Hair et al., 2009).

Expuestas las argumentaciones, en base a diferentes estudios, sobre los posibles factores y situaciones que conducen al colectivo de jóvenes con bajos niveles formativos a situaciones de vulnerabilidad, especialmente social y laboral, es

imprescindible plantear una definición del término colectivo de jóvenes social y laboralmente vulnerables.

En el marco de la integración sociolaboral y del propio concepto de vulnerabilidad, identificamos al colectivo de jóvenes vulnerables como aquellos sujetos que presentan limitaciones y/o dificultades en habilidades de tipo social, formativo y de adaptación práctica, dificultando sus procesos de adaptación en contextos escolares, sociales y laborales. Estas dificultades vienen condicionadas por una serie de factores (por ejemplo: baja autoestima, autopercepción negativa, limitaciones cognitivas, inestabilidad emocional, escasa motivación, entornos familiares desestructurados, fracasos académicos precedentes) que vulnerabilizan a este colectivo, precisando de procesos de orientación, de asesoramiento y de apoyos adecuados que reduzcan los desajustes existentes entre la formación y las exigencias sociales y del mercado laboral, minimizando así los factores de vulnerabilidad.

Con los soportes adecuados, el colectivo de jóvenes en situación de vulnerabilidad minimiza su condición, tornándose un colectivo capaz, competente y productivo. Pero, si no disponen de los soportes adecuados, estos jóvenes pueden sentirse incapacitados, infravalorados y desmotivados para afrontar con garantías las exigencias de los contextos sociales y laborales, proyectando sobre ellos una imagen sociolaboral negativa, que va a repercutir en una autopercepción negativa.

La condición de vulnerabilidad de estos jóvenes no es una condición patológica, por lo que no deben plantearse estrategias terapéuticas para satisfacer sus necesidades:

“Cada persona es un todo, ni despreciable ni aislable del contexto” (Martínez Reguera, 1999, p. 63), “Cada persona es (…) todo un universo completo, alguien único e irrepetible” (Martínez Reguera, 1999, p. 73), por lo tanto, deben plantearse instrumentos, mecanismos que permitan el diseño y desarrollo de procesos de orientación y de formación hacia una perspectiva reforzada en los apoyos, que ofrezca a estos jóvenes oportunidades de participación, adaptación, responsabilidad o autodeterminación, que van a repercutir positivamente potenciando su seguridad interior y condicionando el desarrollo del sentimiento de ser equiparable, uno más como los demás, generando sentimientos de pertenencia, de aceptación e interiorización de vínculos, una autoestima y autopercepción positivas, una identidad.

Pensemos en el colectivo de jóvenes vulnerables, en el contexto social y laboral, como jóvenes con capacidad, capaces de adaptarse, capaces de desarrollar una actividad laboral de manera responsable pero, sobre todo, capaces de aprender.

Hay que valorar, además, los procesos de identificación, los “orígenes” de la vulnerabilidad, el determinismo social al que se les aboca a determinados colectivos,

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como personas con algún tipo de discapacidad, extranjeros y/o inmigrantes, personas sin hogar, desempleados de larga duración. El colectivo de jóvenes con una baja cualificación y formación no escapa a ese determinismo social, no escapa a las etiquetas y connotaciones negativas que la sociedad les otorga, sin a veces considerar que son jóvenes con capacidades y potencialidades, que quizás sólo precisen de los apoyos adecuados para conseguir adaptarse al modelo implícito en la sociedad.

En base a este determinismo social, se plantean cuestiones como: ¿la imagen vulnerable que los diferentes contextos sociales proyectan sobre el joven puede condicionar la representación personal y social que éste hace de sí mismo?, ¿cómo se ve el joven?, ¿qué imagen proyecta el joven de su persona?, ¿cómo condiciona la percepción que el contexto tiene del joven su propia autopercepción, su autoimagen, su autoestima? Todas estas cuestiones planteadas son las que van a orientar el siguiente apartado.

2.2.3.2. La representación social del joven en situación de vulnerabilidad.

Autopercepción: autoconcepto, autoimagen y autoestima

En el apartado anterior, se apuntaban toda una serie de factores que otorgan la condición de vulnerabilidad al colectivo de jóvenes, especialmente a aquellos con bajos niveles formativos. Entre los factores apuntados se destacan los de orden social o carácter externo (qué imagen proyecta la sociedad respecto al joven), como los de orden personal o carácter interno (qué imagen proyecta el joven sobre sí mismo).

Entre ambas dimensiones, la personal y la social, existe una relación de interdependencia mutua, el yo y el otro son dos conceptos inseparables: “el sí mismo existe por obra de la sociedad, pero ésta sólo es posible en cuanto varios sí mismos siguen aprehendiéndose entre si y cada uno con referencia al ello” (Szabo et al., 1980, p. 50).

Durante la juventud, el sí mismo (el self) adquiere especial relevancia. Los sentimientos respecto a sí mismo (autoestima) y la apariencia (autoimagen) son variables personales especialmente significativas, que absorben al joven por completo.

Estos valores que el joven proyecta de su persona, el retrato subjetivo que confecciona sobre sí mismo, lo hace en base a la información recogida en su experiencia social, a partir de las percepciones sociales que recibe.

La identidad de una persona, el desarrollo de su personalidad, se basa en la interacción entre los procesos psicológicos básicos y su medio social (Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino & Pastorelli, 2003). La imagen que uno hace de sí mismo surge a partir de las interacciones sociales que van a condicionar las

percepciones (cómo me veo), los sentimientos (cómo me siento) y los criterios (cómo me autoevalúo), que guían la construcción de la propia identidad como individuo personal (identidad personal) y como individuo social (identidad social), como la combinación del conocimiento que posee una persona que pertenece a un determinado grupo social y el valor que esa persona posee para el resto de integrantes del grupo de pertenencia (Tajfel, 1975).

El ser humano vive en sociedad, es un ser social con una vida social. En primera instancia la familia y después, otros contextos como la escuela, los entornos laborales, la comunidad, hacen que la persona individual interaccione en un grupo que va a influir en la forma de ser de la persona, en su manera de actuar, en sus actitudes, en sus valores y en cómo se ve y percibe a sí misma y a los demás (Hogg, 2003).

Los factores sociales tienen en la autoevaluación y en la formación de la autoimagen y la autoestima una gran importancia: “los factores sociales determinan, en gran medida, los valores acerca de sí mismo; (…) éstos ejercen gran influencia sobre la autoestima.

Nadie se evalúa a sí mismo en abstracto; la evaluación se hace siempre de acuerdo con ciertos criterios. Pero los criterios (…) derivan de las condiciones históricas de cada sociedad en particular y de la importancia que en ella se otorgue”

Nadie se evalúa a sí mismo en abstracto; la evaluación se hace siempre de acuerdo con ciertos criterios. Pero los criterios (…) derivan de las condiciones históricas de cada sociedad en particular y de la importancia que en ella se otorgue”