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¿Fascismo en las instituciones del Nuevo Estado? personal político, cultura política y participación en el franquismo (1936- 1951)

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¿Fascismo en las instituciones del Nuevo Estado? personal político, cultura política y participación en el franquismo (1936- 1951)

Miguel Ángel DEL ARCO BLANCO

Universidad de Granada Existe un tema que, con todo fundamento, ha preocupado a los historiadores a la hora de estudiar los regímenes fascistas, fascistizados o autoritarios de la Europa de postguerra.

Éste es el del personal político. ¿Quiénes fueron los hombres que guiaron la construcción de aquellos Estados? ¿Qué les motivó a hacerlo? ¿Fueron cuestiones relacionadas con sus intereses socioeconómicos o también lo hicieron por convicción ideológica? ¿Abrieron estos regímenes dictatoriales, mediante el desempeño de cargos institucionales por parte de algunos hombres, la posibilidad a una cierta participación política? Tras estas preguntas y, también, tras el estudio del personal político y del funcionamiento de las instituciones del Estado, se entrecruzan cuestiones fundamentales para explicar la Historia de aquellos años. Cuestiones, por ejemplo, como la verdadera naturaleza de aquellos regímenes: en función de sus hombres, del grupo social al que pertenecían o de la ideología que ostentaban podremos delinear con más acierto la naturaleza política del régimen que construyeron y del que eran parte. Podemos adentrarnos también en aspectos esenciales como el funcionamiento de las instituciones que configuraban, reflexionando sobre sus actuaciones en los más variados campos de la acción política de aquellos años. Y por último podremos, al rastrear esta interacción entre instituciones y personal político, reflexionar sobre la participación de muchos hombres en la construcción, funcionamiento y continuidad de estos sistemas dictatoriales.

El presente artículo aspira a ofrecer una imagen, desde su interior, de los apoyos sociales de la dictadura franquista. Para ello, aboga por estudiar el perfil político y económico de una serie de instituciones vitales para la construcción y perpetuación del régimen del general Franco, entendiéndolas como espacios de participación política dentro del Nuevo Estado. Se estudia el poder franquista desde las más altas instituciones del estado hasta las más cercanas a la sociedad. Así, analizamos tres esferas de poder:

los ministerios y las altas instituciones, claves en el diseño e impulso de las políticas del Nuevo Estado; los gobiernos civiles, esenciales en la gestión de la política de la provincia; y los ayuntamientos rurales y de las capitales de provincia, piedra axial del funcionamiento cotidiano del franquismo. Terminando ofreciendo unas reflexiones sobre la necesidad de estudiar la cultura política del personal que ocupó las instituciones del franquismo, convirtiendo a Falange y a la experiencia republicana en elementos clave de su participación política en el régimen de Franco.

Manejamos el concepto de cultura política entendiéndolo como el conjunto de creencias, valores y actitudes compartidos por un determinado sector de la sociedad, y que condicionan su comportamiento político y su interacción con las instituciones que constituyen el Estado. No se trata de un concepto limitado meramente a los elementos discursivos y culturales, sino más bien anclado en lo social. Una cultura política fraguada, por tanto, en la experiencia histórica y social de cada individuo, en nuestro

Artículo recibido en 4-4-2014 y admitido a publicación en 26-5-2014.

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caso en la guerra civil y en la experiencia posterior del franquismo, y que condicionará la cohesión en torno a quienes la comparten y sus actitudes sociales y políticas1.

Nuestro estudio cubre la escala nacional, bebiendo para ello de la ya extensa bibliografía sobre el personal político bajo la dictadura franquista. Nos centramos especialmente en los años de la guerra y la postguerra (1936-1951), circunscribiendo a entonces el momento en el que la dictadura se conforma, da sus primeros pasos y asegura su continuidad.

A la espera de más investigaciones, la conclusión principal de nuestro trabajo es que, en cuanto al personal político de las instituciones analizadas, la tendencia general fue la llegada de un nuevo grupo de políticos. Fueron ellos los que, especialmente tras el fin de la contienda, apuntalaron y dieron continuidad al régimen franquista. Su origen social fue heterogéneo. Pero en todo caso, fue más acomodado en el caso de ministros, altos jerarcas y gobernadores civiles, primando profesiones liberales; en los ayuntamientos la extracción social fue más modesta, especialmente en los de las localidades rurales, perteneciendo en estos casos a una variada gama de clases medias y de ocupaciones propias del ámbito socioeconómico de cada lugar. Su orientación política fue también variada. En función de cada región y sus particularidades históricas, encontramos a camisas viejas, a camisas nuevas del partido, a carlistas y, en mucha menor medida, hombres con una participación política en agrupaciones de derechas antes de 1936. Pero en lo político, el elemento clave en su selección y en la configuración de su cultura política fue siempre la guerra civil: en ella y en las experiencias que estos hombres tuvieron se selló para siempre el pacto de lealtad al franquismo, el régimen que siempre quiso identificarse con la Cruzada. Su toma de partido en la contienda, bien fuese en el frente bien en la retaguardia, se convirtió en el primer paso para su participación política dentro del Nuevo Estado; su llegada a las instituciones y su adhesión al régimen tras 1939 se convertiría en el segundo.

Ahora bien, a la vista del perfil político y socioeconómico de los hombres del franquismo, ¿podemos hablar de un régimen autoritario, fascista o fascistizado? Bajo nuestro punto de vista, se trató de un personal político inédito, con una cultura política nueva, sellada en los días de la guerra civil. No obstante, sus postulados y sus objetivos distaron mucho de ostentar las aspiraciones revolucionarias y movilizadoras de los regímenes fascistas. A pesar de suponer una ruptura frente a épocas precedentes, una vez aupado al poder, este nuevo personal veló sin descanso por la supervivencia de la dictadura franquista, pero no promovió –ni por lo tanto obtuvo en ningún momento–

iniciativas típicas del programa político revolucionario o palingenésico del fascismo.

Es esencial no sólo estudiar lo que fue el régimen de arriba abajo, sino también de abajo arriba. Lo que fue el franquismo no está únicamente determinado ni por Franco, ni por los hombres más destacados del régimen. La historia de los Estados es, a

1. Seguimos la concepción de Margaret R. SOMERS. Ver: “¿Qué hay de político o de cultural en la cultura política y en la esfera pública? Hacia una sociología histórica de la formación de conceptos”, Zona Abierta, 77-78 (1996), pp. 31-94; y “Narrando y naturalizando la sociedad civil y la teoría de la ciudadanía: el lugar de la cultura política y de la esfera pública”, Zona Abierta, 77-78 (1996), pp. 255- 337. Otras visiones resaltan la preeminencia de lo cultural sobre lo social para explicar el sentido y funcionamiento del concepto. Ver Keith Michael BAKER, “El concepto de cultura política en la reciente historiografía sobre la Revolución Francesa”, Ayer, 62 (2), pp. 89-110. Una visión general del término

“cultura política”: Miguel Ángel CABRERA, “La investigación histórica y el concepto de cultura política”, en Manuel PÉREZ LEDESMA, María SIERRA (eds.), Culturas políticas: teoría e historia, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2010, pp. 19-85.

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31 su vez, la historia de los grupos sociales que los sustentan. Y en este sentido, lo que son

viene determinado por la relación entre la sociedad política y la sociedad civil2. Por ello es tan importante el estudio del personal político, especialmente en el ámbito provincial y local: porque es en ese espacio donde se produce la comunicación y negociación entre instituciones y sociedad, explicando no sólo la naturaleza de cada régimen, sino también su propio destino.

En todo caso, es necesario realizar una precisión conceptual para enmarcar nuestros argumentos. Como en toda investigación histórica, los resultados pasan por el tamiz de la interpretación. Y en este caso, el marco conceptual es clave. La pregunta sobre si el franquismo fue un régimen fascista viene determinada, en gran parte, por la definición que demos de dicho fenómeno. Podemos centrarnos más en su programa político y cultural, en sus veleidades palingenésicas y revolucionarias, buscando un fascismo genérico que en el propio desarrollo histórico nunca será perfecto y nunca encontraremos en estado puro3. En estas visiones primarán aspectos como la propaganda, la liturgia política, las creencias o la aceptación. O por el contrario, podremos asumir posturas que consideran al fascismo más en sus hechos que en sus aspiraciones, resaltando cuestiones como la violencia política, el control social, la resistencia o la oposición4. Bajo nuestro punto de vista, el fascismo no puede comprenderse si no se aúnan ambas visiones. La historia comparada ofrece buenos ejemplos de ello, al desvelar los procesos y los fenómenos históricos fascistas, parafascistas y autoritarios. Diversos estudios de caso evidencian que, en la esfera de los hechos, no existió un fascismo genérico, sin llegar a poner en duda en ningún momento que el fenómeno fascista haya existido. La mayoría de la historiografía acepta hoy que el régimen alemán y el italiano, con sus peculiaridades, fueron regímenes fascistas.

Menos acuerdo hay, en las diversas historiografías, sobre la naturaleza de otros regímenes europeos de entonces. A nuestro juicio, la mayoría de ellos fueron regímenes fascistizados, al verse afectados por la influencia de la ideología fascista y estar más o menos permeados por ella5. Más allá de la etiqueta que otorguemos a estos regímenes, incluido el franquista, los historiadores debemos responder a cuestiones como por qué, cómo y quiénes fueron. En este trabajo nos ocuparemos de este último aspecto, reflexionando sobre la cultura política que pudieron ostentar y sobre su partición en las instituciones del Nuevo Estado.

¿Fascismo en la cúpula del Estado? Ministros y altos cargos del franquismo

La cúpula del Estado franquista fue lo que primero llamó la atención de los investigadores interesados en el estudio del personal político. No obstante, tras los

2. Antonio GRAMSCI, Antología, Madrid, Siglo XXI, 1974, p. 491.

3. Roger GRIFFIN, The nature of fascism, London-New York, Routledge, 1993.

4. Robert O. PAXTON, Anatomía del fascismo, Barcelona, Península, 2005. Sobre la violencia propia de un fascismo español, Javier RODRIGO, “Fascism and violence in Spain: A comparative update”.

International Journal of Iberian Studies, 25, 3, (2012), pp. 183-199.

5. Ismael SAZ, Fascismo y franquismo, Valencia, Universidad de Valencia, 2004; Aristotle A. KALLIS,

“’Fascism’, ‘Para-Fascism’ and ‘Fascistization’: On the Similarities of Three Conceptual Categories”.

European History Quarterly, Vol. 33 No. 2, (2003), pp. 219-249. Otros ven a la fascistización como un proceso que conduce al fascismo: Ferran GALLEGO, “Fascistization and fascism: Spanish dynamics in a European process”, International Journal of Iberian Studies, 25, 3, (2012), pp. 159-181.

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primeros trabajos a finales de los años 70 y primeros 806, el tema parece haber sido aparcado en parte, primando a partir de entonces publicaciones centradas en el estudio del personal provincial y local7. Quizá es momento, bajo la sombra de los debates conceptuales sobre la naturaleza del franquismo, de recuperar algunos de los resultados de aquellas investigaciones, con el fin de calibrar el grado de fascistización del Nuevo Estado en sus más altas instancias.

Carlos Viver Pi-Sunyer fue el primero en señalar la discontinuidad del personal ministerial franquista respecto a épocas precedentes8. Es cierto que en los primeros meses tras el 18 de julio de 1936 las más altas responsabilidades recayeron en unos políticos con perfil social muy acomodado, y con experiencia política previa; los integrantes de la Junta de Defensa Nacional y de la Junta Técnica del Estado ostentaron estas características. Pero ya desde la constitución del primer gobierno de Franco en 1938 se produjo una renovación, siendo militares y falangistas los grupos mayoritarios hasta 1945. En este sentido, se evidenciaba la importancia de hombres vinculados a FET y de la JONS. No obstante, pese a demostrar esta ruptura frente a épocas precedentes, Carlos Viver no consideraba en ningún momento las implicaciones que la experiencia de la guerra civil pudieron tener en la conformación de la cultura política de esta nueva clase dirigente, y concebía su “inexperiencia política” como prueba fehaciente de ser meros hombres interpuestos (“por delegación”) de las viejas y acaudaladas élites políticas9.

En su pionero trabajo, Miguel Jerez Mir ofreció una información más precisa y, si cabe, más esclarecedora. Amplió su análisis a otras élites ministeriales (subsecretario, director general, secretario general técnico…), o a otras instituciones del régimen (FET y de las JONS, Sindicato Vertical, Instituto Nacional de Previsión…); además, su estudio se extendía entre los años 1938 y 1957. Demostró la creación de una “nueva clase de políticos profesionales”, evidenciando una significativa renovación del personal político respecto a épocas precedentes. Se trataba de un personal de cierta juventud, de diverso signo político (militares, monárquicos, falangistas, católicos, tradicionalistas).

Confirmaba otra vez el peso del falangismo (tanto del viejo como del nuevo) en las

6. Especialmente: Carlos VIVER PI-SUNYER, El personal político de Franco (1936-1945). Contribución empírica a una teoría del régimen franquista, Barcelona, Vicens-Vives, 1978; Miguel JEREZ MIR, Elites políticas y centros de extracción en España, 1938-1957, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1982. Una excepción a esta tendencia, pero alejado de los debates y reflexiones historiográficas que nos atañen: Mariano BAENADEL ALCÁZAR, Élites y conjuntos de poder en España (1939-1992): un estudio cuantitativo sobre parlamento, gobierno y administración y gran empresa, Madrid, Tecnos, 1999.

7. Un ejemplo: Glicerio SÁNCHEZ RECIO, Los cuadros políticos intermedios del régimen franquista, 1936-1959. Diversidad de origen e identidad de intereses, Alicante, Instituto de Cultura ‘Juan Gil- Albert’, 1996.

8. No obstante, también incluía en su estudio a procuradores en Cortes, gobernadores civiles o cargos de Falange.

9. VIVER, El personal político de Franco, pp. 45, 77, 104, 156, 167.

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33 distintas escalas de la Administración. Socialmente, la mayoría de los mandos

pertenecían a la clase media y la clase media alta10.

Estas primeras investigaciones adelantaban unos patrones que, curiosamente, se repetirían en el poder provincial y local. Aunque se produjo la continuidad de algunas viejas élites políticas, en los últimos compases de la contienda se asistía al nombramiento de una nueva generación de políticos, en muchos casos sin experiencia política previa, provenientes de diversos sustratos ideológicos pero que, en 1936, apoyaron sin dudarlo a los rebeldes y se comprometieron con la causa de la Cruzada.

Unos cuadros políticos pertenecientes a la clase media y media alta, siendo sin duda socialmente más acomodados en las altas esferas del poder del Nuevo Estado. Muchos de ellos, aunque proviniesen del ejército, de círculos católicos, tradicionalistas o monárquicos, se comprometieron a sangre y fuego en los días de la guerra civil, militando en Falange. El partido se convertiría así, en un “partido trucado desde el principio”11. Trucado para la revolución nacional sindicalista, siempre pendiente, pero en ningún caso para levantar, apuntalar y sostener el franquismo. Un régimen que, desde sus primeros a sus últimos días, recordaría que su origen estaba en la guerra civil española. Pese a las posibles desavenencias entre este relativamente heterogéneo personal político, el significado de aquellos días de la guerra y de su vinculación con el detestado pasado de la II República, que Franco siempre supo personificar, siempre les unió más que lo que pudiera separarles.

Al menos durante las dos primeras décadas de vida del franquismo12, el peso del partido único fue, por tanto, más importante de lo reconocido habitualmente, convirtiéndose en el canal de reclutamiento del régimen, en camino para la participación política dentro de él y, por tanto, en su defensor más fiel. Si este hecho acercó al franquismo al fascismo, no cabe duda que ni en las altas esferas del Estado el partido único se apoderó de todo el poder que tuvo a su alcance, ni los propios falangistas que fueron reclutados hicieron intentos serios por implantar un Estado totalitario. Su propia cultura política, fraguada en la guerra civil, tampoco se lo exigía. Y si osaron hacerlo, siempre tuvieron frente a ellos el poder omnímodo de Francisco Franco, al que muchos prestaron lealtad13.

10. JEREZ, Elites políticas y centros de extracción en España, p. 408. Del mismo autor: “El régimen de Franco: élite política central y redes clientelares (1938-1957)”, en Antonio ROBLES EGEA (ed.), Política en la penumbra. Patronazgo y clientelismo políticos en la España contemporánea, Madrid, Siglo XXI, 1996. Poco después, se apuntó a la “burocratización” del personal político de ministerios, subsecretarías y direcciones generales del régimen de Franco, afirmando que la mayoría de ellos tenían extracción funcionarial; no obstante, en ningún momento estos estudios se preguntaban sobre su cultura política o su participación en la contienda. Ver Julián ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Burocracia y poder político en el régimen franquista (El papel de los Cuerpos de funcionarios entre 1938 y 1975), Madrid, Instituto Nacional de Administración Pública, 1984, pp. 8-9.

11. SÁNCHEZ RECIO, Los cuadros políticos, p. 156.

12. Tal y como se ha demostrado, a partir de 1957 se detecta un decrecimiento del peso del falangismo en el personal político franquista. Ver Francisco CAMPUZANO, L’Elite franquiste et la sortie de la dictature, Paris, L’Harmattan, 1997, pp. 104-105.

13. Miguel JEREZ MIR, “Executive, single party and ministers in Franco's regime, 1936-45”, en Antonio COSTA PINTO (Ed.), Ruling elites and decision-making in fascist-era dictatorships, Boulder, Columbia University Press, 2009, pp. 196 y ss.

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¿Fascismo en las provincias? Los gobernadores civiles

Los gobernadores civiles fueron un elemento esencial en la construcción del franquismo. Fueron la máxima autoridad del régimen en la provincia, siendo el reflejo mayor de la política que éste quería emprender en uno y otro momento. En sus manos estuvieron cuestiones tan variadas –y tan relevantes para los años que nos conciernen–

como el orden público o la proposición –generalmente aceptada– al Ministerio de Gobernación de los alcaldes y gestores que debían componer las corporaciones municipales. Pero además eran pieza fundamental en el control social de los ciudadanos, estando en sus manos velar por la moral, la prensa o la censura. En los tiempos de escasez económica de entonces, tenían en sus manos la llave para la salvación o la condena de muchos: eran responsables de la beneficencia en la provincia pero, sobre todo, eran los máximos responsables del abastecimiento y del racionamiento14. Así, serán claves para la generación de apoyos sociales hacia el régimen, contribuyendo a su consolidación y perpetuación15.

Los gobernadores civiles eran designados directamente desde Madrid. Este hecho implicaba dos cuestiones. Primero, la decisión personal del ministro y de sus subordinados más inmediatos en la elección de un perfil político determinado. Y segundo que, en nuestra opinión, esta dependencia directa de la capital y del Gobierno de la dictadura no implicaba necesariamente ser un instrumento dócil y seguidista de todas las directrices emanadas de arriba; dentro de sus amplísimas atribuciones, los gobernadores desarrollarán sus cometidos con cierta autonomía, lo que en muchos casos provocará el conflicto con algunos grupos sociales de la provincia e, incluso, con las autoridades superiores a ellos.16

Durante la guerra civil, el papel de los gobernadores será ya importante. Jugarán un papel destacado en la organización de la vida de la retaguardia, así como en el control social y en la represión física y socioeconómica17. Antes incluso de la formación del primer Gobierno del general Franco, en enero de 1938, eran los representantes del naciente Estado franquista en la provincia. No obstante, el peso de las autoridades militares en aquellos días supondrá un contrapeso en su poder, aunque parece que entonces no se visibilizaron demasiados conflictos entre ambos18.

14. Una buena descripción de sus atribuciones y su nombramiento: Julián SANZ HOYA, La construcción de la dictadura franquista en Cantabria. Instituciones, personal político y apoyos sociales (1937-1951), Santander, Publican - Ayuntamiento de Torrelavega, 2008.

15. Daniel CRIACH i SINGLA, “El paper dels governadors civils”, en Francesco BARBAGALLO, y otros, Franquisme. Sobre resistencia i consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona, Centre de Treball i Documentació-Crítica, 1990, pp. 154-155.

16. De opinión contraria es Daniel SANZ ALBEROLA, La implantación del franquismo en Alicante: el papel del Gobierno Civil (1939-1946). Alicante, Universidad de Alicante, 1999. Algo que parece cuestionarse en el caso de la provincia de Barcelona durante todo el franquismo: Pau CASANELLAS, y otros, El Estado franquista en Barcelona a través de sus gobernadores civiles, 1939-1976, Granada, Comares (en prensa).

17. Pudo ser el caso de las expropiaciones de tierras: Michael SEIDMAN, La victoria nacional. La eficacia contrarrevolucionaria en la guerra civil, Madrid, Alianza Editorial, 2011, p. 176. Sergio RIESCO, “Una reflexión sobre la contrarreforma agraria como medio represivo”, Hispania Nova, 6, (2006).

18. Multitud de ejemplos para Andalucía: Julio PONCE ALBERCA (Coord.), Guerra, Franquismo y Transición. Los gobernadores civiles en Andalucía (1936-1979), Sevilla, Centro de Estudios Andaluces, 2008.

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35 La relevancia de los gobernadores civiles aumentará con el fin de las

operaciones militares. Pero entonces sí comenzarán las tensiones con otra figura esencial en la instauración del régimen y de su proceso de fascistización en aquellos días: el Jefe Provincial de Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET y de las JONS). Así, se creará una dualidad de poderes a nivel provincial, provocando innumerables incidentes y conflictos resaltados por diversas investigaciones. Las causas de los mismos parecían radicar en conflictos personales, en la gestión de los abastos, la marcha del partido único en la provincia o la designación de alcaldes y gestores en los ayuntamientos de la provincia. En esta liza, generalmente los hombres del partido tendrán unas aspiraciones más cercanas al falangismo, mientras que los gobernadores supondrán más una continuidad respecto a épocas precedentes. Prueba de ello puede ser, por ejemplo, el origen político de unos y otros. Mientras que los Jefes Provinciales estarán entroncados con Falange o con una participación decidida en la guerra, perteneciendo a una generación más joven, los gobernadores habrán tenido una participación política previa, identificándose más con las élites tradicionales de la provincia en la que ejercían su cargo19. Estas dinámicas acaecidas en la esfera provincial son reflejo de un régimen titubeante ante el curso político a seguir; un régimen que, al igual que a escala nacional, da cabida en sus filas a un nuevo personal político identificado con el falangismo y con la corriente renovadora del fascismo, al mismo tiempo que integra en sus instituciones a élites sociales y políticas precedentes que, también, habían contribuido a destruir a la República.

Es evidente que durante la guerra y la inmediata postguerra el régimen escoge a los gobernadores civiles con precaución. Durante la contienda, el predominio del personal político militar es apabullante (el 48% de ellos hasta 1940)20. Junto a ellos se aprecia la presencia nada desdeñable de monárquicos y católicos con una experiencia política previa en partidos derechistas antidemocráticos, siendo la presencia falangista testimonial. Dando como prioridad la organización de la retaguardia para coordinar el esfuerzo de guerra que destruyese a la República durante la contienda,21 el Nuevo Estado rebelde apuesta por hombres radicados y conocidos en cada provincia, asegurando así la aceptación y complicidad de las élites tradicionales de la región. No obstante, poco después de la victoria de la dictadura sobre el régimen republicano y cuando cada vez está más firmemente implantada, se produce una renovación en el poder provincial, dando entrada a un personal político nuevo, donde la tendencia falangista (camisas viejas o camisas nuevas) se convierte en mayoritaria. Este fenómeno se extendería durante todos los años cuarenta y, según Julián Sanz, en 1945 nada menos que el 62,7% de los gobernadores de los que disponemos datos serían camisas viejas de

19. Ángela CENARRO, Cruzados y camisas azules. Los orígenes del franquismo en Aragón, 1936-1945.

Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1997, pp. 106-117; Antonio CAZORLA SÁNCHEZ, Desarrollo sin reformistas. Dictadura y campesinado en el nacimiento de una Nueva Sociedad en Almería, 1939-1975, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 1999, pp. 52-69; Francisco COBO ROMERO y Teresa María ORTEGA LÓPEZ, Franquismo y posguerra en Andalucía Oriental. Represión, castigo a los vencidos y apoyos sociales al régimen franquista, 1936-1950, Granada, Universidad de Granada, 2005, pp. 230ss, 239ss, 251-275; SANZ, La construcción de la dictadura franquista en Cantabria.

20. Josep CLARÀ, “Militarismo político y gobiernos civiles durante el franquismo”, Anales de Historia Contemporánea, 18, 2002, p. 459. Citado en Julián SANZ HOYA, “Camarada gobernador. Falange y los gobiernos civiles durante el primer franquismo”, en María Encarna NICOLÁS y Carmen GONZÁLEZ (eds.), Ayeres en discusión. Temas clave de Historia Contemporánea hoy, Murcia, Universidad de Murcia, 2008.

21. SEIDMAN, La victoria nacional.

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Falange que habían jugado un papel activo en la vanguardia o en la retaguardia durante la Cruzada22. Estas evidencias parecen señalar que, en la esfera del poder provincial, el régimen franquista comenzó desde los primeros cuarenta un proceso de fascistización, reflejado en la confianza otorgada a unos jerarcas sin experiencia política previa, entroncados con el viejo falangismo o con el de la Falange de Franco, nacida de la experiencia de guerra.

Otro elemento que nos permite reflexionar sobre la fascistización del poder provincial es la unificación del cargo de gobernador civil y del jefe provincial del FET y de las JONS. Como es sabido, los conflictos entre ambas autoridades fueron generalizados. Tanto fue así que el Nuevo Estado, tan titubeante en su definición, tomó cartas en el asunto. Fue Pedro Gamero del Castillo el que, como vicesecretario general del Movimiento y ante la vacante en la Secretaría General del Movimiento tras la dimisión de Agustín Muñoz Grandes en marzo de 1940, tomó la iniciativa de promover la unión de ambas figuras en una sola. Falangista de confianza de Serrano Súñer, con quien colaboraba desde 1937, tomó entonces una serie de medidas de importancia para reorganizar el partido único. Debió de influir en ello su propia experiencia: en 1938 Gamero del Castillo, camisa nueva, había ostentado ambos cargos de forma simultánea en Sevilla23. Dada la vinculación ideológica y personal entre Gamero y Serrano, no debió de ser difícil adoptar esta medida, pues en aquel momento el segundo era el hombre fuerte del gobierno de Franco además de ocupar la cartera de Gobernación24. En adelante, el nombramiento de los gobernadores-jefes provinciales se adoptaría de común acuerdo entre el Ministerio de Gobernación y la Secretaría General del Movimiento25. El proceso de unificación de cargos vino acompañado de los buenos resultados que tal medida producía en algunas provincias26, y aunque se concentró en los años 1940-41, se alargó hasta 1945. Además, esta tendencia también se extendió al poder municipal, donde también convivía la figura del alcalde y de jefe local del partido.

La fusión del cargo de gobernador civil y jefe provincial no pueden ser entendidas como una toma del Estado por parte de Falange. En primer lugar, porque a la altura de 1941 habría que poner en cuestión el carácter puramente fascista y revolucionario del partido único. Y en segundo lugar, porque el cargo de jefe provincial del movimiento estaba en gran parte vacío de poder frente a las inmensas capacidades

22. SANZ HOYA, “Camarada gobernador…”, p. 11. Un ejemplo de todo ello puede ser la provincia de Barcelona, con la designación del camisa vieja Antonio Correa Veglisón como gobernador (Javier TÉBAR HURTADO, Barcelona, Anys Blaus. El governador Correa Veglison: poder i política franquistas (1940- 1945), Barcelona, Flor del Vent Edicions, 2011). En Guipúzcoa sucedió algo similar: tras la ocupación de la provincia, se designó a gobernadores de perfil monárquico conocidos por la sociedad guipuzcoana hasta que, a partir de mayo de 1941, se nombró un gobernador ajeno a la misma (Fermín Sanz Orrio), y con perfil tradicionalista-falangista (Cándida CALVO VICENTE, “Los gobernadores civiles en Guipúzcoa durante el primer franquismo”, en Javier TUSELL, y otros (eds.), El régimen de Franco (1936-1975), Madrid, UNED, 1993, pp. 23-24).

23. Ejercía como jefe provincial de Falange desde junio de 1937 (ABC, Sevilla, 24-6-1937, p. 17), y fue nombrado gobernador civil en febrero de 1938 (ABC, Sevilla, 17-2-1938, p. 11)

24. Mercedes PEÑALBA SOTORRÍO, “La Secretaría General del Movimiento: construcción, coordinación y estabilización del régimen franquista”, tesis doctoral, Universidad de Navarra, 2010, pp. 249 y 279.

25. SANZ, “Camarada gobernador…”.

26. Ver el caso barcelonés: Javier TÉBAR HURTADO, “Amb boina vermella i camisa blava. La política unificadora de Correa Veglison a Barcelona (1940-1945)”, Afers: fulls de recerca i pensament, 56, (2007), pp. 183-200.

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37 del de gobernador civil, lo que evidencia que fue éste último quien absorbió las

atribuciones de Falange, y no a la inversa. Ello refleja, por un lado, los límites de la fascistización del régimen. Así, algunas investigaciones señalaron hace tiempo que con aquella medida se produjo más bien la toma del partido por parte del Estado, al que Falange quedó sometido27. No obstante, sin llegar a cuestionar esta afirmación, algunos estudios han demostrado la designación de gobernadores falangistas durante la década de los cuarenta, lo que pondría en entredicho el poco peso de Falange y de su política28. Ha sido Julián Sanz Hoya quien ha aportado las reflexiones más válidas sobre este tema, cuestionando la supuesta derrota del falangismo y aduciendo diversas razones. En primer lugar, no es posible separar con tanta facilidad Partido y Estado, dado que tanto en las altas como bajas instancias del segundo participaron falangistas reconocidos. En segundo lugar, porque el ministerio de Falange, la Secretaría General del Movimiento, jugaría en adelante un papel en el nombramiento de los gobernadores, acordándolos con el Ministerio de Gobernación. Y en tercer y último lugar, la importancia de FET y de las JONS se vería reflejada en la preeminencia del personal político falangista durante los años cuarenta29. Son necesarias más investigaciones pero, ante estas evidencias, cada vez es más palpable el papel decisivo de Falange y de sus hombres en la construcción y estabilidad del franquismo, aún después del fin de la II Guerra Mundial, extendiéndose así tanto el tono como la extensión temporal de la fascistización del Nuevo Estado.

El franquismo fue, a nivel provincial, buen reflejo de ese sincretismo que le haría durar tanto tiempo y que lo haría tan flexible. Si por un lado el partido quedó supeditado al poder civil, militar y del propio Caudillo, es cada vez más evidente que en buena parte el régimen se construyó en los primeros años sobre Falange, sin que por ello se caminase hacia la revolución fascista o se tomasen medidas propias de ésta. En Barcelona, un gobernador civil falangista y camisa vieja no encontró contradicción alguna en ponerse la boina roja del carlismo y convertirse en gestor de los intereses conservacionistas del franquismo. Logró manejarse en un terreno difícil, el de una ciudad con unos antecedentes de agitación social sin precedentes, donde el nacionalismo catalán había demostrado su fuerza y donde la burguesía catalana siempre había estado dispuesta a jugar sus cartas y defender sus intereses. Pese a ser falangista de primera hora y a enarbolar entonces discursos propios de esa condición, no pareció encontrar ninguna contradicción en servir a los intereses de la dictadura del general Franco, sino más bien todo lo contrario, generando una situación de estabilidad en la provincia de la que, desde luego, el régimen no disfrutaría en años posteriores30.

27. CALVO, “Los gobernadores civiles en Guipúzcoa…”; Antonio CAZORLA SÁNCHEZ, Las políticas de la victoria. La consolidación del Nuevo Estado franquista (1938-1953), Madrid, Marcial Pons, 2000, p. 57 y ss.

28. Algunas de ellas: CENARRO, Cruzados y camisas azules; Martí MARÍN i CORBERA, Els ajuntaments franquistes a Catalunya: política i administració municipal, 1938-1979, Lleida, Pagès Editors, 2000;

Gaudioso J. SÁNCHEZ BRUN, Instituciones turolenses en el franquismo (1936-1961). Personal y mensaje políticos, Teruel, Instituto de Estudios Turolenses, 2002; Damián-Alberto GONZÁLEZ MADRID, Los hombres de la dictadura. Personal político franquista en Castilla-La Mancha, 1939-1945, Ciudad Real, Almud, 2007.

29. SANZ, “Camarada gobernador…”, pp. 7-9. Apunta además otra cuestión nada irrelevante: la unificación de ambos cargos se produjo en España a los inicios del Estado Nuevo. En Italia, modelo de Estado fascista, la unión de las prefecturas y las federaciones provinciales del Partito Nazionale Fascista no tuvo lugar hasta la República Social Italiana (1943-45). Ver Philip MORGAN, “The Prefects and Party- state Relations in Italian Fascism”, Journal of Modern Italian Studies, nº 3, (1998), p. 249.

30. Ver TÉBAR, Barcelona, Anys Blaus.

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Este ejemplo refleja los límites de la fascistización de la dictadura franquista, al producirse una hibridación entre el partido único y el Estado. En la esfera provincial, ambos prácticamente se confundieron, borrándose las fronteras entre ellos. Falange quedó vacía de cualquier voluntad revolucionaria, implicándola en el Estado, reclutando a sus hombres y obteniendo amplias parcelas de poder. Por su parte, el régimen se tiñó

“de azul con mayor o menor intensidad”,31 ganando en flexibilidad, ampliando las elites políticas que lo sustentaban y asegurando su supervivencia.

¿Fascismo en el poder local? Ayuntamientos urbanos y rurales

¿Cuáles fueron los límites de la fascistización en el poder local? Algunas de las reflexiones realizadas sobre los gobernadores civiles bien pueden extenderse a la esfera local. Bien es cierto que en este campo siempre nos movemos en el marco de lo heterogéneo. Nos encontramos ante diversos tipos de poblaciones (capitales de provincia, cabezas de partido, pueblos, aldeas), con una heterogeneidad económica destacada (carencia o presencia de industrias rurales; mayor o menor desarrollo del sector comercial; zonas de latifundio, multifundio o microfundio) y con zonas que sufrieron evoluciones políticas variadas durante la II República y la guerra civil. Por ello, cuando acercamos la lupa al marco local, siempre nos movemos en terreno resbaladizo.

Tanto en las capitales de provincia como en el mundo rural, cada vez es más evidente que existió una renovación del personal político de los ayuntamientos32. La idea de una dictadura restauracionista tanto de un personal político con experiencia previa como de las prácticas caciquistas de siempre, queda cada vez más en entredicho33. No es este el lugar de profundizar sobre la realidad del ejercicio del poder de las comisiones gestoras franquistas. Pero lo que sí es claro es que, especialmente entre 1940 y 1942, se atiende a la llegada de unos hombres nuevos a los poderes locales.

Todavía quedarán resquicios de hombres con una participación en partidos de derechas en épocas previas, pero serán minoría. Salvo excepciones, la tendencia general apunta al reclutamiento de no pocas personas afiliadas a Falange antes del 18 de julio, así como a multitud de militantes que se unieron al partido tras el golpe de estado. FET y de las

31. SANZ HOYA, Julián, “El partido fascista y la conformación del personal político local al servicio de las dictaduras de Mussolini y Franco”, Historia Social, 71, (2011), pp. 107-123.

32. Ejemplos para ambos casos en Castilla-La Mancha: GONZÁLEZ MADRID, Los hombres de la dictadura. Un caso de Castilla-León: Domingo GARCÍA RAMOS, Las instituciones palentinas durante el franquismo, Palencia, Diputación de Palencia, 2005, pp. 273-292, 307. Y otro de Aragón: SÁNCHEZ BRUN, Instituciones turolenses en el franquismo, pp. 220 y ss. Una visión general sobre el mundo rural español: Miguel Ángel DEL ARCO BLANCO y Miguel GÓMEZ OLIVER, “Los franquistas del campo. Los apoyos sociales rurales del régimen de Franco (1936-1951)”, en Teresa María ORTEGA LÓPEZ y Francisco COBO ROMERO (eds.), La España rural (Siglos XIX y XX), Granada, Comares, 2011. Una visión general:

Julián SANZ HOYA, “Los hombres de Franco: sobre los cuadros locales de la dictadura”, en Miguel Ángel DEL ARCO BLANCO, Carlos FUERTES MUÑOZ, Claudio HERNÁNDEZ BURGOS y Jorge MARCO (Eds.), No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (1936-1977), Granada, Comares, 2013, p. 89 y ss.

33. María Encarna NICOLÁS MARÍN, Instituciones murcianas en el franquismo, 1939-1962, Murcia, Editora Regional de Murcia, 1982; CAZORLA SÁNCHEZ, Las políticas de la victoria; Óscar RODRÍGUEZ BARREIRA y Antonio CAZORLA SÁNCHEZ, “Hoy Azaña, mañana... Franco. Una microhistoria de caciquismo en democracia y dictadura. Berja (Almería), 1931-1945”, Hispania, Vol. 68, No. 229, (2008), pp. 471-502.

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39 JONS se convertiría así en el canal de reclutamiento del personal político de la

dictadura34. Esta llegada de un nuevo personal político vinculado al partido único no fue exclusiva de España: también se produjo en el caso italiano, una vez que el régimen de Mussolini había arraigado con cierta solidez35.

Todo parece indicar que existió un primado de las posiciones cercanas al falangismo, a la vez que tuvo lugar una colaboración entre las pretéritas y nuevas clases políticas afines a la dictadura. Para que esto fuese posible, así como para generar una cohesión interna dentro del partido único, hubo un elemento fundamental. Una vivencia compartida por todos, y que lanzaría a la cúspide del poder local franquista a unos hombres y no a otros: la experiencia de la guerra civil36. Es en aquellos días cuando germina el franquismo. Mientras que se produce la contienda, las salas consistoriales son ocupadas por políticos con experiencia política previa, generalmente vinculados a partidos como la CEDA, Renovación Española, Tradicionalistas, Agrarios e incluso Unión Patriótica. Esta tendencia se repite cuando se produce la conquista de una población por parte de los rebeldes: las comisiones gestoras son entregadas a personal político de confianza, con una tradición derechista probada. La media de edad de estos políticos es madura o avanzada, y su origen socioeconómico suele ser acomodado37. Pero mientras que esto sucede, muchos jóvenes participaban activamente en la contienda, afiliándose en las milicias o marchando voluntarios al frente. En Galicia, por ejemplo, los jóvenes entre 18 y 35 años fueron movilizados de forma forzosa, por lo que el grado de adhesión a la rebelión sin duda pudo variar. Pero las experiencias vividas durante la guerra sin duda reconfigurarían su cultura política, generando un sentimiento de cohesión y de lealtad al Nuevo Estado38. Así, por encima de su militancia en Falange antes del golpe de Estado, el régimen tomaría su actitud y participación en la guerra como el mérito fundamental para servir al franquismo.

La ruptura respecto a épocas precedentes también se observa en el origen social de gestores y alcaldes. El mismo variaría, por supuesto, en función del contexto socioeconómico de cada ciudad o municipio. Así, la dictadura jugó en cada lugar con las piezas de las que dispuso, evidenciando una plasticidad y capacidad de adaptación destacada. En núcleos urbanos de importancia en Cataluña o el País Vasco, donde el sector industrial era muy relevante, el régimen no tuvo problemas para reclutar a un personal político con diversos intereses económicos, conjuntado incluso las variables de

34. Julián SANZ HOYA, “FET-JONS en Cantabria y el papel del partido único en la dictadura franquista”, Ayer, 54, (2004), pp. 281-303.

35. SANZ HOYA, “El partido fascista y la conformación…”, pp. 107-123.

36. Ángel ALCALDE FERNÁNDEZ, “Excombatientes en los poderes locales del primer franquismo (Zaragoza, 1939-1945). Experiencia de guerra e interpretación del apoyo social a la dictadura”, en Ángeles BARRIO ALONSO, y otros, Nuevos horizontes del pasado. Culturas políticas, identidades y formas de representación. X Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Santander, 2010.

37. Damián-Alberto GONZÁLEZ MADRID, “Coaliciones de sangre en el poder político local. Castilla-La Mancha, 1939-1945”, Ayer, 73, (2009), pp. 215-244; Miguel Ángel DEL ARCO BLANCO, “’Hombres nuevos’: el personal político del primer franquismo en el mundo rural del sureste español (1936-1951)”, Ayer, 65, (2007), pp. 237-267. Diferentes ejemplos para la geografía española: SÁNCHEZ RECIO, Los cuadros políticos intermedios.

38. Francisco LEIRA CASTIÑEIRA, La consolidación social del franquismo. La influencia de la guerra en los ‘soldados de Franco’, Santiago de Compostela, Publicacións da Cátedra Juana de Vega, 2013.

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un nacionalismo subestatal entonces soterrado39. Tampoco le fue difícil hacerlo en el mundo rural: en el sureste peninsular las gestoras se construyeron con representantes del sector agrícola, industrial o funcionarial en sintonía con la realidad socioeconómica de los municipios40. En las capitales de provincia siempre primó un personal político vinculado a clases sociales más acomodadas (clases media-alta y alta: propietarios, industriales, profesiones liberales, altos funcionarios, empresarios, comerciantes…). En cambio, en el mundo rural predominaron políticos más vinculados a las heterogéneas clases medias, encontrando desde labradores acomodados a pequeños propietarios o arrendatarios41. El franquismo supondría, en cuanto a sus apoyos sociales, un acercamiento a los regímenes fascistas, donde como sabemos las clases medias eran un elemento fundamental en su existencia y pervivencia42. No obstante, no alcanzaría el grado de interclasismo de algunos regímenes fascistas, que aspiraron (y en muchos casos lograron) a integrar en su proyecto político a capas sociales más humildes a través de la propaganda o la adopción de medidas sociales efectivas43.

Conclusión: renovación, cultura política y participación

Aunque la fotografía de todo el personal político franquista no está, hoy por hoy, completa a escala nacional, provincial y local, un cada vez más abrumador número de estudios demuestra que existió una renovación en las instituciones franquistas respecto a épocas precedentes. El partido único, FET y de las JONS, se convirtió en un canal esencial para el reclutamiento de los políticos franquistas y, para ello, no primó tanto la fecha de afiliación al mismo, sino la participación y el compromiso durante la guerra civil. Pero por otro lado, el perfil socioeconómico y político del personal político evidencia también los límites de la fascistización del régimen de Franco: ni el dominio de falangistas fue absoluto, ni el régimen fue completamente interclasista a la hora de seleccionar a sus hombres, ni parece que todos abrazasen la esperanza de llevar a cabo una revolución puramente fascista tras 1939.

Ismael Saz ha afirmado que, para resolver el dilema de la naturaleza de los regímenes dictatoriales de entreguerras, es necesario “dar voz a todos los sujetos, a todos los actores, a todas las ideas y en todo momento”44. En efecto, más allá de centrarnos en los discursos de las elites propagandistas del régimen, para conocer lo que fue el franquismo tenemos que mirar a los sujetos, algo para lo que el estudio del

39. Es señero el estudio de Antonio CANALES SERRANO, Las otras derechas: derechas y poder local en el País Vasco y Cataluña en el siglo XX, Madrid, Marcial-Pons, 2006.

40. Ver Miguel Ángel DEL ARCO BLANCO, 'Hambre de siglos'. Mundo rural y apoyos sociales del franquismo en Andalucía Oriental (1936-1951), Granada, Comares, 2007.

41. Estas cuestiones quedan evidenciadas especialmente en Castilla-La Mancha, Cantabria y Andalucía Oriental. GONZÁLEZ MADRID, Los hombres de la dictadura; SANZ, La construcción de la dictadura franquista en Cantabria; DEL ARCO BLANCO, 'Hambre de siglos'.

42. Stein U. LARSEN, Bernt HAGTVET y Jan P. MYKLEBUST (Eds.), Who were the fascists? Social roots of European fascism. Bergen, Universitetsforlaget, 1980. Más recientemente, Michael MANN, Fascists, Cambridge, Cambridge University Press, 2004, pp. 17-22.

43. George L. MOSSE, La nacionalización de las masas. Simbolismo político y movimientos de masas en Alemania desde las Guerras Napoleónicas al Tercer Reich, Madrid, Marcial-Pons, 2005, p. 269. Un ejemplo del agro italiano: Perry WILLSON, Peasant women and politics in fascist Italy. The Massaie Rurali, Londres-Nueva York, Routledge, 2002.

44. Ismael SAZ, Las caras del franquismo, Granada, Comares, 2013, pp. 5- y ss.

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41 personal político ofrece un espacio de estudio óptimo. Y conocer las ideas de aquellos

hombres implica reflexionar sobre su cultura política. Fue éste el pegamento social que dio a los partidarios del franquismo la cohesión necesaria para existir de manera autónoma con respecto al Estado y ser el fundamento normativo de éste.45 Los hombres que constituyeron el personal político del régimen, ¿qué ideas políticas ostentaban?

¿Abrazaron alguna vez algún horizonte concreto de dónde querían hacer llegar a la Nueva España? ¿Llevar a cabo la revolución falangista pendiente o, más bien, conservar lo logrado por el franquismo con la destrucción de la República y todo su mundo en la guerra civil? Es este un aspecto clave para calibrar el grado de fascistización de la dictadura y de sus instituciones. Porque si obviamos la cultura política y nos limitamos a analizar la clase social de los apoyos sociales para explicar el franquismo –y el fascismo– correremos el peligro de reflexionar sobre el mismo desde fuera, sin tratar de entenderlo desde dentro46.

En España, algunos trabajos han tratado de aproximarse a la cultura política de la dictadura, evidenciando la convivencia y el conflicto entre una idea de España más católica y menendezpelayista, y otra más falangista y revolucionaria47; tras la guerra civil, a comienzos de los años cuarenta, la primera acabaría imponiéndose a la segunda, conformando la cultura política predominante del franquismo. Sin embargo, han sido escasos los estudios que han descendido a analizar la cultura política de los partidarios más comunes y cotidianos del Nuevo Estado, muchos de los cuales ocuparon los cuadros del régimen. A nuestro juicio, ésta debe ser una vía a seguir por la historiografía. Y para ello se debe prestar atención especial a dos cuestiones claves para el reclutamiento del personal político y que nos dicen mucho sobre la participación política que propició el franquismo: la militancia en FET y de las JONS y su actuación en la Cruzada.

Respecto a lo primero, parece existir unanimidad sobre que Falange fue “lo más fascista del régimen”, aunque diversos estudios evidencian el atemperamiento de su discurso revolucionario tras la unificación de 1937 y sobre todo tras la guerra; no obstante, quizá esta asunción ha sido abrazada por los historiadores sin demasiadas pruebas empíricas, tomando como modelo los discursos y actitudes de las altas jerarquías, por lo que serían necesarios más estudios locales que calibren el grado de falangismo presente en la cultura política de los militantes48. Porque existen discrepancias sobre las afiliaciones a FET y de las JONS: unos consideran que quienes se inscribieron en el partido lo hicieron por oportunismo (miedo a la represión, aspiraciones sociales), mientras que otros resaltan que pudieron hacerlo convencidos, respondiendo a un credo político que abrazaban sinceramente. Bajo nuestro punto de vista, los hombres que militaron en Falange y ocuparon las instituciones del régimen no eran, evidentemente, primeros espadas ni ideólogos del falangismo más revolucionario;

más bien eran hombres colmados del espíritu de la Cruzada, con un acendrado anti- republicanismo, con un nacionalismo y un catolicismo destacado. Pero aquellos hombres nuevos tampoco eran meros restos del pasado: su cultura política –y sus lealtades– se habían forjado en su experiencia personal y familiar de la guerra civil.

45. SOMERS, “Narrando y naturalizando la sociedad…”, p. 316.

46. MANN, Fascists, p. 21.

47. Ismael SAZ, España contra España. Los nacionalismos franquistas, Madrid, Marcial Pons, 2003.

48. Joan Maria THOMÀS ANDREU, “Los estudios sobre las Falanges (FE de las JONS y FET y de las JONS): revisión historiográfica y perspectivas”, Ayer, 71, (2008), pp. 304-305, 312.

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La segunda cuestión a valorar para avanzar en el conocimiento de la cultura política del personal político son sus actitudes políticas en la guerra civil española. Este es un tema capital pues contribuye a explicar el posible impacto de las experiencias que estos hombres vivieron en la conformación de su cultura política, pero también ayuda a calibrar su grado de movilización ante el más capital momento de participación política que tuvieron jamás. No obstante, en este punto hasta ahora la historiografía parece debatirse entre dos posturas. Para algunos, las experiencias de aquellos días definieron el imaginario colectivo de los vencedores de forma determinante49. Por el contrario, otras investigaciones han subrayado la poca motivación de los soldados para combatir en la guerra civil española, cuestionando por tanto las convicciones de los vencedores que engrosarían las filas del personal político franquista50. Bajo nuestro punto de vista, ni lo vivido en aquellos días conformó una cultura política necesariamente cercana al fascismo, ni tampoco estuvo exenta de cualquier consecuencia sobre las creencias políticas de los participantes. Más que nada porque la guerra civil no se limitó al frente ni a su participación en el ejército: como demuestran los expedientes del personal político, la adhesión y el compromiso se manifestó en cuestiones tan variadas como la marcha al frente, es cierto, pero también en el alistamiento en milicias, en la participación en actividades represivas o de delación, en el desempeño de diversas responsabilidades en la vanguardia y en la retaguardia o, por supuesto, en la persecución, en el encarcelamiento por parte de los republicanos o en la pérdida de algún ser querido51.

En definitiva, tanto las características del partido único (en su conformación, reclutamiento, discursos y programas) como la determinante experiencia de la guerra civil generó una cultura política abrazada por la mayoría del personal político del Nuevo Estado. A falta de más investigaciones sobre un tema tan resbaladizo, todo parece apuntar a que su cultura política estuvo más cerca del llamado nacionalismo reaccionario que de la del fascismo52.

En lo cotidiano de la postguerra, en aquellos consistorios de las ciudades y municipios de la España franquista, se sentaron unos hombres con una estampa social y política distinta a periodos precedentes. Unos hombres que, cuando estalló el 18 de julio, se movilizaron o sufrieron las consecuencias de la guerra civil. Alistados en FET y de las JONS, y con la experiencia de aquellos traumáticos días como bagaje principal de su cultura política, se dispusieron a ocupar las instituciones de la dictadura, defendiendo su supervivencia y el legado de la guerra civil. Su lealtad a aquellos días se identificó a su vez con su lealtad y servicio al régimen del general Franco. Encontraron así una forma de participación política, gestionando en adelante la vida de postguerra y

49. Francisco COBO ROMERO y Teresa María ORTEGA LÓPEZ, “Pensamiento mítico y energías movilizadoras: la vivencia alegórica y ritualizada de la guerra civil en la retaguardia rebelde andaluza, 1936-1939”, Historia y Política: ideas, procesos y movimientos sociales, 16, (2006), pp. 131-158.

50. Hace tiempo, sobre todo para los soldados republicanos: Michael SEIDMAN, Republic of egos. A social history of the Spanish Civil War, Madison, University of Wisconsin Press, 2002. Recientemente: James MATTHEWS, Reluctant warriors: Republican Popular Army and Nationalist Army conscripts in the Spanish Civil War, 1936-1939, Oxford, Oxford University Press, 2012.

51. Claudio HERNÁNDEZ BURGOS, Franquismo a ras de suelo. Zonas grises, apoyos sociales y actitudes durante la dictadura franquista (1936-1976), Granada, Universidad de Granada, 2013, capítulo 1.

52. Este es el afortunado término en el que lo engloba Ismael SAZ en Las caras del franquismo, pp. 13- 16.

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43 asegurando la estabilidad del franquismo mediante las políticas aplicadas en beneficio

de sus apoyos sociales, de los que ellos mismos eran parte.

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