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LAS MARAVILLAS DE LA TIERRA

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IX

Como todo lector es siempre pío, benévolo, ilustradoyperspi¬

caz, yo supongo que suilustración y perspicacia, aderezados con la

salsa de la benevolencia yla piedad, habrán adivinado que el car¬

bonero que avisó al doctorpara que fuese al bosque, era uno de los comprometidos por Martínpara que le ayudase en su plan de robar

la granjçi de D. Estanislao; que el labriego que se encontró don

Estanislao en el camino antesdel trabucazoera Quico,elcual seha¬

bía introducido en laposada de Fuendejuncos yhabía desjarretado

el caballo del Sr. de Calcena,también por orden de Martín; yfinal¬

mente, queMartín mandó hacer estas cosas para que el doctor es¬

tuviese fuera de su casacuando los trescarboneros intentasen el se¬

cuestro de Carmenypara que D.Estanislao caminase despacioy no

pudiera escapar á uña de caballo en caso de que

el trabuco de

Fo-rianono acertase á herir alanimal.

Dicho sea en honra de lainteligencia estratégica de Martín, la

idea de mandar á los carboneros queasaltasen la casa del doctor

no tenía porobjeto principal secuestrar á Carmen, sino

alarmar al

pueblo llamándole la atención hacia aquel punto, paraqueentre¬

tanto sepudiera realizar cómoda, tranquila y

felizmente el

saqueo de lagranja deD. Estanislao.

Lasprevisiones de Martín se cumplieron con una exactitud ma¬

temática, como hemos visto, y esto prueba queelperverso joven

hubiera llegado áser probablemente ungeneral notable, si sus ins¬

tintos no le hubieran llevado á capitanear cuadrillas de ladrones.

Por algo la Sra. Matea, lacàndidapaloma del cándido tío

Geromo,

se enloquecía de entusiasmo cadavez que oía á Martín

desarrollar

susplanes, y aconsejaba siempre á su marido que no se

desprendie-LAS MARAVILLAS DE LA TIERRA 55

se de la amistad de aquelaprovechado joven, porque á ella le daba

el corazón que Martín sería de lo más brillante, lucido yfamoso

que había andado porelmundo desde que habían andado por

el

mundo ladronesen cuadrilla,y eso queibaya larga fechade esto, según los conocimientoshistóricos de la respetable Sra. Matea.

Que

el tío Geromo estaba convencido de que su paloma hablabacomo

unasibila—si las sibilas hubieran podido aconsejarnunca que los

venteros se hicieran protectores de los ladrones,—lo probaba

la

docilidad, la solicitudcon que seprestó átomaruna parte activaen eldrama inventadoporMartín. Es verdad que el papel desempeña¬

do porel tío Geromono podía ser más conforme con su

natural

bondadoso, caritativo yhonrado á cartacabal. El había de recoger á D. Estanislao cuando el trabucazo le avisase que sele había im¬

pedido seguirsu camino, ycon los mayores miramientos y

las de¬

mostracionesmás sincerasyelocuentes del horrorque le causaba la

conducta de los malhechores con un hombre tan completo como D. Estanislaofselo llevaría á su casa, estuviese ó noherido, yallí

se desviviría por cuidarley agasajarle, en cuya tarea

emplearía

también lapaloma todos los recursos de su tierno,

sensible

y

deli¬

cado corazón. Si D. Estanislao caía herido, procuraría vendarle y curarle,y cuandopudiesecalcular el virtuoso ventero que se

había

dado el golpede la granja (sipor ventura no se le

avisaba á

su

de¬

bido tiempo), iría á Fuendejuncos á advertir

al doctor lo

que ocu¬

rría, diciendo sencillamente al alcalde yá quien quiera que

le

pre¬

guntase, que había oído un fuerte disparo, y que,

temiendo

una desgracia, había acudido al lugar delsuceso, donde se

encontró

con

D. Estanislao (muerto, herido, contuso, como

estuviese), á quien

socorrió de lamejor manera quepudo,llevándoselo á su casa ypro¬

digándole, con fraternal esmero, toda

especie de cuidados. Este

papel agradótanto al tío Geromo y ásu paloma, y aun se poseye¬

ronde él taná lo vivo, que hubo unmomento en que

las lágrimas

selesqueríansalir porlosojos depuro

enternecimiento;

pero

salie¬

ron únicamente porla nariz en dos ótresfuertes

sonadas

que

el

tío

Geromoy su paloma hicieron á dúo al aceptar

el papel

de

salvado¬

resde D.Estanislao, ó de Hermanas de la Caridad, que Martín

les

habíarepartido. La Sra. Matea, más expansiva que su propio ma¬

rido, nopudo contener los impulsos de su propio corazón, y se

arrojó en los brazos de Martín llamándole ángel de

Dios á boca

56 GACETA AGRICOLA DEL MINISTERIO DE FOMENTO

llena, como si se hubiera tratado de la criatura más inocentede la tierra. Según testimoniode Quico,hablando de esto con Foriano mientras iban á lagranja á dar elgolpe,la Sra. Mateahabía prolon¬

gado mucho su abrazo á Martín, yhasta sehabíapermitido besarle

en el pescuezo y decirle algunas palabras al oído sin queel tío

Ge-romolonotase, porque estaba muy ocupado en limpiarse con el pañuelo unaslágrimas que, como he dicho, no querían salir por los ojos, sino por lanariz. Pero yosupongo que lamalicia de Qui¬

co le hacíavervisiones,y quela Sra. Matea se limitóá abrazar más ó menos prolongadamente á Martín, llamándole ángel de Dios á

secas, sin máspalabras al oído ni aditamentosde ninguna otra es¬

pecie. Fuerade que la Sra. Matea era una deesasvirtudesinconce¬

bibles, sancionada por una reputación á prueba de calumnias y malos quereres, que se esponjan alguna vez enpresencia de carac¬

teres tan nobles, tansimpáticos ytangenerosos comoel de Martín,

pero que no traspasan jamás los límites de la convenienciay del

decoro. El mismo tíoGeromo lo habíadicho milvecesá sus amigos

y parroquianos: «Mipaloma tieneuncorazón más grande que una

catedral, porque en élhay cariñoybuena correspondencia parato¬

do el mundo; peroá mujerde bien... hade nacer otraque la gane.»

Y como del tío Geromo no sedice que en todos los días de su vida faltase á la verdad, debemoscreer—y yo por mipartelo creo á piesjuntillas—que enelpresente caso era el hombre más verda¬

dero de la tierra. De todos modos, hayuna cosa que nadie puede

poneren duda, porquelopresenciaroncerca de 20personas, á sa¬

ber: que cuando el doctor, los guardias civiles ylos vecinos que los acompañaban entraron en el ventorrillo, vieron á D. Estanislao ocupandó la mejor cama del piso principal; metido entre sábanas

blancas como la misma nieve, ycubierto con una colcha de percal inglés, estampado de flores brillantísimas, ytan vistosas, queácier¬

ta distancia parecía queD. Estanislaoestaba durmiendo la siesta

en unjardín, bajo un montón de rosas ycamelias. A la cabecera

hallábase la Sra. Matea, revolviendo con encantadora solicitud el

azúcar de una taza de tila, y soplando el líquidoal caer de la

cuchara á la taza, paraponerlo altemple que el paladar del enfer¬

mo requería. La postura, la ocupación yel rostrobeatífico de la

Sra. Matea impresionaron á los circunstantes de tal modo, que ni

uno solo, ni uno, entiéndase bien—salvo probablemente el cabo

LAS MARAVILLAS DE LA TIERRA 5/

de la Guardia civil,—hubiera dejado de poner las manos en el fuego por aquellasanta mujer, que emulaba en aquel instante,por

su fervorosa caridad, á unaHermana de San Vicente de Paul.

El doctorse acercó antes que nadie á la cama del heridoj mien¬

tras eltío Geromo, dando á su fisonomía la expresión más dulce

que pudo hallar en el abundante repertorio de sus expresiones, mi¬

raba átodo el mundoy luego clavaba sus ojos en la Sra. Matea,

como diciendo:

—Ruego á VV. que me digan, porfavor, si hanvisto VV.nunca

enninguno de los mundos conocidos una mujer que pueda com¬

pararse con lamía. ¡Es de lo que nohay!

Y dando por supuesto que todos los presentes contestaban á

una voz:

—[Tiene V. razón, tío Geromo; es de lo que no hay!—el bueno,

elhonrado, el sensible ventero sellevaba el pañuelo á los ojos con

una emoción tan delicada que equivalía á un votode graciasque daba al cielo por haberle proporcionado tan inmerecidamente la

dicha deser el marido de la Sra. Matea.

D. Estanislao, queparecía un poco amodorrado, abriólos ojos,

yal encontrarse con el doctor á lacabecera de su cama, sacó el bra¬

zoizquierdo paratenderle la mano.El doctorse la estrechó tomán¬

dole el pulsoal mismo tiempo, porque en el ardor de la piel notó que.comenzaba el asalto déla fiebre traumática.

—[Pillos!—exclamó D. Estanislao, mientras el doctor contaba las pulsaciones de la arteria.—[Pillos, ladronesycobardes! [Tantoscon¬

tra unhombre solo yde nochel

—[Vamos! Tranquilícese V., amigo mío—repuso el doctor.—Ne¬

cesito examinarlas heridaspara ver si podemostrasladarle á V.

á

mi casa,donde estará V. mejorque enlasuyayque enningunaotra parte.

—¡Bueno, doctor, bueno! Lo que V. quiera...Esuna delicia vivir

en elcampo... Yo creo que mehan metido en el cuerpo dos ó tres

docenas depostas ybalines. [Asesinos! ¡Granujas!...

Cualquiera

se anima á cuidar de susfincasen

despoblado.

—No se exalte V. ahora, hombre. Curemos esto por depronto,

que tiempo habrá de echar venablos contratodo el mundo.

—[Bueno, bueno! CureV., sipuede—contestó D. Estanislao,

dis¬

poniéndose á entregar su cuerpo en mamosdel doctor.

58 GACETA AGRÍCOLA DEL MINISTERIO DE FOMENTO Como éste quitó la ropa de la cama, la pudorosa Sra, Matea

se apresuró áceder la luz ásu bondadosomarido, que la cogió

in-mediamenteparaalumbrar aldoctor ensus investigaciones. La se¬

ñoraMatea seretiró á unextremo de laestancia, desde donde se¬

guíacon el mayor interés,y lanzando intermitentes suspiros de su caritativo corazón, las diversasfases delexamendel doctor.

Resultó que D. Estanislao teníatres proyectiles en el brazo dere¬

cho; tres en el costado, yotros cinco en la pierna derecha, Se co¬

nocía que la mayor parte de la carga del trabucofué á'dar en el pecho del caballo, que cayó muerto, y que los proyectiles que se

desparramaron cogieron todo el lado derecho del cuerpodel jinete,

desde lapierna hasta el brazo.

El doctor examinó conel mayor detenimiento posible las heri¬

das, yobservó que las del brazo ylas de la pierna eran de poca

importancia, porque los balineshabíansalido porel lado opuestode

su entrada sin tocar afortunadamente á ningún hueso. Uno sólo

de losproyectiles, de los cinco que habían ido á parar á la pierna,

estaba dentro de los tejidos, pero tan superficialmente, que le bastó

aldoctor romper la piel con el bisturí para cogerel plomo con la espinza yextraerlo sin dificultad ninguna. Lo importante y logra¬

ve erael costado.

Allí había tres heridas, ysin duda ninguna los tres proyectiles

habíanquedado dentro. ¿Dónde? He aquí la pregunta terrible, que

se hizo el doctor á mismo, y cuya respuesta podía equivaler á

una sentencia de muerte.

D. Estanislao lanzaba de vez en cuando algunos bufidos, como un toro que acaba de recibirun puyazo hondo en el morrillo, yde vez

encuando miraba también la caradel doctor para ver sien ungesto podía adivinarlo que pensaba de suestado.

Pero la cara del doctorestaba más impasible que la de una esta¬

tua egipcia, yno digo D. Estanislao, sino otro cualquiera más lince

que él hubiera perdido el tiempo si hubiera intentado deletrear en

su fisonomía nila primera palabra de su recóndito pensamiento.

Mandóel doctorque encendiesen otra luz, y uno de los concu¬

rrentes se brindó á sostenerla, formando pareja coneltío Geromo,

que estaba resuelto hasta á prenderfuego á la casa, si se creía ne- ~ cesario para que el doctor pudiese ver con más claridad las heridas del Sr. D. Estanislao Calcena, el hombre más cabal, segúnel tío

LAS MARAVILLAS DE LA TIERRA $9 Geromo, quehabía

pisado aquella tierra desde

que

la habían pisado

caballeros.

Encendidas lasdosluces y no menos

encendida la curiosidad de

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