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LA INMIGRACIÓN COMO ANTECEDENTE

Alguna vez Octavio Paz dijo (o dijeron que dijo, parafraseando a Borges) que los argentinos eran descendientes de los barcos. Es un juego de palabras que cuenta mucho de quienes proceden del continente americano, pero que cobra mayor fuerza en los argentinos, y más aún, en los habitantes del Río de la Plata. La inmigración europea de fines del siglo XIX e inicios del XX vino a cambiar totalmente el paisaje humano de Buenos Aires, la Reina del Plata, y con ello generó un sujeto cultural y social que se transformó en el arquetipo de lo que es hoy el ser argentino. Fueron millones los que cruzaron el Atlántico huyendo del hambre, las guerras y las persecuciones religiosas para irse mezclando con quienes también, dentro del propio territorio nacional, huían de la precariedad rural.

El inmigrante y su descendencia conformaron ese nuevo ciudadano, que dejaba atrás la patria de origen, así como también la marca indeleble del siglo XIX, para comenzar a forjar un nuevo país, y de paso, un siglo al que uno de ellos bautizaría como el del Cambalache.

En cuanto al inmigrante, no es una figura objetiva –tal y como los discursos político-mediáticos al respecto sostiene–, sino un operador cognitivo, un personaje conceptual al que se adjudican tareas de marcaje simbólico de los límites sociales. Se le llama “inmigrante”, es decir que está inmigrando, puesto que se le niega el derecho a haber llegado y estar plenamente entre nosotros. A él, y a sus hijos, que se verán condensados a heredar la condición peregrina de sus padres y a devenir eso que se llama “inmigrantes de segunda o tercera generación. (Delgado, 1996:113)

Así, fueron inmigrantes de segunda generación quienes dieron vida al fenómeno que nos ocupa: el tango. Son en su gran mayoría hijos de italianos, los tanos1. Horacio Salas (1997) confecciona una lista en donde menciona a varios de los que serán luego considerados fundadores de la canción porteña, los músicos Vicente Grecco, Alfredo Bevilacqua, Ernersto Ponzio, Francisco Lomuto, Francisco Canaro, Sebastián Piana, los hermanos Francisco y Julio De Caro, Augusto Berto, Roberto Firpo, Juan Maglio y, más tarde, Astor Piazzolla, o los letristas Pascual Contursi, Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo. Se puede agregar que la inmigración no sólo proveyó hijos para el tango,

1 TANO: Napolitano, italiano en general. Es aféresis de napolitano. (Gobello, 2003:239)

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sino para otras tantas disciplinas, como en la literatura a Roberto Arlt, uno de los de más trascendencia en la primera mitad del XX.

Posiblemente se puede afirmar que ese éxodo europeo es la variable más fácil de definir a la hora de rastrear la historia del tango. Es un elemento que está en todos los análisis, desde los estudios historiográficos hasta las valoraciones artísticas al cual lo someten muchos escritores, entre ellos Jorge Luis Borges.

Este factor, que gravitó en el considerable aumento de población en los países del Rio de la Plata, especialmente a Buenos Aires, fue promovido desde el propio estado argentino, siguiendo la tónica de los distintos gobiernos liberales que se sucedieron en América Latina:

En 1852, Alberdi escribe en Las Bases un programa económico-institucional que tiene en su centro a la inmigración: la población de los países americanos deberá duplicarse cada cuatro años porque no hay nación que merezca ese nombre y tenga sólo medio millón de habitantes. La inmigración es una de las condiciones básicas de la constitución de una nacionalidad moderna para la Argentina y, en ese movimiento de importación económica y cultural, no se ven amenazas sino promesas. El estado y sus instituciones deberán garantizar las normas formales para que se despliegue la competencia económica que tiene como condición el reconocimiento del pluralismo cultural, lingüístico y religioso. La perspectiva, en este texto fundacional, es optimista respecto de la América futura y pesimista respecto de la nación efectivamente existente. Ella, la nación hispano-criolla, deberá convertirse en nación europea, trayendo de Europa “su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de civilización. (Sarlo, 1996:5)

Ante el mandato liberal, la maquina inmigratoria comenzó a funcionar. Ya había un país que avanzaba definiendo su territorio, que estaba a punto de lograr la configuración de su estado, pero que tenía como meta la de conformar también a la población que habitaría esta inmensidad. La sentencia de Massimo D'Azeglio: “Hemos hecho Italia:

ahora debemos hacer italianos” que rescata Eric Hobsbawm (2002), bien vale para la situación que atraviesa Argentina. Así, durante ese período de cerca de setenta años, no cesan de arribar al puerto de Buenos Aires miles de tanos, gallegos, rusos, turcos o franchutes, usando la nomenclatura que le fue dando el porteño a los italianos, españoles, judíos, otomanos y franceses. Por las calles de la creciente ciudad se mezclaban los distintos idiomas y dialectos que cada uno traía de su territorio, era Babilonia, como la apodó Armando Discépolo en su grotesco criollo. La tarea de Juan Bautista Alberdi no se quedó en una reflexión, sino que en un mandato para el Gobierno Federal. El artículo 25 de la Constitución de 1853 mandataba la misión de fomentar la

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inmigración europea: “y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes.”2

Paralelamente a ello, para el último tercio del XIX, Argentina, y especialmente Buenos Aires, comenzaron una etapa de gran prosperidad económica, que las fue acercando, a nivel de desarrollo, a varios países europeos, sobre todo en lo referido a tasas de alfabetismo y vivienda. Si bien la economía se sustentaba principalmente en el agro, alejado de la urbe, éste no fue constante durante el transcurso del XIX. La ganadería, básicamente ovina, era de baja calidad y las grandes distancias del territorio nacional hacían difícil y costoso el transporte y las comunicaciones. De la misma forma, el área de servicios, especialmente la banca y el comercio se concentraban en el litoral, específicamente en la ciudad de Buenos Aires, manteniendo una desigualdad con la provincia que marcará profundamente el desarrollo dispar del país:

El lugar de mayor crecimiento fue en el Río de la Plata. Argentina pasa a tener 1.100.000 habitantes en el año 1850 a 4.693.000 en el 1900. Uruguay tiene sólo 132.000 habitantes en 1850 pero en el año 1900 llega hasta los 915.000. Existe una relación directa entre el crecimiento de las exportaciones agrícolas y el crecimiento de la población. Desde los puertos platenses salían cereales, carne, cuero y lana. Las autoridades administrativas coinciden en que para producir más son necesarias más manos y quieren que las manos sean europeas. Las dos repúblicas platenses suben las barreras y los barcos descargan miles y miles de esperanzas en los puertos americanos. Los emigrantes de las Islas Canarias van para Venezuela, los portugueses para Brasil, los genoveses, piamonteses, napolitanos, vascos y gallegos para Argentina y Uruguay. (Suárez, 2005:13)

A modo de complemento, para ilustrar la diferencia que tenía Argentina con el resto de los países, esencialmente con sus vecinos, se adjunta la siguiente tabla

2 El Artículo 25 de la Constitución de la Nación Argentina de 1853 y ratificada en 1860 sigue vigente hasta el día de hoy.

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INMIGRACIÓN NETA: ARGENTINA, URUGUAY Y CHILE 1881 -1930 (en miles)

Argentina Uruguay Chile Total

1881-1885 191,0 26,7 4,3 222,0

1886-1890 489,4 42,1 23,9 555,4

1891-1895 156,1 13,8 2,8 172,7

1896-1900 303,9 33,9 4,1 341,9

1901-1905 329,3 43,8 3,6 376,7

1906-1910 859,3 92,8 35,6 987,7

1911-1915 490,4 101,0 53,3 644,7

1916-1920 2,4 53,1 14,8 70,3

1921-1925 510,2 70,0 34,3 615,5

1926-1930 481,6 102,6 6,3 590,5

3.813,6 579,8 183.0 4.576,4

(Tabla extraída de Suárez, 2005:15)

Tal como se puede observar en el cuadro, la llamada “gran inmigración” se prolongó por varios años, incluso tras la década del treinta. Argentina sería refugio luego para los exiliados de la Guerra Civil Española y de la II Guerra Mundial. Paradójicamente, más tarde serán miles los argentinos que tengan que partir al exilio, tras la serie de golpes de estado que se suceden a lo largo de las décadas del cincuenta, sesenta y setenta. Es la conformación, en palabras de un descendiente de judíos europeos, Juan Gelman (1967), quien aseguraba provenir “de un país complicadísimo /latinoeruocosmopoli- urbano/Criollojudipolaco-galleguisitanoira”.

Siguiendo con la metáfora de Armando Discépolo y su Babilonia, cabe señalar cómo se fue estructurando la nueva población argentina: “Los italianos siguieron siendo la porción mayoritaria con dos millones de personas ingresadas entre 1881-1914, los

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españoles fueron el segundo grupo en importancia con un millón cuatrocientos mil y, muy por detrás, lo franceses sumaban ciento setenta mil ingresos”. (Bjerg, 2009:24-25)

La fórmula ideada por los gobiernos para hacer crecer al país se sustentaba en una triada. Como primer punto las inversiones extranjeras; luego, el comercio fuera de las fronteras nacionales; y por último la inmigración desde Europa. De los tres, claramente el último es el que más nos importa. La llegada de extranjeros para hacer patria tan lejos de sus lugares de origen, fue un estímulo para ir generando un lenguaje propio, que se dio tanto en manifestaciones artísticas como la literatura, teatro, tango, entre otros, así como en la política, mediante los distintos movimientos que importaron ideas para terminar fraguando militancias que hasta el día de hoy perduran. Rosario y Buenos Aires fueron las más marcadas: “Muy pronto, más de la mitad de sus habitantes habían nacido en el extranjero; una mayoría provenía entonces de la península itálica, otros muchos de España y el resto de Francia, Irlanda, Alemania y otras regiones de Europa, y en menor medida de América". (Sábato, cifr, Altamirano, 2008:402)

Muchos de quienes llegaron a la Argentina emprendieron pronto regreso a sus países de origen. María Bjerg (2009) estima entre un treintaicinco y un cuarenta por ciento a los “golondrinas” es decir, quienes no quedaron. Habían viajado con la única meta de conseguir dinero para retornar a su tierra. Esa vuelta a sus patrias de origen no se basó en la añoranza ni en la nostalgia, sino que la llegada no había sido tan prometedora como en algún momento la imaginaron:

Como se comprende, las condiciones de vida distaban de ser óptimas, sobre todo viviendo en carpas, en medio del campo, sin instalaciones sanitarias, agua corriente potable ni asistencia médica. La agricultura ofrecía trabajo, pero no oportunidad ni créditos para adquirir la tierra y poder arraigarse. Por todo ello, muchos dejaron los trabajos en el interior y se concentraron en la ciudad. Los testimonios gráficos de esa época nos muestran a extranjeros mal vestidos, apenas cubiertos con prendas que no coincidían con el tamaño de sus cuerpos. El calzado era muchas veces desastroso por el desgaste que había sufrido. La cabeza la cubrían con trapos remendando pañuelos, boinas, sombreros deformes y astrosos. (Carretero, 1999:40)

Esa situación era compartida también por quienes ya habitaban el territorio argentino:

los gauchos, los indígenas, los peones de campo y principalmente su descendencia. En conjunto van a sufrir la pobreza y a iniciar una migración hacia las ciudades buscando

“ese mango que te haga morfar”, como diría más tarde Enrique Santos Discépolo en

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Yira… yira. Las crecientes urbes se van llenado de gente y el campo va dejando partir a los suyos.

CONCENTRACIÓN URBANA EN TORNO A CAPITAL Y GRAN BUENOS AIRES

Año Población Cap.Fed y G.B.A % del país

1869 423.973 24.4

1895 1.445.021 36.53

1914 3.611.411 48.56

(Etchegaray y otros, 2000:160)

Buenos Aires se va conformando como una urbe de desplazados; tanto de la lejana Europa, como de la más próxima pampa. Ambos grupos irán cercando la ciudad, asentándose en los suburbios, en esa frontera entre real e imaginaria, entre la ciudad y el campo, que más tarde será el escenario predilecto de muchos de los relatos de Borges, así como de los tangos más nostálgicos de Homero Manzi. En esa franja se enfrentan dos mundos distantes en lo geográfico, pero cercanos en su condición de pobreza:

…los “gayegos” sin arado están más preparados para la lucha que los gauchos sin caballo, viene de la escasez, de un clima más duro y pueden trabajar más y mejor. Vienen buscando un nuevo lugar y los gauchos recuerdan con tristeza lo que perdieron. Unos respiran esperanza y otros, frustración. En estos años anteriores al 1900 no se puede hablar de mucha tolerancia entre los grupos sociales, aun no hay una convivencia pacífica porque cada uno está haciéndose un sitio. En este intento por encontrar abrigo van aflorando nuevas formas culturales, una de ellas es el tango, el fruto cultural más original de esta dialéctica urbana entre gente desplazada. (Suárez, 2005:11)

No hubo que esperar hasta el siglo XX para que comenzara a aparecer el inmigrante como personaje de conflicto. La mirada recelosa que se gana el recién llegado ya es advertida por José Hernández en su poema épico. Es la guerra entre los pobres antiguos y los pobres nuevos:

Yo no sé por qué el gobierno nos manda aquí a la frontera gringada que ni siquiera

Cuando llueve se acoquinan como el perro que oye truenos.

¡Qué diablos! sólo son güenos

35 inmensa llegada de nuevos residentes. Ahí está el “suburbio”, el “arrabal” y el “fangal”

del paisaje tanguero. Ahí se ubica el conventillo, el espacio mítico que muchas de las letras tratan de volcar como espacio romántico, pero que, en realidad, fue un espacio de miseria y “promiscuidad”, tal cual denunciara Santos Discépolo en sus charlas radiofónicas. Allí se mezclan el gallego y el tano, entre los europeos, con otro recién llegado, el “cabecita negra”4:

De todas maneras, la población recién llegada necesitaba alojamiento, alimento y distracción. Para lo primero recurrieron a los conventillos, pues entre varios

3 Se conoce así a la incursión militar que hizo el estado argentino sobre los territorios aun no incorporados, la Patagonia y la Pampa, mediante un conflicto bélico en contra de los pueblos indígenas que habitaban la zona. El conflicto se llevó a cabo entre los años 1878 y 1885.

4El cuento Cabecita negra (1961) de Germán Rozenmacher, ilustra el conflicto racista entre los hijos de inmigrantes europeos, ya asentados para la década de los sesenta, con los nuevos migrantes del campo, que van llegando a las ciudades.

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ocupaban una pieza y el alquiler resultaba bajo y soportable; lo segundo se solucionó en las fondas, tenduchos, pulperías y en la actividad de vendedores ambulantes. En todos los casos, unas pocas monedas cubrían las necesidades mínimas del hambre diaria. En esos momentos, los salarios que se pagaban eran superiores a los de Estados Unidos y de la mayoría de los países europeos. Para la distracción y el esparcimiento se recurrió a lo existente, o sea, los prostíbulos y las casas que ofrecían música, juego, baile, bebidas, mujeres y otros placeres no anunciados. (Carretero, 1999:35)

El paisaje es turbio y los personajes que en él se desplazan están curtidos en la violencia y la miseria. Ahí, mezclados, van naciendo el “compadrito”, el “taura”, la “milonguita”

y la “costurerita que dio el mal paso”5. La pobreza del inmigrante, la salida de ella, el origen de su miseria y el paisaje que lo adorna, son algunos de los tópicos más comunes en el tango y también en sus artes hermanadas: la poesía rea o poesía popular, el sainete y el grotesco criollo6. Estos comparten la mirada: el realismo social, que los acerca a lo que viene denunciando el llamado “grupo de Boedo”, y que, también, en su mayoría, lo conforman hijos de inmigrantes:

Pero más importante que el estatus ocupacional paterno, el prestigio familiar o el volumen de capital cultural, sobre todo al lidiar con intelectuales ávidos de estabilidad profesional, parece ser el grado de participación de los escritores en la experiencia de la inmigración. Ninguno de ellos, ni siquiera los más convencidos acerca del “carácter criollo”, como Borges, pudo esquivar el impacto avasallador de la inmigración en las transformaciones que atravesaba la estructura social del país desde fines del siglo XIX. (Miceli, 2010:502)

Siguiendo con Borges y con la naturaleza del intelectual que va surgiendo durante el siglo XX en Buenos Aires, se puede reseñar, mediante dos de sus más importantes mentores, cómo va insertándose el inmigrante en el ámbito cultural. El primero de ellos es Macedonio Fernández (1874-1952), uno de los principales representantes de la vanguardia. El segundo es Evaristo Carriego (1883-1912), poeta de clara vocación melodramática y popular. Ambos nacieron en la segunda mitad del siglo XIX, cuando ya comenzaba a cambiar para siempre el paisaje humano de Buenos Aires.

El recién llegado no pasaría desapercibido para nadie y el desdén con que fue recibido por los sectores acomodados, tampoco. Fernández, al igual que muchos de los

5 Los personajes mencionados corresponden a estereotipos muy usados en el tango y la literatura.

Generalmente se trata de habitantes de los bajos fondos, en el caso de los hombres asociados al culto del coraje y, en el de las mujeres, a la suerte que les cabe según su belleza.

6 La poesía rea es un apelativo que le dan algunos poetas populares a su trabajo. Los temas son delincuenciales y su vocabulario predilecto es el lunfardo. El sainete es el teatro popular que luego, tras Armando Discépolo, ahonda en conflicto convirtiéndose en grotesco criollo.

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llamados “criollos”, quiere dejar de manifiesto su arraigo en tierras americanas y distanciarse de esa masa que no deja de descender de los barcos. Se definía a sí mismo como argentino desde hace muchas generaciones, con padres, abuelos, bisabuelos,

“España por todos lados”, aduciendo abolengo antiguo: “Tengo 54 años, nací en Buenos Aires (ciudad máxima ya, con población, opulencia y dinámica, de la filiación latina con 3.500.000 habitantes como continuo humano) el 1º. de junio de 1874, de ascendencia, materia y potencia hispana con muchas generaciones de americano, hijo de Macedonio y de Rosa del Mazo”. (Fernández, ed. 2010:34)

En relación a, Evaristo Carriego, Jorge Luis Borges (1976) le dedica un extenso ensayo donde ahonda en las raíces porteñas del poeta: “Carriego era entrerriano, de Paraná. Fue abuelo suyo el doctor Evaristo Carriego, escritor de ese libro de papel moreno y tapas tiesas que se llama con entera razón Páginas Olvidadas” pero que “A las razones evidentes de su criollismo – linaje provinciano y vivir en las orillas de Buenos Aires – debemos agregar una razón paradójica: la de su alguna sangre italiana, articulada por el apellido materno Giorello” (Borges, ed. 1976:29). Su antecedente italiano es difuso. Se puede desde ya situar previo a la gran inmigración, por lo tanto, es criollo antiguo, y esto le permite mirar con recelo a quienes vienen bajando desde los barcos:

Carriego solía vanagloriarse: A los gringos no me basta con aborrecerlos; yo los calumnio, pero el desenfreno alegre de esa declaración prueba su no verdad. El criollo, con la seguridad de su ascetismo y del que está en su casa, lo considera al gringo un menor. Su misma felicidad le hace gracia, su apoteosis espesa. Es de común observación que el italiano lo puede todo en esta república, salvo ser tomado realmente en serio por los desalojados por él. Esa benevolencia con fondo completo de sorna es el desquite reservado de los hijos del país. (Borges, ed. 1976:29)

El recelo con que se mira al extranjero, desde la mirada del criollo, ya venían anunciándose desde muchos años atrás. Había que tener recelo del gringo, del “hombre sin muertos en América” (Borges, ed. 1976:32). El desarrollo de la civilización, que pregonaban Domingo Faustino Sarmiento y los políticos liberales, agudizaba los miedos de los más conservadores. Vislumbraban riesgos que ponían en peligro el orden que ellos imaginaban para la Argentina:

Los cambios cada vez más acelerados de la economía mundial no ofrecen sólo

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