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NOTAS para LA LLAVE DE LOS SUE ˜NOS I

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Academic year: 2022

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NOTAS para LA LLAVE DE LOS SUE ˜ NOS

I El conocimiento de uno mismo 1. La peque˜ na familia y su Hu´ esped.

2. Un animal llamado Eros 3. El uno y el infinito

4. Sabidur´ıa del cuerpo y acci´ on de Dios

5. A amo d´ ocil servidor violento – o cuerpo, esp´ıritu y ego 6. El papel del sue˜ no – u homenaje a Sigmund Freud 7. Arquetipos y manifestaciones de Dios

8. Sue˜ no y libre arbitrio

9. Experiencia m´ıstica y conocimiento de s´ı mismo – o la ganga y el oro II El conocimiento espiritual

10. De la porra celeste y del falso respeto 11. Milagros y raz´ on

12. Pensamiento religioso y obediencia 13. Verdad y conocimiento

14. Matem´ atica e imponderables III El conocimiento religioso 15. La firma de Dios

16. Creencia, fe y experiencia 17. El ni˜ no y el m´ıstico

18. La “Gran Revoluci´ on Cultural” ser´ a desencadenada por Dios 19. Dios se oculta constantemente – o la convicci´ on ´ıntima 20. Marcel L´ egaut – o la masa y la levadura

21. Los ap´ ostoles son falibles – o la gracia y la libertad 22. Mi amigo el buen Dios – o Providencia y fe

23. Misi´ on y creaci´ on – o Jes´ us creador (1) 24. Misi´ on y karma – o el aprendiz y el Maestro

25. Jes´ us creador (2) – o expresi´ on y concepci´ on de una misi´ on 26. Los ap´ ostoles creadores

27. Cuando hay´ ais comprendido la lecci´ on – o la Gran Broma de Dios 28. El infierno cristiano – o el gran miedo a morir

29. Dios participa – o el Juez y su penitencia 30. La Providencia: ¿invenci´ on o descubrimiento?

31. Dios no es un seguro a todo riesgo – o sentido e interpretaci´ on 1) Encontrar un sentido es un trabajo creativo

2) Dios no informa, ilumina

3) Otra fe – o lo Desconocido y lo Incognoscible 4) Una cuesti´ on desapercibida – o las grandes pezu˜ nas 32. Eros y Esp´ıritu (1) – o la abundancia y lo esencial 33. Eros y Esp´ıritu (2) – o la carne y la Santa

34. Eros y Esp´ıritu (3) – o el impulso y el alma

35. La gran Mutaci´ on – o las Iglesias y su misi´ on

36. Los grandes Innovadores y sus mensajes

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37. La gran Crisis Evolucionista – o una vuelta en la h´ elice 38. ¿Buda o Jes´ us? – o la falsa cuesti´ on

IV Creaci´ on y represi´ on

39. El ni˜ no creador (1) – o el descubrimiento del mundo 40. El ni˜ no y su domesticaci´ on – o el visitante inoportuno 41. Presencia y desprecio de Dios – o el doble enigma humano 42. Jes´ us recrucificado – o el ser frente al Grupo

43. Las dos vertientes del “Mal” – o la enfermedad infantil 44. El Impensable Mayo del 68 – o la repetici´ on general 45. El ni˜ no creador (2) – o el campo de fuerzas

46. La mistificaci´ on – o la creaci´ on y la verg¨ uenza

47. El “estilo investigaci´ on” – o una nueva forma al servicio de un esp´ıritu 48. Creaci´ on y maduraci´ on (1): los “dones” aparecen al crear

49. Creaci´ on y maduraci´ on (2): no hacen falta “dones” para crear 50. Creaci´ on y maduraci´ on (3): “dones” y carisma

V Clich´ es y espiritualidad

51. Los clich´ es del espiritual (1): ¡alto! al error y la ignorancia 52. Los clich´ es del espiritual (2): ¡alto! a la duda y la seguridad 53. Las bestias negras del Maestro (1) – o ¡alto! al trabajo de pensar 54. Las bestias negras del Maestro (2) – o el rechazo del devenir 55. Las bestias negras del Maestro (3) – o ¡alto! al deseo

56. “El Maligno” y la gracia – o la Santa y el buen Dios

57. La Ley, el discurso y el Ruido: un ciclo milenario se cierra...

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Notas para el cap´ıtulo VII de La Llave de los Sue˜ nos o

Los Mutantes 1. Fujii Guruji

58. ¿Qui´ en es “yo”? – o la dimisi´ on 59. La fuerza de la humildad

60. Fujii Guruji (1) – o el sentido de lo esencial 61. Fujii Guruji (2) – o el don

62. Que nuestra oraci´ on sea canto...

63. Los visitantes sin equipaje

64. Filiaci´ on y crecimiento de una misi´ on (Nichiren y Guruji) 65. El balance de la fe – o las v´ıas secretas

66. El encuentro – o el don de atenci´ on (Gandhi y Guruji) 2. Gandhi

67. El Mahatma de uniforme – u homenaje al no-soldado desconocido 68. Las dos grandezas – o la epopeya y la verdad

69. De las armas y del silencio – o la ca´ıda del tel´ on

70. La ejecuci´ on del soldado Solvic – o el crimen de los justos 71. El santo y sus flaquezas – o la paradoja del mutante 72. “Formaci´ on humana” – ¡y “Soluci´ on final”!

73. Todos los hombres son falibles – o la ruptura 3. Walt Whitman y sus amigos

74. Richard Maurice Bucke – o el profeta de la “otra realidad”

75. Tiempos de muletas y tiempo de caminar (E. Carpenter y M. L´ egaut) 76. Walt Whitman (1) – o boda de un poeta

77. Walt Whitman (2) – o Eros y la Uni´ on M´ıstica

78. Dos Prometeos para una Misi´ on – o perros, gatos y hombres 79. Ramakrishna – o la boda de la Madre con Eros

80. Walt Whitman (3) – o predicci´ on y visi´ on

81. Los ancestros del hombre – o ¡en ruta hacia el Reino!

82. “Conocimiento c´ osmico” y condicionamiento 83. El Creador y la Presencia – o el doble rostro 84. Simientes invisibles – o las llaves del Reino 4. El ballet de los mutantes (1)

85. Los mutantes (1): el ballet de los mutantes. Hahnemann y Riemann 86. Los mutantes (2): la ciencia espiritual (R. Steiner, T. de Chardin) 87. Teilhard y L´ egaut – o la problem´ atica Parus´ıa

88. Los mutantes (3): un viento de justicia y libertad (P. A. Kropotkin y A. S. Neill) 5. A. S. Neill

89. Neill y el m´ as all´ a del Muro – o el pensamiento, y el ser 90. Neill y el pecado original – o el mito como mensaje

91. La democracia directa de Makarenko a Neill – o: despertar al hombre en el ciudadano

92. Neill y el Mensaje – o el milagro de la libertad

(4)

93. ¿Educaci´ on sin sugerencia? – o educaci´ on y conocimiento de uno mismo 94. Neill y el bombardero – o la-felicidad-a-gog´ o y la otra dimensi´ on

95. Summerhill – o la sauna, y el mar abierto...

6. Edward Carpenter

96. Edward Carpenter (1) – o la mirada infantil

97. Edward Carpenter (2) – o entierro y metamorfosis de un vivo

98. De Whitman-el-padre a Carpenter-el-hijo – o la epopeya y la Papelera del Pro- greso

99. Eclosi´ on del A.B.C. del sexo – o aprender que la tierra es redonda 100. El A.B.C. del sexo (en cinco coplas)

A) El sexo est´ a por todas partes

B) Problem´ atica del sexo: vivir el sexo requiere discernimiento C) Papel del sexo: “hacer el amor” es una creaci´ on

D) Todos somos unos “homo” que se ignoran E) El sexo en la educaci´ on: las dos iluminaciones 101. El afecto en la educaci´ on, ´ esa es la revoluci´ on 102. Faros en la noche – o el cari˜ no y la libertad 7. F´ elix Carrasquer

103. F´ elix Carrasquer (1): eclosi´ on de una misi´ on 104. F´ elix Carrasquer (2): el auge

105. F´ elix Carrasquer (3): la escuela autogestionada, escuela de libertad 106. F´ elix Carrasquer (4): libertad-Summerhill y libertad-Vallespir-Monz´ on 107. F´ elix Carrasquer (5): el tiempo de la cosecha

108. Nadie es profeta en su tierra 109. Educaci´ on y acto de fe

110. El nuevo esp´ıritu de la educaci´ on 8. El ballet de los mutantes (2)

111. Los mutantes (4): todos somos mutantes en potencia

112. Los mutantes (5): el abanico de mutantes – o diversidad y grandeza 113. Los lugares comunes de los santos

114. Los mutantes (6): los mutantes y el sexo – o el hombre plenamente libre no es de hoy ni de ayer

9. Solvic

115. Solvic (1) – o la grandeza al desnudo 116. Solvic (2) – o la maravilla del calvario

117. Solvic (3) – o el sembrador y el viento y la lluvia 118. La roca en la arena – o moral patri´ otica y miedo al poli 119. Asignaci´ on de una misi´ on – o el “espiritual” ante las banderas 120. Misi´ on de paz y trabajo misionero – o lo esencial y lo accesorio 121. Los mutantes (7): Freud – o el coraje de la lucidez

10. Los dos mes´ıas (Steiner, Krishnamurti)

122. Fantasmagor´ıas de un visionario – o clarividencia y espiritualidad 123. Hermanos enfrentados – o una madrina para dos mes´ıas

124. La paja y el grano (1): R. Steiner y la ciencia del ma˜ nana

125. La paja y el grano (2): Krishnamurti – o degradaci´ on de una misi´ on

(5)

126. La paja y el grano (3): Krishnamurti – un balance 127. Un serio que ignora la sonrisa – o humor y espiritualidad 128. “La ´ ultima tentaci´ on” – o mutilaci´ on de un sanniasin

1

129. Capacidad de atenci´ on y recuerdo – o: la fidelidad es un don renovado sin cesar...

130. ¿Descubrimiento, o ciencia infusa? – o “el enigma Krishnamurti”

131. Conocimiento latente y conocimiento activo – o el pedestal y el don 11. El Ballet de los mutantes (3)

132. Los mutantes (8): los mutantes y el conocimiento de s´ı mismo 133. Los mutantes (9): los mutantes y las hermanas enfrentadas 134. Los mutantes (10): la reconciliaci´ on

135. Los mutantes (11): los mutantes y la crisis de la civilizaci´ on – o del hombre enfermo y su curaci´ on

136. Los mutantes (12): los mutantes y la gran esperanza 12. Tres pensadores (Darwin, Freud, L´ egaut)

137. El sol es el centro – o los pensadores-mutantes 138. El Iluminador

139. Darwin – o la Aventura de la especie

140. Freud (1): el Inconsciente – o descubrimiento de la Casa de los Locos 141. Freud (2): Eros est´ a por todas partes – o los acr´ obatas y el guerrero 142. Freud (3): El sue˜ no, mensajero del Inconsciente – o la vaina y el fruto 143. Freud (4): represi´ on, resistencias y el juego de los idiotas...

144. Freud (5): impulso incestuoso y sublimaci´ on

145. Freud (6): todos los sue˜ nos tienen un sentido – o el gran secreto

1N. del T.: En el hinduismo, el sanniasin (“renunciante” en s´anscrito) es la persona de las castas superiores que se encuentra en la etapa de renunciaci´on a la vida material.

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NOTAS para LA LLAVE DE LOS SUE ˜ NOS

(1) La “peque˜ na familia” y su Hu´ esped

(3 de junio)

2

La imagen-arquetipo del ni˜ no no designa la totalidad del alma, sino que encarna cierto aspecto que vive en cada uno de nosotros, casi siempre relegado sin piedad a la oscuridad por el “yo” (alias “el patr´ on”). El ni˜ no encarna la inocencia (que no embota ning´ un saber...), la espontaneidad despreocupada de s´ı misma, la curiosidad de los sentidos y de la inteligencia (a menudo importuna, y a veces sacr´ılega...). El ni˜ no aprende, igual que respira y bebe y come y asimila, sin embotarse jam´ as ni dejar de ser ni˜ no...

Esta imagen del ni˜ no aflor´ o en m´ı progresivamente, en los dos o tres a˜ nos que siguieron a los “reencuentros” de que hablo aqu´ı. Lleg´ o a ser plenamente consciente y expl´ıcita en 1979, con mi primera reflexi´ on filos´ ofica sistem´ atica, sobre la fuerza de Eros en los procesos creativos, y sobre el abrazo creador, en todas las cosas, de las fuerzas y cualidades c´ osmicas de lo “femenino”

(o “yin”) y de lo “masculino” (o “yang”).

En la naturaleza del ni˜ no est´ a lanzarse al encuentro de la Madre, del Mundo. Y su impulso se nutre de la pulsi´ on de Eros, la energ´ıa que lo mueve es la de Eros. Yo tend´ıa a confundir el ni˜ no con Eros, hasta hace muy poco. S´ olo he sido desenga˜ nado por el conjunto de “sue˜ nos metaf´ısicos” que me vinieron a principios de a˜ no. Ellos son los que llamaron mi atenci´ on sobre la realidad de esencia espiritual que es el alma (¡en la que hasta entonces jam´ as hubiera pensado!), y sobre esa misma cualidad espiritual esencial del ni˜ no. Eros, ´ el no es de esencia espiritual, sino animal. (¡Eso ha cambiado mucho mi visi´ on de las cosas! Sin embargo, la realidad carnal y el amor carnal son par´ abolas eternas de la realidad espiritual y del amor a nivel espiritual.) En mis sue˜ nos, Eros nunca aparece en forma humana, sino en forma de animales (

2

): perro o gato casi siempre, el perro encarnando el aspecto impetuoso, insaciable, hambriento de Eros, y el gato el aspecto yin complementario: lascivo, d´ ocil, aterciopelado – ¡pero cuidado con las garras!

Esos mismos sue˜ nos tambi´ en pusieron de relieve otra personificaci´ on del alma, que tend´ıa a no ver o a olvidar si m´ as: al igual que el ni˜ no representa la eterna juventud, la inocencia en nosotros, el esp´ıritu representa la edad, la madurez, el saber (espiritual), y sobre todo, la responsabilidad de nuestros actos y nuestra conducta. Bajo el nombre del “obrero”, ya me lo hab´ıa encontrado desde hace siete u ocho a˜ nos, pero ten´ıa una enojosa tendencia a confundirlo con el ni˜ no

3

. Pero su verdadero rol frente al ni˜ no es el de padre adoptivo – el de quien vigila sus necesidades y que, cuando la ocasi´ on lo exige, le reprende con cari˜ no y con toda la firmeza necesaria. Lo que a´ un no hab´ıa comprendido es que, en la “empresa familiar” que es la psique, hay un “Jefe” instituido, un cabeza de familia; y que en modo alguno es el “yo” (¡el llamado

“patr´ on”!), encargado solamente (cuando se extralimita en sus funciones) de las tareas de in- tendencia (y que desde ahora m´ as valdr´ıa llamar el “intendente”), ni Eros, ni el ni˜ no, sino m´ as bien el esp´ıritu (alias el obrero).

Es verdad que en esa familia, tan a menudo desunida, es m´ as que raro que el esp´ıritu asuma ese rol que le incumbe. Casi siempre es el intendente el que se hace el amo (a menudo

2V´ease el reenv´ıo a la presente nota en la secci´on no 1 p´agina 1.

3Sin embargo, bien sent´ıa que “ni˜no” y “obrero” eran dos aspectos diferentes, complementarios, de una misma entidad de la psique, que representar´ıa “la fuerza creativa” en el hombre. Pero si hubiera tenido que nombrar esa fuerza, el nombre que me habr´ıa venido ser´ıa el de Eros, y no “el alma”. Incluso despu´es del primer sue˜no (en diciembre de 1986) que llam´o mi atenci´on sobre el alma (personificada en ese sue˜no por una joven), a´un no pens´e en reconocer en la pareja ni˜no-obrero (o ni˜no-esp´ıritu) una de las posibles descripciones yin-yang del alma (¡casi ausente de mi vocabulario!). De lo que no dudaba era de que Eros, que incluye la pulsi´on de conocimiento a nivel intelectual y art´ıstico (v´ease la nota a pie de p´agina precedente.), incluye igualmente la fuerza m´as ´agil activa a nivel espiritual, que entonces s´olo distingu´ıa confusamente. No s´e si una reflexi´on, incluso profunda, sobre este tema hubiera podido, por ella sola, desenga˜narme. Si me desenga˜n´e, no fue por una reflexi´on “metaf´ısica” que jam´as tuvo lugar, sino por las revelaciones que me llegaron por mis “sue˜nos metaf´ısicos”.

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adorn´ andose de “esp´ıritu”), cuando no son los perros y los gatos – perd´ on, habr´ıa que leer

“Eros”, o ambos a la vez, imponiendo su ley mal que bien ¡cada uno por su lado! En mi casa tambi´ en el nene ten´ıa su voluntad (¡y ya son tres!), y nene, perros, gatos, intendente hac´ıan la fiesta – ¡al que no se ve´ıa era al cabeza de familia!

Me parece que en la literatura religiosa cristiana, el t´ ermino “esp´ıritu” no designa casi nunca el esp´ıritu del hombre, ese cabeza de familia con tanta frecuencia dimisionario, sino el esp´ıritu de Dios, presente y activo en la psique, sin que por tanto forme parte de ella (

3

). Lo llamar´ e simplemente “Dios ”. Me parece que es un Ser de la misma especie o esencia que el alma (que es “esp´ıritu” al igual que ´ El), pero de una magnitud infinitamente superior a ella. Se le puede ver como un Hu´ esped permanente y discreto en la casa familiar, de alto rango (¡por decir poco!) y que sin embargo, parad´ ojicamente, casi siempre pasa desapercibido. Habita, lejos de toda mirada, en los s´ otanos m´ as profundos – lo que no Le impide ver, en todo momento, en un cuadro animado y completo todo lo que ocurre, desde los graneros hasta las bodegas. De esos mismos lugares ocultos de la casa en que se hospeda, es de los que habla y trata cuando lo juzga oportuno. Y cuando ´ El habla, siempre es (me parece) al cabeza de familia, al esp´ıritu, al que se dirige. Casi siempre ´ este se hace el sordo, hasta el punto de que a menudo me asombro de que Dios no se harte de hacerle se˜ nas de mil formas. Tendr´ e amplia ocasi´ on de volver sobre extra˜ na sordera...

Tambi´ en tendr´ e amplia ocasi´ on de hablar de mi progresivo descubrimiento, a lo largo de los diez u once ´ ultimos a˜ nos, de ese invisible Hu´ esped de la casa. Al principio le conoc´ı como el So˜ nador, el Creador de los sue˜ nos, del que trataremos mucho en este libro. Por ahora baste a˜ nadir que para los procesos y actos que tienen lugar en la psique y provienen de las capas profundas, a menudo es muy dif´ıcil, incluso imposible, decir cu´ al es la parte de Dios y cu´ al la del alma. Cada vez m´ as, sin embargo, tiendo a ver la iniciativa decisiva de los procesos y actos creativos, y la fuerza renovadora que hay en ellos, como proveniente de Dios. El papel del alma, y sobre todo del esp´ıritu que es su instancia dirigente, se me presenta sobre todo como el de una aquiescencia m´ as o menos completa, m´ as o menos activa, a los designios y sugerencias de Dios, de una colaboraci´ on con ellos con m´ as o menos celo e intensidad. Estoy convencido de que as´ı es al menos al nivel espiritual, y que en cada uno de los numerosos “umbrales” que el alma ha de franquear en el largo camino del conocimiento, la acci´ on de Dios (aunque a menudo permanezca ignorada) es la fuerza decisiva para pasar de un nivel de consciencia al nivel superior.

(4 de junio) Como me he dejado llevar a hacer la presentaci´ on de los principales miembros de la “peque˜ na familia”, sin contar al Hu´ esped discreto e invisible de las moradas subterr´ aneas, quisiera a˜ nadir a´ un un ´ ultimo, dejado a cuenta ayer: el cuerpo.

A menudo tiendo a olvidarlo, ese gran mudo, cuando paso revista a los personajes que se agitan y se enfrentan en la psique. Al hacerlo, no hago m´ as que ceder a un presupuesto cultural, que tiende a hacer una separaci´ on clara entre el cuerpo bien tangible por una parte, y por otra la elusiva psique que lo habita y lo anima. Sin embargo, mis sue˜ nos me ense˜ nan otra cosa. El cuerpo no es h´ abitat o morada, sino tambi´ en un personaje. Y ciertamente, al igual que los otros cuatro miembros de la familia de los que habl´ e ayer, el cuerpo tiene sus (humildes) necesidades, su voluntad (terca), su voz (raramente escuchada...). Y tambi´ en y sobre todo, un conocimiento, una sabidur´ıa – sabidur´ıa inmemorial, sabidur´ıa sin palabras, eficaz y poderosa, que a menudo me ha parecido exceder con mucho al flaco saber del cabeza de familia (alias el “esp´ıritu”), y al del intendente (

4

).

Cediendo a los mismos consensos culturales, he llegado a confundir “el cuerpo” (visto

como fuerza o como voz actuando en la psique) con Eros. En este momento ver´ıa a Eros m´ as

bien como un ´ arbol vigoroso (o que deber´ıa serlo...), que hunde sus ra´ıces en el rico y delicado

terreno f´ ertil del cuerpo. Pero ese terreno f´ ertil no es inagotable, y si el ´ arbol prolifera de modo

descontrolado, el terreno se agota, y finalmente se marchita el ´ arbol mismo, y su ramaje, y toda

la profusi´ on de vida que porta.

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El cuerpo se distingue de los otros “personajes” ps´ıquicos por el hecho de que se manifiesta por una encarnaci´ on material y org´ anica tangible. Por eso mismo, tambi´ en es el instrumento por excelencia de la psique, tanto para aprehender el mundo exterior con los sentidos, como para actuar sobre ´ el. Pero ya no podemos separar m´ as el instrumento de la psique de la que verdaderamente forma parte, como no podemos separar las manos, instrumentos del cuerpo, de ese cuerpo del que igualmente son parte.

El arraigo de Eros en el cuerpo, o el de la psique toda entera, se sit´ ua sin duda en las capas profundas, morada del Hu´ esped. Es ah´ı, muy lejos de la mirada del hombre, donde se atan y desatan la relaciones delicadas y profundas entre el cuerpo y la psique en su conjunto (

5

) – sin contar al Hu´ esped invisible y misterioso que, seguramente, participa a su manera. Y tambi´ en est´ a fuera de duda que el cuerpo es para la psique, no s´ olo terreno f´ ertil e instrumento, sino tambi´ en medio de expresi´ on por excelencia. Esperanzas y decepciones, empuje y dimisiones, armon´ıa, disonancias, tensiones pasajeras o inveteradas... se inscriben, como en una delicada cera, en cada una de nuestras c´ elulas, en los ´ organos y sus humores, en el tono de los tejidos y la textura de la piel, en las actitudes y movimientos y evoluci´ on del cuerpo, y en la expresi´ on del rostro y la mirada y el timbre de la voz y la plenitud de la respiraci´ on..., con una huella de una finura infinita, incomparable, lograda...

Y c´ omo no pensar aqu´ı en el sue˜ no, cuando es la misma psique adormecida la que deviene

“cera” entre la manos del So˜ nador, durante uno o dos sue˜ nos, para expresar con un arte inigual- able, desde los grandes trazos hasta los matices m´ as delicados, la realidad profunda de lo que ella fue durante la vigilia...

Esa es, bien lo s´ ´ e, no una simple huella “mec´ anica”, sino obra de arte, obra del Maestro de los maestros con la Mirada y con la Mano. Y no puedo dejar de preguntarme si el “lenguaje del cuerpo” que acabo de evocar, al igual que el lenguaje del sue˜ no, lejos de ser un simple “registro”

desprovisto de intenci´ on, no ser´ıa tambi´ en un lenguaje creador en las manos del Creador, del Maestro – del Hu´ esped invisible y silencioso de los s´ otanos. Al que supiera leer en la cera del cuerpo, ese lenguaje le dir´ıa la verdadera y punzante novela de toda una vida, vista desde las profundidades, como ojos humanos jam´ as podr´ an verla ni palabras humanas decirla. Y tal enfermedad incurable que devasta una vida agotada, quemada por el exceso de su propia violencia – ´ ese ser´ıa el ´ ultimo cap´ıtulo de la magistral novela de una existencia terrestre, trazado con mano fuerte sobre el pergamino del cuerpo por el invisible Maestro de la vida y de la muerte.

A decir verdad, estas reflexiones me hacen entrever que en Dios, el Creador, la Mirada siempre es inseparable de la Mano, el Acto por el que ´ El conoce, de aqu´ el por el que ´ El expresa ese conocimiento y le da voz

4

. Pienso que as´ı debe ser en todo momento y lugar, sea Su cera o Su tela el cuerpo del hombre o su alma adormecida, c´ elula viva, mol´ ecula, planeta o galaxia. Y su acci´ on en la psique, seguramente, no se limita a los raros momentos en que el hombre mismo se asocia a su Creador para hacer una obra creativa con ´ El y crecer as´ı en su esp´ıritu. Sino (me parece) que est´ a presente en todo instante, durante el sue˜ no como en la vigilia. Y esa acci´ on incesante es relato.

S´ olo Dios sabe leer en su plenitud esos signos, y ese relato que forman, escrito por Su mano y para ´ El – el imperecedero relato del que nosotros mismos formamos y tejemos, al hilo de los momentos y al hilo de los d´ıas, al hilo de los a˜ nos y al hilo de nuestras muertes y de nuestros nacimientos, la trama incontable y la inagotable substancia.

(5 de junio) He mencionado de pasada, antes de ayer, el primer sue˜ no que (entre otras cosas) llam´ o mi atenci´ on sobre la existencia del alma. Fue hace a˜ no y medio. El alma estaba repre- sentada por una joven tumbada, con una larga y abundante cabellera h´ umeda y enmara˜ nada

4(5 de junio) Lo que aqu´ı “entreveo” del conocimiento en Dios mismo, a saber la relaci´on ´ıntima entre conocimiento y expresi´on, es algo que en todo caso he podido constatar a nivel de la actividad creativa hu- mana. De ello hablo de forma m´as detallada en la nota “Conocimiento y lenguaje – o el di´alogo creador”, no .

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extendida por detr´ as, que otra mujer de m´ as edad, desenredaba pacientemente y peinaba con sus dedos. Sent´ı que esa mujer tumbada, de aires muy femeninos, representaba lo que en m´ı vive la experiencia y el saber de las cosas, que prueba y saborea sensaciones y emociones, atra´ıda por lo “agradable” y “placentero”, repelida por lo “penoso” y por lo “desagradable” – con, tal vez, una tendencia a dejarse llevar por ese juego, por ese balanceo sin fin entre lo que atrae y lo que repele, revoloteando de flor en flor y procurando, de paso, no pincharse con las espinas...

Hasta entonces nunca hab´ıa prestado atenci´ on a ese rostro de la psique de las cien caras.

Para designarlo, el pensamiento del “alma” no se present´ o tras el sue˜ no. Apareci´ o durante el trabajo. (Un trabajo excepcionalmente largo: ¡nueve d´ıas seguidos!) Pero cuando lleg´ o, “hizo tilt”: ¡era mi alma, sin duda, la que representaba la joven de abundante cabellera! Durante todo el a˜ no siguiente, cuando me daba (rara vez) por pensar en “el alma”, la ve´ıa bajo sus trazos difusos y so˜ nadores.

No fue hasta despu´ es de mis sue˜ nos de los pasados meses de diciembre y enero, que relacion´ e ese “alma” con las figuras del “ni˜ no” y el “obrero” (alias “esp´ıritu”), familiares desde hac´ıa mucho. Entonces qued´ o claro que eran de una esencia diferente, m´ as delicada, de la de Eros. Y justo es el alma la que se supone que representa lo que en m´ı es de naturaleza espiritual, es decir de naturaleza cercana a la del So˜ nador – o, lo que es igual (como me hab´ıa dado cuenta desde hac´ıa poco), a la de Dios... Seguramente el ni˜ no y el esp´ıritu deb´ıan representar “caras”

o “rostros” complementarios, uno yang y otro yin, de ese alma que hasta entonces hab´ıa visto bajo la forma indistinta y los trazos difusos del rostro aparecidos en ese sue˜ no medio olvidado...

Despu´ es, he pensado en situar el aspecto “yin” del alma, encarnado por ese rostro de mujer envuelto en brumas, en relaci´ on a los dos personajes familiares. Me evoca el nombre de “Psique”, s´ımbolo tradicional del alma, surgido de la mitolog´ıa griega. En cambio, los nombres “esp´ıritu” y “obrero” son de connotaci´ on fuertemente masculina. Pero bien sab´ıa que la entidad ps´ıquica que designan tambi´ en debe presentar aspectos y trazos “femeninos” o “yin”, emparej´ andose con los trazos “masculinos” o “yang”. Ella representa la madurez del alma, frente al de su inocencia creativa representada por el ni˜ no, y ´ ese bien es un aspecto yin frente al ni˜ no que personifica el aspecto yang complementario (conforme a las parejas c´ osmicas yin- yang: madurez–inocencia, vejez–juventud). Dicho esto, actualmente veo a Psique (¡atenci´ on a la may´ uscula!) como personificaci´ on de los trazos “femeninos” (o “yin”) en el esp´ıritu–obrero.

En esta dial´ ectica, representar´ıa pues el “yin en el yin” del alma, en tanto que esposa, en suma, en una “pareja c´ osmica” cuyo esposo encarnar´ıa los trazos viriles del esp´ıritu–obrero, el “yang en el yin” del alma.

A decir verdad, los aspectos del esp´ıritu que hab´ıan sido evocados anteriormente, a parte de la madurez, especialmente el saber y la responsabilidad, y sobre todo su funci´ on de “Jefe”, de instancia dirigente de la psique, ya eran de connotaci´ on fuertemente masculina, al igual que los nombres “esp´ıritu” u “obrero” que lo designaban. Eso suger´ıa usar en adelante esos nombres para designar m´ as bien la “vertiente” o el “rostro” yang del esp´ıritu humano, complementario del “rostro yin” encarnado por Psique. Es un simple apa˜ no, debido a la ausencia de un nombre propio m´ıtico apropiado para complementar a “Psique”. El que sugiere la mitolog´ıa, a saber su amante Eros, ¡visiblemente no es adecuado!

He pensado enPrometeo, pero no me convence mucho, y sobre todo, emparejar Psique y Prometeo har´ıa estremecerse a los humanistas, y prefiero no ech´ armelos a la espalda. Quedar´ıa pues una peque˜ na ambig¨ uedad en el sentido que para m´ı tiene la palabra “esp´ıritu” (humano).

La misma que en la palabra “hombre”, que designa tanto un “humano” (hombre o mujer) como un “humano masculino”. Pero cuando hable del esp´ıritu (alias el “cabeza de familia”) como uno de los miembros de la “peque˜ na familia”, se entender´ a que figura como esposo de Psique.

De todos formas, para darle un nombre propio que no moleste a nadie, podr´ıamos llamarle

Prommy. (Todo parecido de este nombre visiblemente yanqui con cualquier nombre griego es

pura coincidencia).

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As´ı, he aqu´ı por fin reunida al completo la “peque˜ na familia”, o al menos sus seis miembros principales. He aqu´ı el cabeza de familia, Prommy (alias el esp´ıritu, alias el obrero), y su encantadora esposa, Psique, m´ as su hijo (adoptivo

5

, pero eso es casi un detalle), llamado “el ni˜ no”, o “el nene”, o tambi´ en, por qu´ e no, Tommy. Est´ a el cuerpo, Corry, y est´ a Eros

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, que se lleva bien con Corry y con Tommy, pero que a menudo desconf´ıa de Prommy. Psique, ella, tiene un poco de debilidad por ´ el, y es comprensible, pues es guapo como pocos y tiene la mano suelta... Para terminar el cuadro, he aqu´ı el intendente: astuto, cobarde, vanidoso como pocos y mentiroso descarado, y que tiene una clara tendencia a hacerse el patr´ on. Por esa raz´ on, y para darle gusto, le llamaremos Patry. Seg´ un el caso, se lleva a navajazos con Eros, o lo pone por las nubes – ¡cualquiera se f´ıe de ´ el! Es su manera de embaucarle y met´ erselo en el bolsillo mientras le estafa a muerte. Realmente no es de la familia, ha llegado de la ciudad. Pero no se trata de echarle, y se “lidia con ´ el” como se puede.

En fin y para que conste, est´ a el Hu´ esped, el Invisible, el Olvidado (que por poco casi lo olvido yo tambi´ en), oculto en no se sabe qu´ e bodegas secretas de la casa familiar. No se le ve, y en muchas familias tampoco se habla de ´ el – parece que nadie se da cuenta de que ´ El est´ a ah´ı, ni siquiera de que hay bodegas. Visto su rango, no me atrevo a ponerle un mote adecuado (como Jahvy o Brammy), prudentemente prefiero ce˜ nirme a “el Hu´ esped” (teniendo cuidado con la may´ uscula). Este anonimato, por otra parte, no es m´ as que un fiel reflejo de los h´ abitos algo reservados de este importante personaje.

Cada “peque˜ na familia” tiene su Hu´ esped, eso ha de quedar claro. Y hay tantas de estas familias, como de seres humanos en esta tierra – y no son pocos. Pudiera pensarse que tambi´ en hay tantos Hu´ espedes diferentes. ¡Pero no! Lo extraordinario, y que merece toda nuestra atenci´ on (y nos har´ a comprender tambi´ en que no es un Hu´ esped como los dem´ as...), ¡es que es un s´ olo y mismo Hu´ esped para todos! C´ omo se las arregla ´ El para estar as´ı por todas partes a la vez, es lo que se llama un “misterio”. En tanto que Ser ´ unico, pero presente en cada uno de nosotros y actuando a Su manera, lo llamar´ e con un nombre decididamente “anticuado” y pasado de moda como yo (nunca cambiamos): es Dios. Tambi´ en “el buen Dios ” para los amigos, y sobre todo cuando se trata de no ser solemne...

(2) Un animal llamado Eros

(3 de junio)

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Es significativo que tal representaci´ on de Eros por animales (perros, para ser pre- cisos) figura igualmente en algunos sue˜ nos en que el contexto mostraba sin posible ambig¨ uedad que se trataba de la pulsi´ on er´ otica “sublimada”, es decir la pulsi´ on de conocimiento no a nivel carnal sino (en este caso) intelectual. Eso me ense˜ n´ o, sin posibilidad de duda, que a los ojos del So˜ nador (es decir, a los ojos de Dios), la actividad creativa intelectual (¡de la que el hombre est´ a tan orgulloso!), o al menos la energ´ıa y la pulsi´ on que animan tal creaci´ on, son de una esencia que permanece sin pulir, “animal”. Por el contrario, el “patr´ on” o “intendente”, que

5Podr´ıamos preguntarnos qui´enes son los padres naturales de ese hijo “adoptivo”. La respuesta sorprender´ıa a m´as de uno: su verdadero padre y su verdadera madre sonuno, y no son otros que el Hu´esped misterioso de los s´otanos (del que trataremos m´as adelante). Este “Hu´esped como ning´un otro” es a la vez “Mujer”, y “Hombre”, a la vez “Madre”, y “Padre”, y a la vez que ´El engendra, ´El (o Ella) concibe. Y este Seno no ha cesado de concebir, de florecer, de urdir, de parir desde los or´ıgenes y el alba oscura de los tiempos...

6Decididamente cabezota y lento de comprensi´on, aqu´ı me obstino en ver Eros bajo figura humana, e incluso, con m´as precisi´on, bajo un rostro masculino. Sin embargo, como subrayaba antes de ayer, mis sue˜nos me llevan a otro lenguaje. Si les siguiera, la pulsi´on er´otica no estar´ıa representada por un personaje, sea hombre o mujer, sino por los perros y los gatos de la casa. (Y esto volver´ıa a´un m´as escabrosa la secreta predilecci´on de Psique por Eros...

Espero que el So˜nador (alias el Hu´esped) me perdone este alejamiento de Sus ense˜nanzas. De ser necesario, siguiendo Sus sugerencias, me apa˜nar´e con un par de simp´aticos (y algo entrometidos) animales dom´esticos:

Erosy, el perrazo, fogoso y descarado, yErosa, la gata sedosa y felina, a veces cari˜nosa y lasciva, y otras esfinge enigm´atica, recogida y pensativa – pata aterciopelada – garra incisiva...

7V´ease el reenv´ıo a la presente nota en la nota no1 p´agina 6.

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representa el condicionamiento y la estructuraci´ on en la psique y que, por tanto, no es una fuerza de naturaleza creativa, sino casi siempre inhibidora de las facultades creativas, siempre est´ a representado bajo forma humana, a veces hombre, a veces mujer. Me qued´ e pasmado,

¡yo que tend´ıa a divinizar a Eros, fuerza creativa original, y a desvalorizar a tope al “patr´ on”, encarnaci´ on de la represi´ on sistem´ atica de las fuerzas y facultades creativas!

No tengo ninguna duda de que lo que acabo de se˜ nalar para la creaci´ on intelectual vale igualmente para la creaci´ on “art´ıstica”, tambi´ en tributaria de la pulsi´ on y de la energ´ıa de Eros.

(El t´ ermino alem´ an “geistiges Schaffen” de hecho engloba ambos tipos de actividad creativa.) En nuestros d´ıas, es m´ as que raro que una creaci´ on intelectual o art´ıstica sea al mismo tiempo un acto de conocimiento a nivel espiritual, y por tanto un acto conjunto del esp´ıritu de Dios y del esp´ıritu del hombre. Pero parece que s´ olo en ese caso ser´ıa (a los ojos de Dios) plenamente

“humana”, y no “esencialmente animal”. Dicho de otro modo: parece ser que en la ´ optica divina, s´ olo el acto en que Dios mismo participa ser´ıa un acto plenamente humano – un acto que pone en juego una fuerza creativa de esencia superior a la de Eros, y que por eso escapa totalmente al reino animal y vegetal y a las fuerzas y leyes que lo animan y lo rigen.

(3) El uno y el infinito

(4 de junio)

8

Despu´ es de ayer, en que escrib´ı esas l´ıneas, he mantenido una larga conversaci´ on telef´ onica con un colega y amigo desde hace mucho, antiguo sacerdote cat´ olico y en tiempos apasionado de las cuestiones religiosas y de su sacerdocio. Por las reacciones de mi amigo a mis preguntas y por las aclaraciones que me ha dado, bien parecer´ıa que, incluso en los medios versados en teolog´ıa, no hay una distinci´ on neta, ni en el lenguaje ni en los esp´ıritus, entre el esp´ıritu “de Dios” y el esp´ıritu “del hombre”, con m´ as precisi´ on: entre el “esp´ıritu de Dos” (o simplemente “Dios”), presente tanto como Observador perpetuo como Fuerza activa (¿ocasional?) en la psique de tal persona, y el “esp´ıritu” (o “cabeza de familia”) que en ella representa, de alguna manera, su “identidad espiritual”.

La cosa me parecer´ıa incre´ıble, si no se solapase con algunas impresiones de lecturas recientes. Me parece algo tan grosero como si hubiera una confusi´ on, en el lenguaje y en el esp´ıritu de los matem´ aticos, entre el n´ umero 1 y el n´ umero (el infinito), bajo el pretexto de que ambos son n´ umeros; y que quererlos distinguir fuera visto como una especie de sutileza filos´ ofica o ling¨ u´ıstica, de la que podr´ıa pasar el matem´ atico que no fuera tambi´ en un erudito en la etimolog´ıa de los t´ erminos matem´ aticos. Pero volviendo a la psique y al alma: eso significa no saber, o no querer, distinguir entre Monsieur Durand (o al menos, el alma o el esp´ıritu que lo habita), ¡y el buen Dios en persona! Sin embargo, aunque su alma (no lo dudo) es eterna, Monsieur Durand no es ni omnisciente ni infalible ni omnipresente ni todopoderoso – eso ya marca algunas peque˜ nas diferencias.

Esto me recuerda, es verdad, la perplejidad t´ acita en que me encontr´ e durante una decena de a˜ nos sobre la naturaleza del So˜ nador: ¿forma ´ El parte de mi psique, o es un “Ser” que existe independientemente de mi propia persona? (V´ eanse esas perplejidades en la secci´ on “Reencuen- tro con el So˜ nador – o cuestiones prohibidas”, n

o

21.) Sin embargo la intuici´ on inmediata y mi sano instinto espiritual, por no decir el simple “sentido com´ un filos´ ofico”, claramente me dec´ıan la respuesta a una pregunta tanto tiempo informulada. Y mi relaci´ on con ´ El, el So˜ nador, desde que Le conozco y sin que tuviera que plantearme la cuesti´ on, siempre ha sido una relaci´ on con Otro – con alguien que era infinitamente superior a m´ı por su conocimiento profundo, por la penetraci´ on de la mirada, por la potencia y la delicadeza de los medios de expresi´ on, por la infatigable benevolencia, y por la infinita libertad...

¿Como no sentir “en las tripas” tales diferencias enormes, c´ omo ignorarlas, o ver en ellas alguna sutileza ins´ olita de te´ ologo o ling¨ uista? Cuando “Dios” no es m´ as que una palabra, un

8V´ease el reenv´ıo a la presente nota en la nota no1 p´agina 7.

(12)

concepto, una f´ ormula aureolada de gloria, ingrediente de un discurso o de un rito, lit´ urgico o intelectual – entonces de acuerdo, entonces es un poco como ese famoso “sexo de los ´ angeles”

que nadie ha visto jam´ as. ¡Pero no cuando hay una experiencia viva de Dios! Entonces ya no es una cuesti´ on de erudici´ on o de filosof´ıa, ni siquiera de “fe” en esto o aquello – sino simple evidencia...

(4) Sabidur´ıa del cuerpo y acci´ on de Dios

(5 de junio)

9

El “saber” del intendente es puro producto del condicionamiento (y como tal, simple reflejo de los consensos culturales de la sociedad ambiente), y de las reacciones de la psique a ese condicionamiento. Hace la funci´ on de estructurar la psique, y verdaderamente no tiene la naturaleza de un saber o un conocimiento verdaderos.

En cuanto al conocimiento y la “sabidur´ıa” del cuerpo, y a sus asombrosos recursos cre- ativos, podemos preguntarnos si se reduce al normal desarrollo, por as´ı decir “mec´ anico”, de leyes f´ısico-qu´ımicas y biol´ ogicas que se han desarrollado e instaurado “de una vez por todas”

a lo largo de la evoluci´ on de la vida sobre el globo, o si no ser´ıa m´ as bien la expresi´ on actual y activa de la sabidur´ıa de Dios y de Su voluntad, que intervendr´ıa creativamente, en un sentido u otro, al menos en ciertas ocasiones particulares. Pienso especialmente en la aparici´ on y el desarrollo de una enfermedad o, al contrario, de una convalecencia, o en los procesos uterinos alrededor de la ovulaci´ on, de la concepci´ on. de la gestaci´ on del feto y del parto. ´ Esos son, evidentemente, procesos fisiol´ ogicos indisolublemente ligados a procesos a nivel de la psique y a nivel espiritual. Este simple hecho parece imponernos ya la respuesta a la cuesti´ on precedente, al menos en todos los casos en que tales lazos entre realidad biol´ ogica y actitudes y sucesos a nivel de la psique y del alma, no dan lugar a dudas. A menos que se admita que la psique y su voluntad propia (y especialmente su voluntad inconsciente) tengan el poder de dar ´ ordenes al cuerpo, al nivel de los mecanismos celulares y org´ anicos m´ as delicados (que escapan casi total- mente, es necesario subrayarlo, al saber y la influencia de la medicina). Pero tal suposici´ on me parece violentar al m´ as elemental sentido com´ un filos´ ofico – a menos de investir al Inconsciente de poderes y de una sabidur´ıa m´ as que sobrehumanas, y por eso, pr´ acticamente, divinizarlo.

Simplemente habr´ıamos reemplazado (siguiendo el ejemplo dado por C.G. Jung) el viejo buen Dios de anta˜ no por “el Inconsciente”. Decididamente, ¡el progreso no se detiene!

La cuesti´ on est´ a muy relacionada con el origen del sue˜ no, rozada ayer: ¿el sue˜ no es obra de la psique misma? Ah´ı al menos, conozco la respuesta sin posibilidad de duda, y a decir verdad, me la ha dicho el So˜ nador ´ El mismo (sin que yo le diera mucha atenci´ on), ¡con el primer sue˜ no que me tom´ e la molestia de sondear! Y tengo el sentimiento de que en el cuerpo los delicados mecanismos moleculares y celulares est´ an tan fuera del alcance de los limitados medios de la psique, como los las m´ as vertiginosas y profundas improvisaciones del So˜ nador.

(5) A amo d´ ocil servidor violento – o cuerpo, esp´ıritu y ego

(5 de junio)

10

Presumo que las capas de la psique en cuesti´ on aqu´ı est´ an muy por debajo de aquellas donde se extienden el “yo” u “ego” (personificado por el “patr´ on” alias el “intendente”), y que el “arraigo” del que hablo no concierne, fuera de la pulsi´ on er´ otica, m´ as que al alma propiamente dicha. Despu´ es de la muerte del cuerpo, debe haber un “desarraigo”, m´ as o menos laborioso y m´ as o menos penoso seg´ un el caso, del alma arrancada de su “terreno f´ ertil” corporal – un poco como una planta que fuera arrancada, con sus ra´ıces, del huerto familiar, para ser trasplantada a otro. Me parece probable que ese momento tan delicado (como el de la concepci´ on y el nacimiento), en el largo peregrinar del alma de nacimiento en nacimiento, no se deje al cuidado ´ unicamente del desarrollo de las leyes que rigen la realidad f´ısico-qu´ımica, biol´ ogica y

9V´ease el reenv´ıo a la presente nota en la nota no1 p´agina 7.

10V´ease el reenv´ıo a la presente nota en la nota no1 p´agina 8.

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espiritual (trabajando en estrecha coordinaci´ on unas con otras), y de las reacciones del alma de la que se encargan esas leyes; sino que haya una intervenci´ on expresa de Dios, conforme a Sus designios e intenciones respecto de ese alma en ese momento particular. Mis “sue˜ nos metaf´ısicos”

me parece ¡ay! que no dan respuesta a esta cuesti´ on, ni a las cuestiones cercanas planteadas en la nota anterior.

Lo que he dicho m´ as arriba sobre el ego y su relaci´ on con el “terreno f´ ertil” corporal no significa, por supuesto, que los impulsos, apetitos, ideas, miedos, intenciones, etc. propios del ego no tengan repercusiones (“psicosom´ aticas”) a nivel del cuerpo, que necesariamente se har´ an a trav´ es de las capas m´ as profundas del Inconsciente, en estrecha simbiosis con el cuerpo. Eso s´ olo significa que esa acci´ on del ego nunca se ejerce directamente, sino a trav´ es del alma, y esto conforme a las relaciones que el alma mantiene con el ego. As´ı, los impulsos agresivos arraigados en la estructura eg´ otica tendr´ an repercusiones totalmente diferentes a nivel del cuerpo, seg´ un que el esp´ıritu se deje “arrastrar” por ellos y los tome como suyos, o que mantenga su autonom´ıa y los “asuma” de un modo u otro. Igual que un amo d´ ebil que se dejase contaminar por el temperamento violento de un sirviente vendr´ıa a degradar ´ el mismo las partes de la vivienda a las que ese servidor no tuviera acceso, mientras que nada de eso pasar´ıa si permaneciera fiel a s´ı mismo y soportase al sirviente (si no consigue hacer las paces) mientras se distancia de su violencia y le proh´ıbe darle rienda suelta.

(6) El papel del sue˜ no – u homenaje a Sigmund Freud

(1 de mayo)

11

Freud afirma exactamente lo opuesto. Para ´ el, la funci´ on del sue˜ no, de todo sue˜ no sin excepci´ on (es categ´ orico), ser´ıa proporcionarnos una gratificaci´ on (consciente o inconsciente).

Me parece entender que esa extra˜ na concepci´ on apenas ha sido seguida despu´ es de Freud, y que ya nadie la practica ni la menciona. Mi experiencia del sue˜ no la contradice de dos maneras.

Por una parte, entre mis sue˜ nos, los que me hacen vivir una gratificaci´ on consciente o inconsciente son la excepci´ on, en modo alguno la regla. Para ser precisos, habr´ıa que distinguir la gratificaci´ on en el sentido propio del t´ ermino, es decir “el placer por el placer”, con el verdadero placer, e incluso alegr´ıa, que siempre, cuando se nos presenta (y a este respecto el sue˜ no no es diferente de lo que vivimos despiertos), viene “por a˜ nadidura”. La vanidad, es verdad, no conoce el verdadero placer, ese delicado perfume de las cosas, esa alegr´ıa de ser. Pasa por alto el verdadero placer. Pero Eros, ´ el lo conoce, lo que los poetas cantan bajo el nombre de

“placer amoroso” y bajo mil otros. ¿Freud no lo habr´ıa conocido? Cuando teoriza, parecer´ıa que mete todo en el mismo plato, que a cualquier precio quiere reducir los delicados juegos del alma y de la psique a una especie de c´ alculo de “p´ erdidas y ganancias”, un juego en el que siempre se tratar´ıa de ganar el m´ aximo y perder lo m´ınimo, con ganancias=placer=gratificaci´ on, y p´ erdidas=desagrado=frustraci´ on. Pero divago...

Hasta en los sue˜ nos que traen una “gratificaci´ on”, incluso un verdadero placer, una alegr´ıa verdadera, y aunque gratificaci´ on y placer estuvieran dotados de una energ´ıa ps´ıquica inmensa, dejando entre bastidores todo lo dem´ as – hasta en ese caso, un examen profundo revela siempre que la intenci´ on del So˜ nador no es la de “gratificar”, la de procurar una experiencia agradable, un placer o una alegr´ıa; no m´ as que en los sue˜ nos en que siento frustraci´ on, dolor o tristeza, el prop´ osito no es “mortificarme”. La raz´ on de ser del sue˜ no siempre es darme una ense˜ nanza, hacerme sentir (con un cuadro vivo del que soy el principal actor) cierta realidad que se me hab´ıa escapado. Pero esa intenci´ on del sue˜ no y esa ense˜ nanza (o ese “mensaje”) aparecen mucho despu´ es, una vez que se ha desprendido de la influencia de la emoci´ on y se examinan con extremo cuidado, uno a uno, todos los “detalles” del sue˜ no, incluyendo los que parecen ´ınfimos, apenas percibidos e inmediatamente barridos del campo de la consciencia por el impresionante primer plano de la cautivadora experiencia de delicias o tormentos. Son el g´ enero de detalles,

11V´ease el reenv´ıo a la presente nota en la secci´on no 4 p´agina??.

(14)

he de subrayar, que jam´ as figuran en los relatos o los “protocolos” de los sue˜ nos. Extra˜ namente

´

estos siempre parecen sin sangre en las venas, “en los huesos”. Pero yo s´ e que incluso donde ´ El habla en voz baja, donde parece que masculla, el So˜ nador no dice una palabra de m´ as. El sue˜ no no es una foto, sino una obra de arte. “Simplificarla”, es destruirla...

Tendr´ e que volver de forma m´ as detallada sobre estas delicadas cuestiones, en la parte de este libro consagrada al trabajo de “interpretaci´ on” de los sue˜ nos. Igualmente y sobre todo, cuento con volver sobre el papel pionero de Freud, papel que estoy lejos de querer minimizar, muy al contrario. Cierto es que las teor´ıas de su cosecha que conozco, y sobre todo la luz con la que ve la psique y el sue˜ no, me parecen irremediablemente, fundamentalmente falsas. Pero eso casi es un detalle. Eso no impide que Freud, ´ ese innovador intr´ epido y honesto, ese visionario de coraje sin igual, sea para m´ı una de las grandes figuras en la historia de nuestra especie. Le debemos las ideas m´ as revolucionarias sobre la psique, y las m´ as fundamentales, desde nuestros or´ıgenes – aquellas que antes de ´ el nadie hab´ıa osado concebir, y mucho menos proclamar. Sus aberraciones dogm´ aticas se decantaron por s´ı mismas a lo largo de las siguientes generaciones, y pronto terminaron por ser borradas con el olvido. Pero mientras haya en la tierra hombres

´

avidos de escrutar y comprender la psique del hombre, e incluso si el nombre de Freud termina por caer en el olvido (suponiendo que la humanidad pierda hasta tal punto la memoria de los m´ as grandes entre nosotros), sus grandes ideas maestras permanecer´ an vivas por siempre.

(7) Arquetipos y manifestaciones de Dios

(22 de mayo)

12

Adem´ as algunos de mis sue˜ nos me han convencido de que lo que digo sobre el arquetipo del acto creador tambi´ en es cierto para cualquier otro arquetipo, como el de la Madre.

o el Padre, o el del Hijo (que se confunde con el del Hermano) o la Hija (alias la Hermana), el del Ni˜ no, y particularmente el ni˜ no peque˜ no (¡que de pronto pierde la may´ uscula!), o, al contrario, el del Viejo. Los arquetipos se me presentan como diferentes “aspectos” de la naturaleza de Dios, susceptibles de ser privilegiados por ´ El para manifestarse a la psique humana (incluso animal), bien sea en el sue˜ no o de cualquier otra manera. Dios es a la vez Madre, y Padre, a la vez viejo lleno de conocimiento y sabidur´ıa, y ni˜ no peque˜ no con todo el frescor de la inocencia; igual que tambi´ en es el hombre, o la mujer, en la flor de la vida. Y es la amante, como es tambi´ en el amante...

En todo caso, lo que s´ e sin posibilidad de duda, es que ´ El se me ha presentado (o Ella se me ha presentado) en sue˜ nos bajo todas esas formas, tomando una u otra seg´ un lo que ´ El (o Ella) tuviera que ense˜ narme. Tambi´ en Le he sabido reconocer bajo forma de animal, o de grupo de animales. Y tambi´ en bajo la forma de un grupo de j´ ovenes jugando al bal´ on. Hasta el punto de que he sido conducido a preguntarme si toda especie viva sin excepci´ on, y en el seno de cada una (y m´ as particularmente, en la especie humana), cada una de sus principales modalidades de existencia (seg´ un el sexo, edad, prosperidad o pobreza etc.), incluyendo los grupos de individuos correspondientes a ciertos caracteres “t´ıpicos” – si cada una de esas innumerables entidades no constituye uno de los “aspectos” de Dios (entre la innumerable infinidad de Sus aspectos), y por eso mismo, un “arquetipo” potencial y un posible modo de aparici´ on de Dios, especialmente para manifestarse al hombre.

Si as´ı fuera (como tiendo a pensar), habr´ıa por tanto que ver en toda especie viva sin excepci´ on una “encarnaci´ on” de Dios, por la que se manifestar´ıa de modo permanente, en el plano de la existencia terrena, cierto aspecto de Su naturaleza eterna. Dios “es ” la especie humana, como “es ” tambi´ en“el trigo”, “las ortigas”, “las hormigas”, “las vacas”, “las serpientes”

etc. El aprecio o menosprecio, diferentes de una cultura a otra, de ciertas especies, por supuesto que tienen un valor muy relativo. El nombre de “vaca” (animal sagrado en la India) sirve de insulto en Francia, lo que no impide que Dios se me haya presentado en forma de vaca, e

12V´ease el reenv´ıo a la presente nota en la secci´on no 11 p´agina??.

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incluso que la vaca y todo lo relacionado (hasta ?’lo dir´ e? el esti´ ercol...) haya jugado un papel particularmente importante en buen n´ umero de mis sue˜ nos “m´ısticos”. Se˜ nalar´ e al respecto que en varios sue˜ nos la vaca aparece como un s´ımbolo femenino del “Esp´ıritu Santo”, mientras que el caballo es su s´ımbolo “masculino”. Antes de que mis sue˜ nos me hablaran de ´ el, ten´ıa al

“Esp´ıritu Santo” por una ficci´ on teol´ ogica. Ahora s´ e que es una realidad tan tangible como el calor que desprende una estufa.

Lo mismo vale para el aprecio asociado al status social. Dios se me ha presentado en algunos sue˜ nos en la persona de un hombre rico y considerado o de un alto funcionario (y hasta de un prefecto de polic´ıa, ¡lo siento!), y en otros en la del ni˜ no de unos miserables emigrantes norteafricanos en un suburbio de una gran ciudad; y a´ un en otro como zapatero de un pueblo encorvado por la edad, llevando su asno al campo. Si Le ha parecido bien hacerlo as´ı, me f´ıo de El en que ser´ ´ a por buenas razones y para mi bien...

(8) Sue˜ no y libre arbitrio

(20 de mayo)

13

Despu´ es de estar indeciso mucho tiempo, he terminado por convencerme de que durante el sue˜ no, estamos temporalmente privados de nuestro libre arbitrio. (Al igual que un pincel en la mano del pintor, o la pluma en la mano del que escribe, carece de libre arbitrio.) As´ı, puedo escribir sin reservas que nuestro papel en el sue˜ no es “totalmente pasivo” – y esto a´ un cuando en el escenario del sue˜ no (en la “par´ abola” representada en el sue˜ no) nuestro papel fuera vivido como intensamente activo. Se impone la comparaci´ on con los actores de una obra de teatro, que siguen rigurosamente las consignas del director. Pero esta comparaci´ on es imperfecta, pues los actores conservan su libre arbitrio, y no pueden encarnar sus papeles m´ as que si “ponen de su parte”. Mientras que en el sue˜ no, es el Director mismo quien, en cada instante, como si hubiera tomado posesi´ on de nuestros cuerpos y de nuestras almas, nos insufla los sentimientos, emociones, nociones y hasta las percepciones que realmente tenemos (¡y muy a menudo con una viveza que raramente o nunca tenemos despiertos!), sin que tengamos que “representarlos”, sin tener que entrar en una “ficci´ on” y por eso mismo, jugar una especie de “doble juego”. ´ Este es uno de los aspectos m´ as extraordinarios del sue˜ no en general.

En la gran mayor´ıa de los procesos creativos, la etapa de “preparaci´ on” no es “puramente pasiva”; por el contrario ´ esta es una circunstancia especial en el caso del sue˜ no, totalmente excepcional a este respecto. Tal y como ha sido evocado en la secci´ on precedente, los “compases”

(en cuatro tiempos) que forman los procesos de descubrimiento de alguna manera “elementales”

(o “periplos”) tienden a sucederse y encadenarse unos a otros en el interior de un movimiento mucho m´ as vasto. De este modo, la etapa preparatoria de uno de tales periplos es a la vez la del

“trabajo” en el periplo precedente. Dicho de otro modo, los materiales (casi siempre imprevistos) aparecidos durante el trabajo en una cierta etapa de una investigaci´ on, y que destapan cierta visi´ on (representando la “culminaci´ on”, totalmente provisional, de tal trabajo), son los que, en una etapa posterior, sirven a su vez de acervo “preparando” un nuevo “periplo”; y tambi´ en es la “culminaci´ on” de la etapa precedente, es decir cierta visi´ on de las cosas que ha sido su fruto, la que juega el papel de “desencadenante” para ese nuevo avance.

Ahora bien, todo trabajo creativo es a la vez “activo” y “pasivo”, a la vez “yang” y “yin” – y quiz´ as sea esa la caracter´ıstica que distingue el trabajo verdaderamente creativo de cualquier otro. Se sigue que en un periplo de descubrimiento que (como ocurre casi siempre) aparece como prolongaci´ on natural de otro, la etapa preliminar, que por tanto representa un “trabajo”, no sabr´ıa ser de tonalidad exclusivamente “pasiva”, “yin”, sino que tambi´ en ha de presentar caracteres “activos”, “yang”, netamente marcados.

El gran sue˜ no es un caso ´ unico, en el que el mensaje que lleva, y el trabajo de descubrim- iento al que nos convida, es como un “comienzo desde cero”, no es la continuaci´ on de algo que

13V´ease el reenv´ıo a la presente nota en la secci´on no 12 p´agina??.

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se hubiera logrado previamente. Lo contrario es lo que es cierto: el gran obst´ aculo para entrar en la comprensi´ on del gran sue˜ no, esos son precisamente nuestros llamados “logros”, es decir las ideas que nos hemos hecho (o que se han hecho en nosotros por s´ı mismas...) sobre las cosas.

Si no estamos preparados para dejarlas, no tenemos ninguna posibilidad de entrar en uno de nuestros sue˜ nos, y sobre todo en un “gran sue˜ no”.

(9) Experiencia m´ıstica y conocimiento de s´ı mismo – o la ganga y el oro

(23 de mayo)

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Incluso entre los hombres que han dejado una huella en la historia del pen- samiento, son m´ as que raros los que se han preocupado de incluirse en su mirada sobre el mundo, y y que, por eso mismo, no han sido enga˜ nados por los sempiternos y complacientes clich´ es con los que uno suele verse a s´ı mismo, y que al hacerlo, no han interiorizado involuntari- amente los principales prejuicios morales, sociales, filos´ oficos arraigados en la cultura de la que provienen. El mismo S´ ocrates, que nos aconseja “con´ ocete a ti mismo” (y por tanto algo deb´ıa tener en la cabeza al respecto...), no me parece (por lo que de ´ el s´ e) que ´ el mismo haya seguido mucho esa excelente m´ axima. No tengo conocimiento del menor atisbo de un conocimiento de s´ı mismo en sus famosos “di´ alogos”, y me parece que compart´ıa los prejuicios usuales sobre la naturaleza inferior de los esclavos, y de la mujer.

Durante los ´ ultimos diez a˜ nos, me ha costado reconocer y admitir que en mi propio camino de conocimiento, tomando como punto de partida y como base omnipresente el descubrimiento de s´ı mismo y el conocimiento que aporta, que no puedo unirme a ninguna “familia espiritual”, ni siquiera (parece ser) encontrar alguien en quien reconocer un “hermano”, por una aventura espiritual que sentir´ıa como “com´ un”. Sin embargo, durante algunas semanas, a continuaci´ on de ciertos sue˜ nos (en los pasados meses de enero y febrero) que suger´ıan la existencia de una especie de “comunidad de los m´ısticos” (sin distinci´ on de las religiones particulares des las que han surgido los diferentes m´ısticos), pude pensar que esa “comunidad” bien podr´ıa constituir la

“familia” que buscaba. (Era en un momento, es cierto, en que acababa de darme cuenta que de hecho no necesitaba unirme a una tal “familia”, o mejor, que el So˜ nador, ´ El solo, se bastaba sobradamente para sustituirla...) Desde entonces he podido leer textos de algunos m´ısticos cristianos, y tomar conocimiento de ciertos aspectos de una “tradici´ on m´ıstica” cristiana, cuyos comienzos se remontan, si no a los tiempos apost´ olicos (cuyo esp´ıritu es m´ as bien el de una militancia misionera), al menos a los primeros siglos de nuestra era. Hace ya siete u ocho a˜ nos, tuve entre las manos (¡y hasta me le´ı de un tir´ on!) un texto de Santa Teresa de ´ Avila, que me choc´ o e impresion´ o, por una especie de uni´ on ´ıntima, de fusi´ on, con tonalidades de simplicidad, de verdad y de pasi´ on. Ese fue mi primer contacto con un(a) m´ıstico. Ese contacto y sobre todo mi propia experiencia reciente, han suscitado en m´ı un vivo deseo de conocer esa “comunidad”, que hasta entonces me hab´ıa contentado con ignorar su existencia.

Pude constatar con alegr´ıa que en dicha “comunidad”, o al menos entre los m´ısticos cristianos, hay efectivamente una tradici´ on viva que rompe con la sempiterna complacencia consigo mismo que es de rigor en “el mundo”. Me hubiera costado admitir que una comunicaci´ on viva con Dios pudiera separarse de una atenci´ on despierta frente a los movimientos de la psique que provienen tanto de la vanidad como de “los sentidos” (es decir de Eros). Adem´ as, en el ambiente cultural del claustro o del convento, hace falta un coraje poco com´ un y constantemente renovado, porque esos movimientos tan comunes, y aparentemente inseparables de la condici´ on humana, los sienten como una verdadera deshonra del alma, incluso como una traici´ on al amor de Dios y el sacrificio del Cristo. Su examen de conciencia se acompa˜ na de todos los tormentos de la contrici´ on, cuando no son los de un verdadero odio u horror de s´ı mismo. Verdaderamente esa actitud dualista de rechazo apasionado de toda una parte inseparable de la propia persona, y que hace de los primeros pasos en el descubrimiento de uno mismo una especie de martirio

14V´ease el reenv´ıo a la presente nota en la secci´on 14 p´agina??.

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permanente, renovado d´ıa tras d´ıa – tal actitud me parece casi incompatible con un verdadero conocimiento de s´ı mismo. ?’C´ omo ser´ıa posible descubrir, sondear, conocer verdaderamente algo que tememos y tenemos horror? En efecto, seg´ un lo que he podido ver hasta ahora, en lo que concierne a la estructura del yo, la pulsi´ on er´ otica, y las complejas relaciones entre una y otra, me parece que el conocimiento que testimonian los textos de los m´ısticos es m´ as que rudimentario. Toda esa inmensa parte de la psique, la que s´ olo un Freud se ha preocupado de estudiar, no interesa al m´ıstico cristiano (parece ser) m´ as que como “el enemigo” del que hay que distanciarse a cualquier precio (sabiendo muy bien que en esta vida terrena ¡le estar´ a indisolublemente unida!). Seguramente esta dolorosa divisi´ on, ese incesante desgarro del que no puede ni se preocupa de escapar, son para ´ el un mal necesario, un sufrimiento bienhechor, porque mantienen viva en ´ el la fuerza de la humildad, ´ unico ant´ıdoto eficaz del orgullo, y le vuelve apto para acoger, cuando Dios quiere, los dones de la gracia divina.

Finalmente, lo que le interesa al m´ıstico en la psique, es s´ olo el alma, separada, por un esfuerzo sobrehumano (o m´ as bien en los raros momentos en que esa separaci´ on, por efecto de la gracia, se opera realmente), de sus indisolubles lazos con el cuerpo, con la pulsi´ on er´ otica, y con la estructura del yo. Bien sabe, y de primera mano, que ese alma no es ninguna ficci´ on, sino una realidad – la realidad primera, permanente, intemporal, de la que las otras tres son un envoltorio provisional o el “fuel”. La verdadera morada del alma est´ a en otra parte – y algo sabe, de primera mano y a ciencia cierta, del alma despojada y de la “Otra Parte”. Pero lo que sabe, sea poco (para alguno) o mucho (para otro), no puede decirlo con palabras. Y, en la medida en que est´ a lleno de la pasi´ on por la Otra Parte, seguramente es la ´ ultima de sus preocupaciones contar lo que sabe. Si habla no obstante, con sus d´ ebiles palabras, de lo que no puede ser comunicado, no es (estoy seguro) movido por la imposible esperanza de hacerse entender, sino por obediencia a una Voluntad que no es la suya, y para fines que se le escapan (como se nos escapan a todos) y que no intentar´ a sondear.

Hubiera esperado que hombre que Dios ha favorecido con la gracia excepcional de una comunicaci´ on viva y regular con ´ El tendr´ıan una visi´ on del mundo y de su tiempo de una penetraci´ on fuera de lo com´ un, exenta de las orejeras y de los prejuicios del com´ un de los mortales, que les impiden tomar nota de las injusticias, iniquidades y crueldades de toda clase, que prevalecen en la sociedad de la que forman parte. Dios (me dec´ıa yo) no dejar´ıa de hacerles una peque˜ na se˜ nal aqu´ı o all´ a, para llamar su atenci´ on. ?’Quiz´ as la haya hecho, m´ as a menudo de lo que se pudiera pensar? El caso es que siempre me he quedado estupefacto al darme cuenta de que mis previsiones sobre la solicitud divina y sus efectos estaban totalmente fuera de lugar.

Hasta ahora, no he encontrado una sola se˜ nal en la direcci´ on esperada. Lo mismo vale para mis recientes lecturas de la Biblia, incluyendo los Hechos de los ap´ ostoles y las Ep´ıstolas apost´ olicas.

Me he quedado “confuso”, bien puedo decir – hab´ıa algo que se me escapaba, y que a´ un se me escapa. Algo que concierne a la vez al sentido mismo de la noci´ on de “mal” y “bien”, y a la naturaleza de la relaci´ on que Dios mantiene con los hombres a los que ´ El elige revelarse, y en fin, a los designios de Dios sobre la evoluci´ on y la historia de nuestra especie. Esas son cuestiones en las que ni hubiera pensado hace seis meses, antes de que Dios se me revelase y me proporcionara El mismo, por la v´ıa del sue˜ ´ no, las primeras bases de mi “instrucci´ on religiosa”. ´ Este no es lugar para extenderme sobre estas cuestiones. Tengo la intenci´ on (o al menos el deseo) de volver sobre ellas en los pr´ oximos a˜ nos – si tal empresa fuera conforme a la voluntad de mi benevolente y paciente Instructor.

(25 de mayo) Ayer recib´ı un buen mont´ on de libros, entre ellos los que hab´ıa pedido de ciertos

autores m´ısticos: Las obras de santa Teresa, las de San Juan de la Cruz, un volumen de san

Agust´ın, “Louis Lambert” de Balzac... En vez de ponerme a trabajar, no pude evitar renovar

trato con santa Teresa inmediatamente, leyendo de un tir´ on buena parte de su autobiograf´ıa

(en la bella traducci´ on de los Carmelitas del monasterio de Clamart). La noche siguiente, tuve

un sue˜ no largo, insistente, en gran parte “subterr´ aneo” y por eso casi imperceptible, creo que

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suscitado por la lectura tan atractiva que ven´ıa de hacer. Creo comprender que, entre otros, deb´ıa llamar mi atenci´ on sobre cierto aspecto de la relaci´ on de Santa Teresa consigo misma, que me parece bastante com´ un entre los m´ısticos cristianos. (Seg´ un la impresi´ on, muy incompleta, que me he podido hacer con mis espor´ adicas lecturas de los tres ´ ultimos meses.) Quisiera decir algo aqu´ı, “en caliente”.

Parecer´ıa que, en todos los autores m´ısticos cristianos, hay una igual insistencia en el papel de lo que ellos llaman la “virtud” de la humildad, como condici´ on indispensable para que el alma sea capaz de recibir las gracias divinas y entrar en relaci´ on con Dios. En santa Teresa (y seguramente en muchos otros m´ısticos cristianos si no en todos

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), la actitud o el estado de humildad aparece inseparable de una practica vigilante del conocimiento de s´ı mismo, que claramente ha llegado a ser una “segunda naturaleza” en ella. Por lo que s´ e, los m´ısticos (quiz´ as debiera precisar “los m´ısticos cristianos”) forman la ´ unica “familia espiritual” en que tal conocimiento se practica, y esto adem´ as, como algo evidente. Esta pr´ actica, o esta disciplina interior, consiste en una atenci´ on despierta para detectar los movimientos del alma inspirados sea por la vanidad, sea por “los sentidos” (expresi´ on que designa, ante todo, la pulsi´ on er´ otica, sobre la que el testimonio de los autores m´ısticos es, por supuesto, de lo m´ as discreto).

Desde hac´ıa mucho conoc´ıa, de o´ıdas, el g´ enero de acusaciones que las gentes con rep- utaci´ on de “santidad” acostumbraban proferir contra ellos mismos, en las que ve´ıa una especie de humildad afectada, un s´ ordido prop´ osito deliberado; y esto tanto m´ as cuanto visiblemente ning´ un buen cristiano se los tomaba en serio, viendo en ellos simplemente un signo de humildad sublime y una prueba manifiesta de su santidad. (La “humildad”, aparentemente, consist´ıa precisamente en una infatigable perseverancia en acusarse de los peores cr´ımenes y faltas frente a Dios, con ocasi´ on de nimiedades inventadas seguramente para las necesidades de tan sublime causa...) Despu´ es he tenido muchas oportunidades de convencerme que la severidad a veces vehemente del m´ıstico consigo mismo en modo alguno es efecto de una afectaci´ on, sino el de un aut´ entico conocimiento de s´ı mismo. Si hay un “prop´ osito deliberado”, no proviene de una

“afectaci´ on” individual, sino de toda una nube emocional e ideol´ ogica que rodea la noci´ on de

“pecado”, impregnando profundamente las visiones jud´ıa y cristiana del hombre y de su relaci´ on con Dios. ´ Ese es un clima cultural que he llegado a rozar, pero al que he permanecido relativa- mente ajeno, me parece. Seguramente por eso la pr´ actica del conocimiento de s´ı mismo nunca ha sido para m´ı un calvario, s´ olo un austero deber, o la “puerta estrecha” por la que deb´ıa pasar para acceder a “otra parte” en la que, a decir verdad, nunca hab´ıa pensado ¡juzgando que con conocer lo de “aqu´ı abajo” era m´ as que suficiente para tenerme en vilo! Por el contrario, y desde el principio, para m´ı fue una necesidad y una exigencia para vivir mejor, para “sentirme bien dentro de mi piel”, para ser claro y estar en paz conmigo mismo, en la medida de lo posible

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. Y en los periodos de meditaci´ on, a menudo era un af´ an de conocimiento lo que me empujaba, de igual naturaleza que el que me anima cuando “hago mates”, movido por una pasi´ on tranquila e intensa, por una alegr´ıa de descubrir, alejada de cualquier especie de “contrici´ on”. Hasta tal punto mi camino de conocimiento ha sido diferente del de los m´ısticos cristianos.

Volvamos a ´ estos, y a Santa Teresa. En su testimonio percibo como un “subterfugio”, destinado a ganarle la mano (si eso fuera posible) y de modo draconiano, a los movimientos del orgullo, ese gran obst´ aculo a la comuni´ on con Dios. Se trata de declarar, de una vez por todas, que todo lo que proviene de nuestra propia persona o de nuestra propia alma, es irremediablemente y por su misma esencia “malo”; que no s´ olo las gracias divinas (sentidas como sobrenaturales), sino todo movimiento que pudi´ eramos considerar como ben´ efico para nuestro bien espiritual y como agradable a Dios, ser´ıa la obra y el m´ erito exclusivo de Dios, que misericordiosamente viene en socorro de nuestra naturaleza, irremediablemente corrompida

15El Maestro Eckehart parecer´ıa ser aqu´ı la excepci´on que confirma la regla.

16(27 de mayo) Al releerme, me parece que aqu´ı mi propia motivaci´on profunda quiz´as est´e menos alejada de la del m´ıstico cristiano de lo cre´ıa al escribir esas l´ıneas.

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