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LA TRADICIÓN NATURALISTA DE ALGUNOS JESUITAS EN LOS ANDES

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Academic year: 2022

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Fermín del Pino

(CSIC-Centro Superior de Investigaciones Científicas)

cita recomendada: Fermín del Pino, «La tradición naturalista de algunos jesuitas en los Andes», Nuevas de Indias. Anuario del CEAC, I (2016), pp. 34-60.

DOI: http://dx.doi.org/10.5565/rev/nueind.5

Fecha de recepción: 16 de junio de 2016 / Fecha de aceptación: 13 de diciembre de 2016

resumen

Los humanistas propusieron estudiar la historia natural del Nuevo Mundo, desde su concepción integral del ser humano, cuando notaron allí modos tan diferen- tes de humanidad respecto del Viejo Mundo. Pero no fueron muchos humanistas personalmente al Nuevo Mundo, siendo substituidos por la clase letrada allí des- plazada para cumplir los compromisos misionales de la monarquía hispánica: es decir, los misioneros. Entre éstos destacaron los jesuitas por su nacimiento más moderno y secular, por sus métodos humanistas de enseñanza y por su proyecto centralizado, bien informado y divulgado de lograr la cristianización «indiana».

Consideramos la larga trayectoria del conocimiento naturalista americano de los jesuitas, mediadores entre el humanismo renacentista y la posterior Ilustración, seleccionando algunos personajes representativos en el virreinato peruano, rela- cionados con la obra de Josef de Acosta.

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palabras clave

Humanismo; Historia natural; Monarquía hispánica; Nuevo Mundo; Jesuitas;

Cartas anuas; Acosta; Humboldt; Martínez Compañón.

abstract

Humanists proposed to study the natural history of the New World, from his inte- grated conception of human beings, when they noticed there modes so different from humanity with regard to the Old World. But not many humanists were per- sonally to the New World, being replaced by the illustrated class displaced there because of the missionary commitments of the Spanish monarchy: i.e., the mis- sionaries. These included the Jesuits by its birth more modern and secular, human- istic teaching methods and his project centralized, well informed, and reported for the «indiana» Christianization. We consider the long history of American natural- ist knowledge of the Jesuits, mediators between Renaissance humanism and the later Enlightenment, by selecting some representative persomalities in the Peru- vian Viceroyalty, connected with the work by Josef de Acosta.

keywords

Humanism; Natural History; Spanish Monarchy; New World; Jesuits; Annuas let- ters; Acosta; Humboldt; Martínez Compañón.

introducción

(o más bien, composición de lugar)

H

ace un año justo tuve el honor asistir a otro congreso peruano como este sobre «La cultura del libro», también organizado por la Biblioteca Nacional del Perú, y elegí disertar sobre el con- cepto renacentista de «escritura», aplicado de modo diferenciado por el jesuita Josef de Acosta a las culturas americanas.1 En mi opinión, la cul-

1. Simposio internacional «La cultura del libro: aproximaciones desde la his- toria y el arte», Agosto de 2013. Esta conferencia se halla inédita, aunque saldrá publicada próximamente en la revista Alpanchis, editada por el Instituto de Pasto- ral Andina, en un homenaje a la profesora Sabine MacCormack coordinado por Ramón Mujica.

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tura renacentista favoreció que los jesuitas se acercaran a las socieda- des sin escritura, a pesar de su conocido aprecio de ésta como parte del nivel civilizatorio. En el caso concreto del padre Acosta, su valoración del quipu peruano y de otros sistemas de conservación de la memoria en los Andes y América central –sin contar la escritura china y japo- nesa, a las cuales pudo acercarse personalmente también– quedó favo- recida por su aprecio humanista de la cultura libresca, no al contrario.

Al disponerse de un término de comparación cultural no cristiano pero prestigioso (como era el clásico), y de una apertura mental a otros siste- mas de conservación de la memoria no europeos (ni siquiera del Viejo Mundo, como eran el egipcio y el mexicano), pudo valorarse finalmente el peso de las instituciones económicas, tecnológicas y políticas en el desarrollo de otros pueblos, más o menos relacionadas con la escritura.

O sea, gracias a la previa admisión prestigiosa de un modelo ajeno de escritura, el clásico, pudieron concebirse otros modelos memorísticos.

Pero, finalmente y a pesar de algunos escrúpulos que podamos sentir hoy, es evidente que la escritura fonética (con una cantidad limitada de letras) introduce una automatización de la lectura (por parte de recep- tores ajenos y futuros) que hace menos necesaria la ayuda complemen- taria de los recitadores orales, aparte del difícil aprendizaje previo de cientos y miles de signos y figuras que se requiere memorizar al alumno (por ejemplo en la escritura china).

Según la profesora helenista Elvira Gangutia, hay una relación gené- tica entre la valoración de los jeroglifos mexicanos, chinos y japoneses por parte de Acosta, y las discusiones modernas sobre el tema que condu- jeron a la Ilustración (Bacon, 1623, Port Royal, Warburton, 1744, Con-

2. Elvira Gangutia Elízegui, «El padre Acosta y las teorías lingüísticas de la Ilus- tración», coords. por Francisco de Paula Solano Pérez-Lila y Fermín del Pino Díaz, en América y la España del siglo xvii, Madrid, C.S.I.C., I, 1983, pp. 363-372.

3. J.H. Rowe, «The Renaissance Foundations of Anthropology», American Anthro- pologist, núm. 1 (1965), pp. 1-19, John H. Elliott, El Nuevo Mundo y el Viejo, Alianza Editorial, Madrid, 1772. Wolfgang Reinhard, «Sprachbeherrschung und weltherr- schaft. Sprache und Sprachwissenschaft in der europaïschen Expansion», en W. Rein- hard, Humanismus und Neue Welt, Acta Humaniora, VCH, Bonn, 1987, pp. 1-36.

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dillac, 1793...).2 Su inserción humanista en la cultura clásica le permitió a los jesuitas poder comparar entre sí varias culturas no cristianas, sin perder los rasgos de excelencia ajenos que el etnocentrismo tradicional impedía hasta entonces apreciar, como ha sostenido en 1965 el arqueó- logo norteamericano John H. Rowe e, influidos posteriormente por él, el hispanista inglés John H. Elliott y el estudioso alemán de los sistemas co- loniales Wolfgang Reinhard.3 El énfasis etnográfico en las diferencias culturales nace justamente, según opinaba el eminente incaista Rowe (un discípulo de la escuela boasiana norteamericana en Berkeley, for- mado en la arqueología clásica), cuando los humanistas cristianos apre- cian la cultura clásica de Grecia y Roma, a pesar de no ser cristiana.

Contra la tendencia reciente de marcar los límites epistemológicos de la cultura del Renacimiento en cuanto a la comprensión de las otras cul- turas no cristianas (el «lado oscuro del Renacimiento», que dice el filó- logo argentino Walter Mignolo, con lenguaje cinematográfico que parece tomado de La guerra de las galaxias) la versión de que diferentes cultu- ras entonces conocidas fueron aceptadas por parte jesuita (asumida hoy generalmente) no ocurre a pesar de su formación aristotélica, sino más bien al contrario, fue favorecida por ella. Para un crítico postcolonial, la consciencia latinista o helenista del humanista italiano no significa una ruptura epistemológica porque se trata para él de partes cercanas de una misma cultura mediterránea, sin percibir la distancia que se abrió en su tiempo entre el Medievo que usa un latín simple y deformado (domado a su medida por la escolástica tomista, para sus fines teológi- cos) y el Renacimiento, que pretende romper ese molde ortodoxo para gozar de la sabiduría pagana.

Esta ruptura italiana, íntimamente ligada al cisma papal y a la corte de Avignon, tuvo efectos revolucionarios sobre la episteme cristiana, cam- biando no sólo su propio lenguaje y escritura sino también su cosmo- logía, su estética, su política y hasta su modo de devoción. Como ven, estoy poco de acuerdo con la «arqueología del saber» foucaultiana, que no reconoce al humanismo moderno temprano la capacidad de cono- cer por diferencia, impedido por la confusión de las semejanzas. Yo creo que su clásico libro debió llamarse más bien «la arqueología del poder (pastoral)», en cuyo rango parece apreciar mejor la labor jesuita de San

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Ignacio. La crítica al papado de Roma de parte de Erasmo de Rotterdam –paradigma del humanista cristiano, según expertos como Bataillon o Francisco Rico– fue tildada pronto de herejía cercana al luteranismo, porque se temía su poder erosionador de la ortodoxia eclesiástica, en especial de las órdenes religiosas. Su antecesor Lorenzo Valla, empleado luego como secretario papal por su prestigio latinista, había demostra- do por medios puramente filológicos que la llamada «donación de Cons- tantino» (por la cual el papa heredó algunos «poderes» legítimos del emperador romano) era un documento falso, porque empleaba un len- guaje latino diferente, de otra época posterior.

Así que el énfasis jesuita en la educación humanista ayudó, más bien, a su apertura mental ante sociedades no cristianas. Como esto ocurrió en otros muchos casos (por ejemplo, en el del dominico las Casas o del franciscano Bernardino de Sahagún, por citar autores conocidos, aunque excepcionales), creo que no se trata de una excepción jesuita respecto de los otros misioneros humanistas, menos distinguidos, sino de una regla generalizable. Aunque tal vez en el caso jesuita, el volumen superior de apreciables monografías etnográficas y de modernas gramáticas indíge- nas recopiladas (que concluyó en el siglo xviii con un Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, por parte de Lorenzo Hervás y Pan- duro, escrita gracias a la consulta de los muchos misioneros congrega- dos forzosamente en el exilio italiano) nos hace pensar que, además de la ayuda derivada del humanismo clásico, tuvo especial eficacia para ello su actividad misional y viajera. Es decir, su conocimiento empírico de la variedad humana y su rigurosa organización circulatoria del saber (a nivel mundial, una característica que tanto ha destacado recientemente el conocido jesuitólogo norteamericano Steven J. Harris)4 contribuye- ron especialmente a su probada aceptación de la alteridad cultural.

Quiero apoyarme hoy en esta misma argumentación positiva sobre

4. «Long-Distance Corporations, Big Sciences, and the Geography of Knowledge», Configurations. A Journal of Literature, Science and Technology, VI, 2 (1998, The Sci- entific Revolution as Narrative, eds. Mario Biagioli y Steven J. Harris), pp. 269-304;

así como «Confession-Building Long-Distance Networks, and the Organization of Jesuit Science», en Early Science and Medicine, I, 1996, pp. 287-318.

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el Humanismo europeo para valorar la contribución jesuita a la tra- dición naturalista, centrándome en este caso un poco más en la expe- riencia misional, aunque la formación clásica indudablemente influyó asimismo en los Andes. Lo sorprendente es que esta tradición natu- ralista clásica tuvo que ser «reinventada» por los viajeros modernos, como ha sido recalcado ya por algunos expertos. Referente a la litera- tura de viajes, se ha señalado que la percepción del paisaje fue ense- ñada a los humanistas por otros maestros, por los viajeros indianos. El especialista suizo en historiografía moderna Edward Fueter fue el pri- mero que destacó en 1911, hace ahora más de un siglo, que la historio- grafía italiana (supuestamente tan renovadora) no se ocupó del pai- saje y los recursos naturales de un territorio hasta recibir la influencia en ese sentido del conocimiento de nuevas tierras indianas (son cono- cidas las relaciones epistolares entre Bembo, Navagero o Ramusio y el cronista Fernández de Oviedo, sin mencionar el amplio epistolario de su antecesor el italiano Pedro Mártir, al servicio de los Reyes Católicos).

La consciencia de la importancia «ecológica» en la descripción histó- rica renacentista se la atribuye E. Fueter precisamente a las crónicas de Indias, a partir de las cuales se altera parcialmente el sistema historio- gráfico renacentista:

Los descubrimientos y las conquistas en América plantearon a la historio- grafía un problema enteramente nuevo ... Lo que les interesaba [a los lecto- res] no eran tanto los detalles de la conquista como los pueblos y los países maravillosos descubiertos por los europeos ... Deseaban descripciones y cua- dros ... Ejercieron una gran influencia sobre la historiografía general. Única- mente después del descubrimiento de América y de los primeros relatos acerca del Nuevo Mundo, se adoptó la costumbre de iniciar las historias de los pue- blos europeos con una descripción detallada del país y de sus habitantes ... Es así como el interés etnográfico despertado por el descubrimiento de América ejerce su acción sobre la historia de Europa.5

5. Edward Fueter, Historia de la historiografía moderna, 2 vols., Buenos Aires, Editorial Nova, 1953. Cursivas nuestras, y cita en I, pp. 320-321.

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Esta propuesta emitida por un especialista de la historiografía moderna fue aceptada plenamente por expertos del mundo antiguo como Arnaldo Momigliano, que reconoce también la especial innovación debida a los descubrimientos geográficos en la nueva estimación renacentista de la obra de Heródoto, elevado al fin no sólo al papel de «padre de la histo- ria» sino también de la antropología, después de siglos de ser conside- rado en su país un mentiroso por hablar bien de extraños, es decir de escitas y persas.6 Esta nueva curiosidad indiana por el paisaje inserta en la historia natural del humanista fue también asumida plenamente por los jesuitas. El propio S. Ignacio pedía a Francisco Javier en 1545 noti- cias más explícitas de la India «sobre el estado del cielo, los alimen- tos, las costumbres de los hombres y la naturaleza de las lenguas», y lo mismo pedía en 1553 al P. Nóbrega del Brasil.7 Al año siguiente escribe al P. Gaspar Barzaeus, en Goa:

Algunas personas principales que en esta ciudad (Roma) leen con mucha edificación suya las letras de las Indias, suelen desear, y lo piden diversas ueces que se escribiese algo de la cosmografía de las regiones donde andan los nuestros, como sería quán luengo son los días de verano i de yuierno, quándo comença el verano, si las sombras uan sinistras o a la mano diestra. Final- mente, si otras cosas ay que parescan estraordinarias, se dé auiso: como de animales y plantas no conocidas, o no in tal grandeza, etc. Y esta salsa, para el gusto de alguna curiosidad que suele hauer entre los hombres, no mala, puede

6. Arnaldo Momigliano, «The place of Herodotus in the history of the histo- riography. Secondo contributo alla storia degli studi classici», Storia e Letteratura, LXXVII (1960), pp. 29-44. Ha tratado posteriormente del tema Sabine Mac Cor- mack, en varios ocasiones, en fidelidad a la tradición que procede de Momigliano, su maestro: ver su On the Wings of Time: Rome, the Incas, Spain and Peru, Oxford y Princeton University Press, 2006. Momigliano fue precisamente quien inspiró la tesis de Rowe en 1965, junto a la teoría que asume de la perspectiva distante del humanista, procedente del historiador del arte E. Panofsky.

7. François de Dainville, La géographie des humanistes, París, Beauchesne et ses fils, 1940, p. 113, traducción nuestra.

8. Ignacio de Loyola, «Monumenta Ignaciana...», Series prima, VI, en Monu- menta Historica S.I., Madrid, G. López del Horno, 1903, p. 358.

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uenir o en las mesmas letras o en otras de aparte.8

Cuando Acosta le envíe en 1582 su informe geográfico De Natura Novi Orbis, como complemento del tratado misional ya enviado en 1576, le dice a su superior el joven prepósito general Claudio Acquaviva (recién elegido) que la obra seguramente «servirá de salsa para algunos gustos», y este es el sentido con que se escribe luego ya en Europa y en castellano su Historia de las Indias, amena y apta para un público general. Es decir, como argumento paralelo y a modo de entretenimiento para que los cristianos se interesaran por el esfuerzo evangélico jesuita, en las Indias.

Como veremos, esta obra de 1590 en lenguaje castellano se relaciona ínti- mamente con los proyectos informativos jesuitas y del Consejo de Indias –que son simultáneos, si no anteriores–,9 para elaborar con acierto una imagen global de la humanidad y del cosmos conocido, por lo que tendrá un largo recorrido en siglos venideros. Todavía puede decirse, por las numerosas ediciones y traducciones que se le siguen dedicando en la actualidad, que ha sido –y es todavía– una de las crónicas indianas más leídas, por el público en general y por los historiadores culturales en par- ticular. Aunque tal vez falte por conocer todavía su verdadera influencia sobre escritores posteriores de la alteridad (barrocos, ilustrados y román- ticos), es un hecho reconocido que la historia indiana de Acosta contri- buyó a construir una mirada más fiable sobre las culturas no cristianas.

Hoy queremos ocuparnos de este largo proceso de construcción como obra colectiva que se debe a dos factores principales: en parte a la curio- sidad intelectual metropolitana, y en parte a la contribución de los infor-

9. Nosotros enfatizamos ahora solamente el humanismo jesuita, pero va de sí que hubo otros letrados no misioneros que sufrieron el mismo proceso crítico mediador, para su disposición favorable al conocimiento de otras naturalezas y culturas. Particularmente señalo la aportación de los juristas (Alonso de Zorita, López Medel, Polo Ondegardo, Matienzo...), tipo de letrado abundante en Indias, aunque no tanto como los misioneros. Por mi parte, destaqué la temprana curio- sidad de Giovanni Boccaccio por la cultura canaria aborigen en «Canarias y Amé- rica en la historia de la Etnología primigenia: usando una hipótesis», Revista de Indias, XXXVI, 145-146 (1976), pp. 99-156.

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mantes locales (puesto que fue continuado por otros jesuitas y viajeros, y recibió una ayuda local evidente). En este sentido, creemos que sería igualmente injusto atribuir el mérito final a una o a otra parte, y como antropólogo de formación puedo testimoniar que la alteridad no puede ser justamente percibida sino a condición de producirse este diálogo vivo –en la elaboración de su monografía etnográfica–entre las dos partes (observador y observado).

i. el peso metropolitano en la construcción de la historia natural andina

Ya dijimos que hubo desde el principio, en los años 1540, una curiosi- dad erudita por parte del padre general Ignacio de Loyola para conocer las condiciones de las diferentes tierras de misión, no solamente para garantizar el fruto misional pretendido sino para poder llamar mejor la atención de la sociedad cristiana y, además, para satisfacer la curiosidad natural de la sociedad civil. Aunque los jesuitas consideraban esta curio- sidad del público sobre el mundo indiano como menos relevante que el conocimiento «útil» para un fin misional, lo comprendían como algo suplementario que debía concederse al exterior de su comunidad (útil, en último término, para complacer a los patronos y financiadores de su empresa misional). Aún así, entendían que esta curiosidad de los hom- bres no religiosos proseguía la sabiduría de los antiguos, a quienes los tiempos modernos superaban. Así se expresa nuestro autor, Acosta:

Así que para muchos buenos motivos puede servir la relación de cosas natu- rales, aunque la bajeza de muchos gustos suele más [de] ordinario parar en lo menos útil, que es un deseo de saber cosas nuevas: que propiamente llama- mos «curiosidad». La relación de cosas naturales de Indias, fuera dese común apetito, tiene otro [interés añadido] por ser cosas remotas y que muchas dellas, o las más, no atinaron con ellas los más aventajados maestros desta facultad entre los antiguos.10

10. Historia natural y moral de las Indias, ed. F. del Pino, Madrid, C.S.I.C., 2008, libro III, cap. I, p. 59.

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En este sentido, las reiteradas peticiones jesuitas de noticias, emitidas a sus distantes enclaves en los países de misión, sobre la naturaleza nueva de ellos mismos y sobre sus posteriores dificultades misionales, terminaron por lograr una gran información práctica para el gobierno centralizado desde Roma. En esto no era una política muy diferente de la implemen- tada por la administración del Consejo de Indias, que desde 1532 había llevado a cabo diversos cuestionarios muy precisos y había nombrado entonces también un Cronista de Indias para ordenar las respuestas obte- nidas, que recayó primeramente en Gonzalo Fernández de Oviedo, resi- dente en las Antillas. Estos cuestionarios han sido numerosos y reiterados hasta el final del período colonial en 1812, justamente coincidiendo con la reunión de Cortes en Cádiz que diera lugar a la primera constitución nacional de España, recientemente conmemorada.11 Tal vez el más famoso cuestionario haya sido el que fue impreso de 1570 repartido a las autori- dades civiles, con 50 preguntas e instrucciones precisas para responderlas, que sería recordado en 1582 a los obispos para que lo repartieran entre los párrocos y el personal bajo su autoridad. Es una sospecha mía que el trata- dito en dos libros titulado De natura Novi Orbis, redactado por Acosta en 1582 y enviado a Roma junto con un Proemio famoso para preceder a su tratado De procuranda Indorum salute anterior (de 1576), no podía ser del todo independiente de la cédula real enviada a los obispos en ese mismo año reclamando información de historia natural y moral (Acosta cola- boraba estrechamente con los obispos del arzobispado de Lima, durante

11. Han sido publicados todos ellos por Francisco de Solano y su equipo: Cues- tionarios para la formación de las Relaciones Geográficas de Indias. Siglo xvi / xix, Madrid, C.S.I.C., 1985; acompañados de varios ensayos interpretativos. También han sido objeto de algún estudio de referencia como el de Sylvia Vilar, «La tra- jectoire des curiosités espagnoles sur les Indes. Trois siècles d’“interrogatorios” et

“relaciones”», Mélanges de la Casa de Velásquez, VI (1970), pp. 247-308. Esta autora dedicó un ensayo posterior al cuestionario y respuestas de 1812: «Une vision indi- géniste de l’Amérique en 1812: Trente six questions élaborées par les Cortes de Cadiz», Mélanges de la Casa de Velázquez, VII (1971), pp. 399-404.

12. Sobre la evolución temprana del concepto de «historias naturales y mora- les», ver F. del Pino-Díaz, «Las historias naturales y morales de las Indias como

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los dos años que duró el III concilio provincial). Justamente, en las ante- riores Instrucciones generales de 1573 para redactar estas descripciones geográficas, redactadas por el presidente del Consejo de Indias D. Juan de Ovando (1571-1575) se definía por primera vez con precisión el con- tenido de lo que serían en adelante «las historias naturales y morales», y se creaba el cargo de Cronista mayor de Indias y Cosmógrafo, que recayó primeramente en el humanista Juan López de Velasco.12

Es curioso que el cargo de cosmógrafo mayor de Indias recaería luego –desde 1625 hasta 1767– en la Compañía de Jesús, por más de un siglo, y particularmente en algunos profesores de su colegio madrileño, elevado poco después al rango de Colegio imperial: Eusebio de Nieremberg, José Casani, Andrés Burriel, etc. La obra famosa e influyente del Orinoco ilus- trado, del jesuita valenciano P. José Gumilla (Madrid, 1745) salió de este ambiente cosmográfico oficial del Colegio Imperial, contemporáneo de la visita al Ecuador americano de los académicos de París (con Ulloa y Jorge Juan de acompañantes «cooperantes»), y asimismo parecen tener ese origen muchas referencias anteriores del P. Cobo a sus contactos internacionales, que remiten a este mismo contexto metropolitano.13

Dejando a un lado la propia administración colonial del Consejo de Indias, debemos remarcar aquí su enorme coincidencia con el sistema jesuita en el ámbito de la administración, ambas celosas de sus noti- cias y comunicaciones internas y externas, lo que ha sido destacado hace tiempo por el profesor Nigel Griffin, experto en teatro jesuita.14 Según él,

género: orden y gestación literaria de la obra de Acosta», Histórica, XXIV, 2 (2000), pp. 295-326.

13. Historia natural, civil y geográfica de las naciones situadas en las riveras del río Orinoco, del padre Joseph Gumilla, Madrid, 1745. Historia del Nuevo Mundo (1653) del P. Bernabé Cobo (publicada completa –tal como se ha conservado– en el siglo xix por el naturalista Jiménez de la Espada, 1890-1893, aunque parcialmente por el direc- tor del Botánico de Madrid, Antonio José Cavanilles, en 1804).

14. Nigel Griffin, «Virtue versus letters: the Society of Jesus (1550-1580) and the export of an idea». Paper presented in the conference held on 6 and 7 dec. 1982 entitled The difusion and repression of protestantism in the xvith and xviith century Europe. Florence, EUI, 1984.

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el sistema de escritura cifrada usada en la diplomacia española se pare- cía al sistema jesuita, o tal vez al revés. Pero el secreto español total res- pecto de las respuestas ultramarinas a sus cuestionarios no era imitado por los jesuitas, o al menos no de modo absoluto, pues al lado de las noti- cias «reservadas» al uso interno (redactadas incluso en papel aparte) se incluían en sus cartas anuas noticias curiosas y edificantes que fueron dando lugar (desde el principio, pero dinamizadas precisamente bajo la administración del P. Acquaviva) a la edición cíclica de Cartas jesuitas, de las cuales sólo se conoce generalmente la colección francesa del siglo xviii del padre Le Gobien (París, 1726 a 1776, en 34 tomos), tituladas jus- tamente Lettres édifiantes et curieuses, luego proseguidas por el ex-jesuita Querbeuf (París entre 1780 y 1783, 26 volúmenes más). Esta colección fue muy leída por el público, incluidos los filósofos ilustrados, y obtuvo una traducción alemana (1726-1758, 40 tomos) y otra española (1753-1757, con 16 tomos solamente, a cargo del P. Diego Davin) en las cuales los jesuitas de cada país introducían sus propias novedades. De hecho, la colección del P. Davin pensaba ser continuada por los jesuitas bajo la dirección del eru- dito P. Andrés Burriel, pero desgraciadamente no se llevó a cabo por su inesperada muerte en 1762, con 43 años, a los dos de su nombramiento de profesor de filosofía moral en el Colegio Imperial.

Este procedimiento usual de cortar y pegar informes previos, con nuevos agregados propios, ha sido muy seguido en las posteriores colecciones de viajes, género al que pertenecen estas cartas. Entre nosotros ocurrió en la colección conocida como El Viajero universal, a cargo del presbítero ilus- trado Pedro de Estala (1795-1801, 43 vols.), que comenzó traduciendo la enciclopedia francesa de Alexandre Laporte, y terminó a partir de la mitad de la misma creando su propia colección, en la que introdujo en los tomos

15. Pedro Estala (Presbítero), 1795-1801, El Viagero universal o noticia del mundo antiguo y nuevo, obra recopilada de los mejores viajeros, traducida al castellano y corregido el original e ilustrado con notas por D.P.E.P..., Madrid, 43 vols. (sacado de la enciclopedia de Alexandre Laporte).

16. El Quadro de historia del Perú (1799), un texto ilustrado del Museo Nacional de Ciencias Naturales, ed. F. del Pino, Lima, Universidad Agraria La Molina, 2015.

Asimismo, F. del Pino-Díaz y González-Alcalde, «El Quadro del Reyno del Perú

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20-21 (de 1798), por ejemplo, un larguísimo informe del Perú a cargo del economista hispano-peruano José Ignacio Lecuanda.15 Este informe es el precedente de su Quadro de historia del Perú, que elaboró al año siguiente por petición del famoso duque de Alcudia, primer ministro y privado del rey Carlos IV, sobre el cual hemos realizado un estudio colectivo.16

Lo que nos interesa de esta colección de cartas jesuitas es que, mucho antes de las ediciones ilustradas, hubo otra serie larga de ediciones jesui- tas (portuguesas, italianas y españolas), auspiciadas por la administra- ción romana para satisfacer la curiosidad de los lectores ajenos, pero también para reforzar la sensación de pertenencia a una comunidad universal en los propios colegios. Véase una carta dirigida desde Lisboa por el padre Leão Henriques al padre general, 1566, comunicando estos tempranos proyectos editoriales de cartas anuas:

Las primeras letras de la India hasta el año de 49 se enbiarán con la primera comodidad y ya se están copiando. Anse imprimido estas letras de la India, o parte dellas, aquí en Portugal, y en Castilla, y en Italia, y quiçá que en cada una destas partes se quitarían diversas cosas o se corrigirían de diverso modo ...

V.P. mirará en ello para la nueva impresión si in Domino le pareciere.17

A su vez las cartas dichas se dirigían también al interior de la comuni- dad jesuita, especialmente para aquellas ubicadas más a trasmano, como se ve en otro documento portugués de diciembre de 1552 escrito por el padre Luis Fróis desde Goa, a los hermanos de Coimbra:

Las cartas que de Portugal vinieron, así de ese Colegio [de Coimbra] como del Brasil en el año de 52, sobremanera nos alegraron, y hubo con ellas asaz

(1799): un importante documento madrileño del siglo xviii», Anales del Museo de América, XX (2011), pp. 65-87.

17. Monumenta Brasiliae, I (1956) (1538-1553), en Monumenta Historica Soc. Iesu, Roma, Serafim Leite S.I., p. 58. Agradezco esta información a Lavinia dos Santos, autora de un excelente trabajo inédito, titulado «Las cartas jesuíticas y el america- nismo», donde se muestra la precedencia portuguesa de todo este proceso epistolar.

18. Original portugués en Monumenta Brasiliae, 1956, op. cit., p. 54. Cursivas nuestras.

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fervor. En la noche que llegaron, se leyeron con campanilla tañida hasta la una después de la medianoche, y en el refectorio todos los diez días siguien- tes. Y luego, trasladado el sumario de ellas, fueron mandadas a China, Japón, Maluco y Malaca, y [a] todas las demás partes donde los padres nuestros andan. Y si supieseis, carísimos, cuánto acá suenan las nuevas que de allá vienen, y cuánto el pueblo, además de los Hermanos, las desea y cobija, y cuántas reli- quias se hacen acá de vuestras cartas... 18

Estas cartas también formaron parte de la información orientalista del P. Acosta, que a su vez fue autor de otras cartas anuas desde Perú que serían leídas en el resto de los colegios jesuitas, y posteriormente en todo el mundo gracias a su difundida Historia de las Indias. No quisiera dete- nerme demasiado en el orden interno de estas noticias naturales y mora- les, cosa tal vez más conocida a los lectores de crónicas indianas o cartas anuas, pero quiero aprovechar un ensayo de la Dra. Galaxis Borja Gon- zález sobre las cartas jesuitas publicadas en Alemania durante el siglo xviii (unos 800 textos, siempre ordenados del mismo modo geográfica- mente, bajo el nombre de una revista titulada Neue Welt-Bott) que nos permite conectar como fundamentalmente «uniforme» –o con esa pre- tensión de uniformidad– el programa de ambas (cartas y crónicas de historia natural y moral):

Creemos que el empeño de [Joseph] Stöcklein y sus seguidores por mante- ner una estructura temática regular en los 40 tomos de la revista actuó como una de las estrategias de significación, a través de las cuales los editores jesui- tas buscaron suscitar en el lector una manera de leer los relatos misioneros y de comprender el orden de las cosas que, desde estas narrativas, se bus- caba imponer... La forma de leer recomendada por el editor no era otra cosa sino poner en práctica los ejercicios espirituales consignados por Ignacio de Loyola. En ellos el fundador de la Orden invitaba a sus hermanos a ver más allá de la diversidad de las realidades locales y reconocer el carácter universal de la existencia humana; humanidad que se caracterizaba por distintos grados y niveles de civilización, pero que en cada uno de ellos llevaba la esencia de lo

19. «Las narrativas misioneras y la emergencia de una conciencia-mundo en los impresos jesuíticos alemanes en el siglo xviii», Procesos. Revista ecuatoriana de his- toria, núm. 36, 2º semestre (2012), pp. 169-192. Cita de pp. 183-185, passim.

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divino... sobre todo, le recordaba la interdependencia entre las partes y el todo, y de esta manera la universalidad del proyecto católico... La geografía moral de la misión construida en las páginas de la revista misionera le permitía final- mente participar de los debates sobre la otredad esgrimidos en teorías más com- plejas, como las de los grandes jesuitas José de Acosta y Matteo Ricci...19

Como se ve, la Alemania ilustrada podía leer los informes jesuitas sobre los pueblos lejanos sin perder el hilo conductor de una filosofía «antro- pológica» que busca caracteres constantes en todos los pueblos, a pesar de su medio natural y sus costumbres diferentes. Nos interesa ahora echar una mirada sobre cómo es posible que la comparación cuidadosa y sistemática de las diferencias naturales en cada región, con noticias locales reiteradas, haya podido contribuir a la percepción de una huma- nidad común a lo largo del globo.

ii. el peso de la experiencia andina en la historia natural jesuita

Quisiera ocuparme, en segundo lugar, del factor local en esta informa- ción natural indiana que manejaba tanto la administración del Con- sejo de Indias como la orden jesuita. Me atendré en este caso más al caso andino, debido tanto a la circunstancia local en que me encuentro –esta biblioteca «nacional» de Lima– como a algo que aflora del estudio de los escritores jesuitas, en particular de la obra de Acosta, que no parece ser indiferente al curso del debate naturalista posterior, tanto jesuita como ilustrado.

Como ya dije a propósito de las relaciones geográficas del Consejo de Indias, Perú no parece haber sido una región cualquiera para la ela- boración de estas relaciones, dado que el primer cuestionario de 1532 se envió al obispo de Panamá Fr. Tomás de Berlanga para que informara sobre el nuevo territorio descubierto por la hueste de Pizarro, al mismo tiempo que ponía paz entre él y Almagro. Perú fue el virreinato mayor de la monarquía española hasta el siglo xviii, territorialmente hablando, pues ocupaba prácticamente toda Sudamérica, e incluso se abordó ini-

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cialmente desde Perú la región amazónica excluida. Por ello, y por su enorme variedad interna (recuerden las tres clásicas regiones peruanas de costa desértica, cordilleras elevadas y montaña selvática), la curiosi- dad metropolitana se centraba en este país, adonde enviaba de gober- nantes a la élite virreinal: más de una docena de virreyes peruanos pro- cedían anteriormente de México desde D. Antonio de Mendoza, y solo uno al revés (D. Luis de Velasco, que vino antes de México). Tal vez por ello, las primeras relaciones geográficas estudiadas y publicadas fueron las peruanas, gracias al naturalista romántico Jiménez de la Espada, editor de tantas nuevas fuentes peruanas de primer orden (Cieza, Betan- zos, Cobo, Molina, el jesuita anónimo, Santillán...).

Pero, si atendemos primeramente al modelo acostiano, Perú tenía una virtualidad particular para reclamar la atención europea sobre su propio cosmos, y es su singularidad especial como tierra. De manera que comprenderla bien obligaba a «revisar» nuestro propio concepto de las demás. Veamos con cierto detalle cómo esta singularidad andina ha llevado a los observadores europeos a revisar sus conceptos cosmográ- ficos generales, comenzando con el caso paradigmático de Acosta. En el libro III de su historia natural se ocupa de los elementos simples de la América tropical según la filosofía natural griega (agua, aire, tierra y fuego; antes de proceder a analizar los compuestos en el libro siguiente:

minerales, plantas y animales) y así –tras ocuparse de mares y vientos, y antes de hacerlo de los volcanes– se propone a partir del capítulo 19 estudiar las tierras indianas comenzando por el Perú en el capítulo 20:

Este pedazo de mundo que se llama Pirú es de más notable consideración, por tener propiedades muy extrañas y ser casi excepción de la regla general de tierras de Indias. Porque, lo primero, toda su costa no tiene sino un viento, y ése no es el que suele correr debajo de la Tórrida sino su contrario, que es el Sur y Sudueste. Lo segundo, con ser de su naturaleza este viento el más tempestuoso y más pesado y enfermo de todos, es allí a maravilla suave, sano y regalado:

20. Habitación, o habitabilidad.

21. Porque la sierra –donde cambia el clima, como explicará enseguida– se halla cerca.

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tanto que a él se debe la habitación20 de aquella costa, que sin él fuera inha- bitable de caliente y congojosa. Lo tercero, en toda aquella costa nunca llueve ni truena ni graniza ni nieva, que es cosa admirable. Lo cuarto, en muy poca distancia junto a la costa llueve y nieva y truena terriblemente.21 Lo quinto, corriendo dos cordilleras de montes al parejo y en una misma altura de Polo, en la una hay grandísima arboleda y llueve lo más del año y es muy cálida;22 la otra todo lo contrario, es toda pelada, muy fría y tiene el año repartido en invierno y verano, en lluvias y serenidad.23 Es, pues, cosa maravillosa que en tan poca distancia como son cincuenta leguas –distando igualmente de la Línea y Polo– haya tan grande diversidad que en la una parte casi siempre llueve, en la otra casi nunca llueve, y en la otra un tiempo llueve y otro no llueve.

La variabilidad interna del sistema natural peruano ha sido recono- cida desde antiguo. No sólo hay climas diferentes en un corto espacio de tierra, sino que el espacio marino tiene una corriente especial de agua fría –llamada «corriente de Humboldt»– que provoca una abundan- cia extraordinaria de pesca (por lo cual el Perú tiene una de las flotas de pesca mayores del mundo), y por otro lado, la altura diferente de sus tierras produce una notable variabilidad de especies, que todavía pon- deraba el poeta etnógrafo José Mª Arguedas, y una eficaz especialización agrícola que provee aún al cocinero Gastón Acurio de materias primas de calidad (la papa, el maíz, la quinoa, el ají, la coca...). Acosta se admiraba que en un determinado valle (el famoso valle de Mala) crecieran árbo- les que daban su fruto en una estación por unas ramas, y en la siguiente por otras. Casi recuerda el poderoso mito peruano de Jauja, de tanta incidencia en la literatura universal.

Para Acosta el ámbito peruano le llevaba a cuestionar varias normas de la filosofía natural aristotélica: ante todo la de los climas según las zonas del cosmos, de modo que el trópico debiera tener una tempe- ratura y sequedad elevada (la cual se atemperaba, según Acosta, por la cercanía del mar y la altura sobre el nivel del mar). La máxima altura

22. Se trata de la llamada localmente «montaña» (o selva actual), que llamaban primeramente «Andes».

23. Se refiere a los Andes actuales, que llama «sierra».

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de la cordillera andina, recorrida varias veces por él, le llevó a detec- tar por primera vez el «mal de altura» o soroche y a compararla con otras de Europa, como los Alpes. La riqueza minera de esta cordillera le llevó a concebir el sistema minero como una variante del modelo arbó- reo (las vetas concebidas como ramas sumergidas de un árbol) y, para- dójicamente, detectar su general ausencia de un manto vegetal arbó- reo superior. Las corrientes marinas del mar del Sur, así como el sistema de vientos según zonas del hemisferio meridional, le llevó a plantearse problemas de naturaleza cósmica, que llevarán a Humboldt a conside- rarlo un «primer precursor» suyo en cuanto a su concepción global de la física terrestre. Finalmente, los fenómenos volcánicos frecuentes de cor- dillera andina, desde Chile hasta México, le forzaron a buscar metáforas explicativas para comprender su ciclo y frecuencia, así como la conexión entre ellos y los movimientos de terremotos y mareas (tsunamis).24

De no haber sido por la peculiaridad natural andina, la obra natura- lista de Acosta no hubiera tenido seguramente su elevado nivel de nove- dades, ni de su consiguiente interés global. No nos ocupamos ahora de los descubrimientos en el campo de la historia moral derivados de su experiencia andina (sobre la escritura, sobre el valor decreciente de los bienes preciosos en función de su abundancia, sobre la relación de con- comitancia entre variaciones de los niveles económicos, político y reli- giosos, etc.). Los debates que surgirán en el siglo xviii entre Locke y la escuela escocesa de economistas (Smith, Fergusson y Robertson) sobre la teoría de la historia conjetural, las progresión entre sociedades «natu- rales» / «civilizadas» y la «teoría de los cuatro estadios» (cazador, pastor, agricultor y comerciante, que todavía maneja Humboldt) se refieren con frecuencia al Perú, a través de la obra del P. Acosta. Queremos ceñirnos por ahora al campo de la historia natural o, como todavía diría Hum- boldt, de la «filosofía natural»: es decir, de la ciencia, tout court.

De todo ello traza un inventario incomparable asimismo el P. Bernabé Cobo en su Historia del Nuevo Mundo (1653, que tanto recuerda la obra

24. Ver mi ensayo «La historia natural americana como campo metafórico.

A propósito de la ciencia jesuita temprana, en estudios recientes», Revista Dialogía.

Revista de lingüística, literatura y cultura, III (2008), pp. 213-244.

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de Acosta), del que se conserva apenas una tercera parte (aunque está completa en su primera parte, o la natural, en cuya edición crítica me hallo inmerso en estos meses). La reciente versión inglesa de R. Hamil- ton, renovada respecto del ejemplo de Espada (repetido por el P. Mateos, editor asimismo de Acosta), no incluye esta parte primera de diez libros, y merece hacerse del mismo modo crítico, de acuerdo al manuscrito original (diferente de la copia manejada por Espada) para admirar ese inventario natural de Perú, cotejado reiteradamente con México, como hiciera dos generaciones antes el P. Acosta y luego Humboldt. Si se com- para una parte con otra, no cabe duda de la mayor variabilidad peruana respecto a la mexicana, donde también vivió el autor una buena por- ción de años (o sea, que el contraste peruano-mexicano no es por una diferente información, sino por una diferente realidad). Creo, como he dicho alguna vez, que la institución incaica y andina de la huaca, que sacraliza todo elemento natural extraño y diferente, responde asi- mismo a esa aguda capacidad andina de ser diferente, internamente.25

Se ha sostenido recientemente en la revista Histórica de la Universidad Católica de Lima por el historiador Dr. Adam Warren,26 de la Universi- dad de Washington que la obra de Cobo tuvo una amplia divulgación a tra- vés de los recetarios populares manejados por curanderos y médicos, entre ellos el ilustrado francés Martín Delgar, al que se refiere elogiosamente H. Unanue. He conversado con el Dr. Warren, comunicándole mi desacuer- do en que sea la obra de Cobo la que fue objeto de uso por parte de estos rece- tarios (a pesar de tratarse de recetas literalmente idénticas), por la sencilla razón de que el Ms. de Cobo no fue conocido hasta finales del siglo xviii por Juan B. Muñoz, y –aunque se hizo alguna copia reservada– no fue editado hasta finales del siglo siguiente por J. de la Espada. Pero estoy de acuer- do en que ambos textos (el de Cobo, el de Martín Delgar y muchos otros, entre ellos las referencias del P. Acosta) tienen en común la fuente popular andina de donde se han extraído todos, que merecería ser estudiada como se estudian las variantes ecdóticas de una obra que se pretende editar crí-

25. Las historias naturales y morales de las Indias como género...

26. «Recetarios: sus autores y lectores en el Perú colonial», Historica, XXXIII, 1 (2009), pp. 11-41.

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ticamente para deducir el estema, y llegar al manuscrito original de donde salen todas las variantes. En este caso la versión original, de donde copiarían todos los autores, procedería de la etnociencia popular andina, que estoy de acuerdo con el Dr. Warren en que tuvo diversas influencias de la medi- cina occidental y no se cerraba al exterior. Pero no por ello dejó de exis- tir una base previa, que justamente iguala todas las variantes posteriores.

iii. de la modernidad colonial a la globalidad republicana. de los jesuitas a humboldt

Hemos mencionado la existencia de una serie de viajeros que se sorpren- dieron de esta variedad ecológica de los Andes. Ningún otro creo que puede ejemplificar mejor este fenómeno sorpresivo que Alejandro de Humboldt, el joven geólogo prusiano que visita el país a comienzos del siglo xx (durante dos meses, a finales de 1803), en una ruta que le condu- cía de Colombia a México, tras haber recorrido el Orinoco y las Antillas.

Se hospeda en la casa limeña de H. Unanue y, al finalizar, regresa hacia el norte por Guayaquil, entregando a Mutis la primera versión de su famosa Geografía de las plantas, que le dedica. El propio Humboldt lo reconoce:

El primer bosquejo de este trabajo lo desarrollé sobre la costa del mar del sur, en el puerto de Guayaquil en el mes de febrero de 1803, cuando regresé de Lima, preparando mi navegación hacia Acapulco. En seguida envié una copia de este bosquejo al señor Mutis en Santa Fe de Bogotá.27

La ha concebido durante su estancia en Lima, y después de las visitas a las cordilleras de Ecuador y Bogotá en compañía de Caldas, no tan larga y prolongada como éste quisiera. Por esta razón, será Caldas quien anote la edición en castellano que saldrá en el Semanario del Nuevo Reino de

27. Prólogo de su Ideas para una geografía de las plantas: más un cuadro de la naturaleza de los países tropicales, trad. Ernesto Guhl, Bogotá, Jardín Botánico «José Celestino Mutis», 1985. Es la 2ª edición de la misma obra, ya corregida y aumen- tada por el propio autor.

28. Enrique Álvarez López, «El viaje a América de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland y las relaciones científicas de ambos expedicionarios con los natu-

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Granada (tomo II, 1809), mostrando reiteradamente que ambos com- parten el principio de que las especies botánicas tienen cierta depen- dencia del medio ambiente en que se crían. Así lo expresa Caldas meri- dianamente: «Toda especie vegetal está dentro de una misma latitud geográfica, repartidas entre un límite altitudinal superior y otro infe- rior, y entre ambos existe un nivel óptimo».28

Lo que queremos destacar de este ideario ecológico humboldtiano, en que coincide con el naturalista Caldas y el médico José C. Mutis –a quien va dedicada esta obra original, primicia del viaje humboldtiano y con quienes se ha relacionado hasta ahora– , es que la conciencia inaugu- ral de este fenómeno de la relatividad ambiental –que las especies botá- nicas han surgido en contacto con el sistema orográfico andino– ha sido redactada en contacto directo con el territorio andino y, en particular, el ambiente académico limeño. No es extraño que Unanue termine publi- cando poco después una obra sobre el clima en Lima, titulada muy cien- tíficamente Observaciones... (Lima, 1806), y que le dedicara sistemática atención a los temas medio-ambientales, lo que debió contentar sobre- manera al maestro prusiano.

Es verdad que el tema de la relación humboldtiana de Unanue no

ralistas españoles de su tiempo», Anales del Instituto Botánico A.J. Cavanilles, XXII (1964), pp. 9-60.

29. Interesantísima la introducción conjunta de José Carlos Ballón y Lucas Lavado a la obra de Sebastián Salazar Bondy, Aproximación a Unanue y la Ilustra- cion peruana. Escrito por ..., con una semblanza de Víctor Li Carrillo, Lima, 2006.

Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Universidad Inca Garcilaso, Colec- ción «Los clásicos de San Marcos». No solamente destaca la influencia humbold- tiana, en su holismo funcionalista y no mecánico, sino que halla el nexo de ambos en su ascendencia común de Acosta, a quien ambos citan devotamente. La línea de acostistas devotos se amplía asimismo al jesuita Kircher y al médico conde de Buffon. Notamos nosotros que se podría ampliar incluso al jesuita expulso P. Clavi- jero, que se ampara en la autoridad reconocida por los ilustrados hacia Acosta para contradecir a Buffon, Raynal, De Paw y Robertson. Fermín del Pino-Díaz, «Con- cepto jesuita de civilización, y su aplicación ilustrada», eds. Maria José Villaverde y Gerardo López, Civilizados y salvajes. La mirada de los ilustrados sobre el mundo no europeo, Centro de estudios políticos y constitucionales, Madrid, 2015, pp. 155-178.

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es nuevo, como ya adivinara Salazar Bondy, y como los recientes editores de Salazar son conscientes de ello y de su tronco común, el P. Acosta.29 Pero creo que es nueva mi propuesta de atribuir esa «comunidad» de ecólogos organicistas de la escuela acostiana al propio ambiente andino, y a la dificultad de explicar adecuadamente con patrones ajenos su varia- bilidad botánica y biológica. Acosta lo reconoció paladinamente, y el propio Humboldt se reclama deudor de Acosta en varias de sus obras (en la Historia de la Geografía dedicada al descubrimiento colombino y a la ciencia antigua, en su obra Vistas de las cordilleras y los monumen- tos indígenas de América, y sobre todo en su obra final más conocida, el Cosmos, concluida el año de su muerte, 1859). Tomamos una breve muestra de ésta, para ver el entusiasmo con que se expresa al señalar el magisterio de la cronística jesuita:

sorpréndenos encontrar en los escritores españoles del siglo xvi el germen de tantas verdades importantes en el orden físico... sobre la causa de los vien- tos alisios y de las corrientes pelágicas; sobre el decrecimiento progresivo del calor, ya [sea] que se ascienda por la pendiente de las cordilleras, ya que se sondeen las capas de agua superpuestas en las profundidades del Océano; y, finalmente, sobre la acción recíproca de las cadenas de volcanes y su influen- cia relativamente a los temblores de tierra y a la estensión de los círculos de quebrantamiento. El fundamento de lo que hoy se llama la física del globo, prescindiendo de las consideraciones matemáticas, se halla contenido en la obra del jesuita José Acosta, titulada Historia natural y moral de las Indias así como en la de Gonzalo Hernández de Oviedo, que apareció veinte años des- pués de la muerte de Colón...30

Debería terminar aquí este examen sobre la base andina del concepto holístico y ecológico en la historia natural, que es transmitido a los ilus- trados europeos por Acosta y el P. Cobo, cuya estela sobrevive en los rece- tarios ilustrados andinos. Pero creo que hay otra figura hispana, de pro-

30. Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo, por... Versión al cas- tellano por Bernardo Giner y José de Fuentes. Tomo I, II parte, cap. VI. Madrid, Imprenta de Gaspar y Roig, editores. 1874, pp. 254-255.

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fundas raíces peruanas, que ha seguido la estela de los jesuitas, sin serlo.

Me refiero a la obra del obispo de Trujillo Jaime B. Martínez Compañón, y a su colaborador el economista José Ignacio Lequanda, de quien se acaban de publicar dos libros, por parte del Instituto de Estudios Perua- nos (a cargo de la Dra. Roxanne Cheesman) y de la Universidad Agraria (por mi parte). Todos ellos tres –antecesor, maestro y alumno– siguen la tradición jesuita de tratar los temas de historia natural junto con los de antigüedades y etnografía regional peruanas. Ambos tienen interés por lograr el progreso económico nacional (proponiendo aumentar el capítulo agrario, a costa del minero), y por la integración del indio y el criollo a la sociedad nacional (mejora de la legislación minera, aprecio del pasado incaico y de su capacidad de trabajo). Ambos se llevan de los Andes recuerdos y publicaciones a los archivos o editoriales españo- las, colaborando en los proyectos reales de erudición anticuaria ameri- cana, como lo hiciera el P. Acosta al pedir la protección del rey a su tra- tado misional, y de su hija Isabel Clara Eugenia a favor de su Historia indiana, a través de las correspondientes dedicatorias.

Es verdad que el canónigo Compañón no podía citar la preceden- cia del jesuita Acosta cuando se ocupa personalmente del IV concilio limense, ni en su afán por abrir colegios para educar sacerdotes mesti- zos e indios, ni siquiera para realizar su colaboración en las encuestas reales sobre historia natural. Así le informa al virrey de sus realizaciones durante la larga visita pastoral y naturalista al obispado (1782-85):

Abrí el Seminario de ordenandos y casa correccional de eclesiásticos en el colegio de los Extinguidos, de la Compañía de Jesús, que se había entregado a mi disposición por la Junta Superior de aplicaciones de Lima, habiendo habitado por el espacio de tres meses y algunos días continuos en cada uno de ellos, por haberlo considerado del todo necesario.31

31. Carta sobre los estudios y trabajos del obispo al Rey, con fecha 3 de enero de 1789. Tomado de I.R. Schelereup, Razón de las especies de la naturaleza y del arte del obispado de Trujillo del Perú. Trujillo, Perú Museo de Arqueología, Universidad Nacional de Trujillo, (1991), p. 10.

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Quiero terminar apuntando la estela inextinguible de una tradición naturalista jesuita, compartida entre todos ellos, que consiste en atender a la tradición local para basar su innovación científica. Debemos seguir explorando esta etnociencia andina, a través de sus intérpretes erudi- tos, leales a sí mismos y a sus informantes. Y no por ello menos sabios.

Creo que es una señal de lealtad intelectual el hecho de que Compañón quisiera mencionar su proyecto de museo para el obispado de Truji- llo como una «historia natural y moral», a base de las respuestas de sus párrocos, e incluso que imite la valoración naturalista por Acosta de los ejemplares simples, por su interés filosófico:

También hay algunas [muestras naturales peruanas en la colección ofrecida al rey Carlos III] de las que producen esa Península [España], y otras que a pri- mera vista podrán parecer de poco momento, o despreciables; pero, como en la naturaleza no haya cosa –por ridícula que parezca– que, examinada seria y atentamente en sí misma o por vía de comparación, no ofrezca campo y materia para conocimientos y reflexiones muy importantes y sublimes (y en la balanza política pueda hacer un muy considerable peso por su necesidad, poca abun- dancia, calidad o consumo dentro o fuera del Reino, lo que a los ojos del vulgo pueda tal vez parecer menos estimable), por estas consideraciones me he resuelto a enviar dichas especies con las demás.32

Recuerda mucho el anuncio acostiano de ese principio al comienzo de su libro, en el proemio al lector, donde quiere convencer al lector del interés de las costumbres y temas indianos: «por bajo que sea el sujeto, el hombre sabio saca para sí sabiduría; y de los más viles y pequeños ani- malejos se puede tirar muy alta consideración y muy provechosa filosofía».

bibliografía citada

32. Tomado de I.R. Schelerup, 1991, pp. 11-23, doc. nº 3, referido a la «Carta al Rey sobre los estudios y trabajos del obispo», con fecha 3 de enero de 1789. En casi todos los casos, el paralelismo temporal separa en dos siglos justos estas palabras, pues las de Acosta debieron escribirse hacia 1589, al concluirse su obra.

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